Marcha por Silvia Suppo ¡Esclarecimiento y Justicia!

martes, 30 de noviembre de 2010

Stella Hernández pidió que la violación sea reconocida como delito de lesa humanidad

Marcote
"Marcote era el violador serial del Servicio"

"Lo hago por mí, por todas las compañeras que están muertas o desaparecidas y por las que estando, no pueden hacerlo porque les resulta doloroso", dijo la testigo y actual integrante de la conducción del Sindicato de Prensa.
Por José Maggi

Stella Hernández era una adolescente de 19 años cuando fue secuestrada por la patota de Feced el 11 de enero de 1977, junto a su novio de entonces Carlos Arroyo, y llevada al Servicio de Informaciones. Este sería sin embargo solo el inicio de un "descenso a los infiernos" que culminaría el 23 de junio de ese mismo año. Y el resultado fue otra mujer, que ayer decidió terminar con la carga enorme que significa un secreto guardado celosamente durante 34 años, para desenterrarlo y confesarlo públicamente frente a su violador: Mario "el Cura" Marcote. Hernández -actual secretaria gremial del Sindicato de Prensa de Rosario- desgranó ayer ante los jueces del Tribunal Oral Federal Nº 1 la violación a la que fue sometida en el SI para después plantear que estos hechos deben ser reconocidos como delitos de lesa humanidad, en el marco del plan de exterminio. "No eran casos aislados, Marcote era el violador serial del Servicio, y esta era una forma más de humillación, de denigración para doblegarnos. No eran errores, eran cosas planificadas. Lo hago por mí, por Juani Bettanín, por todas las compañeras que están muertas o desaparecidas y no lo pueden denunciar y por las que estando, no pueden hacerlo porque les resulta doloroso". Las lágrimas cerraron el pedido de Stella, tanto de un lado como del otro del grueso blíndex que separa la sala de audiencias del público. Es que gran parte del relato de Stella también estuvo ligado a los últimos días de vida de su compañera de cautiverio Marisol Pérez, hermana de la ex concejal justicialista Iris Pérez, que se contaba entre el público. Stella aseguró que a Marisol la entregó Ricardo Chomicky, y que fue asesinada el mismo día que Analía Urquizo, en enero de 1977.

Un grupo encabezado por Carlos Altamirano la sacó de los pelos de su casa. Se llevaron a Arroyo, quien era su novio por entonces, y a gran parte de su familia. "Me subieron al auto en la parte trasera, vendada, tomaron por Ayolas y por San Martin, iban disparando al aire, hasta que llegamos a la Jefatura. Me llevan a empujones al Servicio de Informaciones, donde me recibieron con un puñetazo brutal en la panza, al que yo respondí con un inocente 'no me peguen'. Como respuesta obtengo una cachetada más fuerte aún, que cada vez que la recuerdo me duele más. Esos son los recuerdos de ese momento haber subidos unos escalones y los golpes, las trompadas, los gritos. Fue un verdadero ascenso al infierno".

Stella recordó a "la gallega Maria Concepción Gracia del Villa Tapia, la Piky, a quien la torturaron bárbaramente, a Daniel Roche, el Rafa". Una noche me vienen a buscar el Cura Marcote, y Carlitos el joven, (porque había otro Carlitos, que era el viejo que era Gómez) y me hicieron pasar primero por una oficina, luego por la sala de torturas, para finalmente llevarme a una pieza donde el Cura me obligó a desnudarme y me violó". "Yo solo lloraba, lloraba y lloraba. Esa fue mi única forma de defensa", recordó Stella con sus ojos llenos de lágrimas al igual que gran parte del público, entre los que se encontraban su compañero Juanjo Vitiello, dirigentes gremiales como Edgardo Carmona del Sindicato de Prensa y Sonia Alesso de Amsafé.

"Después me tiraron de nuevo en el boulevard perdiste" como habían bautizado el espacio donde se esperaba la tortura, y donde dejaban maltrechos a los detenidos. "Se me acercó el Cady Chomicky y Nilda Folch y me preguntaron si lo quería denunciar ante el jefe Guzmán Alfaro y me llevaron a su oficina. Hablé con él, le relato lo que me había pasado y lo llama al Ciego Lofiego, y me pide que repita el relato. Lo traen a Marcote, me piden que me saque la venda y le digo que es él. Por eso lo conozco bien, porque Guzmán me hizo sacar la venda. Guzmán me dijo que estas cosas no pasaban en el SI, que había pasado porque él no estaba, que lo iban a sancionar, pero todo era una gran parodia. Todos en el SI, tanto los represores como los presos supimos que el Cura Marcote era un violador serial, cumplía un rol entre otros."

Stella también relató que el 25 enero de 1977 bajó el Pollo Baravalle y se llevó a Marisol. "Al otro día baja la Polaca Nilda Folch apareció con el vestidito de Marisol puesto y el Cady Chomicky se mostraba con el bolsito de Marisol. Toda esperanza allí se derrumbó".

Hernández cerró su testimonial pidiendo a los presentes, que se quedaran con otra imagen, "no con la del terror de este genocidio atroz sino con el de las presas y presos que pudimos sobrevivir en base a la solidaridad". "Después de salir estudié, me recibí, tuve y tengo amigos, formé una familia, estoy en la conducción del Sindicato de Prensa. Me da mucho orgullo porque pese a todo lo que hicieron no pudieron doblegarnos, la vida es más que la muerte, la vida es una experiencia maravillosa", concluyó

La maternidad clandestina del II Cuerpo

  El primer juicio por robos de bebés en el Segundo Cuerpo de Ejército será el de la hija de Raquel Negro y Tucho Valenzuela, ambos desaparecidos en la quinta de Funes. El juez federal de Paraná, Gustavo Zonis elevó ayer a juicio oral y público la investigación de una maternidad clandestina que operó en el Hospital Militar de Paraná, donde Raquel estuvo secuestrada y dio a luz a una parejita de mellizos, en marzo de 1978. La niña es Sabrina Gullino, quien recuperó su identidad en diciembre de 2008. Pero se desconoce qué sucedió con su hermano, así que el juez resolvió desdoblar la causa y seguir la pesquisa porque está probado que el niño nació con vida y fue derivado al Instituto de Pediatría de Paraná por problemas de salud. Por el caso están imputados cuatro de los condenados a perpetua por los desaparecidos en el centro clandestino de Funes: Pascual Guerrieri, Jorge Alberto Fariña, Juan Daniel Amelong y Walter Pagano, más otro oficial del Destacamento de Inteligencia 121, Marino Héctor González y un médico de Paraná: Juan Antonio Zaccaría.

El juez Zonis hizo lugar al requerimiento de elevación a juicio que plantearon los fiscales Mario Silva y José Ignacio Candioti, al acusar a Guerrieri y compañía como autores mediatos de "supresión de estado civil" y "sustracción de menores", que prevé penas de diez años de prisión, aunque si se aplica la última reforma penal podría elevarse a quince años. Los fiscales lograron probar a través de numerosas pruebas de cargo que el Hospital Militar de Paraná era la maternidad clandestina del Segundo Cuerpo. Acreditaron que Raquel Negro fue trasladada desde la quinta de Funes hasta el Hospital Militar, donde en un parto clandestino dio a luz a sus dos hijos: una niña y un niño. La niña recuperó su identidad en 2008: es Sabrina Gullino. "Y con respecto al niño seguirá la investigación porque está probado que nació en el hospital y luego fue derivado al Instituto de Pediatría de Paraná por problemas de salud", dijo una fuente judicial consultada por Rosario/12.

"Las pruebas son sustanciosas -comentó la fuente-. Hay testimoniales, documentales y periciales, entre ellas la declaración de Eduardo Constanzo, quien sindica a Guerrieri, Fariña y Pagano como los ideólogos del plan para el robo de los bebés de Raquel Negro y menciona que Pagano y Amelong llevaron hasta el Hogar del Huérfano de Rosario una beba que es Sabrina. Lo importante es que hay declaraciones de tres enfermeras del Hospital Militar de Paraná que relatan cómo sucedió este parto clandestino y cómo Raquel Negro estaba privada de su libertad, que tenía un guardia permanente y que las ventanas de la habitación estaban tapadas para que no la vieran. También mencionan la intervención de Zaccaría en los hechos y la orden que dio este médico para en las planillas del hospital los niños se inscribieran como NN".

"Otro testimonio importante es el de una enfermera del Instituto de Pediatría de Paraná, donde llevaron a los niños después de su nacimiento en el Hospital Militar y da cuenta de esa circunstancia. Los bebés fueron dados de alta el 27 de marzo de 1978 y anotados como 'López, Soledad' y 'López, NN', lo cual constituye una irregularidad", agregó la fuente.

En el juicio serán querellantes Sabrina Gullino y su hermano mayor Sebastián Alvarez, la agrupación Hijos de Paraná, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y Abuelas de Plaza de Mayo.

Testimonio de María Inés Luchetti de Bettanin

"En mi familia hay tres muertos"
Por Sonia Tessa

María Inés Luchetti de Bettanín empezó a declarar con un fuerte tono político. Acusó al Ejército Argentino de "traición a la patria", por haber actuado de "barrendero" del poder económico concentrado y mancillar su tradición heroica. "En mi familia hay tres muertos, dos desaparecidos y tengo otros dos cuñados desaparecidos. Eramos todos militantes montoneros", dijo para enmarcar su extensa declaración. Antes de levantarse de la silla donde dio testimonio durante más de una hora les dijo a los magistrados: "Esperamos mucho de ustedes". La testigo contó como una película el operativo en su casa del barrio Gráfico, el 2 de enero de 1977 a las 17.30, donde fue asesinado su esposo Leonardo Bettanín, que había sido diputado nacional de la Tendencia. Acorralada, a escondidas de la patota que había entrado en la casa, Cristina Bettanín se acurrucó sobre María Inés -Nené, le dicen los amigos y tomó la pastilla de cianuro. Su esposo, Jaime Colmenares, fue secuestrado.

