Marcha por Silvia Suppo ¡Esclarecimiento y Justicia!

jueves, 31 de marzo de 2011

Otro retazo de historia

Josefina Victoria Tosetto González, la Tana, no se reponía de la emoción ayer al mediodía. A partir de una foto publicada por el periódico El Eslabón, de distribución gratuita durante la marcha del 24 de marzo, una amiga de su padre, Dardo José Tosetto, se acercó a conocerla a la puerta de los Tribunales Federales, donde Josefina hace el "aguante", ya que no puede entrar a las audiencias por haber sido testigo. La terrible historia de Josefina, que declaró el 15 de febrero pasado, es una sucesión de pérdidas: su padre está desaparecido desde diciembre de 1975, era un cuadro del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). 

El 19 de julio de 1976, cuando tenía cinco meses, fue secuestrada junto a su madre, Ruth y su hermana, Mariana, de tres años. Las llevaron al Servicio de Informaciones, donde permanecieron unos días. Después, fueron apropiadas. Mariana fue restituida después de un mes, Josefina estuvo casi un año al cuidado de una desconocida. Su mamá apareció muerta el 23 de septiembre de 1976, en un enfrentamiento fraguado, junto a Estrella González y Héctor Vitantonio, los tíos de Josefina. La reconstrucción de su historia es una tarea cotidiana que encara la Tana. La aparición de una amiga de su padre es para ella un tesoro: otros datos para hacer lazo, para recordarlo como era, para seguir armando el rompecabezas que le de sentido a su historia.

El hermano que jamás volvió

Miguel Angel Kruppa declaró ayer en la causa Díaz Bessone por la desaparición de su hermano, Carlos Kruppa. Dormían en la misma habitación, habían ido juntos en moto a los carnavales de Victoria, eran muy unidos. En la madrugada del 16 de julio de 1976, una patota irrumpió en la casa de General López 143, frente a la Fábrica de Armas, en Fray Luis Beltrán. Gritaron: "Kruppa, abrí, es la policía". Cortaron la luz, entraron encapuchados, con linternas. En la casa dormían los padres y los dos hermanos. "Se comieron todo, robaron herramientas de nuestro taller mecánico, se llevaron un rifle de aire comprimido que era mío", recordó ayer Miguel Angel sobre la última vez que vio a su hermano. Estuvieron a punto de llevarlo a él también, pero uno de los represores dijo que no, que era muy chico. Miguel tenía 18 años y Carlos, 22. Pese al frío penetrante de julio, a Carlos lo sacaron en calzoncillos.

Carlos trabajaba en la Municipalidad de San Lorenzo, era chofer, y "frecuentaba mucho una unidad básica de la Juventud Peronista", contó ayer su hermano. Junto a su padre, buscaron en todos los lugares posibles: los tribunales federales, los provinciales, la cárcel de Coronda, la ciudad de Santa Fe. Nunca más supieron qué había pasado con él. La madre se sumió en una depresión persistente.

En la audiencia del martes 15 de febrero, otro de los detenidos del cordón industrial, Luis Lapissonde, recordó haber visto a Kruppa en el centro clandestino de detención que funcionó en la Fábrica Militar de Armas de su ciudad. Ayer, Miguel Angel Kruppa dijo que hubo 5 desaparecidos de Fray Luis Beltrán. "Luis Lapissonde desapareció pocos días después de mi hermano, pero volvió", dijo Kruppa.

Dos ex presas dieron testimonio del calvario de Marta Bertolino

"Estaba en un estado lamentable"

Marta Ronga y Mary Daldosso contaron con lujo de detalles cómo fue la llegada de Bertolino a la Unidad 5, en los primeros días de septiembre de 1976. Estaba flaca y tenía a su beba, de pocos días. El lunes, la testigo acusó a Lofiego.
Por Sonia Tessa

Marta Ronga y Mary Daldosso eran presas políticas alojadas en la Unidad número 5, de calle Ingeniero Theddy, en septiembre de 1976, cuando llegó Marta Bertolino, de 23 años, flaca y demacrada, con su hija Alejandra, de poquitos días. Venían de la Maternidad Martin y llegaron al pabellón donde había cuatro madres con sus hijas. "Estábamos incomunicadas desde el golpe militar. Una noche, cuando estábamos cenando, se abrió la puerta y la autoridad trajo a una joven que resultó ser Marta, con un bebé en brazos. Estaba en estado lamentable, muy flaca, con una pierna enyesada. Como tenía alguna ropita de mi bebé vestí a la nena. Le preguntamos a Marta si quería cenar y comió desesperadamente. No hablaba, estaba muy callada", rememoró Daldosso. Marta demoró unos días en contar la terrible historia que traía encima. Mary recordó que durante el mes que pasó en la Unidad 5, Marta estaba aún más incomunicada que las otras presas. No podía salir al recreo de una hora, su hija no estaba anotada, le negaban la atención médica para su pierna enyesada, al punto que la propia Daldosso le sacó el yeso con un cuchillo de cocina.

Unos días después de haber llegado, Marta le pidió a Mary que se quedara en el recreo, para hablar con ella. "Se ve que le inspiré confianza", dijo ayer Daldosso, que era abogada de la UOM de Villa Constitución y estaba presa desde el 20 de marzo de 1975. "Me contó lo que había pasado, que habían sido detenidos ella y su esposo, Oscar Manzur, que la habían torturado", relató ayer Mary frente al Tribunal Federal Oral número 2. Marta le contó que tenía muchísimo miedo de que le sacaran a su hija y la llevaran para seguir torturándola, le pidió ayuda porque su esposo estaba muerto, contó cómo había escuchado que lo torturaban hasta que dijo que se moría, y luego no volvió a oírlo. El lunes pasado, Bertolino dio testimonio durante casi cinco horas, y acusó a José Lofiego de sus propias torturas, así como de la desaparición de su marido, Oscar Manzur.

"No podía creer ese relato, nosotras estábamos allí, en una especie de caja de cristal, donde no pasaba nada. Esta situación me desconcertó. Le dije que íbamos a contarles de a poquito a las otras presas, porque iba a ser doloroso para todos", relató Daldosso y en ese momento, la emoción le impidió hablar durante algunos instantes. Cuando se recompuso, refirió los apodos de los torturadores que le había mencionado Marta: el Ciego (Lofiego), el Cura (Marcote) y Tu Sam (Carlos Brunatto), además del Pollo Baravalle, un civil que fue secuestrado y colaboró con la patota.

Las dos testigos fueron ofrecidas por la querella de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, y por eso las preguntas estuvieron a cargo de la abogada Gabriela Durruty. Relataron -apenas con matices- una misma situación. "En la madrugada del 13 de septiembre de 1976, es decir, a los pocos días de la llegada de Marta Bertolino, nos despertaron los ruidos de botas en tropel sobre el techo, corridas y gritos. Eran amenazas de hombres que decían que nos iban a matar. Más no escuché porque a los insultos y amenazas los taparon los tiros, parecían de fusiles y ametralladoras. Parecía que el techo de la celda se nos venía encima de tanta corrida", contó ayer Ronga, con una capacidad narrativa admirable. "Nos quedamos abrazadas como pudimos, y bajo los dinteles, como si eso pudiera protegernos de algo. Hasta que se hizo silencio y creímos que se habían ido. Pero no, como una alucinación en la noche volvían, ahora por el pasillo los escuchamos abrir la primera reja, cruzar corriendo el patio, golpear con las armas la puerta y abrirla al grito de cuerpo a tierra, las manos en la cabeza. Entraron unos hombres con uniformes de combate, nos quedamos allí tendidas, esperando el tiro de gracia", continuó el relato de aquella noche infernal. Les rompieron sus pertenencias. La imagen se completó con los retazos de la segunda testigo de la mañana. Daldosso recordó el temor de ser el blanco de alguno de aquellos disparos. Las cuatro detenidas que estaban con sus bebés se refugiaron en la puerta del baño, el lugar más reparado, y protegieron con sus cuerpos a sus hijos. "Empecé a cantar para que los niños no se asustaran con los estruendos", recordó ayer. Tanto Ronga como Daldosso les preguntaron a las autoridades del penal por lo ocurrido. A Ronga le dijeron que ahora estaban bajo las órdenes del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército. La respuesta que recibió Daldosso fue mucho menos creíble. "A la nueva vino el marido a rescatarla", dijo la jefa de celadoras.

La amenaza para la vida de Marta Bertolino seguía vigente. "Con una paloma (pequeños papeles escritos, transportados por hilos que se usaban para comunicarse entre diferentes pisos del penal), los presos comunes que estaban alojados en la comisaría 8ª, debajo de la cárcel, nos avisaron que esa noche iban a trasladar a la nueva", relató ayer Daldosso. Esa noche, en la celda de las madres, nadie durmió. Pero no hubo traslado. Al día siguiente, les reprocharon a los comunes la falsa alarma. Ellos contestaron que no se habían equivocado, que hubo un móvil parado durante toda la noche en la puerta. Al día siguiente, llegó ropa para Alejandra, y todas respiraron: la familia de Marta había podido ubicarla.

