Marcha por Silvia Suppo ¡Esclarecimiento y Justicia!

lunes, 28 de febrero de 2011

Resistir con alegría

La murga La Memoriosa festeja el Carnaval en Rosario. Con pañuelos de las Madres y emblemas aborígenes, esta banda, integrada mayoritariamente por mujeres presas y torturadas durante la dictadura militar, canta para recordar a todos que todavía hay juicios pendientes.

Por Sonia Tessa

Llega el Carnaval y por primera vez desde la dictadura militar será feriado. Será para todos, como marca su historia de festejo pagano, de momento de igualación social y encuentro. Bajo un cielo gris, que amenaza con lluvias, integrantes de la murga La Memoriosa se encuentran en una plaza céntrica de Rosario para preparar su participación en el Carnaval de Pocho, que se realiza en Ludueña, un barrio de calles irregulares, chicos en la esquina y casas humildes donde el militante social Pocho Lepratti convocaba a adolescentes antes de que la policía lo matara, el 19 de diciembre de 2001. Para eso se preparan, bordan las levitas y las banderas de todos colores, la whipala (emblema indígena de siete colores que portan para mostrar que el primer genocidio americano fue el de los pueblos originarios), de los pañuelos de las Madres de Plaza de Mayo, que forman parte de sus estandartes. Los cuellos se envuelven en paliacates, los pañuelos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional que les llegaron directamente desde México. Está por llover, pero son los mosquitos los que apuran el refugio en la sede del Sindicato de Trabajadores Telefónicos (Sitratel), frente a la plaza. Las mujeres son mayoría en La Memoriosa, en este ensayo sólo participa un hombre, Raúl Vázquez. Entre las integrantes hay ex presas y sobrevivientes del terrorismo de Estado, pero también hijas y nietas de aquéllas. Cantan y bailan con coreografías murgueras, al ritmo de Gilda. “Fuiste patota, fuiste apropiador,/ Fuiste asesino, fuiste violador/ Todo eso fuiste pero perdiste. / De repente una mañana cuando te juzgué/ dijiste todo es una mentira,/ fue tu culpa engañarte una y otra vez,/ pensando que impune quedarías”, cantan con todas sus ganas las chicas, mientras Raúl hace sonar el tambor.

La murga nació, justamente, para ponerle color y ritmo en la calle a la difusión del juicio contra genocidas en Rosario. La idea surgió antes de que empezara el primero de Rosario, la causa Guerrieri, en el invierno de 2009. Militantes del espacio Juicio y Castigo salieron de las canchas de Ñuls y Rosario Central conmovidas por la respuesta de la gente, que se agolpaba para firmar el apoyo a los juicios. “Los juzga un tribunal, los condenamos todos”, decía la enorme bandera negra que desplegaban los compañeros en la cancha, y todos podían ver que eso era así en la calle. Entonces, el juicio oral y público de la segunda causa por delitos de lesa humanidad, la más emblemática de la represión en la región, tenía una fecha de comienzo: el 7 de febrero de 2010. En el Espacio empezaron a preguntarse cómo podían poner el juicio en la calle en pleno verano. “En febrero está el Carnaval”, dijo alguna de las futuras murguistas aquella tarde, y convocaron a alguien que sabía del tema. Celeste Montechiarini tenía una experiencia de años en la formación rosarina Los Caídos del Puente, que nació en la zona norte de Rosario tomando la tradición porteña, como dicen los murgueros rosarinos. La propuesta la acercó Rosalyn Ruiz, una de las jóvenes que participa del grupo de Apoyo a las Madres de la plaza 25 de Mayo, como se llaman en Rosario Las Madres, con el nombre de la plaza en la que siguen dando vueltas cada jueves. Aunque el juicio se demoró, y empezó en julio, la murga debutó para el Carnaval de Pocho 2010, en febrero.

“En todas las canciones de crítica, como se llama a los temas en la murga argentina, hablamos de los milicos”, adelanta Rosalyn, mientras todas hacen una coreografía para la foto. Antes de empezar la entrevista, Celeste dice: “Gracias Cristina por devolvernos el feriado de Carnaval” y aclara: “Eso lo decimos todos los murgueros”. La recuperación de la alegría que significa el feriado forma parte de una línea histórica. “Aún estando presas, nosotras apostábamos a la alegría, aunque en la cárcel no teníamos diarios, todo estaba prohibido, hacíamos danza, teatro, encontrábamos formas de divertirnos, todavía hoy, cuando nos encontramos entre nosotras, nos empezamos a matar de risa con nuestras anécdotas, y la gente no entiende”, toma la voz cantante Diana Comini, que subraya: “Nosotros, más allá de todo lo que nos sucedió, apostábamos a la vida, a la alegría, al arte”. Por allí, Celeste aporta la palabra justa, “resiliencia”, la capacidad de tomar fuerza en las adversidades. A ella, la represión la obligó a escaparse del país.

