Marcha por Silvia Suppo ¡Esclarecimiento y Justicia!

miércoles, 28 de octubre de 2009

"¿Dónde están los que tenían acá?"


Patricia Isasa increpó a otro de los testigos que participaron en el reconocimiento de la Guardia de Infantería Reforzada: el ex chofer del Area 212, Eduardo José Córdoba, que estuvo a las órdenes de los dos jefes de la Oficina de Coordinación, Jorge Alberto Villalba y Juan Calixto Perizzotti. Córdoba intentó saludarla, pero Isasa lo frenó. "Qué me venís a saludar si sos un cómplice", le dijo.

Después, cuando Córdoba esperaba en una oficina de la GIR al lado de la que alguna vez fue el despacho de Perizzotti con las ventajas abiertas y detrás de las rejas, Isasa volvió a cruzarlo desde la vereda. "¿Donde está esta gente que tenían acá en el '79 cuando me secuestraron a mi? Por favor. ¡Vos lo sabés! ¿Dónde están las Casitas? ¿Quién sacaban los cuerpos de los que se le quedaban en la tortura? ¡Vos sabés todas esas cosas y muchas más! le reprochó Patricia..

No, está equivocada le contestó Córdoba.

No tenés cara... ¿Sabés qué es lo peor? Que a esta altura de la vida lo único digno que podés hacer es hacerte cargo y llevar tranquilidad a un montón de familias.

Después, Isasa dijo que interpretó el saludo de Córdoba como una "vergüenza y una canallada". Y recordó que el 2 de julio de 1979, cuando secuestraron a su amiga Viviana Cazoll, en una casa San Martín y Buenos Aires, el chofer que manejaba el auto era Córdoba y ella la reconoció. La madre de Viviana lo corrió en otro auto y llegó hasta la Guardia de Infantería. Y lo increpó a Córdoba. Y le dijo: 'Tomá, dale un saco a Viviana'. Los otros detenidos fuimos José Luis Toledo, Raúl Bisso y yo. Pero había unas 20 personas más", afirmó.

Regreso al infierno


Una prueba judicial sobre el horror

Por el centro clandestino de detención pasaron cientos de detenidos durante la dictadura. Una de las imputadas, María Eva Aebi, entregaba a las presas para los interrogatorios.

Por Juan Carlos Tizziani

El Tribunal Oral que juzga a los represores santafesino inspeccionó ayer la Guardia de Infantería Reforzada (GIR), un centro clandestino de detención por donde pasaron cientos de víctimas de la dictadura. Diez querellantes y testigos pudieron reconocer 30 años después y frente a los jueces el lugar de su martirio: la Coordinación del Area 212 que dependía del comandante militar, coronel Juan Orlando Rolón, pero que estuvo a cargo de dos comisarios: Julio Alberto Villalba ya fallecido y desde mediados de 1977, Juan Calixto Perizzotti, imputado en el juicio junto a su ex secretaria María Eva Aebi. Perizzotti participó en el reconocimiento judicial con otro testigo que fue citado a declarar la semana pasada: un ex chofer del Area 212, Eduardo José Córdoba, que sirvió a las órdenes de Villalba y Perizzotti hasta 1979, pero que se atajó en su desmemoria. Una ex presa política recordó que diez mujeres convivieron catorce meses en una celda a la que llamaban "El colectivo" porque no era otra cosa que un pasillo sin baño y sin sol, así como los malos tratos, las torturas psíquicas y los interrogatorios nocturnos, cuando Aebi venía a buscarlas, las encapuchaba y las entregaba a los torturadores. "Lo más tenebroso era que el grupo de tareas operaba acá con total libertad", dijo Stella Vallejos.

La inspección se hizo por etapas. El primero fue el abogado Jorge Pedraza, detenido el 6 de noviembre de 1975, que ayer reconoció el lugar donde estuvo encapuchado y maniatado en un camastro de torturas. Fueron varias horas en las que pudo escuchar las comunicaciones del Comando Radioeléctrico que también operaba en la GIR. Ayer, logró identificar ese espacio y reconocerlo. Después, siguió Patricia Isasa, detenida dos veces en el Area 212: a mediados de 1976 cuando apenas tenía 16 años y tres años después, en julio de 1979, junto a otros militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (ver aparte). Isasa convivió con otras menores de edad, entre ellas María de los Milagros Almirón, que tenía 14 y cumplió sus quince en la GIR, el lugar al que también volvió ayer. Más tarde, siguieron tres sobrevivientes de "El colectivo": Anatilde Bugna, Stella Vallejos y Ana María Cámara, luego Susana Molinas y por último, Roberto Cepeda, Mariano Millán Medina, José Schullman.

"Las condiciones en las que estábamos eran terribles", recordó Vallejos. "Vivíamos en un pasillo ancho donde apenas entraban las cuchetas y en la punta había una mesa donde comíamos. No teníamos baño. Había un baño muy chiquito que compartíamos con presas políticas de otras piezas más grandes. Ayer, Stella y sus compañeras volvieron al "Colectivo" que ahora le pareció más estrecho y miserable. Ya no era la ironía para soportar el terror.

"Lo más tenebroso de este lugar era el grupo de tareas que ingresaba con total libertad", precisó Vallejos. "Sufríamos interrogatorios durante la noche, algunas íbamos encapuchadas y otras con los ojos vendados y casi siempre nos llevaba María Eva Aebi o el comisario Perizzotti. En algunos momentos, nos ponían música fuerte para hacer más tétrica la vivencia. Acá también tuvimos el interrogatorio con el doctor (Víctor) Brusa que nos maltrató".

Una de las que más sufrió los interrogatorios nocturnos fue Silvia Abdolatif, que no participó en la inspección, pero que en el juicio dijo que la sacaron por lo menos diez veces en un mes. Siempre la buscaba Aebi. La encapuchaba y la dejaba contra una pared, donde venían a buscarla dos represores que amenazaban con sacarla del Area 212 y ejecutarla. "Cuando sacaban a una de nosotras, se creaba un clima de terror, nadie dormía y ese temor se contagiaba", relató Stella Vallejos.

¿Quién las entregaba al grupo de tareas?

Casi siempre lo hacía María Eva Aebi. Era el nexo entre las detenidas políticas con la patota. En este lugar, la patota operaba con total libertad contestó Stella.

Anatilde Bugna dijo que los interrogatorios se sucedieron hasta el día que salió en libertad. El método del terror se repetía: la noche, la capucha o la venda en los ojos y las esposas. "Yo siempre estuve vendada y esposada. Cuando nos interrogó Brusa llegué esposada hasta la puerta", dijo.

En su declaración ante el Tribunal, Bugna dijo haber visto en distintos momentos, pero en el mismo lugar: la oficina de Perizzotti, a dos represores: el teniente coronel Manuel Morales, preso en la megacausa que investiga crímenes de lesa humanidad al que pudo reconocer por una foto que publicó Rosario/12 y el coronel Jorge Fariña, imputado en el juicio por la quinta de Funes. "Al capitán Morales lo identifiqué ahora por la foto del diario. La última vez que salí al patio, me llevaron hasta la oficina de Perizzotti, donde estaba María Eva Aebi y tres hombres más. Uno estaba sentado y estoy practicamente segura que era el capitán Morales. Lo que dije en el juicio, el grupo de tareas que me secuestra no es el mismo que más adelante me interroga en la GIR. De todas maneras, sabían el libreto porque el discurso era el mismo. Y al oficial Fariña estuvo trabajando en la oficina de Perizzotti, no todo el año de mi detención, pero sí un tiempo prolongado. Y le decían oficial Fariña", concluyó Bugna.

martes, 27 de octubre de 2009

Sobre víctimas y testigos

Dos sobrevivientes supieron por dichos de un carcelero de Córdoba que todos los cautivos de la Quinta de Funes habían sido fusilados.
Por Sonia Tessa

Eduardo José Toniolli fue secuestrado el 9 de febrero de 1977 en Córdoba, y estuvo cautivo entre uno y dos meses en La Perla, donde otros prisioneros lo vieron, escucharon los tormentos que sufrió y conversaron con él. El juicio oral a represores de Rosario continuó ayer con las declaraciones de Teresa Meschiatti y Héctor Kunzmann, dos testigos que compartieron cautiverio en Córdoba con Toniolli, uno de los prisioneros de la Quinta de Funes que continúa desaparecido. Los dos sobrevivientes supieron por dichos de Vega, carcelero del centro clandestino de detención de Córdoba que todos los cautivos de la Quinta de Funes habían sido fusilados.

Kunzmann conocía de antes de caer al "cabezón", como le decían a Toniolli. Secuestrado en diciembre de 1976, en febrero del año siguiente vio llegar a su compañero a La Perla y, como al principio los prisioneros permanecían aislados, recién varios días después tuvo contacto con él. Pero antes de verlo, escuchó los gritos de dolor de Toniolli durante la terrible golpiza a garrotazos que recibió por muchas horas, un tiempo tan largo que estima alcanzó un día. "Se conoce como la peor garroteadura que sufrió una persona durante los dos años que estuvimos ahí", relató el sobreviviente. Los torturadores fueron el militar H.D. Diaz y el civil Chuy López. El primero está condenado y el segundo es juzgado en Córdoba.

Unos días después de esa golpiza, Toniolli fue llevado con el resto de los prisioneros. "Por los relatos posteriores de él supimos que durante todas las horas que estuvieron pegándole, no le permitieron apoyarse en la pared o en el piso. Yo no sé cómo pudo sobrevivir. Creo que fue porque Eduardo era joven, de una contextura muy fuerte. Tenía uno o dos agujeros en la cabeza y estaba todo morado", señaló Kunzmann.