Pocos días después, los presos comunes volvieron a ser solidarios, y les avisaron que iban a ser trasladadas. Daldosso supo que era verdad porque su hermana llegó un día de semana para retirar a su bebé, María Soledad, algo que sólo tenían permitido hacer los fines de semana. El 15 de octubre de 1976 las llevaron a la cárcel de Devoto. El minucioso relato del traslado que realizó ayer Ronga fue escalofriante. Contó cómo les pegaban y que una presa pedía las muletas, porque no podía ponerse en pie, pero le seguían pegando. Fueron en un avión sin asientos, esposadas, tiradas contra el piso. Relató que en un momento pudo ver a Alejandra, por debajo de la venda. Más tarde, ya en Devoto, divisó una prenda de su propio hijo, y sintió alegría al saber que la beba había permanecido con su madre en la cárcel bonaerense. A Marta la había conocido en los recreos, cuando empezaron a dejarla salir.

También Daldosso recordó el traslado, en especial por la separación de su hija, que quedó en Rosario al cuidado de su familia. "Fue uno de los momentos muy dolorosos. En la vida de una mujer, hay momentos muy doloroso. Un embarazo estando detenida, un parto y la separación de tu hijo. Por eso me acuerdo muchísimo de la situación de Marta", dijo ayer Daldosso. Cuando salió de la sala de audiencias, fue a su encuentro la abogada de Hijos, Nadia Schujman, siempre cálida. Mary la abrazó con fuerza y lloró. "Fue duro recordar todo eso. No sabía que declarar significaba revolver tanto adentro", expresó la abogada laboralista.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Para que se juzgue a los ideólogos

JUAN GIROLAMI Y JORGE RUEDA DECLARARON EN LA CAUSA DIAZ BESSONE

Los testigos fueron secuestrados junto a Marta Bertolino y Oscar Manzur, que permanece desaparecido. Girolami responsabilizó a Lofiego por la muerte de su compañero y pidió que se juzgue a los civiles que planearon la última dictadura.
Por Sonia Tessa

La desaparición de Oscar Manzur en la madrugada del 10 de agosto de 1976 fue un dato clave de las declaraciones de los dos testigos que declararon en la audiencia de ayer en la causa Díaz Bessone. Juan Girolami relató su secuestro en la casa de su familia, donde estaban alojados Manzur y su esposa Marta Bertolino, que declaró anteayer. "Los cazamos al Turco y la Pelusa", se vanagloriaron los integrantes del Ejército que realizaron el operativo. Llevaron al Servicio de Informaciones (SI) a todos los que encontraron en el departamento de España al 300, así como a Jorge Rueda, el novio de Marcela Girolami, quien había ido a tomar el colectivo y fue interceptado por los represores. "Quiero dejar expresa constancia de que vi entrar al compañero Oscar Manzur al SI en perfecto estado de salud, salvo por la renguera de un tobillo, y que al cabo de dos, tres o cuatro días en los que escuché sus quejidos en los interrogatorios, nunca más supe de él. Así que responsabilizo a José el Ciego Lofiego por la desaparición y el asesinato de Oscar", dijo Girolami.

En el final de su testimonio, Girolami rindió homenaje al ex presidente Néstor Kirchner y bregó para que la justicia avance sobre las responsabilidades civiles en la dictadura cívico-militar. "Les pido que algún día podamos sentar en el banquillo de los acusados a los verdaderos ideólogos de este genocidio", solicitó.

El primero que declaró fue Rueda, quien contó su secuestro, las torturas que sufrió junto a Girolami. "Nos torturaban un rato a cada uno", dijo el testigo. En la tortura, dio una cita falsa. Lo subieron a un auto Chevy para que fuera a buscar a sus compañeros, pero no había tal cita. El Ciego le aseguró que la iba a pasar peor por no haber colaborado, y unos días después, los tormentos se intensificaron. En el SI pasó por la Favela, el entrepiso al que llevaban a los más torturados, y también lo tuvieron entre 3 y 4 días en el sótano. "No tener agua era lo mínimo. El problema era no volver a ser torturados, era una situación enloquecida, estábamos en manos de psicópatas", relató ayer el testigo. El 21 de septiembre de 1976 lo trasladaron a la cárcel de Coronda, donde permaneció hasta abril de 1979. Después estuvo en Caseros.

Girolami contó del secuestro, agregó lo excitados que estaban los integrantes del grupo de tareas al saber que habían "cazado" a Manzur y Bertolino. "Encontramos unos montoneros", dijeron los represores. El testigo relató el traslado, en un Unimog, en el que además le robaron el dinero que tenía para comprar los medicamentos para la farmacia de su padre. Los llevaron en el marco de un gran operativo hacia el SI, donde pasó una buena parte de su cautiverio, los primeros días junto a su hermana Marcela y su madre Delfina. "Quiero dejar constancia de que mi grupo familiar y amigos en ningún momento fuimos detenidos, por más que nos haya venido a buscar el Ejército. Fuimos secuestrados", dijo el testigo. Atribuyó la delación a un vecino de su edificio, Carlos Sfulcini, integrante de la patota de Feced, a quien conocía personalmente.

Cuando estaba en el SI, a Girolami le mostraron cómo habían castigado a su madre. "Mirá cómo está sufriendo tu mamá", le dijeron sobre los moretones que tenía la mujer, productos de los golpes. A su hermana no se la mostraron pero le aseguraron que estaba en la misma situación. Girolami recordó además los quejidos de dolor de Marta y Oscar cuando eran torturados.

En medio de las torturas, Girolami pensó que una forma de pararlas era cortarse con el vidrio de la puerta del pasillo donde los alojaban entre una sesión de tormentos y otra. "Pensé en cortarme para obtener atención médica, o para que paren la tortura porque ya...", las palabras no salieron de su boca, pero no hizo falta. Con notable esfuerzo, el testigo relató que el corte en su mano no alcanzó para parar los castigos. Al contrario. "Me molieron a patadas, en esa paliza me fisuraron las tres últimas costillas del lado izquierdo. No había preguntas en la tortura, esta vez, sólo me decían: 'Así que te quisiste escapar'", rememoró ayer. Le aplicaron picana sobre la herida abierta. Y aunque reclamara atención médica, no se la ofrecieron. La herida se infectó. Un día, el Ciego le dijo que lo harían curar, y lo llevaron a la Asistencia Pública, en Moreno y Rioja. Allí pudo ver a su padre, por primera vez desde el secuestro.

Después de las curaciones en su mano, el 22 de agosto de 1976, lo llevaron al sótano. Y el 21 de septiembre lo trasladaron a Coronda. En julio de 1979 volvió al SI, y estuvo casi un mes en el sótano, nuevamente. En esa época, su madre murió. Vergara fue el encargado de llevarlo al velorio y también al entierro. El 18 de octubre de 1980, Girolami quedó en libertad.

Girolami era -como Manzur- militante de la Juventud Trabajadora Peronista, y empleado municipal. Ayer describió al "Ciego", a Mario "Cura" Marcote, a Ramón "Sargento" Vergara y a José "Archie" Scortecchini, a quien conoció en un traslado desde Coronda hasta el SI.

"Después de toda esta experiencia que viví, me llevó 35 años estar delante de este Tribunal. Sé que hubo impedimentos en los diferentes gobiernos, porque a mi modo de ver el golpe de 1976 fue cívico-militar y eclesiástico", dijo casi sobre el final a los integrantes del Tribunal. Girolami habló muy pausado. Al salir, lo esperaban compañeros y familiares, muchos con lágrimas en los ojos. Los abrazos aliviaron el esfuerzo de recordar.

Dos o tres días después del shock, a Laura le anunciaron que se iba a la ESMA para un consejo de guerra, pero estaba convencida de que iba a volver a estar con su familia. El 24 de agosto pidió permiso para despedirse de los compañeros cama por cama. “Cuando llegó a la mía me dijo: ‘Yo de vos quiero un recuerdo’”. Alcira le dio lo único que le había quedado: un corpiño negro de encaje que años más tarde sirvió para confirmar la identidad de su cadáver.

Cuando fue liberada Alcira viajó a Brasil. Denunció. No habló de Laura, convencida de que estaba con su familia. Se encontró más tarde con Estela. La presidenta del tribunal le preguntó sobre las inscripciones de los nacimientos. “¿A quién se lo iba a decir? –dijo –. No se inscribían ni a la embarazada ni el parto ni el bebé: eran totalmente clandestinos. Ella me dijo a mí ‘lo tuve cinco horas conmigo, lo disfruté cinco horas y le puse Guido por mi papá’, que se lo iban a dar a su madre y lo que sí me dijo es que al día siguiente ella volvió al campo.”

A un año del crimen de Silvia Suppo

LA CORTE SUPREMA RESOLVIO QUE LA CAUSA PASE AL FUERO FEDERAL

La Corte ordenó girar el expediente al juez federal de Santa Fe, Reinaldo Rodríguez, quien ahora deberá profundizar las investigaciones sobre la pista más inquietante: si detrás de los homicidas confesos, hubo algún autor ideológico.
     
La Corte Suprema de la Nación resolvió que el asesinato de Silvia Suppo pase al fuero federal, como reclamaban los familiares de la víctima. "Razones de mejor administración de justicia aconsejan que conozca en estas actuaciones la justicia federal", donde se "tramitan las causas por delitos de lesa humanidad", dice el fallo que se conoció ayer, justo a un año del crimen y poco antes de una multitudinaria marcha en Rafaela que reclamó el esclarecimiento del caso. La Corte ordenó girar el expediente al juez federal de Santa Fe, Reinaldo Rodríguez, quien ya lo rechazó dos veces y que ahora deberá profundizar las investigaciones sobre la pista máßs inquietante: si detrás de los homicidas confesos, Rodrigo Sosa y Rodolfo Cóceres, dos trapitos de 19 y 22 años, hubo algún autor ideológico.