En la casa, había cuatro niñas: las hijas de 3 y 1 año de Nené, que estaba embarazada de nueve meses, la de Tozi y la de Maggio. Nené y su suegra, Juana, fueron llevadas al Servicio de Informaciones. A las niñas, la patota las dejó en la policía de Menores. En su detallada declaración, la testigo habló de uno de los horrores que ayer irrumpió con toda su fuerza: la violación sistemática de las detenidas en el SI. "(Mario Alfredo) Marcote era el violador oficial", dijo.

Nené llegó al SI vendada, pero se le había corrido la venda y pudo ver a un hombre gordo con anteojos culo de botella. Poco después sabría que era José Rubén Lofiego. Cuando comenzaron a pegarle, dio los nombres de compañeros muertos. Escuchó una voz de mujer que decía "está mintiendo" y se le acercaba para aconsejarle que hablara. Era Nidia Folch, civil que fue secuestrada y luego colaboró con la patota, prófuga en la causa. También el Pollo Baravalle -que se suicidó en 2008 en Italia participó de sus tormentos.

Como tuvo contracciones, pidió asistencia médica. Llegó un doctor al que llegó a verle la inscripción en el guardapolvo, Dr. Gentile. Con cuatro centímetros de dilatación, la llevaron a la escalera que daba a la sala de torturas, y la dejaron tirada ahí, donde encontró a Alicia Tierra y Marisol Pérez. Las dos estaban desaparecidas.

Cuando pudo ver a su suegra, advirtió que estaba en "un estado terrible. La habían picaneado, la habían golpeado, la habían violado". En el entrepiso estaba La Favela. Era el lugar al que llevaban a los más lastimados.

A Folch y al acusado Ricardo Chomicky los volvió a nombrar. Folch le hizo pegar una paliza a su suegra, Juana, la misma que vio a Chomicky darle soda a Alberto Tion después de una sesión de tortura, sabiendo que eso lo mataría. "En ese infierno había un infierno paralelo: unos militantes que habían optado por pasar al enemigo", dijo Nené, quien aseguró que nadie los obligó a ese grado de colaboración.

El 15 de enero a la noche el parto era inminente. Nené fue llevada a la asistencia pública, donde tuvo a su hija. La testigo lloró al recordar cómo la recibieron las compañeras en la Alcaidía, rompieron sábanas para improvisar un ajuar a su bebé. "Nunca voy a terminar de agradecerles el cariño y la solidaridad", afirmó.

En la Alcaidía, Nené y otras detenidas pidieron asistencia espiritual de un sacerdote. Llegó el capellán de la policía Eugenio Zitelli. Nené le contó que las detenidas eran torturadas y violadas. "¿Cómo violadas?", se sorprendió el religioso, quien dijo que "la picana era válido en una guerra como forma de obtener información, pero lo otro prometieron que no iba a pasar, porque atañe a la moral".

Aunque estuvo a punto de ser trasladada a Devoto, en mayo de 1977, la bajaron del avión porque estaban por firmar su libertad. Apenas salió, ese mismo mes, con su suegra se exiliaron en Italia, donde comenzaron con las denuncias. "Hace 30 años que estoy preparando esta declaración", concluyó ayer.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Joan Manuel Serrat y el Chinche Medina

En 1983, Joan Manuel Serrat llegó a Rosario para actuar en el estadio de Central. Había vuelto a la Argentina después de 9 años de prohibición. Un mozo del hotel Presidente le dijo al "Chinche" Medina, de Familiares, que hablara con el manager del Nano, que quizás le interesara. Serrat no se hizo rogar. Recibió durante una hora y media a "Chinche", su madre Elisa Medina, Mariana Hernández Larguía y Silvia Díaz. Los escuchó, supo la historia de Oscar Medina, desaparecido, y la lucha de Familiares. El músico le dijo al Chinche que fuera esa tarde a la puerta del estadio. Allí le dejó un sobre con un fajo de dólares, un aporte para la lucha por los derechos humanos. Compraron un mimeógrafo y una providencial cantidad de papel. "Es una deuda que nos quedó para siempre con Serrat. Fue muy importante para nosotros", contó Chinche 
 

El "Gurí" Gómez declaró que fue delatado por Ricardo Chomicky

Secuestrado a los 15 años

Lo secuestraron en una villa de emergencia donde vivía. Supo que lo había delatado Chomicky, a quien hasta esa misma mañana había refugiado en su casa. "Su impunidad estaba ligada a nuestro exterminio, recordó ayer el testigo.
   
A Juan Carlos Ramos le dicen "El Gurí". Tenía 15 años cuando fue secuestrado, el 1º de diciembre de 1976, en la villa de emergencia en la que vivía. Lo llevaron junto a su padre, Generoso Ramos Peralta, que era albañil. Supo que lo había delatado Ricardo Chomicky, a quien hasta esa misma mañana había refugiado en su casa. Primero, lo vio tirado en el auto, esposado, pero al llegar al Servicio de Informaciones supo que el que creía su compañero se movía con libertad en el centro clandestino de detención. El Gurí era "una criatura" que militaba en tareas sociales en su barrio. Lo torturaron incesantemente, al igual que a su padre, que murió sin ver actuar a la justicia. "En el caso tuyo, Cadi, vos te pasaste para el enemigo", le dijo el testigo a Chomicky. También recordó a dos desaparecidos, Carlos Izaguirre y a un joven de apellido Núñez. "Cadi, vos los delataste y están muertos. Los fuiste a buscar como a mí", dijo. También afirmó que a Chomicky "no lo torturaron, jamás vi que recibiera ni una cachetada. Su impunidad estaba ligada a nuestro exterminio". En un momento, se dio vuelta para interpelarlo: "Cadi, hablá". El presidente del Tribunal Federal Oral número 2, Otmar Paulucci, le pidió que mirara a los jueces. "Este Tribunal y el Estado nacional te van a garantizar la seguridad desde todo punto de vista", agregó el Gurí, en un pedido para que el acusado devele el destino de los desaparecidos. A los magistrados, les dijo que Chomicky "no fue un torturado ni un preso más".

Ramos había sido privado de su libertad en julio de 1976, también en el Servicio de Informaciones. "Vengo de una familia muy humilde. Vivía en una villa de emergencia en Urquiza y Felipe Moré. Mi papá era albañil y mi mamá, ama de casa. Trabajé desde muy niño y estudiaba. Mi padre militaba en la Unión Obrera de la Construcción (UOCRA). Al barrio llegó un grupo de jóvenes que venía a hacer militancia social y política. Tareas sociales. Ponían agua, se dedicaban a tener un dispensario, atendían necesidades", relató el Gurí, que empezó a militar a los 12 años y dijo que su hijo se llama Sergio Oscar por dos compañeros de militancia, Sergio Jalil y Oscar Bouvier, desaparecidos cuyos restos pudieron recuperarse recientemente. Entre el público, Sergio Oscar Ramos, el hijo, lloró desconsoladamente durante la declaración.

En esa primera detención, El Gurí pudo escuchar los nombres de los torturadores el Ciego (José Rubén Lofiego), la Pirincha (César Peralta), el Cura (Mario Marcote). También escuchó a Tu Sam (Carlos Brunato), que había sido detenido y ahora formaba parte de la fuerza represiva. El Gurí recuperó la libertad a los cinco días.

En ese momento del testimonio, comenzó a mentar a Chomicky. "Leí en Rosario/12 que el acusado Chomicky dice que denunció a mi padre como colaborador. El Cadi me conoce perfectamente, porque yo era militante, y él asistía al barrio. Luego de mi primera detención, fui a parar a su casa. Estuve tres días hasta que volví a mi domicilio. No sabía ni tenía sospechas de que estuviera trabajando, fuera delator, denunciante, traidor, más allá de lo que significan esos términos", dijo ayer sobre el acusado. Luego, la familia del Gurí se mudó, por seguridad. Allí, en su nueva casa, apareció Chomicky, sin saber la dirección, ya que nadie se la había dicho. "Nos pide un lugar para estar, él y su novia, la polaca (Nidia Folch). Nosotros no teníamos problemas, porque eran compañeros".

El secuestro del Gurí fue el 1º de diciembre de 1976, el mismo día que Chomicky declaró haber sido secuestrado, en su indagatoria del 6 de octubre pasado. "Acababa de volver del trabajo, en ese tiempo estaba trabajando de verdulero. De golpe, a las 12.45 o 13.15, vemos autos con personas armadas que bajan de golpe. Empezaron a golpearme, me preguntaron por Ricky, me di cuenta que me había delatado Chomicky", dijo ayer el Gurí, que ese día lo vio en el auto, con las manos atadas. Una vez en el SI, pudo percibir que su delator caminaba indemne, con los brazos libres.

"Subí por la escalera del Servicio de Informaciones, y apenas subí, ya estaba vendado. Escuché las carcajadas de la Polaca, y parecía que ella misma escribía a máquina. El nivel de colaboración era muy alto. Se habían ido a las 9 de la mañana de mi casa", dijo El Gurí, quien consideró que los dos debían colaborar con la fuerza represiva desde antes de esa fecha.

En ese entonces, El Gurí -de sólo 15 años era "muy flaquito, muy esmirriado". En un momento, lo tiraron encima de su padre, a quien le dijeron que el adolescente estaba muerto. Desesperado, Generoso -que también había sido golpeado y torturado salvajemente trataba de palparle el corazón para ver si estaba vivo. Allí, el Gurí se encontró con Pedro (Carlos Izaguirre) y Joaquín (Nuñez), los dos muy torturados, quienes habían sido delatados por Chomicky. A Joaquín le habían quemado los testículos con un soplete. El Gurí también estaba semi inconsciente por la tortura. En ese momento de su declaración, el testigo increpó al acusado. "Cadi, vos los delataste, y están muertos. Los fuiste a buscar como a mí", le dijo.

El Gurí formaba parte de un grupo infortunado, los que eran torturados todos los días. Eduardo Bertolino, el cabezón Carlos Pérez Rizzo, Eduardo Piccolo, él y su padre, sabían que iban a pasar por los tormentos uno detrás de otro, y sufrían desde el momento que escuchaban el primer nombre. Pero además, "la mayor tortura" era escuchar cómo atormentaban a otros compañeros todo el tiempo.