La murga quería instalar el apoyo a los juicios en la calle, con las canciones y, por eso, la primera que idearon se llamó “Un gendarme nos separa”, sobre la melodía del hit de Néstor en Bloque. “La murga usa melodías conocidas y les cambia las letras, todavía no nos da para música original”, dice con humor Celeste, que cuenta lo que significa para los ex presos participar de La Memoriosa. “El otro día vino Carlos Novillo y me dijo que teníamos que ponerle ganas a la murga, porque en este espacio de memoria, en el que siempre transmitimos el dolor, es bueno recuperar la alegría”, rememoró la coordinadora de la murga. La familia de Carlos sufrió el terrorismo de Estado, cuando él tenía sólo 17 años, y uno de sus hermanos continúa desaparecido. Pero en la murga comparten la experiencia quienes vivieron la represión, sus hijas y nietas, quienes no lo vivieron de manera directa. Está pensado para incluir y multiplicar.

Olga Moyano es una sobreviviente del centro clandestino de detención Fábrica de Armas, de Rosario. Fue testigo del juicio a las Juntas y del primer juicio oral en Rosario, la causa Guerrieri. Todo eso no le impide sonreír ni cantar, ni gritar “Prisión perpetua en cárcel común para genocidas”, cuando el espectáculo está en pleno auge. De la misma murga participan Micaela y María Eugenia, dos de sus hijas adolescentes. “Jamás fui al Carnaval, lo empecé a conocer cuando vine a la murga. En la escuela escuché cada cosa sobre el feriado de Carnaval, que era algo para los vagos, pero me di cuenta de que no es así, es una fiesta popular”, dice María Eugenia, mientras borda su levita.

La Memoriosa quiere recuperar el espíritu popular de los carnavales y, por lo mismo, cuestiona el espíritu de los festejos oficiales. “Está todo organizado para que la gente no participe, sino que sea mera espectadora. Lo peligroso del Carnaval para el poder era que la gente ganara la calle, produjera, se encontrara”, plantea con firmeza Comini. El feriado, en su opinión, sí es esencial. “Permite que todos puedan festejar, y no sólo los ricos, los que pueden irse de viaje a Brasil o Gualeguaychú”, apunta con la mirada política que vuelca también en la murga.

Cuando la murga aparece en el escenario, en la calle o en lugar que actúe, dicen unas palabras de presentación. “Comenzó a rondar la idea de una murga, como espacio para acompañar, compartir, crear, recrear y resistir con alegría. Nuestras banderas recogen y levantan otras. Porque la murga implica patear al sistema y resistir, es crítica social, burla al poder. Decir murga es recuperar la calle y decir la verdad, contar las tristezas y armar una fiesta de rebeldía y alegría colectiva. Por eso la memoria está acá, distintas generaciones buscan justicia dando pelea a la impunidad”, es lo que plantean los murguistas antes de desplegar su espectáculos.

La segunda presentación de La Memoriosa, en marzo del año pasado, fue para el Día de la Mujer, en una actividad callejera de Mujeres Autoconvocadas Rosario. Nació de casualidad, porque una de las activistas del colectivo de mujeres era también de las solidarias colaboradoras de la murga, que ponía su auto para transportar bombos y otros enseres. La propuesta fue espontánea, casi inmediata. ¿Por qué no hacen una canción por el Día de la Mujer? Y así nació la canción de la pastilla, con dedicatoria a monseñor Jorge Bergoglio.

“Esta murga cuando baila, si baila de noche y día/ se opone al patriarcado y a toda la moralina”, cantan con la melodía de “La pollera amarilla”. La letra es provocadora, como debe serlo una murga. Las murguistas la cantaron mientras repartían preservativos por la calle, y llevaban otros forros prendidos en sus vestidos. “Bergoglio, porque te enojas porque estamos liberadas peleamos nuestros derechos, somos muy buenas muchachas”, dice una de las líneas de la canción que siguieron cantando. “Al Opus lo vuelvo loco, mamá con los anticonceptivos/ Pastillas por acá, forritos por allá, por sexo responsable/ Venimos a reclamar”, dicen los versos que las murguistas siguen cantando cada vez que tienen una presentación pública.

