La seccional policial fue uno de los centros de torturas más emblemáticos de la guerra sucia en la ciudad de Santa Fe. Un grupo de sobrevivientes identificó la cochera por donde entraba la patota. "Tenían acceso directo a los calabozos", recordaron.
El Tribunal Oral que juzga a los represores santafesinos inspeccionó ayer uno de los centros de torturas más emblemáticos de la guerra sucia: la seccional 4ª, donde volvió a escuchar los relatos de trece testigos que ya declararon en el juicio y a uno de los imputados que hasta ahora no habló: el comisario Mario Facino, jefe de la comisaría hasta fines de 1976. Ana María Cámara y Anatilde Bugna nunca habían vuelto a los calabozos donde estuvieron algunas horas después de su secuestro, el 23 de marzo de 1977, en una escala hacia otro centro clandestino conocido como "La Casita" que aún no fue localizado. Ayer, regresaron a ese cubículo de un metro por uno y medio, sin ventilación y una puerta ciega. Ninguna de las dos había llorado en su testimonio ante los jueces, pero la pérdida por los que ya no están y sufrieron el martirio de la 4ª las quebró en llanto. "Lo primero que nos golpeó fue olor a sórdido. Tienen el mismo olor que hace 30 años", dijo Ana María, aún impactada por la vuelta a la oscuridad.
La inspección se realizó por etapas. El primero fue Facino que explicó al Tribunal cómo funcionaba la comisaría cuando él estaba al mando. Desde entonces hubo varias reformas, entre ellas el cerramiento de un portón con cadenas que comunicaba la cochera con el resto del edificio. El grupo de tareas ingresaba al garage con los vehículos y secuestrados a bordo: tenían acceso directo a los calabozos y a las celdas con rejas que sus víctimas llamaban "Las leoneras". Hoy, ese acceso no existe, así que para llegar a la cochera hay que caminar por la vereda, como ayer lo hizo Facino, rodeado por jueces, fiscales y defensores. Tres policías lo custodiaban. Una colega lo siguió con su cámara y Facino reaccionó con su mejor pose y una orden: "Dale, saquen ahora", le dijo. Y Gabriela Albanesi tomó la foto que ilustra esta nota.
Después, siguió otro ex policía, Luis Enrique Monzón, que era oficial en la 4ª en noviembre de 1975, cuando los represores trajeron a un estudiante universitario. El escuchó sus gritos de dolor y desesperación casi desde la calle. Ayer, repitió el mismo camino que hizo entonces para asistirlo, darle un sorbo de agua y después llevarle una esquelita a su familia. El detenido era Jorge Pedraza, uno de los querellantes en el juicio. "Hice el mismo recorrido y expliqué lo que había hecho", dijo Monzón a Rosario/12. Ese gesto de humanidad le costó 21 meses de cárcel y la cesantía.
Pedraza recordó la rutina de los represores. "La patota entraba por la cochera después de las diez de la noche, aunque a veces lo hacía antes. Tenía acceso directo a los calabozos y a las celdas que hoy no existe, pero que fue reconocido" por los testigos.
El segundo grupo se completó con Orlando Barquín, Francisco Klarick y José Schullman que pasaron por la comisaría en distintas épocas. "Yo pude reconocer los dos lugares donde estuve secuestrado y confirmar que al lado había una celda chiquita donde estaba Alicia López", dijo. Schullman tiene un recuerdo borroso de sus diálogos con Alicia, pero sabe que fueron reales. "También pude encontrar la oficina donde me interrogó (otro de los imputados en el juicio, Víctor) Brusa, que está sobre la calle Zavalla. Lo principal es que todos confirmamos el lugar donde estuvimos detenidos. Y que la disposición de los espacios ratifica que todos los estaban en la 4ª sabían lo que pasaba", explicó.
Según Schullman y otros testigos surgieron algunas dudas para identificar las salas de torturas y de interrogatorios. En el juicio, tuvieron que reconocer la comisaría 4ª con un plano actual, donde ni siquiera figura la cochera por donde ingresaban los grupos de tareas de la dictadura. Ya en 1984, la Conadep confeccionó un croquis de la 4ª que ubicó el circuito de los detenidos: el ingreso por la cochera, los cuatro calabozos, dos celdas, cuatro salas de torturas y dos de interrogatorios (que daban sobre la calle Zavalla), todo en la planta baja.
Más tarde siguieron Bugna, Cámara y Patricia Isasa. Quedaron impactadas por los calabozos. "Tienen el mismo olor sórdido", dijo Cámara. Las dos estuvieron en esos calabozos junto con otra compañera de militancia, Raquel Juárez. Fueron pocas horas, porque las trasladaron a un centro clandestino en las afueras de Santo Tomé que aún no han podido encontrar. "Las leoneras son de terror. Yo no puedo creer que tantos compañeros hayan estado metidos ahí. Y lo más grave es que lo siguen usando 30 años después y en las mismas condiciones", agregó Bugna.
El reconocimiento siguió con Roberto Cepeda, Mariano Millán Medina y Carlos Pacheco. Al final, les tocó a los esposos Daniel García y Alba Sánchez que estuvieron de paso en la 4ª porque también los llevaron a otro chupadero, en San José del Rincón. "Reconocimos la cochera por el ruido del portón, el lugar por donde nos metían en la comisaría y los calabozos, en uno de esos estuve yo porque cada vez que me golpeaba tocaba pared, era un espacio muy reducido", dijo García. En cambio, Alba reconoció una celda más grande que tenía un banco de porland donde se sentaba.
El defensor oficial Fabio Procajlo, que asiste a Brusa, le preguntó a Sánchez si el ruido que había escuchado era de cadenas o un chirrido. Ya en las audiencias había indagado sobre las características y el material de las capuchas o si eran nuevas o usadas. "Una cosa es venir ahora y reconocer ese ruido y otra que lo traigan a uno aplastado en un auto, con palos encima y la capucha ajustada. Si tengo que venir dentro de cinco años, seguramente el ruido me va a parecer distinto", le contestó Alba.
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