La sentencia definió un conflicto de competencia que demandó siete meses de ping pong judicial. Comenzó en agosto del año pasado, cuando un testigo de identidad reservada alentó la hipótesis del crimen por encargo. El testimonio se presentó ante el juez Rodríguez, pero el magistrado lo desglosó de la causa que investiga el martirio de Suppo y la desaparición de su primer compañero, Reinaldo Hattemer, en 1977, entre otros y se lo remitió a su colega de Rafaela, Alejandro Mognaschi, quien ratificó su competencia.

La querella apeló ante la Cámara de Penal de Rafaela, que consideró que la investigación debía pasar al fuero federal. "No es posible afirmar que no exista ninguna sospecha de que lo acontecido con Silvia Suppo haya obedecido al propósito de otorgar impunidad a personas

imputadas por graves violaciones de los derechos humanos", dijo el tribunal rafaelino. Y para eso, "tuvo en cuenta que la declaración del testigo de identidad reservada" (cuando ya estaba firme el procesamiento de Sosa y Cóceres) agitó la sospecha del crimen por encargo "encaminado a obstruir el esclarecimiento de delitos de lesa humanidad".

El expediente pasó entonces a Santa Fe, pero Rodríguez lo volvió a rechazar, así que Mognaschi lo derivó a la Corte, para que resuelva el entredicho. A principios de marzo, el procurador general subrogante de

la Corte, Luis González Warcalde, coincidió con el criterio del juez Rodríguez y aconsejó declarar la competencia de Mognaschi.

Ayer, la Corte compartió "la descripción de los hechos y del trámite de la contienda de competencia efectuada" por el procurador González Warcalde. Pero discrepó con la conclusión. "En tanto no puede descartarse que la muerte de Silvia Suppo, obstaculice el normal funcionamiento de los tribunales federales en donde tramitan causas en las que se investigan delitos calificados como de lesa humanidad, razones de mejor administración de justicia aconsejan que conozca en estas actuaciones la justicia federal", dijo la Corte. Y declaró que "deberá entender en la causa" el juez Rodríguez. El fallo fue votado por el presidente del tribunal, Ricardo Lorenzetti y sus colegas Elena Highton de Nolasco, Juan Carlos Maqueda y Raúl Zaffaroni.

Antes de conocerse la resolución de la Corte, el gobernador Hermes Binner aprovechó una visita oficial a Rafaela para saludar a los hijos de Suppo, Andrés y Marina Destéfani, al cumplirse un año del asesinato de su madre. "Agradecimos el gesto, pero también le efectuamos reclamos, como los venimos haciendo desde hace un año", dijo Andrés.

"Le reiteramos que la Justicia Federal debe resolver el caso, que no está claro para nosotros la posición que tomó la policía de la provincia y que el asesinato no fue derivación de un robo común", agregó.

Ayer, la agrupación Hijos descreyó del "falso interés que demostró el gobernador Binner, llamando de apuro a una reunión a Marina y Andrés Destéfani, para que el titular de los diarios sea: 'Binner recibió a los hijos de Silvia Suppo'. Nunca en este año hizo nada por los hijos de Silvia".

"Y a pesar de las innumerables trabas, de la falta de apoyo y acompañamiento del gobierno de Santa Fe, de la Secretaria de Derechos Humanos de la provincia y la ausencia del ministro de Seguridad Alvaro Gaviola, tuvimos un gran paso. La Corte Suprema de la Nación falló a favor del pase de la causa a la justicia federal, en sintonía con lo expresado por la Cámara de Apelaciones de Rafaela y lo pedido por la querella, la Secretaria de Derechos Humanos de la Nación, los hijos de Silvia, el Espacio Verdad y Justicia, los organismos de derechos humanos, los compañeros de Silvia Suppo y todos los que honran la memoria de Silvia -señaló HIJOS-. Empezamos una nueva etapa. Tenemos mucho por hacer y lo vamos hacer, por los 30 mil compañeros detenidos desaparecidos, por Julio López, por Silvia Suppo, por la memoria, la verdad y la justicia".

martes, 29 de marzo de 2011

Marta Bertolino, ex detenida, acusó al Ciego Lofiego

"Era un feroz torturador"

Bertolino tenía 23 años y cursaba su octavo mes de embarazo cuando fue detenida el 10 de agosto de 1976 junto a su esposo y trasladada al Servicio de Informaciones,
después pasó a la cárcel de Villa Devoto, desde donde la liberaron en 1981.
Por José Maggi

"Lo que viví fue una tragedia familiar que me marcó para siempre". Con esta frase, Marta Bertolino comenzó ayer su extenso testimonio de más de cinco horas ante el Tribunal Oral Federal Nº 2. Hablaba del secuestro y la desaparición de su esposo Oscar Manzur, y del calvario al que fue sometida por el Ciego Lofiego cuando estaba embarazada de ocho meses. Relató también cómo un médico la cuidó en el parto y evitó con una simple medicación que su hija naciera ciega. "Esto se lo debo al doctor Zanutini, quien junto a su grupo de trabajo en la ex Asistencia Pública

(de Rioja y Moreno), confrontó con la Patota, que no permitía siquiera que recibiera medicación por orden del Ejército". Identificó entre sus captores a Carlos Brunato, alias Tu Sam, y reclamó su detención, al Cura Marcote, y a Dippy Moore. Bertolino pasó desde agosto del 76 por el Servicio de Informaciones, después por la Cárcel de Mujeres de Rosario, para terminar en la cárcel de Villa Devoto, desde donde la liberaron en 1981.

Bertolino tenía 23 años y cursaba su octavo mes de embarazo cuando fue detenida el 10 de agosto de 1976 en un edificio de España 344 junto a Oscar Manzur, delegado del Sindicato de la Sanidad en el Hospital Británico, donde días antes lo habían ido a buscar pero estaba de franco.

Debido a su estado de gravidez y a una hemorragia, Marta fue llevada a la ex Asistencia Pública, desde donde fue arrebatada por Lofiego, quien comandada la Patota, la subió a un auto particular donde golpearon y torturaron. En el mismo vehículo la ingresaron al ex edificio de la Jefatura, en San Lorenzo y Dorrego.

Una vez en el Servicio de Informaciones fue torturada en salas contiguas junto a su marido. "Durante dos días me torturaron con picanas, golpes en distintas partes de mi cuerpo, retorciendo mi pierna izquierda, y amenazaban con hacerme un aborto eléctrico", relató la testigo aclarando que "el que comandaba todo era el Ciego Lofiego".

Marta lo describió como un "feroz torturador, que se ufanaba de su obra". También tuvo un aparte con el Pollo Baravalle, un militante que colaboró con la Patota: "Me ofreció hasta un pasaporte para dejar el país si les entregaba información".

Luego de aquella sesión de torturas, Bertolino sufrió pérdidas de sangre que motivaron su traslado nuevamente a la Asistencia Pública, Allí diagnosticaron una infección urinaria y anemia. Pero nuevamente el Comando del Segundo Cuerpo reiteró su expresa prohibición de suministrarle medicamentos. Fue entonces que el doctor Zanutini le puso entre sus manos -sin que vieran sus captores- unos óvulos para curarla, lo que evitó que su hija Alejandra naciera ciega.

La Alcaidía de Mujeres fue su lugar de detención al regreso. Allí se intoxicó gravemente con "la tumba" ( comida de los presos). Peor aún: cuando fue asistida por el médico de guardia, este le acercó un medicamento contraindicado para embarazadas. "En 15 dias solo comí un pan y un vaso de leche".

"Una madrugada a eso de las cinco, me despierto mojada: había roto bolsa. Me llevan entonces a la Asistencia Pública con una guardia de entre 12 y 15 personas. Me esposan los dos brazos y una pierna, porque la izquierda estaba enyesada. Así estoy un dia y medio con trabajo de parto en seco. Hasta que llegó a la guardia el doctor Zanutini, quien me lleva al quirófano y mediante suero provoca el parto. Cuando me pusieron a Alejandra sobre mi pecho, ella lloraba, y yo lloraba más que ella" confesó Marta, al tiempo que revelaba su temor a que secuestraran a su hija para entregarla en adopción. "Quedate tranquila, a la nena se la van a llevar sobre nuestros cadáveres", le dijeron a coro partera, enfermeras, mucamas y el mismo obstetra. Por las dudas una mucama llamó a sus padres y avisó del nacimiento. Y la promesa se cumplió: Alejandra la acompañó a la Cárcel de Mujeres de Rosario, y de allí a la Cárcel de Villa Devoto, hasta que cumplió en marzo de 1977 los seis meses de vida.

lunes, 28 de marzo de 2011

SILVIA SUPPO: Una voz multiplicada

Por Sonia Tessa

El martes se cumplirá un año del crimen de Silvia Suppo. Aquel mediodía del 29 de marzo de 2010, las nueve puñaladas contra esta militante de la Juventud Peronista que había sufrido secuestro, torturas y violaciones no sólo la mataron a ella, también abrieron un camino contra la impunidad en una ciudad usualmente cerrada, como Rafaela. La causa judicial, a cargo de Alejandro Mognaschi, está caratulada “asesinato en ocasión de robo”. Hay detenidos confesos, dos jóvenes de 19 y 21 años que cuentan una historia difícil de creer. Mientras tanto, los abogados querellantes, Lucila Puyol y Guillermo Munné, esperan la respuesta de la Corte Suprema de Justicia de la Nación para que la causa pase a la Justicia Federal por tratarse de un crimen político. Las razones abundan: la historia militante de Silvia, su testimonio clave en la causa Brusa, pero sobre todo, las declaraciones por venir en otras causas por la represión ilegal. “Su asesinato viene a acallarla”, señaló con certeza Dahiana Belfiori, integrante del espacio Verdad y Justicia por Silvia Suppo, que se mantiene activo en Rafaela, una ciudad de 95 mil habitantes que se jacta de su pujanza económica.