Al Gurí lo bajaron al sótano el 5 de enero de 1977, y al día siguiente lo trasladaron a Coronda. El 22 de diciembre de 1978 recuperó la libertad, condicional y vigilada. Tenía que ir tres veces por semana a la Jefatura, donde lo habían torturado, para que le firmaran una libreta. Allí, Lofiego se mofó de cuánto había crecido durante su detención. Y un oficial apodado Tony lo aterrorizaba. Luego supo que se llamaba Antonio Tuttolomondo el que siempre le decía que debería estar muerto.

"Tuvieron que pasar 30 años para que nosotros tuviéramos nuestra oportunidad, para que pudiéramos recuperar no sólo la verdad jurídica sino también la verdad histórica", dijo ayer. Y dio un golpe al corazón: "Es probable que ahí atrás (por el público), el hijo de Oscar Bouvier se esté saludando con mi hijo, que se llama Oscar por su papá".

Para él, el tiempo histórico actual es invalorable. "Si nos equivocamos, no significa la muerte de nadie. Sirve para crecer. En aquél momento, equivocarse significaba la muerte", dijo. Las caras de Paulucci y Beatriz Barabani eran elocuentes sobre la conmoción que provocaban las palabras de aquel adolescente de 15 años. "Torturaban a un pibe que se dedicaba a poner agua en el barrio, ¿ese era el guerrillero peligroso? Nos siguieron torturando en los años posteriores, porque todavía no nos dicen donde están nuestros compañeros", concluyó.

Olga Cabrera Hansen: clave en la reconstrucción del "rompecabezas siniestro"

"Esto tiene que terminar de una vez"

La abogada Olga Cabrera Hansen contó ante al Tribunal Oral Federal lo que vivió a partir de su secuestro a fines de 1976. No fue una testigo más, sino alguien que encarna la historia misma de la causa que investiga el terrorismo de Estado en la región.
    
 Por Sonia Tessa

No fue una testigo más, sino alguien que encarna la historia misma de la causa que investiga el terrorismo de Estado en la región. La abogada Olga Cabrera Hansen se sentó ayer frente al Tribunal Oral Federal para contar lo que vivió a partir de su secuestro, a fines de 1976. Cuando fue liberada, en 1978, no se quedó paralizada. Se acercó a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y comenzó a atar cabos, relacionar familiares de desaparecidos con ex detenidos, para reconstruir los derroteros en lo que ayer llamó "ese rompecabezas siniestro". Junto a su colega Delia Rodríguez Araya investigaron denuncias y dieron forma a la causa Feced, que se inició en enero de 1984 en los tribunales provinciales. Sobre Delia, ya fallecida, dijo que agradecía a la vida haberla conocido. La recordó valiente y decidida. Entre las dificultades de la investigación, mencionó el robo al juzgado del juez Martínez Fermoselle, en 1986, cuando sustrajeron elementos de prueba que ellas habían obtenido con mucho trabajo. Recordó que entonces, cada vez que proponían un allanamiento, la información se filtraba. Para evitarlo, Olga y Delia subían al auto con el juez, y recién en el camino le decían adónde iban. Cabrera Hansen integró la CONADEP y escribió el capítulo del Nunca Más dedicado a la provincia. Recordó con amargura el punto final, la obediencia debida y el indulto. "Ahora ha renacido la esperanza de que esto termine de una vez, porque yo llevo más de 30 años esperando que ustedes resuelvan", dijo la testigo. En ese único momento se emocionó. Casi al final, afirmó que el pormenorizado relato tenía un solo sentido: la condena en cárcel común a "los que quedan de los responsables" de la represión ilegal.

El testimonio de Olga Cabrera Hansen se retrotrajo antes de su secuestro. "Mis penurias comenzaron antes del 24 de marzo de 1976. Yo era abogada, y en septiembre de 1975 pusieron una bomba en mi estudio. Unos días antes del golpe, en febrero, volaron mi casa con otra bomba. A fines de 1976, el Ejército me detuvo. Era la mañana temprano, estaba en mi casa con mis tres hijos y había venido una persona, el ingeniero Eduardo Carafa, por un tema jurídico. Nos llevaron en carros de asalto. Quedaron mis tres hijos en el patio. El mayor tenía 10 años", comenzó su testimonio.

A la Jefatura de policía entraron por San Lorenzo, y el Fiat que la traía dobló a la izquierda, hasta llegar a la esquina de Dorrego. La vendaron, la llevaron a un lugar del Servicio de Informaciones donde escuchaba gritos "horribles" y golpes hacia Carafa. "Le estaban aplicando picana. Le preguntaban adonde estaba el que en aquel momento era mi marido. Pero él no sabía nada", rememoró Cabrera Hansen. Lo liberaron después de 20 días, con las costillas rotas y los ojos dañados por la picana eléctrica.

A Cabrera Hansen la interrogaron entre otros, el interventor de la policía rosarina Agustín Feced y el ciego, José Rubén Lofiego, que "era el que armaba la información". La pusieron en un pasillo. Estuvo varios días en ese lugar, donde escuchaba permanentemente cómo se torturaba. Algunos días después, y tras varios interrogatorios, la pasaron al sótano. En ese momento le liberaron la vista. "Me arden los ojos, porque las vendas las habían hecho con carteles que estaban pintados con cal. Era muy doloroso", revivió la testigo. La solidaridad entre pares estuvo presente en su relato. "Me reciben las mujeres, me ayudan, me limpian, me contienen", recordó antes de mencionar a las compañeras de detención en ese cuarto más pequeño del sótano. Detalló que a Ana Ferrari -testigo de la semana pasada la llevaban todas las noches, apenas oscurecía, a las sesiones de tortura. "No sé cómo podía soportar esa mujer tanto martirio", dijo. También recordó al "Cabezón" Pérez Rizzo y Eduardo Píccolo. "Eran objetos de torturas permanentes", señaló.

Después de un traslado masivo de detenidas mujeres a Devoto y de hombres a Coronda, quedaron pocas en el sótano de la Jefatura. Las llevaron a la Alcaidía. "Ahí estoy hasta septiembre de 1977, sin ver la luz ni salir nunca. Al principio mi familia no sabía nada", recordó. En enero de 1977, se abrió la puerta y llegó María Inés Luchetti de Bettanin, que declara hoy, con una beba recién nacida, para la que ni siquiera tenía ropa. Entre las detenidas le hicieron un improvisado ajuar con retazos de sus propias prendas. También recordó a las obreras del Swift, entre las que había tres embarazadas. De Luisa Marciani, dijo que tenía 40 años, estaba a término y se sentía muy mal. Pese a la presión de las detenidas, demoraron su atención. Allí también estaba detenida Gladis, la hija de Luisa, de 18 años, a quien habían torturado mucho, al punto de destrozarle los talones. "Vienen las celadoras, la llaman a la hija y le dicen: 'tu mamá murió y el bebé también está muerto. Ni se te ocurra llorar`. Esa fue la muerte de Tita", dijo ayer la testigo.

Un momento importante fue la visita de la Cruz Roja Internacional, en febrero de 1977. Cuando la delegación empezó a preguntar, Cabrera Hansen no pudo contenerse. "Todos guardaban silencio pero yo no pude y dije todo. Ningún juez sabe que estoy acá, y esto está a dos cuadras del juzgado. No vemos el sol, no tenemos visitas, acá nomás, al lado se tortura y mata gente. Yo escuchaba que decían 'qué hija de puta, mirá lo que está diciendo'. Después, me dijeron que hubiera podido salir, pero por todo eso iba a quedarme dos años más. Y así fue", relató.

Con espanto, recordó que el entonces capellán de la policía, Eugenio Zitelli, defendió la tortura frente a detenidas que habían pedido su asistencia espiritual. "Había justificado la tortura como forma de obtener información. En general, todas habían sido violadas. Y él dijo que eso sí era una inmoralidad", apuntó Cabrera Hansen.

Además de apuntar a Feced y Lofiego, Cabrera Hansen recordó la presencia de Ramón Rito Vergara, alias el Sargento, en el sótano del SI. En tren de develar la red de complicidades, mencionó las estrechas relaciones entre su defensora oficial, Laura Cosidoy y el mayor Fernando Soria, encargado de los simulacros de consejos de guerra en el Comando del Segundo Cuerpo de Ejército.

Uno de los momentos más impactantes fue cuando contó de una detenida, María de la Encarnación García del Villar de Tapia, que había sido terriblemente torturada. Ella misma le refirió un diálogo entre Lofiego y Feced cuando la tiraron al costado, después de los tormentos. "Vio comandante, cómo las mujeres tienen un grado más de tolerancia", le dijo El Ciego a su superior.

En otro pasaje elocuente de su declaración, Cabrera Hansen describió cómo operaba la represión sobre los obreros. "Se traía toda una parte de trabajadores de Fader, les propinaban terribles palizas. Unos se iban a Coronda y a otros los largaban, pero escarmentados", dijo ayer, en una clase magistral de la relación entre el terrorismo de Estado y el poder económico. "Había acciones combinadas con los empresarios de Somisa. Fuimos y reconocimos lugares donde, en la misma Acindar, había un lugar donde se detenía y torturaba", relató la abogada, que también recordó cómo las empresas cambiaban las credenciales de sus trabajadores, actualizaban las fotos, y eran esas mismas credenciales las que llevaban los grupos de tareas para secuestrarlos.

Hasta 1979, cuando ella comenzó a trabajar en APDH, los organismos se limitaban a recibir los pedidos de familiares y tramitar hábeas corpus que siempre tenían resultado negativo. Un día, estaba la testigo con Delia, y llegaron tres mujeres jóvenes que preguntaban por su hermana, María Sol Pérez Losada. "¿Sufría de los riñones?", les preguntó Olga. Era así, entonces, les indicó que fueran a Buenos Aires a hablar con dos detenidas que habían estado con ella. "Con ese hecho anecdótico empezó toda la cadena de denuncias", recordó ayer la abogada.

Antes del final, la abogada Gabriela Durruty, del equipo jurídico de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas le agradeció a Cabrera Hansen por su trabajo, y prometió continuar con su tarea. Los aplausos fueron fuertes y se repitieron a la salida, al grito de "Olga, Olga".