La primera testigo del día fue Meschiatti, que estuvo secuestrada desde el 25 de septiembre de 1976 hasta el 28 de diciembre de 1978 en La Perla. Allí conoció a Toniolli. Recordó que el militante era "alto, delgado, siempre se ponía las manos en los bolsillos, era muy alegre". Meschiatti compartió casi dos meses de privación ilegal de la libertad en la cuadra, un espacio de 10 metros por 50, donde estaban alojados todos los prisioneros.

En abril, Toniolli fue trasladado a Rosario. Pero en septiembre volvió por pocos días al centro clandestino de detención de Córdoba. Meschiatti determinó con precisión que fue el 24 de septiembre de 1977. Recordó el día porque fue la víspera del primer aniversario de su secuestro. En esa oportunidad llegó con una chica, que después se pudo establecer era "Lucy", Stella Hillbrand de Del Rosso. Toniolli estuvo con ellos en la cuadra, y les contó sobre el lugar en el que estaba en Rosario.

Entonces, Toniolli contó a sus antiguos compañeros de cautiverio que se encontraba en una casa quinta con mucho terreno en las afueras de Rosario, donde podían jugar al fútbol y al tenis. También les dijo que el general Leopoldo Galtieri había ido varias veces a fiscalizar el lugar. Les comentó que alguien de su familia había podido verlo en un auto, rodeado de militares, y eso le daba expectativas de ser legalizado.

Por el contrario, en los primeros meses de 1978, los cautivos de La Perla supieron que todos los cautivos de la Quinta de Funes habían sido fusilados, tras la operación México como represalia por la fuga de Tucho Valenzuela. "Supimos también que el responsable de La Perla, el capitán Acosta, había pedido a Toniolli, porque había sido secuestrado en su jurisdicción, pero el Ejército rosarino se lo negó", indicó la testigo. Cuando la querellante por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, Ana María Figueroa, le repreguntó sobre el acceso a este dato, Meschiatti recordó que se interesaban por el destino de Toniolli. "Queríamos saber qué había pasado con él porque era macanudo", indicó.

En esos días de septiembre, Kunzmann, que es entrerriano, habló a solas con Toniolli, dada la amistad que los unía. Le preguntó especialmente por dos diamantinos que habían militado con él en Paraná, antes del golpe. Así supo que Oscar Capella y Miguel Angel Tosetti estaban en el mismo lugar de cautiverio, junto a sus compañeras. El militante rosarino también le mencionó a un bebé, aunque el sobreviviente no recordó de quién era hijo. Toniolli también contó que había otras parejas en su lugar de cautiverio.

Además de los dos valiosos testimonios, la jornada estuvo marcada por una controversia entre la fiscal Mabel Colalongo y el presidente del Tribunal, respecto del tenor de las preguntas del defensor de Juan Daniel Amelong, Héctor Galarza Azzoni .

Inspeccionaron dos propiedades

El Tribunal Oral Federal que juzga a los represores santafesinos inspeccionó ayer dos propiedades a la vera de la ruta 19, en la búsqueda de centros clandestinos de detención. Primero, una quinta que pertenece a parientes lejanos del ex juez federal de la dictadura, Fernando Mántaras y luego lo que queda del viejo casco de la estancia "La Matilde". Pero sólo uno de los testigos que participaron del acto, el abogado Jorge Pedraza dijo que la ubicación de "La Matilde" podía ser "compatible" con el lugar donde fue torturado en 1975. Los demás testigos no reconocieron ninguna de las dos casas, lo que se entiende porque fueron secuestrados en marzo de 1977. "Esto significa que 'La casita' como las víctimas llamaban al centro clandestino no era una sola sino varias y operaron en distintas etapas de la dictadura", señaló el abogado querellante Horacio Coutaz.

La inspección de las casas había sido ofrecida incluso por la defensa de los imputados. Pero el hecho de que la mayoría de los testigos no las haya reconocido no pesa en el juicio, interpretó Coutaz. "La búsqueda de los centros clandestinos tiene valor para la superación de la verdad histórica, pero como prueba del juicio, encontrarlos o no encontrarlos, no tiene mayor valor jurídico y probatorio porque la privación ilegal de la libertad y los tormentos tienen la misma estructura típica del delito se hagan en 'La Casita' o en el medio de una calle", explicó.

Pedraza participó en la inspección de "La Matilde" y dejó constancia en el acta que "la ubicación del inmueble resulta compatible con el lugar donde yo sufrí tormentos la madrugada que va del 12 al 13 de noviembre de 1975, cuando me traen tabicado, encapuchado, en el piso del asiento de atrás de un Renault 6 blanco, junto con la docente María Cristina Boidi", dijo a Rosario/12.

"Estos datos los saco por la distancia que existe desde el cruce ferroviario de la ruta 19 hasta el viejo casco de estancia, donde hoy funciona un club nocturno. "Yo viví diez años en Santo Tomé, del '60 al' 70, entonces de alguna manera (cuando lo traían secuestrado a bordo del Renaul) trataba de concentrarme en la ruta que seguía el auto", explicó Pedraza.


lunes, 26 de octubre de 2009

La voz del ex oficial Perizzotti


Por Juan Carlos Tizziani

La pregunta rompió el silencio de la sala del juicio a los represores santafesinos. El abogado defensor quería saber si en estos 30 años en alguna declaración anterior ya habían apuntado a su cliente como el responsable del traslado de diez ex militantes de la Juventud Universitaria Peronista (JUP), desde un centro clandestino conocido como "La Casita" hasta la cárcel militar que operó en la Guardia de Infantería Reforzada. Y la respuesta fue precisa: "Sí, esa persona era el comisario (Juan Calixto) Perizzotti", contestó Silvia Abdolatif. Cuatro de esas diez mujeres ya dijeron ante los jueces del Tribunal Oral Federal que escucharon la voz de Perizzotti en el chupadero.

Silvia tenía 20 años cuando fue secuestrada el 23 de marzo de 1977. Tenía un bebé de 9 meses. El grupo de tareas rodeó y asaltó su casa. Ella resistió desprenderse de su pequeño. Pero uno de los represores sacó un arma y apuntó en la cabeza del bebé: "Te callás y venís con nosotros o ya sabés lo que va a pasar", la amenazó.

En la puerta esperaba un Peugeot 504 blanco. La empujaron en el asiento de atrás, y el vehículo avanzó hacia el sur por la avenida López y Planes. Uno de los que iba al lado, le dijo: "Turquita, a mi me dicen Turco como a vos". El mismo apodo y la misma referencia la volvió a escuchar después en el centro clandestino. "Turco" o "Lolo" era los nombres de guerra que usaba el sargento primero del Ejército retirado, Eleodoro Jorge Hauque, ya fallecido.

Abdolatif cree que el Peugeot la llevó hasta el parque Garay, donde esperaba un camión con cabina metálica cerrada. "Estoy casi segura que estaba estacionado atrás del parque porque ese es mi barrio desde los 8 años". La subieron al vehículo y esperaron que llegaran otros vehículos que traían las otras mujeres. Todas encapuchadas y con las manos atadas a la espalda.

Ya en el centro clandestino, paralizada por el terror, uno de los represores le susurrió al oído. "Quedate tranquila. Si te hacen daño pedí por mi. Yo acá soy El Rey", le dijo. Con el tiempo se daría cuenta de la perversión de los interrogatorios y los roles de buenos y malos que asumían los torturadores. Unos meses después, en la GIR, Anatilde Bugna -otra de las víctimas que declaró en el juicio- le dijo que "El Rey" era Eduardo Ramos porque había sido su compañero de la escuela primaria.

Después de las sesiones de torturas en "La Casita", donde la obligaron una declaración, una noche la sobresaltaron los preparativos y las voces fuertes. Uno de ellos la amenaza: "Turquita, acá tenés tus documentos le dice , así van a saber quién sos cuando te matemos". Escucha que otra persona se acerca y pregunta: "¿Estas son? ¿Las llevo?". La voz del hombre le quedó grabada en la memoria y lo pudo identificar cuando la destabicaron en la GIR. "Era Perizzotti", dijo.

La sacaron del centro clandestino en un auto y en el camino la bajaron para subirla a un camión. En el trasbordo, la detienen y la hacen arrodillar. "Ahora, empezá a rezar". Ella empezó que la mataban. Y ahí escucho la voz de mujer que se acerca y le dijo: "Vení, Flaquita, vení por acá". "Esa era Aebi", a quien identificó igual que a Perizzotti en la Guardia de Infantería. El tercero rostro que vio fue el del sargento primero Manuel) Ríos.

¿Reconoce los apodos que escuchó en La Casita? le preguntó una abogado querellante.

Sí, el primero que se me acercó: "El Rey", a otro que le decían "El Turco", y el que me tomó declaración "El Tío", el ex suboficial del Ejército, Nicolás Correa.

Los años pasan, la justicia llega


Alicia Gutiérrez y Cecilia Nazabal investigaron lo ocurrido en el centro clandestino de detención de la Quinta de Funes, y batallaron incansablemente ante la Justicia. Ayer, la diputada y la hermana de Cecilia brindaron sus testimonios.

Por Sonia Tessa

"Esperé 32 años para esto", dijo Eulalia Nazabal, la primera testigo que se sentó ayer frente al Tribunal Federal Oral número 2, presidido esta semana por Jorge Venegas Echagüe. La hermana de Cecilia -esposa de Fernando Dante Dussex, uno de los prisioneros de la Quinta de Funes que continúa desaparecido- relató con detalles las circunstancias que rodearon al secuestro de su cuñado, así como las siete cartas, varias comunicaciones telefónicas y tres encuentros que se produjeron mientras Dussex estaba secuestrado. "Lo vi por última vez en estado de libertad el 8 de agosto de 1977", dijo. También declaró ayer la diputada provincial Alicia Gutiérrez, compañera del también prisionero en la Quinta de Funes y aún desaparecido Eduardo Toniolli. Gutiérrez y Cecilia Nazabal investigaron lo ocurrido en ese centro clandestino de detención, y batallaron incansablemente ante la Justicia. Cecilia no pudo declarar, al menos por ahora, porque está internada en terapia intensiva. "Una pieza fundamental de esta causa, mi compañera y amiga, está luchando por su vida. Estas son las secuelas de la impunidad", dijo Gutiérrez con la voz quebrada.