Mientras las distintas participantes suman sus voces en la entrevista para contar cómo trabajan, cuáles fueron sus presentaciones, los planes inmediatos, una de ellas recuerda que deben preparar la presentación de este año en el Festival de Pocho. Antes de irse, cuentan que todos sus espectáculos incluyen unos versos: “/ Y nació La Memoriosa no más/ Mucha bronca, mucho dolor/ Luchando por un ideal/ 30.000 almas bailan murga aquí,/ Junto a todos los luchadores populares,/ que dieron lo mejor de sí en la pelea por liberación nacionalPara no olvidar,/ Para rendir homenaje/ Sin jamás claudicar”. Una de las jóvenes –en realidad, de las intermedias, porque adolescentes y niñas son parte entusiasta del grupo– dice que se conmueve en cada presentación de La Memoriosa, justo cuando Olga saca toda su fuerza para pedir “Cárcel a los genocidas” y toda la historia de esas mujeres se hace presente en el escenario.

jueves, 24 de febrero de 2011

Causa Feced: Pedirán indagatoria a Jorge Videla

Equipos jurídicos solicitarán a la Justicia que se cite a declarar al ex presidente de facto por privación ilegítima de la libertad, tormentos y genocidio. Es en el marco de la investigación de casos de la megacausa por delitos de lesa humanidad en la región que aun no fueron elevados a juicio.

 El equipo jurídico de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas de Rosario y la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, solicitarán al juez federal Marcelo Bailaque que indague a Alfredo Sotera y a Jorge Rafael Videla por los delitos de privación ilegítima de la libertad agravada, aplicación de tormentos agravados, homicidio triplemente calificado y genocidio.

El pedido se origina en el criterio adoptado por el juez al ordenar la indagatoria de Alfredo Sotera, ex Jefe del Destacamento de Inteligencia 121.

El equipo jurídico de Familiares de Desaparecidos sostuvo que “si Sotera debe responder como autor mediato de los delitos cometidos en la región, como ordenara Bailaque a pedido del Ministerio Público Fiscal, el mismo criterio nos lleva derecho a la responsabilidad ineludible de uno de los integrantes de la primera junta de facto como es Videla”.

La medida se solicita en el marco de las investigaciones de casos que aún no fueron elevados a juicio.

Megacausa

La megacausa Feced fue dividida para el proceso judicial. La primera parte del juicio oral y público de la causa Feced (rebautizada Díaz Bessone) se inició el 21 de julio de 2010 por los delitos de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detenciones del SI, ubicado en la esquina de Dorrego y San Lorenzo de la ex Jefatura de Policía local, en pleno centro de Rosario.

En el juicio se exponen delitos como secuestro y tormentos contra 94 personas y 17 homicidios cometidos durante el primer año de la dictadura que quebró el orden constitucional el 24 de marzo de 1976.

Los imputados son el ex comandante del Segundo Cuerpo del Ejército, Ramón Genaro Díaz Bessone; los ex oficiales de la policía rosarina José Rubén Lofiego y Mario Alfredo Marcote; el ex suboficial Ramón Rito Vergara; el ex comisario principal José Carlos Antonio Scortechini y el civil Ricardo Miguel Chomicky, acusado como colaborador de la represión.

martes, 22 de febrero de 2011

"Acá estoy, con mi historia", testimonio de una ex médica del Hospital de Niños de Rosario

Díaz fue interrogada por Lofiego en una oficina.
La radio fuerte para tapar las torturas, los gritos desgarradores de los atormentados, los castigos a su esposo, volvieron una y otra vez en el relato
de Nora Díaz, quien estuvo detenida 40 días en el Servicio de Inteligencia.
Por Sonia Tessa

Cuando terminó de declarar y salió de la sala de audiencias, Nora María del Huerto Díaz soltó un llanto fuerte, desconsolado, en el pasillo por el que entran los testigos que declaran en la causa Díaz Bessone. Estaba sola, pero su dolor se escuchó con nitidez desde afuera. Había contado durante casi una hora cómo la tuvieron secuestrada por 40 días, y hasta al policía que debió firmar su egreso de la Alcaidía, el 19 de julio de 1977, le dio vergüenza poner en el parte que había estado presa todo ese tiempo por "averiguación de antecedentes". Cuando quiso volver a su trabajo como médica de guardia del hospital de Niños Víctor J. Vilela, el jefe del servicio la acusó de haber abandonado su trabajo, y le pidió un certificado que ella, sólo dos días después de haber sido liberada, fue a buscar al mismo Servicio de Informaciones. Se lo dieron, firmado por el comisario Hugo Sandoz. Cuando volvió con su justificación, recibió como respuesta: "Pero acá no dice que no hiciste nada".