Testimonio de Juan Bocanera

Por qué ahora 
     
Juan Carlos Bocanera era estudiante de Medicina cuando lo secuestraron, el 28 de octubre de 1976. Lo subieron a un auto a los golpes, y escuchó una voz que decía: "A éste dejámelo a mí que lo conozco bien". Después supo que era Lofiego, a quien había cruzado en un examen de Farmacología en la Facultad. "Me había llamado la atención porque a mí no me daba el tiempo para escribir todo lo que había que poner en el examen, y él no escribía nada, tenía la hoja en blanco", recordó el testigo. 
Fue su primera declaración ante la justicia por los delitos de lesa humanidad de los que fue víctima y testigo. "No declaré antes porque no creí en las Magdalenas Ruíz Guiñazú ni en los (Julio César) Strassera. Declaro hoy porque creo que hay vientos de cambio. Básicamente, creo que hay una posta en esto de la memoria, porque sin memoria no va a haber olvido. Por aquellos que no pueden hablar, porque no están, para devolverles la dignidad que quisieron robarnos a todos", dijo el testigo, que luego de salir en libertad se recibió de médico. Cuando llegó al Servicio de Informaciones, lo llevaron a un pasillo al que luego, los detenidos según contó Bocanera, lo llamaron bulevar Perdiste, porque allí los ponían cada vez que los llevaban a la tortura. Una vez más, los lazos de solidaridad y humor de los detenidos se colaron en la declaración. Y el horror. "En la camilla de metal nos ataban de los cuatro miembros y nos tiraban agua. 
Casi todas las noches de casi un mes me torturaron, con sesiones de ablande, a veces sin interrogatorio, por pura diversión", relató. En su declaración recordó a compañeros desaparecidos. A Santiago Guito Werle, lo torturaron. A su lado, Bocanera se desmayó, y al despertar escuchó que lo movían, y decían: "Este no va más". Lo envolvieron y lo sacaron. Werle estaba muerto, por la tortura. Después de un mes lo bajaron al sótano. Ahí conoció a Marisol, una chica con la que hablaron toda una noche. También recordó al flaco Giusti y a un chico que le decían Galleguito (Horacio Melilli), que tenía una tremenda úlcera, producto de las torturas. Un día, no lo vio más. Una vez, Giusti, que tenía cierta libertad para subir y bajar en el centro clandestino, lo llamó para que viera a un joven que estaba en el baño. "Era una cosa que nunca había visto, los genitales eran una sola llaga. Le habían quemado la zona con un soplete", relató ayer Bocanera. Como era estudiante de medicina, los propios compañeros le pedían que curara, o al menos aliviara, los dolores, aunque sin ningún elemento para hacerlo. 

El 6 de enero lo trasladaron a Coronda, donde cesaron las torturas físicas. "Si alguien cree que la tortura pasa únicamente por el dolor -explicó- y se termina con la picana, está totalmente equivocado. La vida nuestra cambió. Estamos todos los días reconstruyendo nuestra vida".

martes, 23 de noviembre de 2010

El dolor de Beatriz

Beatriz Beletti guardó el secreto de su sufrimiento durante más de 20 años. Secuestrada el 14 de septiembre de 1976, en su casa, fue llevada al Servicio de Informaciones donde la torturaron. "Hace 34 años que me torturan", dijo ayer, y dio cuenta de un modo inapelable del efecto indeleble de esa crueldad. Esa noche de 1976, a su casa entró un hombre de contextura robusta, cabello rubio, ondulado, con nariz recta, más bien chica y ojos de un celeste intenso. Le pegó a su padre, amenazó con matarlos. Supo que era Alberto Vitantonio en 1997, cuando lo vio por televisión como policía en actividad, en plena democracia. Y ella, que jamás había denunciado el horror en carne propia, decidió colaborar con Esperanza Labrador por la desaparición de Miguel Angel, uno de sus hijos. El otro, Palmiro y su esposo, Víctor, fueron asesinados. "Yo guardé silencio durante todo el tiempo porque sentí que no tenía nada que decir. Era mío, me había pasado a mí. En este caso, era distinto, sentí que tenía la obligación de hablar", afirmó sobre su decisión de declarar, ya que Vitantonio había participado del secuestro de Miguel Angel Labrador.

Beletti fue explícita sobre la tortura. "Durante años pensé, sostuve, que no hay que hablar de la tortura. Sin embargo, voy a hacer una excepción porque creo que si todos venimos acá y decimos sólo que nos torturaron, no se va a tener la dimensión de lo que era eso". Le aplicaron picana en los genitales, en los pechos, hubo quemaduras con cigarrillos, bolsas de plástico en la cabeza para el tormento que después supo se llamaba submarino seco, golpes en la boca del estómago. Estaba vendada, pero al mover la cabeza para atrás podía ver, y vio a un compañero de la UES, Mancha Tartaglia, que presenciaba la tortura y les confirmaba a los torturadores si ella estaba diciendo la verdad. "Me decían que hablara, que iba a terminar teniendo un hijo de un hijo de puta. Me decían que tenían tiempo de hacerme un hijo, reventármelo y volver a hacerme otro", relató ayer. En ese momento, lloró. Lo hizo varias veces.

En la tortura, le preguntaban por el que había sido su marido. Como Tartaglia la conocía bien, decidió incriminarse. "Daba datos falsos de lo que ellos querían saber, de quién había sido mi marido. Para dar algo, para no dar todo", contó ayer.

Escuchó el sobrenombre de El Ciego (Lofiego), también pudo distinguir la voz de Carlos Brunato (Tu Sam), que le cantaba, en plena tortura, con ritmo de canción infantil, "a la SSA, a la triple triple A, en zanjones y cunetas aparecen las boletas". Le hicieron firmar una declaración que ni siquiera pudo leer.

El momento más duro de su declaración se refirió a los tormentos de una compañera, Ana Lía Murgiondo. A Beatriz, el 8 de octubre la llevaron a la Alcaidía. A los 5 días, la sacan de ahí para llevarla nuevamente al SI. "Apenas entro me vendan, me tienen esperando en una habitación, me gritan, me preguntan cómo se llamaba la hermana de su mejor amiga, mientras me pegan", rememoró. En ese momento, ubica a un hombre "muy imponente, con manos grandes", cree que se trataba del entonces interventor de la policía rosarina, Agustín Feced. La amenazaron con volver a torturarla. La llevaron frente a una chica que estaba desnuda, con signos de haber sido muy torturada. Era Ana Lía, pero entonces, Beatriz no conocía su nombre, sólo que le decían La Polaca. La chica empezó a pedirle perdón. "Yo sé que vos no querés hablar, pero mirá cómo estoy", le dijo Murgiondo. Beletti le contestó: "Yo no te conozco". Al recordar este episodio, ayer, el llanto de la testigo fue incontenible. "Una cosa es recordar lo que me pasó a mí, otra es lo que vi que le hacían a otros. Fue uno de los peores momentos de mi vida", dijo. La chica le hizo un pedido: "Cuidame a la nena, por favor". Según sus cálculos, era el 14 de octubre de 1976. De todas las heridas, esa pareció ser la más abierta de Beletti. "La llevo en el alma. No era mi amiga, lo único que nos unió fue ese momento. Haberla abandonado, en cierta forma, y no haber podido hacer nada por su nena", dijo antes de llorar desconsoladamente. Murgiondo es una de las víctimas de la masacre de Los Surgentes.

Beletti volvió a la Alcaidía, donde también sufrió la desconfianza de sus compañeras, por haber sido sacada durante todo un día. "No las culpo, la desconfianza tenía un motivo", dijo ayer. En junio de 1977 recuperó la libertad. Pero en noviembre de ese año la llevaron nuevamente a la Alcaidía, por un proceso de la justicia federal. En ese momento, estaba embarazada. Tuvo pérdidas, pidió ayuda pero no se la brindaron, perdió el bebe. "Antes no menstruabas porque tenías miedo de estar embarazada, ahora como querés estar embarazada estás menstruando", le dijeron. "Al día siguiente estaba en un sanatorio, me estaban haciendo un raspaje con serio riesgo de infección, porque sí estaba embarazada", dijo.

Para terminar, la testigo agradeció la disposición de "todos los estamentos de la justicia" y a la política nacional de derechos humanos. "Me mueve a hablar, primero que quiero una sociedad realmente con justicia para mis nietos, y por los que no tienen voz. Yo decido declarar por Labrador, porque una madre tiene derecho a saber qué hicieron con sus hijos, y por la memoria de Ana Lía Murgiondo", dijo ayer Beletti, sobre el final de su declaración. La apelación fue concreta: "Considero que como víctima, como tantas víctimas, lo único que necesito es justamente una acción sostenida de justicia. Sería terrible que cayera en el agua, que se lo llevara el viento. Es un dolor tremendo venir acá a relatar esto", dijo Beatriz, con la voz quebrada, pero firme. "El único bálsamo que puede tener el alma de la víctima es un relato, un correlato de justicia", terminó. Se retiró con aplausos.

Manolo y esas voces

Por José Maggi

Tres testimonios fueron brindados en la tarde de ayer en el marco del Juicio por terrorismo de estado que lleva el nombre del general Ramón Genaro Díaz Bessone: el de Manuel Fernández, (Manolo, el compañero de Ana María Ferrari), el de su hermano Ricardo Fernández y el de Carlos Usinger.

Manuel Angel Fernández relató que fue secuestrado el 15 octubre de 1976 en Agrelo 1592. "Sucedió a las 4.30. Estábamos con mi esposa Ana María Ferrari, su abuela y mi hijo de 6 meses. Me golpean mientras siento el nombre de Tu Sam, entre otros. En el baúl de un auto me llevan a la vieja jefatura de San Lorenzo y Dorrego. Me preguntaban por mi hermana Gloria Fernández que hasta hoy sigue desaparecida... Eramos varios, se escuchaban golpes, gritos de personas, de mujeres, llantos de criaturas, era insoportable escuchar las voces de terror de los demás porque yo pensaba en mi mujer, en mi hijo... En un momento me volvieron a bajar. Estuve al lado de Ana María en una escalera, le pregunto por mi hijo y me dijo 'quedáte tranquilo, me lo agarró un policía vestido de marrón que me prometió que se lo iba a dar a mi mamá'. Estaba toda lastimada, no la podía ver. Rezamos el padre nuestro, alguien nos escuchó y nos empezó a patear y a insultar, se habían ensañado totalmente con Ana".