La legisladora del Frente Progresista puntualizó los nombres de los 16 prisioneros de la Quinta de Funes, que pudieron confirmar gracias a un trabajo conjunto con Nazabal. Mencionó a Toniolli, Dussex, Ignacio Laluf, Marta Benassi, Marta María Forestello y Miguel Angel Tossetti como los primeros que el único sobreviviente de ese centro, Jaime Dri, reconoció en fotos. Relató que le enviaron muchas más imágenes a Dri a Panamá, y que él pudo determinar con seguridad quiénes pasaron por allí. Después de una primera tanda de fotografías, y como faltaban algunos nombres, convocaron a una reunión en Santa Fe a familiares de otros desaparecidos, y así pudieron reconstruir lo que denominó como un "rompecabezas". Supieron que en la Quinta habían estado también Teresa Soria, Ana María Gurmendi y Oscar Capella, Liliana Nahz de Bruzzone, María Adela Reina Lloveras y Jorge Novillo. Sólo les faltó conseguir una foto de Fernando Agüero, alias Pipa, a quien ninguna de las dos conocía. Después también mencionó que estuvieron Raquel Negro, Tucho Valenzuela y Héctor Retamar.

Toniolli. Gutiérrez destinó la primera parte de su declaración a relatar quién era su compañero Eduardo Toniolli. "El pospuso sus deseos personales por un proyecto político de país", afirmó. Explicó que en agosto de 1976 fueron trasladados a Córdoba, donde la represión ilegal había diezmado a la organización política en la que militaban. El 9 de febrero de 1977, su compañero fue secuestrado en una cita a la que ella debía concurrir pero a la que no fue porque estaba muy descompuesta, con un embarazo de ocho meses. Toniolli fue llevado a La Perla, el centro clandestino de detención de Córdoba, donde hay testigos del martirio que sufrió. Según los compañeros de cautiverio en Córdoba, el joven -de sólo 21 años- fue trasladado en más de una oportunidad a Santa Fe. La última vez que lo vieron en La Perla fue el 24 de septiembre de 1977. Mañana declararán en el juicio María Teresa Meschiatti y Héctor Kunzman, dos sobrevivientes de ese campo de concentración que estuvieron con Toniolli.

En la Perla, Toniolli mencionó un lugar de Santa Fe en el que había entre 90 y 120 detenidos, y donde se podía jugar al fútbol. Por las fechas, Gutiérrez estima que ese centro clandestino era, en realidad, La Calamita, y que su compañero estuvo allí antes de ser llevado a la Quinta de Funes, que funcionó entre septiembre de 1977 y enero de 1978.

Con enorme emoción, Gutiérrez contó las incansables gestiones que realizaron los padres de Toniolli, Fidel (ya fallecido) y Matilde, que ayer estaba sentada en la primera fila del público, con su pañuelo blanco. Además de presentar numerosos hábeas corpus, entrevistarse con autoridades militares y eclesiásticas y concurrir a todos los lugares donde pudiera haber detenidos, los Toniolli recurrieron al teniente coronel Braulio Olea, que era primo de Fidel. Jamás obtuvieron respuestas sobre la situación de Eduardo. Gutiérrez estuvo escondida en distintos lugares del país hasta febrero de 1981, cuando logró salir para refugiarse primero en Brasil y luego en Francia.

Antes de terminar, Gutiérrez expresó: "Estos 32 años mi familia esperó que se hiciera justicia y verle la cara a los asesinos de Eduardo. Muchos de ellos murieron, como Galtieri, Juvenal Pozzi y Jáuregui. Otros nos cruzaban a diario, y a pesar de sus burlas, nunca se nos ocurrió hacer justicia por mano propia".

Dussex. El primer relato fue el de Eulalia Nazabal, quien detalló lo ocurrido el 8 de agosto de 1977, cuando desayunaron con su hermana Cecilia, Fernando Dussex y el bebé de 45 días, en el departamento de calle Pellegrini en el que ella vivía. Esa misma noche, ante la evidencia de que "algo grave" había pasado con su compañero, Cecilia decidió esconderse y luego viajó a Buenos Aires. Desde entonces, hasta el 10 de marzo de 1978, Eulalia recibió distintas comunicaciones de Fernando. La primera carta decía: "Creerás que estoy muerto. Me salvé por un pelo a pesar de haber tomado la pastilla. No te imaginás quién está conmigo". Menciona a Luci, Marga, Ignacio (Jorge Novillo) y el cabezón Angel. También hubo llamadas telefónicas al sanatorio Palace, donde Eulalia trabajaba. Esas charlas aparentaban ser "triviales y banales", pero le permitían a Dussex saber si la familia estaba bien.

El 19 de diciembre, Dussex citó a Eulalia en el sanatorio de Niños. El le aclaró que ese encuentro no estaba autorizado. Estaba tostado, y no le dio detalles de donde estaba, pero aseguró que se encontraba bien. Estaba esperanzado en salir. "Por seguridad no puedo decirte más nada", le indicó. El siguiente encuentro fue en Mitre y Córdoba, el 30 de diciembre de 1977, adonde Eulalia concurrió con su sobrino de meses, para que el padre pudiera verlo. "Había algunas cosas que daban a entender que era el Ejército el responsable de su secuestro", rememoró ayer Eulalia. En uno de los encuentros, ella le mencionó a su cuñado que los padres de él se comunicaba con Teté (Nicolás Correa), un familiar de la SIDE de Santa Fe, quien negaba saber algo de él. "Que no sea hijo de puta porque a mí me ve", le contestó el prisionero. También Dussex pudo encontrarse con su compañera, Cecilia, el 7 de febrero de 1978, en una reunión que su hermana calificó como "tensa". La última vez que Eulalia vio a Dussex fue el 10 de marzo de 1978, en su propia casa. "Tuve la intuición de que no lo iba a ver más", dijo la testigo sobre ese momento. Y así fue.

domingo, 25 de octubre de 2009

La nieta recuperada, Sabrina, tras su testimonio


"Es la manera de ir cerrando cosas"

Sabrina es hija de Raquel Negro y Tulio Valenzuela, que estuvieron secuestrados en la Quinta de Funes y están
desaparecidos. Esta semana testimonió en Tribunales.

Por José Maggi

Elige presentarse como Sabrina Gullino Valenzuela Negro, aunque pudo completar su verdadera identidad sumando sus dos últimos apellidos hace menos de un año. Es la nieta recuperada por Abuelas Nº 96. Tiene 31 años y confiesa que fue "un momento impresionante" la jornada del último martes cuando contó su historia ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 convocada por la fiscal Mabel Colalongo, en el marco de la causa Guerrieri Amelong. En la sala de audiencias sentados a su espalda, estaban los hombres que habían marcado su destino a fuego: Pascual Guerrieri, como jefe máximo y responsable del operativo represivo en la región, secundado por Jorge Fariña; Juan Daniel Amelong y Walter Pagano quienes la dejaron abandonada en marzo del 78 en la puerta del Hogar del Huérfano de Laprida y Riobamba, y Eduardo "Tucu" Costanzo cuyo testimonio permitió encontrarla. "Vivimos todo muy aceleradamente y si bien con mi hermano Sebastián teniamos un poco de conciencia de lo que estaba pasando, fue muy emocionante sobre todo por haber podido participar de un punto muy importante en la historia, como fue el de poder haber visto los ojos a los imputados que son los responsables de la desaparición de 19 compañeros que fueron secuestrados en la Quinta de Funes, y que han causado tanto daño a mi familia biológica. Haberle visto a los ojos a esa gente y haber participado fue muy importante. Y esto es gracias a la lucha de estos treinta años de los organismos de derechos humanos que se comprometieron, y que creyeron que valía la pena transformar la sociedad como habían querido nuestros padres y continuar esa lucha. Tuve la fortuna de haber podido estar ahí, frente a ellos, y pese a que es algo traumático, para mí fue impresionante. Estuve con mi tío Héctor Valenzuela, y coincidimos que fue muy emocionante haber podido participar más alla de los dramático, haber participado es empezar a cerrar cosas que se habían abierto en nuestras familias. Por eso nos sentimos muy conformes y me siento en lo personal muy agradecida a todos los chicos de Hijos, de Familiares, de APDH, asi como de todos los compañeros que participan del Espacio Juicio y Castigo, ya que gracias a ellos tuve el privilegio de sentarme y poderlos ver y de alguna manera hacerlos responsables no solo de lo que se los acusa en este juicio , sino también de la desaparición de mi hermano mellizo que para nosotros mientras no se sepa nada de su suerte sigue estando desaparecido.

¿Quiénes eran tus padres?

Eran Raquel Negro y Tulio Valenzuela. De ellos sé hace muy poco tiempo, hace menos de un año y a través de las voces de personas que los han conocido. Fueron personas grandiosas, y obviamente tengo mis enojos, no sería sincero no tenerlos, pero fueron personas con mucho compromiso, con una coherencia fuerte en sus pensamientos, sus actos y sus ideas. Me siento muy orgullosa de recuperar esa parte de esa historia, y de poder hacerlo en tan poco tiempo, en solo diez meses. Tuve solo ese tiempo para poder asimilarlo todo, y en parte se lo debo a mi familia adoptiva, que son los Gullino. Me siento muy orgullosa de Tucho y de Raquel, y me siento una persona muy afortunada de tener a mi hermano Sebastian, a quien adoro . El martes bajo su mirada me sentí protegida en el tribunal, mientras declaraba.