El martes, a las 18.30, el Espacio convoca a una marcha que terminará con un acto público. “Esperamos que puedan llegar organizaciones y personas de todo el país, que haya presencias nacionales en esta marcha porque realmente sentimos que si esto queda circunscripto a la ciudad, no habrá posibilidad de obtener justicia. Por eso estamos pidiendo realmente que la Corte Suprema se expida sobre la competencia federal. Para eso es necesario demostrar que estamos convencidos, que hay mucha gente convencida. Mostrar que no somos pocos”, exhortó Belfiori.

¿Es un capricho insistir sobre el carácter político del crimen? La Justicia provincial se prepara para cerrar el caso, llevándolo a juicio oral, y dejar enredado el ovillo que tiene como puntas visibles a Rodolfo Cóceres y Rodrigo Sosa, los dos cuidacoches que se internaron en el local céntrico Puro Cuero, donde atendía Suppo, la atacaron de 9 puñaladas y se llevaron apenas 200 pesos. “No sabemos si son efectivamente los autores materiales, pero pedimos que la Justicia investigue en dirección a los autores intelectuales”, indicó Belfiori. Un testigo de identidad protegida declaró en la causa y se refirió a la responsabilidad de detenidos por delitos de lesa humanidad en la cárcel de Las Flores, en la ciudad de Santa Fe, pero su testimonio quedó enredado en los problemas de competencia que enfrenta la causa, y que deberá saldar la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Mientras tanto, se ocupa la Justicia provincial. “Prácticamente, los hijos de Silvia Suppo actuaron como si fueran los fiscales, porque aportaron la mayoría de las pruebas. La fiscalía de Rafaela (a cargo de Cristina Fortunato) no aportó, no siguió el tema, al contrario, frenó cualquiera investigación en cierne”, apuntó Belfiori.

Para las distintas personas que conocieron a Silvia Suppo, el asesinato cayó como un hachazo aquel mediodía. “Fue un shock, nos sacudió literalmente. Esta mujer fue una militante toda la vida, puso el cuerpo y venía activando más o menos articuladamente con personas y colectivos, pero en la soledad –consideró Belfiori, quien relató que Silvia era consciente de los riesgos que afrontaba–. Ella vivía con miedo, pero sin embargo eso no la frenó nunca. Es evidente que sus temores eran justificados de algún modo y muchas organizaciones nos dimos cuenta tardíamente. Más allá del dolor que sentimos por su asesinato, también comprendimos la importancia de estar juntos, de trabajar colectivamente”, planteó la militante que integra La Enredadera, grupo de mujeres y feministas.

Vale la pena recordar a qué se refiere Belfiori cuando dice que Silvia Suppo fue “una militante toda la vida”. A los 15 años se incorporó a la Juventud Peronista de Rafaela. Poco después conoció a Reinaldo Hattemer, se enamoró y pensaban casarse. Mientras tanto, terminó la escuela secundaria y comenzó a estudiar enfermería en la ciudad de Santa Fe. El matrimonio no pudo ser porque el 25 de enero de 1977 Hattemer fue secuestrado de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús de Rafaela cuando asistía al casamiento de su hermano. Nunca apareció. Silvia era testigo y querellante en la causa por esta desaparición, que investiga el juez federal de Santa Fe Reinaldo Rodríguez. Allí acusó a policías de su ciudad, algunos todavía en actividad.

Una vez que su novio fue secuestrado, Silvia continuó con la militancia. El 24 de mayo de 1977 la secuestraron en Rafaela junto a su hermano Rogelio y Jorge Destéfani, que al salir de la cárcel de Coronda se convertiría en su marido. Silvia estuvo desaparecida y luego detenida en la ciudad de Santa Fe hasta 1978, cuando le otorgaron la libertad vigilada. Volvió a su ciudad. Nunca dejó de militar por la Verdad y la Justicia. Les contó lo ocurrido a sus hijos, a los alumnos y alumnas de las escuelas. Donde hiciera falta, allí estaba el matrimonio para mantener viva la memoria, para recordar que en Rafaela también hubo desaparecidos, que “esas cosas” también pasaron allí.

Destéfani murió por una enfermedad pocos meses antes del inicio del juicio oral contra Víctor Brusa, en el que se condenó al ex juez federal y a otros cinco represores a penas de hasta 21 años de prisión. Pese al dolor por la pérdida, Silvia se sentó frente al Tribunal Federal Oral de Santa Fe y contó que la habían secuestrado, que la habían torturado y violado, que quedó embarazada por esas violaciones y que el jefe de la Guardia de Infantería Reforzada (GIR), Juan Calixto Perizzotti, decidió que se hiciera un aborto para “subsanar el error”. Suppo se negaba a considerar que las violaciones en los Centros Clandestinos de Detención hubieran sido “errores”, sino que formaron parte del plan para aniquilar la resistencia de las militantes. Así lo contó con su voz pausada y suave frente a la Justicia, así lo repitió en una nota para Las12.

La estela de Silvia no se apagó con su vida, a los 53 años. “En Rafaela nació y creció este espacio de construcción colectiva, que comienza a revelar lecturas y significados en ese hacer en común, con la convicción de que lo que le ocurrió a Silvia nunca debió pasar y con la certeza que nos da la fuerza de su voz para continuar –en nuestras propias voces–- con la lucha por un mundo más justo. En este sentido nos reconocemos como parte de esa historia de lucha, que la misma Silvia asumió con su vida y que intentamos recuperar”, dice el documento del Espacio Verdad y Justicia. A partir de la muerte de la militante que actuó tantos años en soledad, se abrió un camino diferente en Rafaela, un camino colectivo.

Desde el lunes pasado, el espacio realiza actividades por la semana de la memoria. Hoy habrá una charla sobre la ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres, a cargo de la delegada del Inadi en Santa Fe, Stella Vallejos, que además fue compañera de cautiverio y amiga entrañable de Silvia. Mañana habrá taller de murgas y la presentación del libro Historias de Vida II, dedicado a reconstruir las historias de desaparecidos y desaparecidas de la provincia de Santa Fe. El domingo habrá un encuentro de músicas en la Recova Ripamonti, uno de los lugares de encuentro de los rafaelinos. El lunes comenzará un seminario de derechos humanos a cargo de Vicente Zito Lema, que terminará el martes. Y el mismo martes, a las 18.30, será la actividad de mayor intensidad: una marcha desde el cine Belgrano hacia la Recova Ripamonti, donde se exhibirá un documental sobre Silvia Suppo realizado por Wairuro. En la marcha, el micrófono estará abierto para todas las organizaciones, colectivos y personas que quieran hablar. Para oponer las voces a quienes prefieren el silencio.

Compañeras

   
Dicen que el tiempo todo lo cura, pero nadie habla de cuánto tiempo, menos aún cuando se trata de heridas violentas y profundas como son las producidas en las víctimas de la última dictadura militar. Sin embargo, los nuevos testimonios de algunas mujeres de desaparecidos parecen evidenciar una cierta calma interior, un haber encauzado en parte la furia, el dolor y la vida.
Por Noemi Ciollaro

En 1997 inicié la búsqueda de otras mujeres esposas o parejas de detenidos desaparecidos durante la última dictadura militar. No podía explicarme nuestro silencio en lo privado y en lo público vinculado con el destino corrido por nosotras y nuestros hijos en los veintiún años transcurridos. Así surgió el libro Pájaros sin luz; Testimonios de mujeres de desaparecidos (Planeta 2000), una investigación periodística en la que veinte mujeres, algunas militantes, otras ex detenidas, otras amas de casa, hablamos por primera vez rompiendo el hermetismo que nos abarcó tras el secuestro y desaparición de los hombres a quienes habíamos unido nuestras vidas y que, en muchos casos, fueron los padres de nuestros hijos.

Nuestros testimonios relataban lo vivido y planteaban preguntas. ¿Cómo explicar ese silencio que nos volvió casi tan invisibles como si también hubiéramos desaparecido? ¿Pudo haber sido por no tener vínculos “de sangre” con ellos, ser jóvenes, militantes muchas, sobrevivientes, mujeres? ¿Qué consecuencias produjo esa situación en nuestros hijos, que son los hijos de los desaparecidos, y en nosotras mismas? ¿Cómo actuó la sociedad ante esos hechos? ¿Se tenía clara la diferencia existente entre un asesinato y una desaparición? ¿Cómo se vive en un estado civil no reconocido, puesto que no éramos ni solteras, ni casadas ni viudas? Y muchos otros interrogantes.