"El Pollo Baravalle -prosiguió- me llevó a la favela, sentí que había menos personas. Llegó una orden de que nos iban a bañar, bajamos otras escaleras, había un baño donde pudimos asearnos. De ahí nos llevan a un sótano, en San Lorenzo y Dorrego. En la primer pieza a la derecha había todas mujeres. En la segunda pieza, justo en la esquina, ahí empiezo a tener contacto con Tossi, Piccolo, Giusti, Bocanera, Bustos, Pérez Risso, Moyano, ahí empiezo a conocer a algunas de las personas que subían y bajaban: era un oficial que andaba de civil, bajaba para traernos bolsos, ropa, era gordito, con peluquín, le decían Sargento. Otro gordito petisito Kunfito".

"Un vez una persona bajó y me pidió por favor que no diera su nombre, lo conocía porque era mi vecino, Oscar Gómez, me decía que ahí lo llamaban Carlitos Godoy, que me quedara tranquilo, que sabía dónde estaba mi hermana Gloria. Me recalcó que no dijera su nombre. Después me llevo al encuentro con mi vieja María Herminia Acevedo, que estaba toda golpeada", agregó.

Sobre su hermana se enteró en marzo del 77 "por compañeros de Coronda como el Bicho Mechetti, que Gloria había estado en el SI, que la habían torturado terriblemente, que se había portado muy bien, que había una saña personal contra ella de Oscar Gómez y que la habían trasladado. Y que los que la reconocieron a Manolita son el Caddy Chomicky y Gómez".

También declaró Carlos Usinger, detenido en junio de 1976 y llevado al Servicio de Informaciones, donde también fue salvajemente torturado. Mencionó haber visto, entre otros a Cacho De María, Charani, Enzo Tossi que estaba muy golpeado, lastimado, no podía comer, los otros que habían caído con él, el grupo completo de delegados del gremio de los que fabrican mosaicos, "trataban de convencerlo de que aunque sea tomara la sopa para recuperarse".

Ana Ferreira, un testimonio clave

"Durante todos estos años de impunidad, pasé muchas noches insomne"
"Una revive momentos de extremo dolor", dijo ayer la mujer que fue detenida el 15 de octubre de 1976 y traslada al Servicio de Informaciones de la policía -donde ya estaban sus padres y un hermano de 14 años- donde fue torturada.
Por Sonia Tessa

Ninguna de las personas que asistió a la audiencia de ayer de la causa Díaz Bessone pudo salir de la sala siendo la misma. En especial, después de escuchar a Ana Ferrari y Beatriz Beletti, dos testigos que hicieron un enorme esfuerzo para poner en palabras un horror que parece inenarrable. Declararon también Graciela y Raúl Villarreal, dos hermanos que fueron secuestrados en septiembre de 1976. Ana Ferrari brindó una contundente declaración sobre la persecución a su familia, que comenzó muy temprano, en 1969, con el asesinato de su hermano Gerardo, sacerdote tercermundista. En 1970, el propio Agustín Feced allanó su casa y le dio una trompada a ella, entonces una niña de 12 años. Ana mantuvo la opción por los pobres, y se mudó a una villa cuando era adolescente. Allí participó en tareas como la construcción de un dispensario, o los reclamos de cloacas. "Todas cosas que me enorgullecen", dijo ayer. En junio de 1976, sus padres y su hermano de 14 años fueron secuestrados, y estuvieron en el Servicio de Informaciones. A Ana y su compañero, Manolo Fernández, los llevaron el 15 de octubre de 1976, de la casa de una abuela. Ana tenía un bebe, había dejado de militar. Al ver su documento, Raúl Guzmán Alfaro le dijo: "Así que vos sos una Ferrari, a vos y a toda tu familia los vamos a hacer mierda". La separaron de su hijo, al que amamantaba. Cuando la torturaban, le salía leche de los pechos. En una de las sesiones de tortura participó el propio Feced. Estaba sentada en la escalera del centro clandestino de detención cuando se llevaron a las víctimas de la masacre de Los Surgentes, el 17 de octubre. Nunca olvidará la mano de José Antonio Oyarzabal, a quien le decían Ciruja, sobre la suya. "Hasta la victoria siempre", se dijeron. "Durante todos estos años de impunidad, he pasado muchas noches insomne", le dijo ayer al Tribunal Oral Federal número 2.

Apenas llegaron a la casa de su abuela, Ana supo que iba a pasarla muy mal. Levantó a su bebé del moisés, pero uno de los represores le tironeaba las piernitas. Cuando relató ese momento ûcomo cada vez que mencionó a su hijo la emoción le congeló la garganta. Aún así, siguió. Un policía vestido de marrón le prometió cuidar que a su bebé no le hicieran nada durante el allanamiento. Y cumplió. Guzmán Alfaro y otro integrante de la patota, apodado Kuriaki, la llevaron a una pieza, le metieron una pistola en la vagina y le dijeron que iba a morir de esa manera. Después, la vendaron con una sábana que ella misma había hecho para su bebe. Ana tenía 18 años "recién cumpliditos".

Tras el allanamiento, la trasladaron en auto al SI. "Lo único que pensaba era que tal vez a mi hijo no lo iba a ver nunca más", dijo. Cuando la bajaron en la Jefatura, supo de inmediato donde estaba, porque meses antes había ido a llevarles comida a sus padres al mismo lugar. "Me tiraron contra la escalera y me dijeron: estás en el infierno", rememoró ayer.

Estaba en el SI cuando Feced llegó a verla, y le pegó. Una trompada por su madre, otra por su hermano muerto, otra por su hermano Pepe. Ana es la número 11 de 12 hermanos. "Tengo una familia numerosa, así que ligué mucho", dijo ayer, con un sentido del humor admirable para la ocasión. Demoró dos semanas, hasta que la trasladaron al sótano, en saber que su bebé estaba bien. Recién entonces la dejaron verlo unos instantes.

Antes de ir al sótano, sentada en la escalera del SI, Ana compartió un tiempo con Ana Lía Murgiondo (o la Petisa Carmen, quien rogó a los compañeros presentes que cuidaran a su hija), María Cristina Marquez y Cristina Costanzo. Por allí bajaron a Eduardo Felipe Laus y Oyarzabal, y también escuchó que decían "traigan al turco" por Sergio Jalil. Esa misma noche los asesinaron en la localidad cordobesa. "Fue el último día de vida de esos compañeros, el último día que estuvieron vivos", dijo con la voz ahogada por el dolor.

En cambio, no le tembló la voz para nombrar a los represores. "Sé con certeza absoluta que (José El Ciego) Lofiego participó de mi tortura y controlaba mis latidos cardíacos", dijo, para repetir la convicción sobre Mario "el cura" Marcote. Mencionó a Carlos Gómez, al Sargento, a Telmo Ibarra, a Kuriaki, a la Pirincha, a Kunfito, a Darío, a Kung Fu y a Tu Sam, que era Carlos Brunato, alguien que se había hecho pasar por integrante de la UES.

También recordó a Caramelo, Carlos Ulpiano Altamirano y contó que la hija del represor fue novia de su propio hijo. "La acepté en mi casa porque ella no tenía ninguna responsabilidad en lo que había hecho su padre. A él lo identifico un día que trae a su hija a mi casa. Jamás acepté las invitaciones a almorzar indicó ayer la testigo . Quiero recalcarlo para que se vea que entre nosotros no hay espíritu de revancha, de venganza". Aunque ella no unió todos los apodos con nombres, Darío era Julio Héctor Fermoselle, Kung Fu era Carlos Martín Ramos, la Pirincha era César Peralta.

En las sesiones de tortura "se nombraban entre ellos, se reían, se burlaban, se divertían", dijo la testigo ante una pregunta de la defensa. Ana mencionó un intento de violación de los represores, que la habían dejado desnuda en la rotonda del SI, pero fueron interrumpidos por Feced al grito de "No, la Ferrari es mía". Ayer, la sobreviviente usó la ironía. "No me violaron. ¿Se lo agradezco?", dijo ante los jueces Jorge Venegas Echagüe, Beatriz Barabani de Cavallero y Otmar Paulucci.

Afirmó que durante estos años, la persiguieron los recuerdos. Que pasó muchas noches sin dormir, recordando las torturas, la picana, las quemaduras de cigarrillo. "Me ha costado muchas noches de insomnio donde uno revive muchos momentos de extremo dolor, no sólo físico, sino también de indignidad, de vejación", dijo ayer.

Después de un mes en el Servicio de Informaciones, a Ana la trasladaron a Devoto, el 15 de noviembre de 1976. "Sé que a la noche siguiente Feced vino a buscarme para matarme. No se sabe de dónde salió la orden de trasladarme a Devoto, pero Feced se puso muy furioso por mi ausencia", recordó ayer la testigo. En esa cárcel supo que le habían abierto una causa federal. La defensora oficial era Laura Cosidoy, quien desoyó sus denuncias por torturas. "Hubiera preferido no tener abogado. Le hago la denuncia de lo que habíamos pasado y por supuesto que se hizo la sorda, no tomó ninguna referencia", contó la sobreviviente. Después, volvieron a llevarla a Rosario, esta vez a la Alcaidía. El 24 de diciembre de 1978 recuperó la libertad, pero debía ir tres veces por semana al mismo lugar donde la habían torturado para "firmar una libretita". A la familia de su esposo la diezmaron, y al salir en libertad, la única forma de reconstruirse fue tomar distancia, vivir en Entre Ríos y luego en Buenos Aires.