¿Cómo comenzó esta nueva etapa de tu vida cuando comenzaste a saber quién eras en verdad?

Fue todo muy raro: tuve una infancia realmente muy copada, como toda mi vida en Ramallo, por lo cual a mis viejos, a los Gullino los adoro, y a mi hermano también. Las dudas empezaron cuando vine a la facultad , a Rosario, y me empiezo a enterar más de la historia argentina, y por ahí haber nacido en el "78 es como un punto que charlando con mi amigo Matias Ayastuy, a quien le preguntaba desde hacía tres años si podía ser hija de desaparecidos, y el me hizo un par de preguntas. Pero a mí desde chiquita me dijeron quienes eran los abogados de la adopción entonces no veía nada turbio. Por ahí las dudas venían por la cuestión de las fechas en la que había nacido. Hasta que el año pasado me propuse cumplir con este tema de verdad histórica y me hice el examen de ADN, y eso fue bastante loco, increíble, por como se encadenaron los hechos. La semana en que decidí hacerme el estudio, Matías me da los teléfonos de Iván Fina, el responsable de Abuelas en Rosario. El 21 de noviembre de 2008 lo llamo y asi empieza el tema. Fueron tres o cuatro días de locos, me volví a Ramallo ese fin de semana, y el domingo a la tardecita cuando estaba allá llegó un cabo de la Policía Federal de San Nicolás que traía un exhorto para Raúl Gullino y Susana Scola. Los dos debían declarar en el marco de la causa Juan Carlos Trimarco, en el Tribunal Federal de Paraná. Cuando pregunté me dieron que un delito era por tráfico de droga o secuestro de personas. Y, mirá la ironía, me negué a firmar esa orden. Después hablamos y les pregunté si me habían adoptado en forma legal, y me aseguraron que sí, entonces mi hermana puso "causa Trimarco" en internet y saltó que "Raquel Negro la mujer de Tulio Valenzuela había sido internada en Paraná donde había dado a luz a mellizos. Que la bebe había sido abandonada en un convento de Rosario, que en verdad había sido el Hogar de Huérfano", según las declaraciones del Tucu Costanzo que había dado en Enero de 2008. Gracias a esas declaraciones me encontraron.

¿Qué pasó después?

El día martes posterior, fuimos a verdad a la jueza Galizzi, que nos trató muy bien, tanto en lo humano como en lo judicial, porque fueron super expeditivos. Bastante distinto a lo que hace el tribunal federal en Rosario que les está dando un trato bastante distinto a las víctimas y sus familiares, con lo que dejan mucho que desear. Lo digo por el espacio pequeño de la sala, hasta la prohibición de llevar fotos de desaparecidos. Es bastante malo el trato de se nos da.

¿Cuándo viste fotos de tu madre?

Fue ese día en el tribunal, y fue muy fuerte porque todos me decian que era igual. Era curioso porque mi mamá (por Susana Scola) me decía: ¡Sos igual a tu mamá! (por Raquel Negro) Era muy impresionante.

¿Cuál es tu actividad profesional?

Tengo un estudio de comunicación y diseño con una compañera de trabajo y participo de la cooperativa de animadores de Rosario. Hago ilustraciones, dibujos y animaciones.

¿Se han colado algo de tu historia personal, de tu identidad en esos trabajos?

Sí, es verdad, mi tesis para recibirme en la Escuela de Animadores fue un sueño que tuve: fue mucho antes de saber quien era. Se llama "Negra idea" y antes que contarlo prefiero que lo busquen en internet. (Nota del redactor: Una mujer da a luz una niña de color que es rechazada por ser diferente. En un equívoco del azar queda transformada en un zapallo. Sin embargo, gracias al amor recobrará su humanidad, y su verdadera identidad) En este último tiempo también estoy soñando mucho, tengo el inconciente a full.

sábado, 24 de octubre de 2009

Firmado después del tormento

Luis Baffico entregó al Tribunal Federal la copia de una declaración que le arrancaron en el camastro de tormentos, el 13 de abril de 1977, y que dos años después el Ejército envió al Juzgado Federal para incriminar a otro detenido.

Por Juan Carlos Tizziani

Desde Santa Fe

Un sobreviviente de la dictadura que declaró esta semana en el juicio a los represores santafesinos aportó un documento que prueba su secuestro en un centro clandestino conocido como La Casita, donde padeció 20 días de suplicios, encapuchado. Luis Eduardo Baffico entregó al Tribunal Oral Federal la copia de una declaración que le arrancaron en el camastro de tormentos, el 13 de abril de 1977, y que dos años después, el 16 de noviembre de 1979, el Ejército envió al Juzgado Federal para incriminar a otro detenido en una causa. La nota de remisión la firmó el entonces segundo jefe del Destacamento de Inteligencia Militar 122, mayor Benjamín Ernesto Cristoforetti. "Tocá este papel y firmalo porque es tu pasaporte a la vida", recordó Baffico que le dijo uno de sus torturadores. Y él lo firmó. Ese represor era un tal "Nicola" que según Baffico operaba como "el jefe o el encargado" del chupadero. En 1984, otro testigo declaró ante la Conadep que "Nicola" era "un sargento mayor retirado, adscripto como personal civil (en el Destacamento de Inteligencia) que se encargaba de alquilar las casas operativas y tenía estrechas relaciones con los directivos de la Cervecería Santa Fe". Tres querellantes en el juicio, Anatilde Bugna, Patricia Traba y Ana María Cámara, lo mencionaron con otro apodo: "El Tío" y dijeron que era el suboficial mayor (R) del Ejército, Nicolás Correa, ya fallecido, que integró la plantilla de asesores del ex gobernador Jorge Obeid (1996 1999) y se jactaba de haber sido jefe de personal de la Cervecería Santa Fe durante el régimen militar.

Baffico fue secuestrado el 24 de marzo de 1977 al mediodía, frente a la estación del Ferrocarril Belgrano, en bulevar Gálvez. Lo rodeó un grupo de tareas que integraban "cuatro o cinco personas", dijo. Lo empujaron en la parte de atrás de un auto y le pisaron la cabeza contra el piso del vehículo. Recuerda poco del viaje, pero cree que fueron 15 o 20 minutos. "Es difícil precisarlo, me retorcían los dedos, me pegaban todo el tiempo", afirmó.

Llegaron a una casa de campo, donde lo desnudaron y estaquearon de los tobillos y las muñecas en un camastro. Ya lo habían encapuchado. "Me envolvieron el cuerpo con una cadena y me introdujeron la punta en el ano. Y comenzaron a picanearme con corriente eléctrica. Cuando la electricidad tocaba la cadena era como tener cuarenta o cincuenta picanas a la vez", dijo. "Creo que me desvanecí varias veces. Había uno que me ponía un estetoscopio en el pecho y siempre decía: "Dénle nomás". A ese supuesto profesional le debo haber escuchado muy pocas palabras, pero me quedó la idea que tenía una tonada cordobesa. Incluso, algunos días después volví a escuchar esa tonada porque le comentó a otro de ellos: "Qué bien que me hace esto a mi, cómo aprendo acá". Y pensé que podía ser un profesional de la medicina. No sé si era médico o uno de los torturadores", dijo.

En el camatro de torturas, Baffico dijo que estuvo entre tres y cinco días atado con la cadena. "Perdí la noción del tiempo. Lo que sí recuerdo es cuando me desatan, no podía mover los brazos, me habían quedado atrás. Y fue "Nicola" el me trajo los brazos para adelante y me dio un trago de agua". Según Baffico, ""Nicola" era el jefe o el encargado" del centro clandestino y también pudo reconocer a otro de los interrogadores, al que "le decían "Pollo". Eso son los dos nombres que tengo certeza de haber escuchado", precisó. Bugna, Traba y Cámara ya reconocieron al "Pollo" como uno de los imputados en el juicio: el comisario Héctor Colombini, un ex oficial del Departamento Informaciones (D2) que durante la dictadura operó como enlace con el Destacamento de Inteligencia Militar 122, según admitió su propio jefe, el coronel Domingo Manuel Marcellini. Colombini "era el contacto que teníamos en la Policía para obtener información", dijo Marcellini.

Baffico mencionó también un tercer nombre de "una persona que conocía de afuera" y que, a pesar de que habló poco, pudo reconocer por la voz "porque había sido compañero de militancia. Le deciamos "Gregorio" y su apellido, Quiroga. Yo lo escuché hablar con monosílabos cerca de mí, como si confirmara o no lo que yo decía", agregó. "Durante estos 3 a 5 días que estoy estaqueado, me torturaron con picana y cadena.

Los genitales eran dónde más me aplicaban picana. Más tarde, ya estando en la comisaría 4ª, me observo que tenías cascaras de quemaduras en el glande y en el prepucio que hoy se conservan y en la pierna derecha me queda una quemadura, a pesar de que me habían envuelto las manos y los pies de donde estaba atado"

¿Otras personas fueron interrogadas en el mismo lugar?- le preguntaron

No, en ese recinto, no. Sí en otros lugares de la casa. Incluso, cuando me sacaron del lugar que era una especie de garage me pusieron en un pasillo con una cadena atada a un lavatorio y ahí siento que son interrogados con tormentos otros detenidos. Escuché los mismos gritos y el ruido de la picana. Eran voces femeninas y masculinas.

¿Escuchó alguna máquina de escribir?