Hace una semana, a once años de la aparición del libro y a treinta y cinco del 24 de marzo de 1976, algunas de nosotras volvimos a encontrarnos en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, en la ex ESMA, donde integré un panel referido a “Mujeres: de la exclusión a los derechos”.

Cinco de aquellas voces volvieron a dar cuenta, entonces, de reflexiones, sentimientos y cambios surgidos en el tiempo transcurrido.
Sonia Severini
“SABER QUIEN LO MATO NO ME CAMBIA NADA”

Sonia Severini fue la esposa y compañera de militancia de Rómulo Giuffra (JP Montoneros), desaparecido el 22 de febrero de 1977. A fines de 1998 supo por el Equipo de Antropología Forense (EAAF) que lo mataron el 24 de febrero de 1977 y lo enterraron como NN en un cementerio de La Matanza.

“Sí, veinte años para saber algo y me entero de que lo mataron a los dos días. Maco Somigliana ubicó un documento de muchas fojas, en el que se acusa a Rómulo de ser ‘un NN homicida’ muerto en un enfrentamiento y enjuiciado por el Consejo de Guerra del Ejército después de matarlo. Ese expediente se cerró en 1983... En 1994 lo pasaron a una fosa común, pero en la documentación aparecían sus huellas digitales, no hay dudas, era Rómulo. Nuestra hija María hizo un film sobre esta historia”, relata Sonia.

Le entregaron una partida de defunción, a partir de la cual se convirtió en viuda. “Esto funcionó como un sucedáneo. Yo sé que puede sonar muy psicologista y me da pudor, pero me produjo un efecto emocional, porque a los seis meses de eso me encuentro con Pedro Cerviño y por primera vez inicio una relación en la que terminamos conviviendo. El es mi compañero de vida, y con mucho amor, hace doce años que estamos juntos. Antes había tenido otras relaciones, siempre con hombres con mi historia e ideología, pero con pocos valores humanos. En Pedro se junta todo, su militancia, su humanidad y un gran amor.”

Sonia dice que saber quién mató a Rómulo no le cambia nada y que como mujer de desaparecido nunca reclamó nada a las instituciones, “nunca creí en ellas, las Madres reclamaban porque creían en las instituciones. Después del exilio me vinculé a derechos humanos, pero nunca a nivel institucional”.

“Los juicios que se están realizando –afirma– hacen que ésta sea una sociedad y un país mejores, pero no son ni por lejos la sociedad y el país por los que perdieron la vida los que murieron. A mí todo eso no me basta, pero también sé que a mí no me tocaron el cuerpo, y eso hace diferencia.”
Ada Miozzi
“UNA NO SABE DONDE ESTA SU COMPAÑERO”

Ada Miozzi fue la esposa de Oscar Isidro Borzi, delegado de fábrica y miembro de la JTP (Juventud Trabajadora Peronista), secuestrado de su casa en Lanús, el 1º de mayo de 1977.

Ama de casa, tuvo tres hijos y al quedar sola entró a trabajar como auxiliar en una escuela donde también le dieron vivienda, así pudo criar a los chicos.

“Yo no era militante, pero ahora que lo pienso más o menos, en mi casa se hacían reuniones, yo les cocinaba, los atendía, así que no sé, no hacía lo mismo que ellos pero ayudaba bastante”, cuenta con cierta picardía en la mirada.

Unos años después se integró al sindicato docente y actualmente colabora en la Comisión de Sobrevivientes, Familiares y Amigos de Víctimas del Vesubio y el Proto Banco. También declarará como testigo de la desaparición de su marido en los juicios por el Vesubio II.

“Sí, a mis hijos y a mí nos tuvieron veinte horas encerrados en la casa la noche del secuestro, a mí me hicieron de todo, y a mi hijo de tres años lo estrellaron contra la pared para que el padre hablara y se lo querían llevar al nene, pero les mentí que estaba enfermo del corazón y lo dejaron”, resume.

“Creo que a mí me salvó mi carácter alegre y la escuela, yo me sentía bien allí y me parecía que con mis hijos estábamos seguros. Nunca supe nada de Oscar, y nunca quise armar una pareja, no es que no haya tenido oportunidades, aclara, pero es muy difícil porque una no sabe adónde está su compañero, no creo que a esta altura esté vivo. Pienso que no hice el duelo, si no decime vos por qué yo lo lloro tanto a Néstor Kirchner?”, pregunta.

Ada dice que desde las presidencias de Kirchner y de Cristina siente una gran libertad y ganas de hacer cosas. “Será por todo lo que hizo que lo quiero tanto; no sé qué hace falta para hacer el duelo de Oscar, qué se yo, como mujer lo que quiero es que mis hijos, que son buenas personas e inteligentes, lleguen lejos, se lo merecen, los dos más grandes son militantes, el más chico no.”
Rufi Gaston
“CREO QUE ES TIEMPO DE VIVIR MI PROPIA VIDA”

Rufi Gastón fue la esposa y compañera de militancia de Aldo Ramírez, “el Gordo La Fabiana”, dirigente obrero de JTP en el Astillero Astarsa de Tigre, desaparecido desde septiembre de 1977, con quien tuvo una hija.

En 1975 él fue secuestrado, torturado y dejado en libertad por la Triple A; al poco tiempo, por razones de seguridad, tuvo que dejar Astarsa y ambos pasaron a la clandestinidad; finalmente él se recluyó lejos de la pareja y la familia, pero activo en la militancia por una decisión de la organización a la que pertenecían. También en virtud de esa decisión, Rufi y su hija Paula estuvieron encerradas siete meses en una casa por medidas de seguridad. Luego le asignaron un compañero para que simularan ser un matrimonio normal junto a la hija. Esto fue aprobado por Aldo y un tiempo después, el compañero asignado fue pareja real de Rufi y padre de su segundo hijo. Más tarde se separaron, aunque mantienen una relación familiar de afecto y por los hijos.

“Creo que en los últimos quince años hemos hecho un recorrido en el que pude profundizar lo ocurrido desde el ’76, a partir del genocidio. Yo siempre tuve una doble vida por ser la esposa y compañera de un dirigente con trayectoria como el Gordo, siempre estuve a la sombra, en un lugar que no debía conocerse y militando en el cuidado de los hijos de los compañeros desaparecidos”, relata con calma, por momentos con los ojos húmedos.

Rufi milita en Zona Norte. Afirma que al cumplir los 60 años sintió que “era hora de vivir mi propia vida, que era demasiado lo que tenía encima y que si no podía expresarlo con libertad traicionaba mis principios como militante. Dejé la peluquería en la que trabajaba, volví a hacer terapia y brindé mi aporte en los juicios. Viajé a Italia a declarar. Somos muchos los que hemos ido recuperando la voz. Hay compañeros que recién ahora pueden empezar a hablar, que estuvieron años presos, torturados. Vivir para contarlo es una suerte, pero también tiene un precio muy alto. Es como que seguís siendo marginal, te reconoce la militancia, pero la sociedad no te devuelve nada. Yo empecé a sentirme legal recién en 2000, cuando saqué el pasaporte para viajar a Italia. Recién ahí empecé a aportar para la jubilación.”

“A Aldo nunca lo encontramos, pero pude saber algo por Maco de Antropólogos y por las declaraciones de ex desaparecidos que lo vieron en Campo de Mayo tras el secuestro en Panamericana. Se supone que lo llevaron muerto”, cuenta.

Rufi comenta que hubo un tiempo en el que intentó la posibilidad de una pareja, “pero el compañero militante me provoca como un temor, ya no quiero perder más nada, quiero conservar lo que tengo. La vida ya me dio un compañero, un novio, un marido que me fascinó con su militancia y también me hizo sufrir, pero eso ocupa un segundo plano en relación a mi admiración por el Gordo. Y mi otra pareja también fue importante, fueron hombres muy fuertes, y tengo tres nietos hermosos”, concluye.
Delia Bisutti
“HOY YA LA ANGUSTIA NO PREDOMINA SOBRE LA PALABRA”

Delia Bisutti fue la esposa de Marcelo Aníbal Castello, trabajador de Foetra y militante de la JTP (Juventud Trabajadora Peronista), secuestrado el 4 de febrero de 1977.

El 9 de enero de 1977 secuestraron a Delia durante cuatro días. Era docente y militante de JTP, estaba embarazada de seis meses de su segunda hija. El 4 de febrero Marcelo concurrió a una reunión en Foetra y desapareció. En marzo nació la hija de ambos, con microcefalia. La nena siempre estuvo postrada y vivió hasta los 10 años. En agosto del ’77 volvieron a secuestrar a Delia y la llevaron al mismo lugar de la primera detención. Allí en una toalla vio que decía “Ejército Argentino”. Con los años ese lugar fue conocido como el Sheraton.

“Cuando testimonié para el libro, en 1997, y cuando apareció, en 2000, la angustia que yo tenía era muy fuerte, no me permitía hablar ni afuera ni en mi propia familia. No podía poner en palabras lo vivido. Tuve que hacer un largo proceso en mi doble rol de esposa de desaparecido y ex desaparecida. Antes no lo había hecho, la vida era muy dura”, expresa.