El relato fue extenso, mencionó a muchos compañeros y compañeras de cautiverio. "Estoy acá porque creo profundamente que la justicia tiene que servir para que los jóvenes crean en un país distinto. No se puede juzgar a un ladrón. No hay manera de juzgar a nadie si estos crímenes quedan impunes", dijo la testigo, quien llevó puestos los zapatos de la abogada Delia Rodríguez Araya, quien fue fundamental en el impulso de la causa Feced, al comienzo de la democracia. "Le quiero rendir homenaje", dijo Ana. Cuando salió de la sala, demoró un rato largo en transitar el camino hasta calle Oroño. A cada instante, alguien la abrazaba, con emoción. Al terminar su testimonio y también cuando salió a la vereda, recibió una ovación.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Familiares de las víctimas de la masacre de los Surgentes, hablan después de la investigación que hicieron alumnos cordobeses

"Fueron fusilados por la patota de Feced"

Fueron siete militantes políticos de Rosario a los que trasladaron hasta Los Surgentes en Córdoba para asesinarlos el 17 de octubre de 1976. Un trabajo de alumnos secundarios rescató el hecho y los familiares destacan que "los responsables están siendo enjuiciados hoy en Rosario".

Por Leo Ricciardino

"Yo siempre me imaginé ese momento donde los trasladaban a todos, donde iban quizás en la parte de atrás de una chata. Es el último instante en el que estuvieron con vida, el último momento que compartieron juntos". A esa imagen se aferró todos estos años Marcelo Márquez para retener en la memoria a su hermana María Cristina que junto a Cristina Costanzo, Ana Lía Murgiondo, Sergio Jalil, Eduardo Laus, Daniel Barjacoba y José Oyarzábal; fueron fusilados la noche del 17 de octubre de 1976 en Los Surgentes, provincia de Córdoba. Los siete eran militantes políticos que habían estado detenidos en El Pozo, en la ex Jefatura de Policía de Rosario. Treinta cuatro años después de ese hecho, un grupo de alumnos del tercer año del Instituto "Emilio Castoldi" de Los Surgentes encaró un proyecto pedagógico al que llamaron "Lazos de Identidad" con el objetivo de conocer la verdad sobre la "Masacre de Los Surgentes" y aportar para esclarecer "una de las épocas más oscuras de nuestra historia nacional, convencidos de que tenemos que seguir trabajando por la memoria, la verdad y la justicia". Con esos fundamentos también el Concejo de la localidad y su intendente Eduardo Buttarelli, declararon de interés municipal el trabajo de los alumnos.

Desde el pasado domingo, una placa y siete árboles plantados a la vera de la ruta 6, frente a los silos de la Cooperativa Agrícola de Cruz Alta; recuerdan a los siete militantes asesinados. Los familiares participaron de la ceremonia y coincidieron en destacar que "ahora tenemos un lugar concreto para recordar a nuestros familiares. Sabemos que aquí en este pueblo hay jóvenes dispuestos a no olvidar y a honrar la memoria".

El trabajo de los chicos coordinado por la profesora Nancy Marino, los llevó a entrevistar al doctor Alberto Minella, el ex oficial de policía Oscar Saldaña, el ex comisionista José Ulla y el señor Dionisio Tesán, que fue el primero que encontró a los jóvenes fusilados a la mañana siguiente. Todos narraron cuál fue su rol en aquel día posterior a la "Masacre de Los Surgentes".

Marcelo Jalil, hermano de Sergio, contó a Rosario/12 que "cuando la profesora del colegio pasó por Rosario y vio la placa en la ex Jefatura de Policía ahí profundizó el trabajo que venían haciendo con los chicos. Coincidió también con el 24 de marzo (en un nuevo aniversario del golpe) y los chicos empezaron a ver películas y trabajar el proyecto `Lazos de Identidad`". Jalil señala que a partir de este trabajo "confirmé más o menos todo lo que conocía sobre las últimas horas de mi hermano, pero al tener la posibilidad de hablar con personas que estuvieron en el momento posterior al asesinato como el médico que reconoció los cadáveres, el hombre que llevó los cuerpos de Los Surgentes a Córdoba, contratado por el Ejército; se pudo reconstruir más fielmente esos momentos".

Por su parte, Marcelo Márquez aseguró que en su caso "confirmé una sospecha que yo tenía y era la posibilidad de que mi hermana María Cristina estuviese embarazada en el momento del fusilamiento; y esto se confirmó a través del médico que la revisó que pudo certificar que efectivamente cursaba un embarazo de cuatro meses. También pudimos recabar más detalles de la forma en cómo los mataron: Claramente fue un fusilamiento ahí en ese camino rural".

Márquez destaca que "fueron fusilados por la patota de Feced, hace 34 años y hoy esas personas están siendo enjuiciadas en Rosario pero permanecen en libertad. No debemos olvidar eso para seguir luchando para que llegue la justicia".

Una de las cosas que más conmovió a los familiares fue "el hecho de que hayan sido chicos tan jóvenes los que encararon este trabajo, a mí en particular, fue lo que más me movilizó. Porque esto es algo que se viene palpando hace tiempo y que se hizo más evidente con el fallecimiento de (Néstor) Kirchner, donde se volvió a ver claramente a los jóvenes vinculados a la política. Bueno, lo que nosotros encontramos en Los Surgentes fue eso, jóvenes comprometidos con el pasado, queriendo saber, movilizando a los padres, pidiendo que les expliquen lo que había pasado", apuntó Márquez. Y agregó que "me gusta mucho el título que eligieron para el trabajo -Lazos de Identidad , y también es muy importante destacar que nunca cayeron en detalles como el dolor de la tortura, la venganza, sino que el interés estuvo centrado siempre en saber la verdad. Y la historia de vida de esos militantes asesinados, que fue lo que más le atrapó. Saber que eran jóvenes con ideales, con proyecto y que luchaban por un país más justo y digno para todos".

Para Jalil, "ahora nosotros sentimos que tenemos un lugar donde poder llevarle una flor, donde ir para recordar a nuestros hermanos, a nuestros familiares. Estos jóvenes demostraron que no querían quedarse con la anécdota de que en su localidad, mucho antes de que ellos hubieran nacido, una noche asesinaron a siete jóvenes. Quisieron saber la verdad, quisieron saber quiénes eran y por qué los habían matado. Quisieron salir de la anécdota para entrar en historia verdadera".

viernes, 19 de noviembre de 2010

Detenido Carlos Sflucini, mplicado en la desaparación de Tito Messiez

Tito Messiez
La Cámara  de Casación Penal rechazó la apelación que hiciera el asesino Carlos Sfulcini, dentro de la causa por la desaparición del compañero TITO MESSIEZ, de la resolución de la  Cámara federal de Apelaciones de Rosario que disponía su prisión preventiva.
Por tal motivo ayer miércoles 18 de noviembre fue nuevamente detenido y en esa condición deberá esperar el juicio oral.

Los que luchamos en todos los ámbitos contra la impunidad de los asesinos incluyendo el propio terreno de la justicia de este sistema sabemos lo que cuesta perforar la muralla de protección de la cual gozan. Pero bien, a veces se logran estas pequeñas victorias que son, sin duda, motivo de orgullo y que hacen un poco menos arduo el difícil camino de la lucha para que todos ellos terminen entre rejas.Este es uno de los cuatro asesinos que secuestraron a Tito Messiez el 22 de agosto de 1977 y el que más gozó de las increíbles protecciones que le brindaran los jueces federales y los servicios de seguridad.

Esto es así a tal grado que a pesar de que el 30 de octubre la Cámara Federal de Rosario ordenara su prisión por Homicidio, y habiendo decretado el juez de primera instancia su “inmediata detención” el día 2 del corriente, diligencia para la cual designa a Gendarmería Nacional, ésta convirtió la orden librada en una “constatación de domicilio”, a partir de lo cual no hizo absolutamente nada.

Hacemos hincapié en el hecho porque Sfulcini no es cualquier represor. Es un individuo que cínicamente ocupó la Dirección del EEMPA Nº 1284 de Anchorena al 200 que escrachamos por primera vez el 2 de agosto del 2000 y volvimos a hacerlo el 24 de marzo de 2008, ocasión en la cual debimos soportar un criminal asedio de él y sus cómplices que perseguían a los compañeros que daban a publicidad el acto, incluso en las pegatinas realizadas durante la noche.

Recién en el día de hoy, después de presentaciones realizadas por la querella y la Unidad de Asistencia para Causas de Violaciones a los DDHH durante el Terrorismo de Estado en el Juzgado, se ha logrado que Gendarmería diera cumplimiento a la orden judicial.

Subrayamos todo esto porque poner en aviso a un sujeto de indudables vinculaciones con otros como él, es una complicidad criminal de Gendarmería Nacional con estos asesinos. Una dilación como la que hubo, no sólo contribuye a la posibilidad siempre presente de una fuga (ya tenemos innumerables ejemplos, desde el “Laucha” Corres hasta el mismísimo “Barba” Cabrera que se mandó a mudar ante la primera publicación periodística que le pareció comprometedora simplemente), sino que contribuye al estado de amenaza a los querellantes, abogados, víctimas y testigos que se pretende conjurar con declamaciones de las autoridades de todo pelaje. Y en este caso, es más grave aún porque la querellante ha sufrido -y denunciado judicialmente- unas sofisticadas amenazas telefónicas y nada menos que un asalto a su casa de inexplicable factura.