Sí, sí -contestó Baffico. Y recordó el día que apareció "Nicola" y le dijo: "`Tocá este papel y firmalo porque es tu pasaporte a la vida'. Y firmé sin ver absolutamente nada, en esas condiciones podía firmar cualquier cosa".

A la mañana, Baffico había testimoniado en el Juzgado Federal en la megacausa que investiga crímenes de lesa humanidad y ahí se topó con la declaración que le habían arrancado en el centro clandestino. Tiene fecha del 13 de abril de 1977. Y dos años después, el 16 de noviembre de 1979, el segundo jefe del Destacamento de Inteligencia Militar 122, mayor Benjamín Cristoforetti la remitió al Juzgado Federal para incriminar a otro detenido. Fue recibida por el entonces secretario del Juzgado, Víctor Brusa, a las 12 (cargo 4311) y el juez federal Miguel Angel Quirrelli dispuso incorporarla a la causa "Rigalli, Sergio Orlando y otro s/infracción ley 20.840". Baffico reconoció su firma. "Esto prueba que yo estaba secuestrado, es la constancia de que no estaba reconocido", dijo. Y pidió al Tribunal que la incorpore como prueba en el juicio a Brusa y a sus compañeros de banquillo: Colombini, Juan Calixto Perizzotti, María Eva Aevi, Mario Facino y Eduardo Ramos.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Hijos : La recuperación de una identidad

Sabrina dijo en el juicio a los represores en Rosario que "las personas responsables de los hechos que aquí se investigan, también lo son por la desaparición" de su mellizo. También dio su testimonio otro hermano, Sebastián Alvarez.

Por Sonia Tessa

Sabrina Gullino es hija de Raquel Negro y Tulio Valenzuela, que estuvieron secuestrados en la Quinta de Funes y están desaparecidos. Adoptada de buena fe y de manera legal, las sospechas surgidas de su fecha de nacimiento siempre "quedaron pendientes". El año pasado, en noviembre, supo quién era. El relato de la recuperación de su identidad ayer ante el Tribunal Oral Federal número 1 fue conmovedor, y cerró con una apelación muy directa: "Quería pedirles a ustedes, a la Justicia, que encuentren a mi hermano mellizo. Porque él sigue estando desaparecido. Y las personas responsables de los hechos que aquí se investigan, también lo son por su desaparición". Sabrina nació en el hospital Militar de Paraná, adonde su madre fue llevada para dar a luz, estando secuestrada. "La fecha de nacimiento no la sé", dijo cuando la presidenta del Tribunal, Beatriz Barabani, le preguntó sus datos. "Algunos testimonios calculan que nací entre el 3 y el 4 de marzo de 1978", agregó la joven.

Ayer testimoniaron tres hijos de desaparecidos en el juicio a represores: Sabrina y su hermano Sebastián Alvarez, hijo de Negro con Marcelino Alvarez, declararon por la mañana. Cuando ellos entraron a la sala de Audiencias, el público se puso de pie. Y cuando Sabrina terminó de dar testimonio, fue ovacionada al grito de "Compañeros desaparecidos, presentes". Por la tarde lo hizo Pablo del Rosso, hijo de Stella Hillbrand, que también pasó por el centro clandestino de detención Quinta de Funes y continúa desaparecida.

La trama que permitió saber dónde habían nacido los mellizos de Raquel Negro terminó de conocerse por la declaración de Eduardo "Tucu" Costanzo, quien dijo en una nota realizada por José Maggi en Rosario/12 que la melliza había sido llevada en auto por Amelong y Pagano a un convento de Rosario. Cuando leyó la nota, la abogada de Abuelas de Plaza de Mayo (y también querellante en la causa Guerrieri como abogada de Hijos), Ana Claudia Oberlin, presentó un escrito ante la Justicia Federal de Paraná para indicar que ese lugar podría ser el Hogar del Huérfano de Rosario. Esa fue una pista fundamental.

Según Costanzo, el mellizo varón nació muerto, pero los testimonios de enfermeros indicaron que había nacido vivo, con problemas cardiorrespiratorios. "Para los Valenzuela (los hermanos de Tulio), está vivo. Y eso impulsa a buscarlo", dijo Sabrina ante el Tribunal. Su hermano Sebastián -que declaró primero había contado que las enfermeras pudieron ver a los mellizos, pero no así a su madre, que estaba encapuchada.

En la clínica, las enfermeras les pusieron Soledad a la niña y Facundo al niño. Los bebes estuvieron sin asistencia durante toda la noche. "No sé qué hubiera pasado si nos hubieran atendido", se preguntó ayer la joven. A la mañana siguiente fueron derivados a una clínica de neonatología, donde su hermano fue ingresado como NN. No se sabe si allí falleció. Aunque Sabrina dijo haber tenido tres nombres durante su vida, en realidad tuvo cuatro. El primero fue el que pensaron para ella sus padres, Tulio y Raquel, que no conoce. En el hospital le pusieron Soledad. Luego, en el hogar del Huérfano de Rosario -adonde apareció abandonada la nombraron Andrea. Y sus padres adoptivos la llamaron del modo que conoció toda su vida.

La joven fue meticulosa en su relato, al que dividió en dos partes. Por un lado, habló de sus padres adoptivos, Raúl Gullino y Susana Scola, quienes le contaron desde que era chiquita su condición de adoptada. "Cuando fui a la Facultad y comencé a conocer la historia empecé a dudar un poco, por la fecha de mi nacimiento, si sería hija de desaparecidos. Pero no había nada oscuro en mi adopción. Cuando preguntaba quién había sido el abogado, mi papá me lo decía. Ellos no tenían vinculación con militares ni con gente de poder, así que fueron pasando los años y eso quedó pendiente", relató la joven, quien confesó: "A veces me pregunto por qué demoré tanto en hacerme el ADN".

El año pasado se fue a vivir sola. "Decidí sacarme el pasaporte y hacerme el ADN", siguió. Recurrió a un amigo que la contactó con el representante de Abuelas de Plaza de Mayo en Rosario, y concertó una entrevista para la semana siguiente. Pero ese domingo, Sabrina viajó a Ramallo a visitar a sus padres. Cuando estaba allí, llegó un oficial de justicia que entregó una citación al Juzgado Federal de Paraná en el marco de la causa Trimarco (el nombre del interventor militar de Entre Ríos durante la dictadura). La invadió la incertidumbre. Cuando supo que podía tratarse de narcotráfico o desaparición de personas, recurrió a su sentido del humor. "Papá, no habrás vendido merca", le dijo. Luego, buscó en Internet y supo de qué se trataba la causa Trimarco. Desde ese momento, comenzaron las preguntas a sus padres. Ellos aseguraban que la adopción era legal. "Si me dicen la verdad ahora, los voy a acompañar, pero si me entero por el juez, no les voy a hablar nunca más", dijo Sabrina.

Los Gullino fueron a Paraná a presentarse ante la jueza Myriam Galizzi el martes siguiente. Antes de partir, le contaron a la niña que ella había sido abandonada en el hogar del huérfano, y que tenía 40 días -según los cálculos del pediatra cuando el juez de Menores de Rosario se las entregó. Por eso, ellos calcularon que había nacido el 29 de febrero, y decidieron anotarla el 27 de ese mes. Nunca le habían dicho que había sido abandonada para protegerla. Le aclararon también que jamás sospecharon que fuera hija de desaparecidos ya que pensaban que esos bebés se entregaban a través de militares.

Así llegaron al Juzgado. El padre llevaba el expediente de adopción legal en la mano. Tanto el personal del Juzgado como los abogados estaban conmovidos ante la posible presencia de la niña que tanto habían buscado. En la audiencia de ayer, Sabrina agradeció el testimonio de las enfermeras, tanto como la actitud del personal del juzgado y la jueza de Paraná. El ADN confirmó que ella era la beba que había nacido en el hospital Militar.

Su hermano, Sebastián Alvarez, fue el encargado de relatar que había sido secuestrado junto a su madre, Raquel Negro y a Tulio Valenzuela el 2 de enero de 1978, en Mar del Plata. Luego fue recuperado por sus abuelos. Sebastián buscó durante años a sus hermanos. Cuando supo que Negro había dado a luz en Paraná, decidió querellar allí. Recién a fines de 2008 pudo reencontrarse con Sabrina. "Es muy fuerte que mis abuelos no puedan estar acá, que no hayan conocido a Sabrina, que la Justicia haya tardado tanto tiempo", dijo el joven, que tenía un año y medio cuando fue secuestrado junto a su madre.

martes, 20 de octubre de 2009

Testimonio de un ex agente de inteligencia de la policía


Salman, otro que sabe demasiado

En el marco de la causa Guerrieri-Amelong, hizo entrega ayer de un documento "confidencial" de inteligencia militar sobre la estructura de Montoneros, la UES y la PJ de Rosario.

Por José Maggi

"Eramos peones del Ejército", dijo Adolfo Salman, 67 años, ex oficial principal del Servicio de Informaciones de la policía provincial, en referencia a quién daba las órdenes bajo las cuales se manejaban. Lo hizo ayer ante el Tribunal Oral Federal Nº1 al explicar el rol que jugó durante la última dictadura en la Unidad Regional III del departamento Belgrano. El testimonio de este ex agente en el marco de la causa Guerrieri-Amelong se nutrió con la entrega de un documento interno del Destacamento de Inteligencia 121, en el que pueden leerse claramente cuáles eran los objetivos marcados por la inteligencia militar: la estructura de Montoneros, la Unión de Estudiantes Secundarios, la Juventud Peronista, entre otras organizaciones en la que muchos de sus miembros están tachados con una cruz, y varios de los marcados en su costado con una letra A. "Esto quieren decir que fueron ajusticiados, es decir eliminados, que se les quitó la vida" explicó Salman. También detalló de qué se trataban "los operativos por izquierda: eran aquellas detenciones que se hacían sin orden del juez, en las que se tabicaba a los detenidos y se los trasladaba a un centro clandestino de detención".