En 1997 Delia testimonió como quien rompe una represa con el llanto y las palabras. El dolor la desbordaba y a pesar de eso continuó pasando por encima del silencio que apresa y encierra. “Nunca había podido poner esos dos elementos como parte de mi militancia, en democracia yo seguía en silencio, oculta, como con el mismo miedo de hablar y una angustia infinita. Tuve que volver a terapia y a partir de allí avancé mucho, aunque todavía no está todo resuelto. Creo que cada una hizo lo que pudo. Tampoco pude incluir toda mi historia en mi currículum, ni siquiera siendo diputada. Y esa caparazón se extendió a mi hijo, que también hizo su crisis y ahora está elaborando.”

Delia y su hijo son querellantes en los juicios por la causa Sheraton. “De Marcelo no volvimos a tener ningún dato a pesar de que mi suegra fue una activa Madre de Plaza de Mayo que nunca cesó en la búsqueda. Le dijeron que podía haber estado en la ex ESMA, pero no me resulta muy creíble. Otros hablaron de Azopardo, de Ezeiza o de El Banco, pero nada concreto.”

“¿Si tuve o tengo pareja? Ahí llegaste a la parte que sigue oculta –sonríe casi irónicamente–. Yo estaba muy bloqueada afectivamente, eso va cediendo, se va abriendo un espacio, pero me costó mucho asumir que además de todo lo que pasó, de la muerte de mi hija, también había dejado de ser ‘la esposa de’, ese era un vínculo que no estaba roto y que procesé en los últimos años. Además, el exilio interno fue muy duro. Eso creo que no ayudó a hablar, y en los primeros años de democracia estaba la mano de obra desocupada al lado tuyo y los genocidas en todas partes... Fue durísimo. Después fuimos avanzando algo en todas las etapas de la democracia, pero en los últimos ocho, diez años se avanzó mucho y los juicios se hacen en ese marco. La sociedad también empieza a entender qué ocurrió.”
Lila Mannuwal
“SIGO MILITANDO COMO EN EL ‘73”

Lila Mannuwal fue la compañera de vida y militancia de Ricardo Miguel Angel Morello, “Lucho”, responsable de la JP Zona Sur, desaparecido el 17 de marzo de 1977 en Quilmes. Sus restos fueron hallados e identificados por los antropólogos del EAAF en un cementerio de Lomas de Zamora en 1991. Había sido fusilado el día de su desaparición y enterrado como NN.

Lila es actualmente subsecretaria de Derechos Humanos del municipio de Quilmes y dice que la militancia es lo que siempre la mantuvo viva y activa. “Cuando testimonié para el libro me la pasaba trabajando en un negocio y andaba en los piquetes y cortes del sur del conurbano. Pero el haber podido hablar de la historia me generó la necesidad de encontrar a otros con los que formamos el Foro por los Derechos Humanos, la Identidad y la Memoria, con hijos, esposas, hermanos, militantes. Cuatro años trabajamos casa por casa en Quilmes buscando familiares, testimonios, hijos de compañeros desaparecidos, sobre todo porque siempre pensé que las leyes reparatorias no cruzaban la General Paz, no llegaban a los hogares más humildes y sus familias no tenían acceso a ellas ni a sus derechos como víctimas de la represión. Y eso yo lo tomé como un trabajo militante. Hoy casi todos los hijos de Quilmes conocen la historia de sus padres, el gobierno de Kirchner ayudó a la gente a perder el miedo, a hablar, a confiar.”

En 1991, Lila pudo saber en qué lugar estaban los restos de Lucho, exhumarlos y sepultarlos, pero “siempre vuelvo a pasar por el lugar donde lo secuestraron. Pasco me sigue produciendo dolor... hay agujeros de los balazos en las paredes. Estos últimos años fueron vertiginosos. En cinco años voy a cumplir 70. El mayor de mis hijos tiene 45. A Lucho, mi compañero, lo mataron cuando tenía 33. A esa edad él era un hombre grande hasta en la forma de vestirse, ni usaba vaqueros. Usaba pantalón y era admirador de Carlos de la Púa. No sé si hice el duelo, no sé qué es hacer el duelo, hay cosas que no se cierran nunca. Hay veces que me pregunto qué estaríamos haciendo si Lucho viviera. Tal vez tendría que haberme tocado a mí, no a él. Lucho era un cuadro muy importante”.

sábado, 26 de marzo de 2011

Carolina es un poco más Paula

RECUPERO SU IDENTIDAD EN 1998 Y AHORA TAMBIEN SU CUMPLEAñOS REAL.

Por Juan Carlos Tizziani
Desde Santa Fe

María Carolina Guallane podrá festejar su cumpleaños el mismo día de su nacimiento: el 13 de diciembre de 1975. Ella comenzó a recuperar su historia en 1998. Descubrió que era la única sobreviviente de la masacre de su familia biológica, que se llamaba Paula Cortassa, que su padre Enrique Cortassa fue desaparecido y su madre, Blanca Zapata, asesinada con un embarazo a término. Su búsqueda incansable le devolvió el nombre y los restos de Blanca. Aún no se reconoce como Paula, pero tampoco acepta la fecha de su nacimiento que anotó el ex juez de Menores, Luis Vera Candioti, convertido hoy en el primer magistrado del país bajo proceso por supresión de identidad de una menor. El fiscal subrogante Patricio Longo pidió esta semana al juez federal Reinaldo Rodríguez que declare que Carolina nació el 13 de diciembre de 1975, en Rosario, y no el 4 de abril de 1976, en Santa Fe, como decidió Vera Candioti y ordene al Registro Civil de Venado Tuerto, donde ella vive, que rectifique la partida de nacimiento. Longo fundamentó la solicitud en el "derecho de cada persona de ser ella misma". Y si eso ocurre, Carolina festejará sus 36 años en su día y no en el que ordenó el juez de la dictadura que ocultó sus orígenes.

En febrero, tras el procesamiento de Vera Candioti, Carolina lo consideró tan responsable como los represores que masacraron a su familia biológica. "Ese juez me tomó como un paquetito y me dio en adopción como NN sabiendo quién era yo", dijo en Página/12.

En otra entrevista le preguntaron: "¿Por qué te seguís llamando Carolina?". Y ella contestó: "Porque no tengo registro alguno de mi vida como Paula". Pero reclamó que en su documento figure la fecha de su nacimiento: el 13 de diciembre de 1975 y no el 4 de abril de 1976 que inventó Vera Candioti. "No logro que me den una respuesta en el Registro Nacional de las Personas. Si me hubieran puesto como nacimiento el 13 de mayo de 1977, que fue el día en que me adoptaron los Guallane, estaría feliz. No diría una sola palabra. Pero bueno, me acostumbré. Desde 1998, festejo mi cumpleaños el 13 de diciembre, aunque mi documento diga otra cosa", relató en "El Litoral".

El fiscal Longo respondió aquel reclamo público y esta semana le pidió al juez Rodríguez que declare que Carolina "nació el 13 de diciembre de 1975, en la ciudad de Rosario y, en consecuencia, se rectifique su partida de nacimiento en lo que respecta a los datos de fecha y lugar".

Longo hizo el planteo en la causa acumulada que investiga crímenes de lesa humanidad en Santa Fe y en la que están procesados Vera Candioti y el teniente coronel Carlos Enrique Pavón, entre otros. Pavón es el militar que puso a Paula Cortassa a disposición del juez de Menores con una nota falsa fechada el 4 de febrero de 1977, siete días antes del secuestro y la masacre de los Cortassa.

"El Ministerio Público ha tomado conocimiento de la intención de Carolina Guallane de modificar la errónea inscripción del lugar y la fecha de su nacimiento", dijo el fiscal. Y recordó que Vera Candioti había ordenado inscribirla "bajo el apellido de su familia adoptiva, sin mención de sus progenitores" y "luego de establecer por "una simple operación matemática" (sic) que la niña había nacido el 4 de abril de 1976 en la ciudad de Santa Fe".

La investigación genética reveló en 1998 que Carolina "es hija de Enrique Cortassa (desaparecido) y de Blanca Zapata" y que nació "con el nombre de Paula Cortassa en la ciudad de Rosario, el 13 de diciembre de 1975", agregó el fiscal.

"La identidad y el estado civil de las personas, hace a una cuestión de orden público que, como tal, deriva en consecuencias jurídicas que tiene efectos sobre los intereses de la sociedad en su conjunto", precisó Longo. "Y en ese sentido, la doctrina ha conceptualizado el derecho personalísimo a la identidad como "el derecho de cada persona de ser ella misma, de distinguirse y de ser distinta, sobre la base de sus propios atributos y de sus propias cualidades personales que hacen a esa determinada persona distinta de todas las otras""

"Y en la Argentina, el derecho a la identidad se ha desarrollado en otra vertiente, como el derecho de cada persona a conocer sus orígenes y su filiación". Por lo tanto, "lo que se busca reparar con la corrección de la partida de nacimiento de Carolina es su dignidad; dignidad que ha sido caracterizada como "el valor esencial, fundamento de todos los demás valores y, por ende, de todos los derechos individuales".