Aclaramos a la vez que vamos a denunciar a quienes hayan postergado a su gusto y sin justificación alguna la detención de Sfulcini, para lo cual no se necesitaba “constatación-aviso” alguno ya que como procesado en la causa Nº 38/04 por la desaparición de Tito Messiez, tiene domicilio fijado y se encuentra a disposición del Juzgado hace ya mucho tiempo. Pero aún más: cómo puede ser que para que sea habido un criminal que vive a no más de 10 cuadras del Tribunal operen, según surge del expediente interno de Gendarmería, como si se tratara de un inhallable miembro de una fantástica nueva ODESSA.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Los Medina, una familia que sufrió la dictadura y exige justicia

CONTINUA PIDIENDO JUSTICIA EN LOS JUICIOS POR TERRORISMO DE ESTADO EN ROSARIO.
El cerco, la cárcel y la muerte

La historia de los hermanos Yoli, Oscar y El Chinche, no es diferente quizás a la de otras familias atravesadas por la tragedia que desató el Estado cuando decidió aplicar el terror contra sus propios ciudadanos. Pero sí representa para esta región el recuerdo de cómo en aquella época tanto la solidaridad y el afecto estaba al orden del día como el dolor y las traiciones. El cura Zitelli y Alberto Natale.
Por Sonia Tessa

El 20 de octubre de 1976, Yoli Medina le insistió a su hermano Oscar, al que siempre protegía porque era ocho años menor que ella, para que se fuera del barrio Talleres, una zona recién poblada de Villa Gobernador Gálvez donde las casas se esparcían en medio del descampado. El día anterior, Oscar había intentado anotar a su hijo en el Registro civil, pero el empleado no le permitió firmar el acta, quizás para protegerlo. Lo estaban buscando. La tragedia se sentía en el aire. "Andate, andate", le dijo la hermana, que jamás olvidó la primera detención de Oscar, en 1974. La situación política era peor, el golpe militar había barrido con cualquier límite para el terrorismo de estado. "Vos palpás cuando ya es mucho el cerrojo", rememora Yoli. Esa misma tarde, a Oscar lo secuestraron en su casa. Desesperada, Yoli le pidió a una amiga que la ayudara a recorrer la zona de quintas, porque poco tiempo antes había aparecido allí un cadáver acribillado. No lo encontró. También fue a la Jefatura de Policía de Rosario. Nada le dijeron. Otra vez, a transitar las calles de una ciudad que entonces le era tan ajena, para buscar a su admirado Oscar. Héctor, uno de los más chicos de los Medina, estaba preso desde febrero. Elisa, la madre, había ido a Córdoba, a la casa de Enelida, otra de sus hijos. El telegrama que despachó Yoli decía: "Vení urgente. Oscar grave". Era necesario cuidarse. La desaparición de Oscar Medina no está incluida en esta primera parte de la causa Feced que se tramita en el Tribunal Oral Federal número 2. Aún así, Yoli tiene la ilusión de escuchar a algún testigo que lo haya visto.

Los hermanos Medina eran nueve, aunque sus padres, Pedro y Elisa, tuvieron once hijos. Vivían en Santa Elena, el pueblo entrerriano que creció alrededor del frigorífico inglés Bovril, donde era común que algún hijo se muriera antes de cumplir el año. La mortalidad infantil no era una estadística, sino una realidad, como la pobreza. En 1962, cuando tenía 17 años, Yoli se animó a instalarse en Rosario, para trabajar. Fue empleada doméstica cama adentro hasta que pudo alquilar una casa con su hermano Alfredo, que la había seguido en la aventura. Vivían cerca de un bar en el barrio Saladillo, donde Alfredo era mozo. Un año después, lo trajeron a Oscar, que tenía sólo once años. Desde entonces, fue lavacopas en el bar, repartidor de leche, trabajó en la fábrica de bicicletas Graciela, donde fue delegado sindical por primera. De la camada de los más chicos, Héctor -Chinche emigró de Entre Ríos en 1969. Tenía 12 años. Elisa había llegado con otros hijos un año antes. Todos se radicaron en Villa Gobernador Gálvez.

La persecución contra la familia Medina no empezó ni terminó el 20 de octubre de 1976. El 28 de julio de 1974, Oscar Medina fue detenido en su casa -todavía vivía con Yoli y pasó ocho meses en la Policía Federal de Rosario. Yoli se detiene en cada detalle de esa detención. Oscar militaba en el Partido Demócrata Progresista y trabajaba en talleres Filippini, adonde había ingresado porque el dueño -el señor Filippini pertenecía al mismo partido. La mayoría de los obreros tenían accidentes, se cortaban los dedos con el balancín, porque la empresa prefería mejorar la producción a despecho de las condiciones de trabajo. Oscar se cortó un dedo. Les pagaban con vales que sólo podían canjear en los supermercados del mismo Filippini. Oscar no se quedaba callado, era delegado gremial. Unos días antes de su reelección, le mandaron el telegrama de despido. Una asamblea en la fábrica pidió su reincorporación. Pocos días tardó Oscar en advertir que la Unión Obrera Metalúrgica no le defendería. Bastó con ir a solicitar protección y que lo atendieran con un revolver sobre la mesa. Sin embargo, jamás imaginó lo que llegaría después.

Filippini

El domingo 28 de julio de 1974, al mediodía, los Medina estaban comiendo. "Hacía calor en pleno invierno. Oscar se había escapado la noche anterior para ir al baile, y mi cuñada estaba re enojada. En un momento, miro la calle y veo una cantidad de policías. Me fui para adentro y le dije a mi hermano: 'si vos vieras la cantidad de policías que hay, vinieron con carros de asaltos'. Pensamos que buscaban a un vecino. Oscar preguntó: '¿se habrán mandado una macana muy grande estos?' Mirá la ingenuidad, él no pensó que lo fueran a mandar preso", rememora Yoli, como si no hubieran pasado 36 años. Oscar recién empezó a advertir lo que ocurría cuando se pararon dos autos en la puerta de su casa.

Ahí sí. "Me voy a la mierda", dijo Oscar. Elisa, la madre, no lo dejó. "Ay, la puta, Filippini me manda preso", dijo cuando atinó a salir corriendo, pero su mamá lo agarró del pullover. "Los tipos estaban de civil, diría Oscar, camuflados", recuerda Yoli con detalles. Oscar tenía 21 años. Uno de "los tipos" llevaba el carnet de la Unión Obrera Metalúrgica de Oscar. "Estás detenido, guerrillero mugriento, hace una semana que no dormimos buscándote", le dijeron a Oscar, y comenzaron a pegarle. Lo acusaban por altoparlantes de ser "un peligroso elemento subversivo" para que escuchara todo el barrio. Les plantaron material del Partido Revolucionario de los Trabajadores y algún arma. "Ustedes son unos pobres negros que quieren dar vuelta la historia", le dijeron los policías mientras lo llevaban. Oscar comenzó a cantar El Orejano: "Yo sé que en el pago me tienen idea, porque a los que mandan no les cabresteo". Nunca se quedaba callado.

Sentado en su escritorio de la secretaría gremial de Sitratel, Héctor -El Chinche recuerda a su hermano. "Era desafiante, altanero, el negro. Tenía una personalidad", dice El Chinche.

Ese domingo de 1974, Héctor no estaba. A Oscar le siguieron pegando mientras lo subían al auto y lo llevaron preso. Yoli caminó por todo Rosario, bucando un abogado, se plantó en la puerta de un estudio todo el domingo, pero el dinero que exigía ese profesional era imposible de afrontar por una familia de trabajadores. Finalmente, el lunes consiguieron una abogada en los Tribunales provinciales. Oscar estaba detenido en la policía Federal.

Allí, la familia Medina sufrió la primera desilusión con el que consideraban su sacerdote, monseñor Eugenio Zitelli. La mayoría de los hermanos -menos Héctor, que ya había comprendido las diferencias militaba en la Juventud de la Acción Católica. Confiaban en Zitelli. Pese a las fricciones, Héctor -Chinche le fue a pedir al cura por su hermano. Zitelli le respondió: "Tendrían que largarlo a él y meterte a vos". Supo que no los ayudaría.

La madre, Elisa Medina debió acostumbrarse a andar por Rosario. Casi toda su vida había transcurrido en Santa Elena, hasta fines de los 60, cuando llegó a Villa Gobernador Gálvez para reunirse con todos sus hijos. Sólo llegó a hacer el segundo grado. "La buscamos a mamá, pobre, ella no sabía andar en Rosario", recuerda Yoli. La vida de toda la familia empezaba a dar un vuelco definitivo.

Como Oscar era militante del PDP, contactaron a Alberto Natale, que los atendió con total desinterés. Mientras tanto, Yoli se plantaba en la puerta de la Policía Federal hasta que la dejaban ver a su hermano, una vez que le levantaron la incomunicación. La hermana mayor siguió llevándole la comida, pero un día no la atendieron. Era el 22 de agosto de 1974. Lo habían vuelto a incomunicar. Ella empezó a golpear la puerta. Temía que hubieran matado a Oscar. Pero la dejaron verlo a lo lejos. Cuando le dieron la ropa, llena de sangre, supo que lo habían torturado. Al día siguiente, pudo verlo. Cuando lo vio, tan flaco y desvalido, no pudo evitar las lágrimas. "Tenía todos los labios, la yema de lo dedos, la palma de la mano, todo lastimado. Parecía un palito al que le habían puesto un pullover", recuerda Yoli. Ella lo abrazó y empezó a llorar. Ahora, 36 años después, vuelve a llorar. "No llores, no llores, a ellos no les importa. Tenés que conseguir que venga la abogada, acá hay otros muchachos, que tienen un bebe, y a ellos también los torturaron", le dijo su hermano. La abogada, Mirta Mangione Muro, le preguntó a Yoli si se animaba a dar una conferencia de prensa para contar lo que pasaba. Así lo hicieron. A Oscar lo liberaron después de ocho meses. Cuando salió, comenzó a militar en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Se incorporó al Frente sindical, mientras trabajaba en el puerto y hacía changas.

La militancia de Héctor

Desde antes que su hermano cayera preso, Héctor había tomado algunas decisiones. Para empezar, se separó de la Juventud de la Acción Católica que conducía Zitelli y empezó a militar en la vecinal, donde mejoraban las condiciones urbanas de su barrio, donde faltaban cloacas, pavimento y otras cosas básicas. Al mismo tiempo, comenzó a acercarse al Frente Antiimperialista por el Socialismo. Para julio de 1974, ya formaba parte del PRT.

En octubre de 1975, Héctor cayó detenido en la policía de Menores, en un allanamiento en la casa de un compañero. Lo pusieron a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Yoli fue a buscarlo. Lo liberaron después de seis días. Ese mismo año allanaron varias casas, entre ellas las de otros hermanos Medina, Alfredo y Ricardo. Les pegaron muy duro. Buscaban al Chinche. Una vecina solidaria "guardó" a Héctor, pese al tremendo operativo policial en el barrio. "La gente me conocía porque yo había trabajado mucho en la vecinal. Nos querían", recuerda ahora Héctor. En febrero de 1976 volvió a caer, otra vez en Menores, y pasó buena parte de la dictadura preso en distintas cárceles. En septiembre de 1976 lo trasladaron a Coronda, donde compartió celda con Daniel Gorosito, el militante del Ejército Revolucionario del Pueblo que fue sacado en octubre de ese año de la cárcel para ser ejecutado.