Entre los nombrados en el documento "estrictamente secreto y confidencial" -al que tuvo acceso Rosario/12- figuran el de "Pedro Retamar responsable de CGT Rosario; Ignacio Laluf responsable territorial secretaría política Montoneros, y Eduardo Tognoli (sic) responsable UES Rosario. Tucho Valenzuela, Jaime Dri -identificado como Marcos- y Lucy o Leticia", en referencia a Stella Hildbrand de Del Rosso se suman a la lista.

El ex policía ingresó a la fuerza en 1969 y después de 1973 lo instruyeron en la confección de informes de inteligencia. "Mis funciones consistían en elevar la información que el Comando nos requería sobre los ciudadanos residentes en la jurisdicción de la Unidad Regional III y semanalmente obligatoriamente las traía y dejaba una copia en el Destacamento 121 y otra en el Comando, de Córdoba y Moreno".

"Los informes -agregó- referían a las actividades laborales, políticas, culturales y de todo tipo e incluso abarcaban a los integrantes de las comisiones directivas de los clubes".

Salman cumplió sus funciones hasta el 28 de marzo de 1977 cuando fue detenido por orden de un juez militar, por un caso puntual: el del productor agropecuario Mario Cesar Copelo, cuyo vehículo terminó incendiado. "Era de Cavanagh, provincia de Santa Fe. Lo detuvimos y lo entregamos en la Jefatura de Rosario, y después lo coimearon para dejarlo en libertad. El juez militar allanó mi casa buscando el dinero, cuando yo lo había entregado a mis superiores y no supe más. Me formaron un Consejo de Guerra, y me condenaron. Estuve detenido 4 años y 3 meses por el delito de daño por haber arruinado un vehículo. Lo raro es que dañar un auto era delito, pero matar personas todos los días no era delito".

Salman estuvo preso hasta el 2 de junio de 1981. Hoy dice que la razón por la que fue detenido fue su "intervención por dos hermanas oriundas de Montes de Oca, por las que intercedí para salvarles la vida. Eran las hermanas Bertino a quien detuvieron con la intención de sacarles plata, por unos panfletos que dicen que tenían". "Moví cielo y tierra hablé con Jefatura, al Ejército y logré su libertad. Después hubo tres detenidos más a los que el comandante Feced quería eliminar y me interpuse y les salvé la vida. Era un joven de Las Rosas, otro de Las Parejas y el tercero de Casilda. Tengo la conciencia tranquila de que cinco personas gracias a mí vivieron".

"A mí me querían sacar del medio porque sabía mucho", sentenció Salman pero hoy prefiere no decir todo lo que sabía. Y echa mano a otro argumento: "Tampoco me querían por descender de judíos. El juez militar Casals le dijo a mi mujer que yo era un judío de mierda, y sabemos que en aquella época tanto en el Ejército como la policía estaba arraigado el nazismo".

--¿Qué más sabía que no se animó a contar en el juicio?- le preguntó Rosario/12.

--No tengo nada que ocultar porque todo era vox populi.

--¿Conoció a alguno de los cinco imputados en la sala?

--Uno de ellos me reconoció y me miró firme. Fue Guerrieri, a quien conocí en su momento, aunque no era de trato asiduo. Pero sí, vi muchos rostros conocidos.

La Casita del horror


Por Juan Carlos Tizziani

El traslado de diez ex militantes de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) desde un centro clandestino de la dictadura hasta la Guardia de Infantería Reforzada (GIR) a fines de marzo de 1977 se convirtió en un punto de controversia en el juicio a los represores santafesinos. El ex jefe de la Oficina de Coordinación del Area 212, Juan Calixto Perizzotti ya admitió que él participó en el traslado de las mujeres por orden del Ejército, pero dijo que no llegó hasta el chupadero: las recibió en las afueras de Santo Tomé, donde subieron a bordo de un camión del Servicio Penitenciario. Ayer, otra de las secuestradas que declaró ante el Tribunal Oral lo desmintió. "Perizzotti (y su ex secretaria) María Eva Aevi estuvieron en La Casita. Yo los escuché", dijo Ana María Cámara.

En la audiencia de ayer declararon Cámara y Patricia Traba. El lunes lo habían hecho Anatilde Bugna y Stella Vallejos. Y hoy lo harán Raquel Juárez, Hilda Benavídez y Teresita Miño. Las siete fueron víctimas del traslado.

Perizzotti dijo que trasladó las diez militantes de la JUP por orden firmada por el ex jefe del Area 212, Juan Orlando Rolón y que el jefe del operativo era el segundo del Destacamento de Inteligencia Militar, teniente coronel Jorge Roberto Diab. Ubicó el traspaso de las detenidas desde automóviles al camión del Servicio Penitenciario en Santo Tomé y aseguró que sólo estuvo acompañado por su chofer y un suboficial pero no por la ex carcelera María Eva Aebi, como aseguran las denunciantes.

Cámara ratificó la denuncia de Bugna. "Perizzotti y Aebi fueron a buscarnos. Ellos saben donde queda La Casita", dijo Ana María. Y cuando le preguntaron cómo los había reconocido, respondió: "Escuché la voz de ella cuando ingresan a La Casita. Y después, cuando nos suben a un camión celular, la que me tira del brazo y me dice: 'subí' era la misma mujer. María Eva sabe dónde queda La Casita".

Ayer, Cámara y Traba relataron su martirio en la casa de torturas. Las dos reconocieron el lugar por el croquis y la maqueta y coincidieron en un recuerdo: los mosaicos del piso color rojo punzó. La sala de torturas estaba en el garage. Ana María había sido encapuchada y atada a un eslástico metálico de las muñecas y los tobillos. "En un momento entran unas personas arrastrando un cuerpo y me lo tiran encima. 'Este se nos va', dice uno de ellos. Era un cuerpo muerto, como una bolsa de papas", recordó. Al día siguiente, en otra sesión de torturas, ve por debajo de la venda una mesa de madera y una máquina de escribir. Y alguien le dice: "'Salís caminando o con las patas para adelante. Y tu mamá te va a encontrar al costado de una ruta'. "Lo que era cierto, porque en esa época aparecían muchos cadáveres en los caminos", explicó Cámara.

DOS NUEVOS TESTIMONIOS


La Lala y Tulio

Por Sonia Tessa

Laura Ferrer Varela es una sobreviviente del Servicio de Informaciones que funcionaba en la antigua Jefatura de Policía. Allí estaba alojada, en el sótano, en agosto de 1977, cuando vio a una beba que estaba en el sector de arriba, adonde llevaban a los recién secuestrados. Después, otra detenida, Graciela Corcho Porta, bajó y le dijo: "Está la Lala arriba". "Lala" era Marta María Forestello, una de las cautivas que fue vista en la Quinta de Funes, y continúa desaparecida.

Ferrer dio testimonio ayer en el juicio oral y público. La testigo contó que conocía a la Corcho y a Lala "de afuera". Contó que se habían visto en marchas ya que como militantes de la JUP habían participado en distintas luchas estudiantiles. Ya adentro, la Corcho (compañera de Héctor Pollo Baravalle), tenía libre circulación por el lugar, ya que colaboraba con los represores. Así fue como le contó a su antigua compañera que "Lala estaba arriba y era una cagada". Cuando la fiscal Mabel Colalongo le preguntó por esa valoración, Ferrer Varela fue clara: "Arriba era donde te torturaban".

Indicó también que pese a tratarse de una dependencia policial, concurrían militares "normalmente". "Soria era uno de los militares que venía y hablaba con nosotros", dijo la testigo. Se refería al mayor Fernando Soria.

La abogada querellante Gabriela Durruty, señaló que el testimonio de Ferrer Varela fue importante porque acreditó el paso de Forestello por el Servicio de Informaciones y afirma "las vinculaciones ya inocultables entre los centros clandestinos de detención, dependientes de las distintas fuerzas de seguridad".

El segundo testimonio fue el de Héctor Valenzuela, hermano de Tulio, también detenido en la Quinta de Funes, quien fingió colaborar en la Operación México ideada para asesinar a la cúpula montonera. Tulio denunció el plan de Galtieri, y se fugó de sus captores. Unos meses después, el oficial montonero volvió a ingresar al país, donde fue secuestrado y continúa desaparecido.

Héctor presentó escritos en la justicia federal tras el secuestro de Tulio y su compañera Raquel Negro junto al pequeño hijo de ella, Sebastián. Luego supieron que Negro había tenido mellizos estando en cautiverio. "Jamás mi madre quiso aceptar lo que había pasado. Ella tenía la esperanza de que Tulio volviera -dijo Héctor-. Hasta que supo de los mellizos. Mi madre murió obsesionada por los mellizos. No podía saber que uno de ellos había muerto a poco de nacer, aunque yo tengo mis dudas de que haya sido así". Hace un año, recibió un llamado telefónico de Stella de Carlotto, quien le informó sobre la identificación de su sobrina, Sabrina, quien lo llamó para conocerlo. Ella y su hermano Sebastián declararán hoy.

"Vi a mi hija por última vez en el '77"


Adela de Forestello relató el secuestro de su hija que tenía una beba de un año. Cuando terminó de declarar, el público lanzó el emblemático "Madres de la Plaza, el pueblo las abraza".