Longo se fundó también en el bloque constitucional que incorporó los tratados internacionales a la Constitución Nacional, en 1994: la Convención Americana sobre Derechos Humanos ("Toda persona tiene derecho a un nombre propio y a los apellidos de sus padres o al de uno de ellos") y la Convención sobre los Derechos del Niño ("El derecho a preservar su identidad, incluidos la nacionalidad, el nombre y las relaciones familiares de conformidad con la ley sin injerencias ilícitas").

martes, 15 de marzo de 2011

Marta Vennera contó el día que identificó el cuerpo de su esposo

El gesto crispado, tenso

Un juez de la dictadura le mostró fotos de dos cuerpos que habían sido encontrados cerca de Casilda. Uno de ellos era su marido. El otro cuerpo era de Miriam Moro,
pero no lo identificó. "Tenía miedo no sólo por lo que pudiera pasarme a mí", se descargó ayer.

Marta Vennera estaba embarazada de dos meses cuando secuestraron a su marido, Antonio López, en la madrugada del 27 de septiembre de 1976 junto a Miriam Moro. Los dos militantes de la Juventud Peronista iban en moto por Villa Diego a entregar volantes frente al frigorífico Swift. El relato de Vennera frente al Tribunal Federal Oral número 2 desnudó además el terror que vivían los familiares de desaparecidos y la opresión que la llevó a callar información vital para la familia Moro. En plena dictadura, en agosto de 1978, consiguió entrevistarse con un juez que le mostró fotos de dos cuerpos que habían sido encontrados en un camino cerca de Casilda. "Tenía los ojos cerrados y el gesto crispado, tenso. Era Antonio. Yo estaba ahí, en el juzgado, delante de extraños. Había otras fotos de un cuerpo de una mujer con los ojos entreabiertos y pelo desordenado. Me preguntaron si yo tenía idea de quién podía ser. Pensé que podía ser Miriam, pero yo había negado en todo momento la militancia de Antonio. Entonces, dije que no sabía. Tenía miedo no sólo por lo que pudiera pasarme a mí", descargó ayer la culpa que acarrea desde hace muchos años y continuó: "En ese espacio de opresión, no sé qué respuesta podría haber dado más que esa negación que me espanta, porque impidió que la familia Moro recuperara los restos de Miriam".

Vennera recordó que su esposo salió temprano en la mañana de aquel lunes de setiembre. "Hay un detalle que nunca mencioné en todas las declaraciones que hice. Ese día salió mas temprano que de costumbre, porque antes de ir a trabajar él tenía una tarea como militante, tenía que volantear la zona de Villa Diego. Iba con un grupo, él tenía una moto. Era una misión riesgosa porque era una época difícil. Habían caído militantes. Las citas y controles estaban cantados", rememoró ayer Vennera. Aunque no militaba, ella apoyaba lo que hacía su marido. Tras la volanteada, él debía ir a su trabajo, como carpintero en un estudio de arquitectura. Ella era preceptora en el colegio Misericordia. Como él no la llamaba, Marta decidió irse de su casa, porque podía sufrir un allanamiento. "Estuve todo el día en la casa de mi mamá, a quien no le dije nada, esperando que Antonio me viniera a buscar. No dije nada porque en mi familia había muchos policías y no sabíamos que había pasado. Si yo hablaba, podía estar echándoles la policía encima a estos chicos", contó.

Su primera denuncia por desaparición fue el 9 de octubre. Entonces, le llegó la historia de una pareja que iba en moto por Villa Diego, cuando desde un auto les dieron la voz de alto. El muchacho que manejaba levantó los brazos, pero aún así le dispararon en la nuca. La otra chica corrió, y también la metieron adentro del auto. Los secuestradores levantaron los volantes, y la moto quedó tirada en ese lugar. "Me aferré a que un balazo hubiera terminado enseguida con la vida de Antonio, que no hubiera sufrido torturas", dijo ayer.

Cuando nació su hijo, Gerardo, no querían anotarlo con el apellido López. La denuncia por desaparición permitió ponerle el apellido del padre. Con su suegra, la mamá de Antonio, fueron al Comando del Segundo Cuerpo de Ejército en Moreno y Córdoba a buscar datos, con resultado negativo.

Entonces, ocurrió otra crueldad del sacerdote Héctor García, que tenía por costumbre alentar ilusiones en los familiares. "A fines de 1977 fuimos a verlos, y nos aseguró que lo había visto, que estaba bien y pronto iba a salir", relató la mujer, que tiempo después pudo contactarse con alguien de la policía Federal y ver las fotos del cadáver de su marido. "Fue una angustia muy grande, como una cosa opresiva en el pecho que me duró por muchos años", relató.

En enero de 1979 pudo desenterrar a Antonio, y dejar sus restos, identificados, en una parcela del mismo cementerio, en Casilda. Con la llegada de la democracia, en diciembre de 1983, asistió a la presentación de un libro de Carlos Gabetta en Librería Ross. "Me encontré con Ana Moro, hermana de Miriam. Le dije que sabía lo que había pasado con Antonio. Ella se puso mal y me pidió que la acompañara a la oficina de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos", revivió lo ocurrido. En aquella oficina trabajaba de manera incansable la abogada Delia Rodríguez Araya. "Le hablé del expediente, trámite y fotos. Delia me reprochaba cómo había podido callar tanto tiempo. Y yo me di cuenta de que estaba mal negar que mi marido había sido un militante. Por ello, quiero reivindicar la figura de Antonio como un militante político de la juventud peronista", dijo ayer.

Testimonios de José Francisco Reydo y de Mirta Wurm

Testimonio de José Francisco Reydo, secuestrado en el 76
Un mes en el infierno

La Patota fue a buscar a su novia a su casa y se lo llevaron a él. Por haber vivido apremios sabe lo que significa aguantarse sin hablar. "Los que cuestionan al compañero que cantó no tienen idea de lo que es la tortura", dijo.
Por Sonia Tessa

José Francisco Reydó fue secuestrado el 14 de octubre de 1976 en su casa, en Balcarce 712. Su ex esposa, Alicia, estaba ayer entre el público que fue a escuchar su testimonio en la causa Díaz Bessone. Entonces era su novia. Ella les abrió la puerta, pero los represores no la reconocieron. Se lo llevaron a él. Por ella le preguntaron esa madrugada, y durante los 32 días que duró la tortura. Los dos eran militantes de la Juventud Universitaria Peronista, y él se enorgullece porque Alicia jamás cayó. Cuando Francisco lo cuenta, se le llenan los ojos de lágrimas, igual que cuando recuerda a Eduardo Lauss, una de las víctimas de la masacre de Los Surgentes. Francisco pudo ver a Lauss y a José "Ciruja" Oyarzabal en el Servicio de Informaciones, en el sector llamado La Favela. Los tres eran estudiantes de derecho. Lauss y Oyarzábal fueron sacados del SI para la masacre de la localidad cordobesa.

Reydó estuvo desaparecido hasta el 17 de noviembre, cuando lo pasaron a la enfermería de la Alcaidía de Jefatura, donde recibió el respeto de los presos comunes. Un día, en enero de 1977, lo llevaron sólo por unas horas de nuevo al SI, antes de trasladarlo a Coronda. En el SI vio a Juana Bettanín y María Inés Luchetti, madre y esposa del que fuera diputado nacional de La Tendencia, Leonardo Bettanín, asesinado en Rosario el 2 de enero de 1977. Juana, de 54 años, le contó que había sido torturada y violada. "Me puse loco cuando supe toda esta cuestión", relató a Rosario/12. Reydó les pidió ayer a los jueces que tomen las agresiones sexuales como delito de lesa humanidad.

De los torturadores, mencionó a José Rubén "El Ciego" Lofiego, Mario Alfredo Marcote y Raúl Guzmán Alfaro. Pero también se refirió a los compañeros de cautiverio. "Tuve la suerte, la bendición de haber estado al lado de compañeros como Gustavo Pícolo, que es mi amigo del alma y el Cabezón (Carlos) Pérez Rizzo, que me dieron una fortaleza enorme, enorme", contó ayer, al tiempo que afirmó haberse preparado para tolerar la tortura. Así, simuló ataques de epilepsia que le permitieron evitar la tortura por un par de días. "Que Alicia no haya caído nunca para mí es una bendición, un triunfo enorme", afirmó Reydó.

Por haber vivido la tortura sabe lo que significa aguantarse sin hablar. "Los que cuestionan al compañero que cantó no tienen idea de lo que es la tortura. Ninguno de nosotros va a criticar a aquellos compañeros que han dicho algo, han cantado una cita, un control o una casa. Sí decimos de aquellos que cantaron, torturaron y salieron a marcar compañeros, a esos no los vamos a perdonar nunca", dijo Reydó en abierta alusión a Ricardo Miguel Chomicky, uno de los acusado en esta causa.

A Lauss y Oyarzábal los vio en La Favela también. El 17 de octubre de 1976, la patota los sacó del centro clandestino de detención junto a Sergio Jalil, Daniel Barjacoba, Cristina Costanzo, Cristina Márquez y Analía Murgiondo. Los mataron cerca de Los Surgentes, en Córdoba. "No fui testigo del momento en que los llevan, pero sí estuve con el Ciruja y Eduardo en La Favela. Eduardo no me dijo nada, solamente me puso la mano en el hombro y esa mano en el hombro era amor, comprensión, compañerismo, ternura, solidaridad. No hacía falta que hablara. Y me destrozó", rememoró Reydó con los ojos húmedos. También dijo que Sergio Jalil fue para él "un gran referente" desde los tiempos en que compartieron la escuela secundaria en la Dante Alighieri. "Lo que vi de ellos en el momento que estuve en La Favela fue una entrega de amor que nunca te vas a olvidar", dijo ayer.