El 20 de octubre de 1976 también se llevaron a Oscar. Elisa y Yoli estaban desesperadas, asustadas. "Lo que nos paralizó fue el secuestro de Oscar", dice Yoli, sentada frente a otro de sus hermanos, en el sindicato de telefónicos. Los recuerdos le duelen. Llora cuando recuerda esa tarde que no vio, porque vivía a una cuadra de la casa de su hermano, pero reconstruyó lo ocurrido. Lo fueron a buscar en cuatro autos. "Estábamos sin saber qué hacer, porque teníamos miedo. Pensábamos que podían secuestrar a otros hermanos también". El 2 de noviembre de 1976, en Córdoba, los grupos de tareas se llevaron a Enelida y al marido, que estuvieron un tiempo detenidos. El miedo era un monstruo que se metía en cada rincón de la vida.

Al tiempo, empezaron a ir al local de calle Ricardone, donde Familiares de detenidos y desaparecidos se reunían. "Empezamos a encontrarnos con compañeros que tenían el mismo problema. Ahí también se nos alivió la situación porque se hacía un pozo común para pagar los pasajes de quienes más los necesitaban", se entusiasma Yoli. El dinero para ir a visitar a Héctor a la cárcel era una enormidad para esa familia diezmada por la dictadura. A Familiares iban con su madre, Elisa. "Cuando estábamos ahí, parecía que íbamos a tener solución para todo, que los presos iban a aparecer, nos sentíamos de grandes", dice Yoli. El miedo les calaba los huesos apenas llegaban a la plaza Sarmiento, y veían a los policías y militares. "Cuando pasábamos el puente Molino Blanco, para llegar a Villa Gobernador Gálvez, no te quiero decir la soledad absoluta que sentíamos. Esa noche teníamos miedo", apunta Yoli. Sus hijos quedaban diseminados en casas de amigos, por las dudas. Elisa se convirtió en un emblema de la lucha por los derechos humanos, en una Madre de la Plaza de Mayo.

La libertad

El 26 de julio de 1980, El Chinche salió en libertad. No fue sencillo. Eran 158 los presos políticos que iban a ser liberados. Al Chinche le dieron los documentos pero no lo dejaron irse. Le pidió a un compañero que avisara que le habían hecho una cama, que había firmado su libertad y volvían a detenerlo. Ahora lo acusaban de desertor. La única razón por la que no hizo el servicio militar fue que estaba preso.

Yoli recuerda "la angustia cuando no lo pusieron en libertad en Buenos Aires". La historia se repetía. "Nos enloquecíamos, no sabíamos qué pensar. Lo asociábamos con Oscar", expresa.

El 25 de julio, Familiares hizo una concentración para pedir por su libertad. Al día siguiente, un sábado, lo liberaron en Buenos Aires. En el ómnibus que lo trajo hacia Rosario, hubo un operativo del Ejército. Volvió a temer por su vida, pero finalmente, a las 18, estuvo en El Reloj de Villa Gobernador Gálvez. Fue conmovedor volver a su barrio y encontrarse con el afecto de los vecinos. Comenzó a militar en Familiares, también. Chinche puso su propia impronta, se metió en una disputa por las reivindicaciones que levantaban. Hicieron marchas en 1982, y fueron con una bandera a Buenos Aires, para la visita del papa Juan Pablo II por la guerra de Malvinas. La policía no les dejó desplegar la bandera, se la rompió a pedacitos.

Con la democracia, se reactivó la ilusión. Los Medina venían de una familia radical. "Hasta la asunción de (Raúl) Alfonsín, teníamos esperanza de encontrar con vida a Oscar", confiesa Yoli. Nunca ocurrió. El juicio a las juntas, el punto final y la obediencia debida, el indulto, horadaron la confianza en la justicia. Pero Elisa -que siguió militando siempre en Familiares nunca bajó los brazos. Tampoco se metía en las disputas que el propio Héctor motorizaba. Ella decía que todos se habían unido contra "las botas" y así debía ser. En marzo de 2008, el llamado conflicto del campo angustió a Elisa, que agradecía al gobierno de Néstor Kirchner el impulso a los juicios por delitos de lesa humanidad. Elisa era presidenta honoraria de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas. El 1º de mayo de 2009, Elisa Medina murió. No llegó a ver ni siquiera el comienzo de la causa Guerrieri, donde se juzgó por primera vez a represores de la zona. El 22 de octubre del año pasado, le hicieron un homenaje póstumo en el Concejo Municipal.

martes, 9 de noviembre de 2010

Un testigo que reclama respuestas

Testimonio del Gringo Aloisio
Voz y cara de Chomicky

Por José Maggi

El "Gringo" José Aloisio (en la foto) marcó ayer en su testimonio dos hechos que provocaron tensión en el recinto donde se juzga a la patota de Feced y el general Díaz Bessone: primero cuando aseguró haber escuchado la voz de Ricardo Chomicky y la prófuga "Polaca" Folch, -quienes se transformaron en colaboradores de los represores , "en la segunda quincena de setiembre de 1976", lo que contrasta con el relato del "Caddy", que aseguró haber sido detenido el 1 de diciembre de ese año. ¿Qué hacía Chomicky en el Servicio de Informaciones tanto tiempo antes de haber sido oficialmente detenido? Esta es la pregunta que quedó flotando en la sala de audiencias. En rigor por la mañana Oscar Bustos había asegurado que Chomicky había participado de su detención ocurrida también en setiembre del 76.  El segundo momento de tensión ocurrió cuando el Gringo se dio vuelta y mirando a la cara al "Caddy" le pidió que revelara "dónde estaba Daniel Farías", un compañero de militancia. La cara de Chomicky se desfiguró y empezó a moverse en su asiento. Solo se calmó cuando la presidenta del Tribunal Oral Federal Nº1 Beatriz Baravani, le pidió a Aloisio que se dirigiera hacia el pleno del Tribunal. "Es que esta posición, de espaldas a los imputados, me remite a la forma en que nos interrogaban, sin poder verlos a la cara", recordó el Gringo.

Lo cierto es que con su testimonio, Aloisio derribó uno de los argumentos de la defensa, que intentaba hacer valer el reconocimiento negativo que había tenido lugar sobre las personas de Marcote y de Lofiego. Aloisio aclaró que esos fueron reconocimientos de personas, pero no de voces, que es algo que podría identificar un detenido, torturado, encerrado durante largo tiempo y con los ojos vendados.

Aloisio recordó que escuchó la voz de Folch y Chomicky "entre el 20 y el 22 de setiembre" antes de que lo subieran "a la favela". "Las voces que escuché se movían junto al Gordo Brunato", alías Tu Sam a quien reconoció el día que allanan la casa de su padre para detenerlo, porque iban a la misma escuela.

El Gringo remarcó que "hay contradicciones en las declaraciones de Folch y Chomicky ya que ella en su momento aseguró que la habían detenido el 27 de noviembre, y a él el 1 de diciembre, pero ambos dijeron que los habían detenidos juntos, y que soportaron semanas enteras de torturas. Pero si esto fuera cierto por qué lo detuvieron a Juan Carlos Ramos, en los primeros días de diciembre, el día después que el Caddy durmiera en su casa. Se ve que aguantaron poco la tortura", deslizó con ironía Aloisio dejando trascender lo que muchos militantes sospechan.

Pero otro de los momentos tensos fue cuando el Gringo le preguntó al "Caddy" por Daniel Farías. "Lo pregunté porque era mi compañero del Nacional 2, detenido el 20 de febrero de 1977 en la misma época que Analía Minetti y Horacio Melelli. Y como la Polaca y Chomicky estuvieron colaborando en el Servicio, lo tendrían que haber visto. Lo único que le pedí era que diga lo que pasó".

En cuanto a su declaración Aloisio recordó que fue secuestrado el 14 de setiembre de 1976 en la casa de sus padres en calle La República al 2400 cuando un grupo de entre nueve y diez personas rodearon la vivienda: "En la puerta lo pude ver a Tu Sam. Me golpearon y subieron a un Torino, con el que fuimos hasta una intersección de la avenida Alberdi, donde escuché gritos de una mujer que después supe era la flaca Beletti. Después me enteré que en el mismo periplo lo habían detenido a José Luis "Pepe" Berra".

"El siguiente destino fue el Servicio de Informaciones -agregó- donde sufrí las torturas similares a las relatadas por otros compañeros, luego me trasladaron a la cárcel de Coronda y finalmente a las cárceles de Caseros y La Plata".

Después Aloisio tuvo tiempo de detenerse en un rasgo característico de las últimas declaraciones de víctimas: la actitud que como defensora federal oficial tuvo con ellos la actual camarista federal Laura Inés Cosidoy. Aloisio confesó que nunca la había visto durante su encierro, ni después durante el período de libertad vigilada "cuando tenían que venir a firmar a este mismos edificio, en una oficina del subsuelo ingresando por calle Alvear". Y agregó: "Cuando murió mi padre, estaba detenido en La Plata, y ella no hizo nada para que yo pueda estar en su velatorio".

Un capítulo aparte merece la repetida actitud de los defensores: cotejar las testimoniales de la década del '80 con las actuales para buscar contradicciones en los relatos. Ayer el tribunal debió zanjar esta diputa entre los querellantes y el fiscal Stara y Germán Artola, abogado de la defensa de los imputados Marcote, Vergara y Scortechini, quien solicitó al tribunal se cotejen los dichos de Aloisio quien señaló en su declaración anterior a varios represores, a los que había sumado ahora otros nombre, el defensor intentó hablar de "contradicción". Las querellas adhirieron a la oposición del fiscal y la abogada Gabriela Durruty agregó: "La cercanía del juicio oral hace que los testigos recuerden más cosas