Por Sonia Tessa

"Nunca más la vi", dijo en un hilo de voz Adela Panelo de Forestello, madre de la desaparecida Marta María Forestello, una de las prisioneras que estuvo en la Quinta de Funes. La mujer, de 86 años, fue la primera Madre de la Plaza 25 de Mayo que testimonió en el juicio oral y público de la causa Guerrieri. Relató que su hija fue secuestrada el 19 de agosto de 1977, en Lavalle entre 9 de Julio y 3 de Febrero. Estaba con su beba de un año. También rememoró las intensas gestiones para tener noticias sobre Marta María y su nieta Victoria. Fue a la sede del Comando del 2 Cuerpo de Ejército y presentó hábeas corpus. La respuesta era negativa. En la búsqueda de "la nena", concurrió a un Juzgado de Menores, donde le informaron que su nieta estaba en una dependencia policial. Cuando el testimonio terminó, el público aplaudió, se levantó y lanzó el emblemático "Madres de la Plaza, el pueblo las abraza". La presidenta del Tribunal, Beatriz Barabani de Caballero, llamó al "orden y disciplina" y amenazó con desalojar la sala de audiencias, pero eso no ocurrió. También declararon ayer el periodista Reynaldo Sietecase (ver aparte) y Jorge Gurmendi, hermano de la desaparecida Ana María Gurmendi, secuestrada junto a su esposo Oscar Capella el 15 de agosto de 1977, en la casa que compartían en el barrio Industrial.

El testimonio más esperado era el de Panelo de Forestello. El hostigamiento de los represores a la familia de Adela comenzó el 1 de junio de 1976, a la 1 de la madrugada, sufrió el primer allanamiento en el departamento en el que vivía junto a su esposo y otra hija. Cuando les preguntó quiénes eran, respondieron que las fuerzas conjuntas de la policía, el Ejército y la Prefectura. En esa oportunidad, buscaban a Marta María pero no se llevaron nada. Un mes después, el 1 de julio, volvieron a irrumpir en su domicilio, y esta vez "robaron todo lo que pudieron". Antes de irse, les dijeron: "Si pueden duermen". Ahora, Adela indica: "Sabían que una había quedado nerviosa".

Después de esos dos episodios, la familia decidió irse a vivir a Europa. Partieron los tres, ya que Marta María no quiso. "Ella dijo que no tenía por qué irse si no había hecho nada. Además, tenía una hija chiquita que había nacido en mayo", rememora Adela. "En España sabíamos todo lo que ocurría acá. Vivíamos en estado nervioso. A tal punto que mi marido tuvo un infarto masivo que le provocó la muerte en sólo dos días. Ahí decidí volverme costara lo que costase", subrayó la mujer. En los primeros días de noviembre de 1976 pudo volver.

Fue en el verano del 77 cuando vio a su hija por última vez. Quedaron en encontrarse en la plaza Alberdi. Estaban también su yerno, Miguel Angel Tosetti y la beba. Fueron hasta la costa del río y luego ellos la alcanzaron, pero en Oroño y Urquiza, Marta María le dijo: "Mami, no te puedo llevar más al centro". "Fue la última vez que la vi, nunca más la vi", lamentó la mujer. En agosto de 1977, tras la llamada de Tosetti (como mencionó a su yerno) a un familiar, se enteró de que habían secuestrado a Marta María, y que iba con la nena. Entonces, comenzó un largo peregrinar. En el Comando le decían que volviera la semana siguiente, y negaban conocer el paradero de la joven. Mucho después, por dichos de José Baravalle, Adela pudo saber que su hija y su nieta estuvieron dos días en el Servicio de Informaciones de San Lorenzo y Dorrego. Pero entonces no supo nada.

Después del secuestro, buscó por cielo y tierra. Su nieta apareció en la dependencia policial de Cafferata y Catamarca, dirigida entonces por Leyla Perazzo. "Estaba muy deteriorada. Con pañales sucios de varios días, sarna y piojos. Me amargó la vida, pero por lo menos ya estaba conmigo", relató. Desde entonces, crió a su nieta como "una madre, un padre y una abuela".

Los grupos de tareas allanaron la casa de su hija, en Rueda al 5500, y se llevaron el boleto de compra venta, único documento que acreditaba la propiedad. Luego, se mudó allí un policía de apellido Ojeda. Aunque Adela logró hacerlo salir de la casa, nunca pudo recuperar la propiedad porque el anterior dueño realizó una venta fraudulenta.

Al año siguiente, su yerno la llamó para solicitarle ver a la niña. Ella accedió y se encontraron en el rosedal del Parque Independencia, adonde Tosetti llegó para encontrarse un rato con Victoria. "Le pregunté qué sabía de Marta María porque yo no tenía ningún dato. Me dijo que no me preocupara, que ella estaba bien", indicó la mujer. Respecto de la fecha de este encuentro se generó una controversia en la audiencia, pero el pedido de la defensora Mariana Grasso para cotejar ese dato con el brindado en una declaración anterior fue considerado extemporáneo, ya que la testigo se había retirado de la sala.

El último testimonio de la jornada fue el de Jorge Gurmendi, hermano de una de las desaparecidas que pasó por ese centro clandestino de detención. Ana María Gurmendi fue secuestrada en el barrio Industrial, y su hermano no sabe si estuvo en algún otro centro antes de ser derivada a la Quinta de Funes. Su padre también presentó hábeas corpus en la justicia provincial y federal, pero nunca obtuvo respuesta. En el Comando les dijeron que su hermana y el esposo habían logrado escapar. Por vecinos pudo saber que su hermana estaba llegando a la casa cuando la sorprendió el operativo. Vieron cómo la subían al auto sujetada de brazos y piernas, con la cabeza para atrás. En enero de 1978, una familia amiga invitó a los padres de Jorge y Ana María Gurmendi a un viaje por el sur del país, para que se distrajeran de la angustia que significaba la situación de la joven. Jorge relató que sus padres estaban en la orilla del lago Argentino cuando una enorme ola los arrastró, y sus cuerpos desaparecieron para siempre. "Lo único bueno de esa terrible muerte fue que terminaron con el sufrimiento que les provocaba la desaparición de Ana María", relató. El testigo dejó en claro que su hermana no sabía usar armas, y que siempre había sido una persona solidaria, interesada en los trabajos sociales. Por eso había empezado a militar en la Juventud Peronista. "¿Era esa persona malvada y violenta capaz de empuñar un arma?", se preguntó ante el Tribunal. "Lo niego rotundamente", afirmó, antes de valorar el "altísimo valor simbólico de los juicios".

Ex detenidos testimonian contra los genocidas enjuiciados

"Ellos se sentían como nuestros dueños"

Por Juan Carlos Tizziani

Dos ex militantes de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) secuestradas por un grupo de tareas de la dictadura y torturadas en un centro clandestino al que llamaban "La Casita" declararon ayer ante el Tribunal Oral que juzga delitos de lesa humanidad. Anatilde Bugna y Stella Vallejos señalaron como uno de sus torturadores al suboficial de Inteligencia del Ejército ya fallecido, Nicolás Correa ("El Tío"), que fue asesor del ex gobernador Jorge Obeid entre 1996 y 1999 y ratificaron las denuncias que vienen haciendo desde hace 25 años contra cinco de los seis imputados que lograron llevar a juicio: el ex juez Víctor Brusa y los ex policías Juan Calixto Perizzotti, María Eva Aevi, Héctor Colombini y Eduardo Ramos. Sin embargo, dos de ellos, Colombini y Ramos, prefirieron no escuchar las acusaciones porque abandonaron el banquillo con el permiso de los jueces. "Ellos se sentían como nuestros dueños", dijo Bugna al relatar los días de terror y vejaciones.

Perizzotti ya admitió que a fines de marzo de 1977 trasladó a diez mujeres que estaban secuestradas en un centro clandestino. Dos de ellas eran Bugna y Vallejos. Reveló que el operativo se había hecho por orden del ex jefe del Area 212, coronel Juan Orlando Rolón y que el jefe del traslado fue el segundo del Destacamento de Inteligencia Militar, mayor Jorge Roberto Diab, hoy teniente coronel y detenido en la mega causa que investiga crímenes del terrorismo de estado en Santa Fe.

Según Perizzotti, él no llegó hasta el chupadero, recibió las detenidas en un sitio intermedio: un descapampado en Santo Tomé, que ubicó a unos 200 o 300 metros del final de la avenida Luján. Ese fue el lugar del trasbordo. Las mujeres llegaron en tres automóviles, las subieron a un camión del Servicio Penitenciario y las trasladaron hasta la Guardia de Infantería Reforzada (GIR), donde él les sacó las vendas de los ojos.

Perizzotti dijo que en el operativo lo acompañaron en su auto dos personas: su chofer y un suboficial, pero no identificó a ninguno de ellos y negó que hubiera participado su ex secretaria María Eva Aebi, con quien comparte el banquillo. Pero, ayer una de las denunciantes lo desmintió. Bugna ratificó que Perizzotti y Aebi llegaron hasta el chupadero, donde reconoció la voz de una mujer que preguntaba: "¿A quién hay que llevar?". Y después, en el trasbordo de los autos al camión penitenciario, esa misma mujer le apuntó con un arma en la cabeza: "Perdiste, flaca", le dijo. Escuchó el ruido del gatillo. Y después, le volvió a decir: "Zafaste, flaca". Vallejos ratificó que ella también sufrió un simulacro de fusilamiento en el mismo lugar.

Más tarde, cuando llegaron a la GIR y les sacaron las vendas, pudieron ver por primera vez a Perizzotti, Aebi y a una tercera persona: (el sargento ayudante Manuel Carlos) Ríos. "Ahí les vemos las caras", dijo Bugna. Y asoció la voz de la mujer del centro clandestino y del simulacro de fusilamiento con la de Aebi.

Perizzotti había dicho que en el traslado lo habían acompañado su chofer y un suboficial. Ayer, las denunciantes dijeron que "uno de los choferes era (Eduardo José) Córdoba", que ya fue mencionado en el juicio. Y aseguraron que el suboficial que las destabicó en la GIR era Ríos.