Reydó fue trasladado a Coronda, donde las condiciones de detención estaban pensadas para aniquilar la subjetividad de los militantes. Pero resistieron. "Nosotros teníamos un compromiso ante el resto de los compañeros, un comportamiento que seguíamos al pie de la letra y una resistencia a este plan sistemático de destrucción del ser humano", expresó Reydó, quien dio un ejemplo de esa organización. El 12 de abril de 1979 le avisaron que lo liberarían. El tenía un espejo de un centímetro por un centímetro que escondía en su boca, entre las encías. Era el que usaba para las guardias en las que debía vigilar que no llegara ningún guardiacárcel mientras los presos conversaban. Cuando lo llamaron para la revisación previa a la libertad, decide tragar el dispositivo realizado con papel de aluminio. Pero la salida se demora unos días. A Reydó le tocaba hacer la guardia, con ese espejito que había ingerido. "Lo defequé, lo busqué y lo encontré, lo lavé y volví a ponerlo en la boca, para poder cumplir con mi guardia", contó el testigo en la sala de audiencias el testigo.

La vida en Coronda era dura. No podían hablar ni siquiera en los recreos, pero igual lo hacían. No tenían permitida la lectura de libros ni diarios. Se las ingeniaban. "Teníamos seguridad montada porque no nos podían agarrar dando clases, que era lo que hacíamos de lunes a viernes, o contándonos películas para recreación, una actividad de los sábados y domingos. Todos los días, a las 20, teníamos el noticiero con las novedades que traían nuestros familiares", relató sobre la forma de sortear las restricciones de la cárcel.

Cuando lo liberaron, en 1979, un militar lo amenazó con matarlo si se quedaba en Rosario y Francisco decidió ir a vivir a Buenos Aires. El jueves siguiente comenzó a participar en las rondas de las Madres de Plaza de Mayo.

La hermana de la profesora

En el marco de la causa Díaz Bessone, declaró durante la tarde de ayer Mirta Wurm, hermana de Hilda Juana Wurm. Hilda fue secuestrada a los 36 años en octubre de 1976 y permanece desaparecida. "Ella era profesora de filosofía y militaba en Montoneros. Una vez me comentó que trabajaba con Lescano en la educación de adultos así que cuando mataron a Lescano y a Rodríguez Araya ella dijo, "ahora me toca a mí", relato Mirta Wurm en referencia a Eduardo Luis Lescano quien fue docente y secretario del Ministerio de Educación de la Provincia, asesinado en septiembre de 1975, y a Felipe Rodriguez Araya abogado de presos políticos asesinado en la misma fecha.

En otro tramo de su declaración Wurm dijo emocionada: "A mi hermana la respeto muchísimo, era una idealista, dio su carrera, sus pertenencias, y cuando no le quedó nada, dio su vida". La testigo cerró su testimonio preguntando al Tribunal y a las partes si "alguien sabe algo sobre dónde desapareció mi hermana, en qué fecha, si alguien sabe algo acá, por favor que me lo diga", convirtiéndose así de testigo a interrogadora.

Por la desaparición de Hilda se encuentra procesado Ramón Genaro Díaz Bessone.

sábado, 12 de marzo de 2011

Carlos Bosso: otro desaparecido que recobra su nombre

Es el cuarto caso de los restos que encontraron en la fosa común del Campo de San Pedro.

La justicia devolvió el nombre al cuarto desaparecido en el campo San Pedro. Es Carlos Bosso, secuestrado en 1977 junto a su esposa, María Isabel Salinas, que ya había sido identificada el mes pasado. Faltan identificar a otros cuatro.
Por Juan Carlos Tizziani

Desde Santa Fe

La justicia logró devolverle el nombre al cuarto desaparecido de los ocho encontrados en una tumba clandestina en el campo San Pedro, de propiedad del Ejército, cerca de Laguna Paiva. Se trata de Carlos Alberto Bosso, un militante del peronismo revolucionario que cayó en Rosario en setiembre de 1977, junto a su esposa, María Isabel Salinas, quien ya había sido identificada a principios de febrero último. Los otros dos son: María Esther Ravelo y Gustavo Pon, desaparecidos también en Rosario, en la misma época, por lo que ahora faltan identificar otros a cuatro: tres hombres y una mujer. Una de la hipótesis de la investigación judicial es que todos ellos pasaron por el centro clandestino La Calamita antes de ser ejecutados. "Después de tantos años de búsqueda y lucha por la verdad, hemos podido reencontrarnos con ellos, saber dónde estaban y comenzar a reconstruir que pasó en estos años tan horribles y tremendos para nuestra sociedad. Ahora reclamamos justicia", dijo Liliana Salinas, hermana de María Isabel y cuñada de Bosso, en un diálogo con Rosario/12.

La fosa común fue hallada el 9 de junio de 2010 por el Equipo Argentino de Antropología Forense. Es la primera en la Argentina que apareció en un predio militar, lo que prueba la responsabilidad directa del Ejército en el genocidio. Y desde entonces los análisis genéticos lograron identificar a cuatro desaparecidos en Rosario: Gustavo Pon (secuestrado en agosto de 1977), María Esther Ravelo (detenida junto a su marido, Emilio Etelvino Vega, el mismo día que los Bosso, el 17 de setiembre de 1977, en su casa de Santiago 2815, conocida como la Casita de los Ciegos). Y ahora, a los esposos Bosso y Salinas, que militaron en la ciudad de Santa Fe hasta fines de 1975 cuando se mudaron a Rosario.

El juez federal Nº 2, Francisco Miño, que instruye la causa del campo San Pedro, espera tener en las próximas semanas el resultado de los cruces genéticos que ordenó en su momento para identificar a los otros cuatro desaparecidos: tres hombres y una mujer.

Bosso tenía 25 años y su esposa "Mary", 22, cuando un grupo de tareas de la dictadura los secuestró el 17 de setiembre de 1977, en Rosario. Vivían en un departamento con su hija de un año, Mariana Bosso. "Eran muy jóvenes. A él le faltaba una materia para recibirse de ingeniero químico y ella, estudiaba bioquímica", recordó Liliana, dos años menor que su hermana.

Al día siguiente, el domingo 18 de setiembre, un hermano de Carlos Bosso, que también vivía en Rosario, escuchó el timbre de su casa, abrió la puerta y se encontró con su sobrina. "Dos hombres de aproximadamente 35 años le entregaron la nena y algunas ropitas", denunció ante la Conadep, en 1984, el abogado Enrique Héctor Cabreriso, primo de los Bosso y defensor de los derechos humanos hasta su fallecimiento, en marzo del año pasado. El relato de Cabreriso coincide con el de la hermana de Salinas. "Los domingos ellos iban a almorzar a la casa del hermano de Carlos, en Rosario. Y ese día él atendió un llamado en la puerta y después volvió con la nena", dijo Liliana.

Ya en 1984, también ante la Conadep, Liliana había aportado otro dato clave. Mariana fue entregada junto con una carta de su madre, María Isabel Salinas, quien le pedía a su familia que "cuidaran a la nena", que ella y su marido "estaban bien" y que "pronto iban a tener noticias" de ambos.

Poco después, Liliana recibió una segunda carta de su hermana, pero ya en su casa en Santa Fe, en calle Corrientes al 4.200, en el oeste de la ciudad, donde vivía en ese entonces. Era una carta "similar a la anterior" que se la entregó "una persona mayor de 50 años, canoso".

Ayer, Liliana recordó ese episodio. "Era un atardecer, a mediados de setiembre de 1977 dijo . Un señor de pelo blanco, no muy alto, llegó hasta mi casa y me entregó la carta de mi hermana. Yo fui a llamar a mi papá y cuando volvimos a la puerta, este hombre ya no estaba, se había ido. Vemos que un auto dobla la esquina, así que pensamos que era el auto con el que había venido", agregó.

¿Qué decía la carta?

Nos contaba que ellos se iban por un tiempo, pero que tenían pensado volver. Que pronto tendríamos noticias. Y que cuidemos a Mariana, que en ese momento tenía pocos meses. Nos explicaba lo que comía la nena, cómo debíamos cuidarla. Esa carta frenó la posibilidad de hacer la denuncia en ese momento y después, tampoco la hicimos por miedo a exponernos.

¿Y qué pasó con la carta?

La guardé un tiempo, pero después la rompí por temor...

Sin embargo, otra de las cartas se conserva en el legajo de la Conadep de Carlos Bosso. A la primera página la escribió él y a la segunda su esposa. "Sí, es la letra de ellos", reconoció Liliana cuando vio las fotocopias. Está dirigida a los padres de Bosso y firmada por "Carlitos" y "Mary" como si estuvieran juntos, en el mismo lugar. Es su último testimonio. "Queridos padres", les dicen a los abuelos de la nena. "Como ustedes saben, a Mariana la queremos mucho, pero creemos que por un tiempo es mejor para ella que esté con ustedes. Luego nos volveremos a encontrar y todo será distinto que hasta ahora y le explicaremos bien todo".