Bugna y Vallejos relataron el alto precio que pagaron por sus sueños de juventud. Ambas fueron secuestradas el 23 de marzo de 1977 y padecieron la perversión de "La Casita". Anatilde fue torturada junto con su novio de entonces, Juan José Perassolo, con quien se casó en la cárcel de Rawson, en 1979, ya fallecido. Y en la sala de tormentos le hacían escuchar la música de Los Beatles con lo discos que le habían robado a su hermano Rafael. Vallejos no pudo contener el dolor y las lágrimas cuando dijo que en el centro clandestino la habían violado dos veces.

Anatilde identificó a dos represores: a Colombini porque participó en la detención de su hermano, Rafael Bugna, en agosto de 1976. Y a Ramos porque lo reconoció en su secuestro. "Tocaron el timbre, no sé por qué. Mientras unos esperaban en la puerta, los otros asaltaban el patio. Reconocí a Ramos, porque habíamos sido compañero en la escuela primaria Juan José Paso", dijo. Y para probarlo entregó al Tribunal varias fotos de la época con los alumnos de su curso y entre ellos señaló quién era ella y quién Ramos.

Tres meses después de la detención, en junio de 1977, "nos abren una causa federal", dijo Bugna. "Me tomaron declaración a la noche. Era un salón con piso de madera que ya reconocimos. Entro y lo veo al doctor Brusa, al que yo conocía de la Facultad de Derecho. Me dijo que era el secretario del Juzgado Federal. Había otra persona con una máquina de escribir al que presenta como el 'Toto' Nuñez. Tenía en sus manos la declaración de 'La Casita', entonces yo le dije que iba a denunciar las torturas y todo lo que había vivido" en el centro clandestino. "Brusa se puso furioso, iracundo, y empezó a tirar golpes de karate. Y me dijo: 'Agradecé que podés contarlo'. Y hoy, yo le digo al doctor Brusa: 'Le agradezco porque desde entonces no paré de contarlo'", concluyó Anatilde.

domingo, 18 de octubre de 2009

El ladero que tuvo Brusa en la dictadura

TESTIMONIOS QUE COMPLICAN AL EX SECRETARIO DEL JUEZ FERNANDO MANTARAS, VICTOR MANUEL MONTTI.

Ya había sido denunciado años atrás, pero había logrado zafar y reciclarse en la justicia de Mar del Plata. Perfil de Montti.

Por Juan Carlos Tizziani (Desde Santa Fe)

Cuatro testimonios en el juicio al ex juez federal Víctor Brusa y compañía por crímenes de lesa humanidad complicaron a su colega, Victor Manuel Montti, ex secretario del juez federal de la dictadura, Fernando Mántaras, que después se recicló en democracia hasta su retiro como fiscal general en Mar del Plata, hace algunos años. Montti ya es investigado en una causa que se desdobló de la que hoy se juzga en el Tribunal Oral de Santa Fe y en la que están procesados por "asociación ilícita" los seis del banquillo: Brusa y los ex policías Juan Calixto Perizzotti, Héctor Colombini, Mario Facino, María Eva Aebi y Eduardo Ramos, más el ex jefe del Destacamento de Inteligencia Militar 122, coronel Domingo Manuel Marcellini, que zafó del juicio por su estado de salud. En las audiencias, uno de los declarantes, Orlando Barquín, lo acusó de haberlo presionado para que firme una declaración arrancada bajo tortura en la comisaría 4ª, mientras que otro, Roberto Cepeda, le imputó no haber hecho nada ante los tormentos que había padecido en centros clandestinos.

En los años oscuros, Montti era el secretario de Mántaras, un activo colaborador de la represión ya fallecido. El otro era Brusa. Los dos escalaron alto. Brusa llegó a ocupar el mismo cargo de Mántaras, juez federal Nº 1, hasta su destitución en marzo de 2000. Montti fue juez federal Nº 2 de Santa Fe durante un año "desde setiembre de 1983 a octubre de 1984 , aunque después marchó hacia el sur del país para desempeñar otras funciones "fiscal y juez de Cámara en la provincia de Santa Cruz durante el gobierno de Arturo Puriccelli hasta que se jubiló como fiscal general en Mar del Plata.

El nombre de Montti comenzó a sonar ya en el arranque del juicio, el 16 de setiembre, cuando declararon dos ex delegados gremiales de UPCN secuestrados a fines de 1975, Barquín y Francisco Klaric. Pero esta semana, lo volvieron a señalar otros dos sobrevientes de la dictadura, Cepeda y José Villarreal.

Barquín ratificó que Montti lo presionó para que firme una declaración que le habían arrancado a punta de picana en la comisaría 4ª. "Me dijo: `ya viste que mal la pasaste, si no ratificas esto ante mi presencia, volvés y te va a pasar exactamente lo mismo'", recordó ante el Tribunal. Mientras que Klaric lo definió como un integrante de la "patota judicial". "Sabíamos quiénes eran Mántaras, Montti, Brusa y (el ex juez federal ya fallecido Miguel Angel) Quirelli. Era la patota judicial", precisó.

Cepeda relató su primer encuentro con Mántaras, Montti y Brusa en la comisaría 4ª, donde lo interrogaron. Lo sacaron de un calabozo. "Tenía olor a muerto" por la tortura. "Estaba muy mal, con cicatrices, golpeado, con una perforación en el pie que me habían hecho con un soplete. Me faltaba una parte del cuero cabelludo. Estaba podrido en vida", dijo. Entonces, preguntó cómo le podían tomar declaración en ese estado. "Mántaras y Montti se chocaron para decirme que había tenido suerte, que otros no habían tenido esa oportunidad", afirmó.

¿Usted les advirtió sobre sus torturas?- le preguntó el defensor oficial Fernando Sánchez.

Sí, pero me dijeron que la saqué barata- respondió. Cepeda había sido secuestrado en mayo de 1977, en Córdoba, donde pasó por dos centros clandestinos: La Perla y La Rivera. Después, lo trajeron a Santa Fe a bordo de un Renault 12 que conducía "un torturador" del Destacamento de Inteligencia Militar 122, Eleodoro Jorge Hauque "al que le decían "Lolo" o "Tío". El jefe del traslado era un capitan del Ejército de apellido Morales", dijo. Hoy, uno de los detenidos en la megacausa que investiga crímenes de lesa humanidad es el teniente coronel Manuel Morales.

Otro ex preso político, José Villareal también recordó una entrevista con Montti y Brusa en medio de sus martirios en la cárcel de Coronda y en la comisaría 4ª. Estaba con otros detenidos. "Fuimos pasando de a uno. Montti estaba con Brusa y un escribiente, no muy alto, peinado para atrás. Tuvimos una discusión con Montti por los términos del interrogatorio. Intervino Brusa, que dijo: "Si se pone en duro lo bajamos/matamos y ya". Después, nos llevaron de nuevo a la 4ª, donde había un régimen de abandono, no nos daban de comer, ni nos sacaban para ir al baño".

En ese interrogatorio de Monti y Brusa, cuando Brusa dijo eso, ¿qué pasó con Monti?-, le preguntó una jueza del Tribunal Oral, Lilia Carnero.

En todos los interrogatorios había una complicidad entre los que nos golpeaban y los jueces, había coincidencia con lo que querían que dijéramos.Y entre ellos dos había complicidad. Yo le decía a Montti que no me iba a hacer cargo de nada de lo que ellos querían. Y entonces, Brusa dijo eso "le contestó Villarreal.

¿Cómo estaban vestidos los funcionarios judiciales?- quiso saber la magistrada.

De traje, como cualquiera de ustedes acá. Como se visten ustedes, de traje- retrucó el declarante.

En realidad, Barquín ya había denunciado a Montti hace 26 años, en 1983, pero a pesar de que se abrió un expediente en el Juzgado Federal de Santa Fe (Nº 188/83 recaratulado Nº 150/84 "Barquín, Orlando y Klaric, Francisco s/denuncia"), nunca hubo un "proceso judicial" contra el ex secretario de Mántaras, según una sentencia de la Cámara Federal de Rosario que se conoció el 12 de agosto último. La Cámara confirmó una resolución del conjuez Ricardo Lazzarini que quince meses antes "el 9 de mayo de 2008 consideró "los hechos que se le imputan a Montti" como "delitos de lesa humanidad" y por lo tanto, "imprescritibles"; rechazó el planteo de "cosa juzgada" que había interpuesto el imputado y anuló el "sobreseimiento parcial y definitivo" y la resolución que había ordenado el archivo de la causa.

Lazzarini observó que Montti nunca prestó "declaración indagatoria" y concluyó que "había sido sobreseído", a pesar de "no haber existido un verdadero proceso judicial en el que el imputado nunca fue indagado ni molestado" y por lo tanto, "resulta nulo (el sobreseimiento), al igual que el archivo" de la causa.

La Cámara Federal citó también una declaración de Barquín acerca de que "lo habían torturado en la comisaría 4ª y por eso efectuó una confesión y que días después, lo llevaron a declarar a la Policía Federal o al Juzgado Federal y expresa que "ahí con la declaración que yo había efectuado en la tortura, el doctor Montti me dice que la firme porque si no me van a volver a torturar y no me acuerdo si la firmé".

"Sin juzgar sobre el mérito de los declarado o acerca de su real existencia, ese hecho concreto denunciado por Barquín, por sus características y por las circunstancias de modo, tiempo y lugar en el que se habría producido, comunes a aquellos que ya se invetigan en la causa principal, podría ser compatible con delitos de lesa humanidad como afirmó el juez (Lazzarini), resultando, por ende, imprescriptible, todo lo cual determina la necesidad" de una investigación, agregó la Cámara.