El clima de persecución a toda la sociedad instalado por el terrorismo de Estado se hizo presente con fuerza en la declaración de ayer de esta pediatra que fue secuestrada en su casa, cuando tenía 26 años, junto a su esposo, Alberto Fernández, empleado ferroviario. La radio fuerte para tapar las torturas, los gritos desgarradores de los atormentados, los castigos a su esposo, volvieron una y otra vez en el relato de Díaz. "Quiero que entiendan que yo me pasé 33 años de mi vida intentando olvidar esto para poder seguir. Creí que esta declaración se iba a producir mucho antes. Para mí, llegar a los 60 años a contar esto es terrible", dijo ayer frente a los jueces.

La mujer comenzó su historia con el operativo en su casa de Perú 1566, el 10 de junio de 1977, a la madrugada. Estaban durmiendo y escucharon un ultimátum por altavoz. En la puerta había una camioneta del Cuerpo Guardia de Infantería, de la policía provincial. Los efectivos estaban de civil. La pareja tenía una nena de 2 años y pudo dejársela a un vecino, con el teléfono de su padre para que se la entregaran. Desde allí, los llevaron al Servicio de Informaciones. Los primeros cinco días los pasó en una sala donde compartió cautiverio con un muchacho joven de Villa Constitución al que llevaban todas las noches para torturarlo. Mucho después sabría quién era. Permaneció con los ojos vendados y cerca de su esposo. No podía ver las caras de los represores, pero ayer aseguró que reconocía los zapatos de todos los represores.

Allí, cuando la patota iba a buscar gente, sentían alivio. "Cuando salían era como que una respiraba, pero había que esperar que volvieran con algo, porque si no venían a buscar a algunos de los que estaban allí para torturarlos de nuevo", rememoró ayer, sin quebrarse.

Un día, el jefe de guardia, Carlitos Gómez, le dijo que la iban a bajar. Más tarde la trasladaron al sector del sótano, a una de las dos habitaciones de mujeres. "Me di cuenta de que ahí se habían roto todos los códigos, que era difícil saber quién era quién. Había un detenido, apodado El Pollo (por Baravalle, que estuvo imputado en esta causa y se suicidó en Italia en 2008), que estaba con nosotros pero subía libremente y salía con la patota", relató ayer. Para ella, "las noches eran terribles. El repiquetear de la cama de acero cuando aplicaban la picana no me lo puedo olvidar".

En esos interminables días en el sótano, pudo saber que llevaban gente para matarla. "Lo peor que me pasó fue que a los 10 días de estar abajo, llevaron a ese chico que había estado conmigo, que lo torturaron tanto, que se llamaba Jorge, para bañarse, cuando hacían eso nos ponían en una habitación aparte, y nos prohibían hablar, pero nosotros nos ingeniábamos. Era sábado a la tarde. El se asomó en el baño y me dijo: 'Gorda, me llevan a declarar ante el juez militar'. Yo me puse tan contenta, porque había zafado. Ya me había dado cuenta de que ahí mataban gente. Cuando volví con mis compañeras de cautiverio, me dijeron que yo no podía ser más boluda. Que la gente iba a declarar ante el juez los días de semana por la mañana, y que ese chico no volvía más", dijo la testigo. Cuando salió en libertad, se propuso saber quién era ese joven, que le hablaba siempre de su hijo pequeño. Averiguó que se llamaba Jorge Sklate, y está desaparecido.

Un día la llevaron a declarar ante un juez militar, que la amenazó con que nunca más vería a su hija. Ella le gritó que jamás había conocido a un montonero, pero el juez mantuvo su amenaza. No fue la única vez que la llevaron arriba. Para llegar a destino debía ir sorteando cuerpos de personas que estaban tiradas, secuestradas, en ese lugar. La otra vez que la subieron también le taparon los ojos. Escuchó que iba a la oficina del Ciego (el apodo que usaba José Rubén Lofiego, uno de los acusados de esta causa). Allí la interrogaron y le mostraron una foto de Jorge Francesio, que era médico. Ella lo había cruzado en los pasillos del hospital de Niños, pero no lo conocía personalmente. También está desaparecido.

Por orden de uno de los represores, "Darío" (Julio Fermoselle, no está en este juicio), una noche le dieron a Díaz una pastilla para dormir y se llevaron a su marido, a quien sometieron a tormentos que le provocaron diversas heridas. Fernández declaró en este causa en noviembre, y contó que era militante del Peronismo de Base.

Entre los datos que ayer aportó la testigo, habló del "Sargento" como uno de los represores que estaba en el SI. A ese apodo respondía Ramón Rito Vergara, uno de los seis imputados de la causa. Aunque no pudo recordar claramente su aspecto, sí mencionó que era uno de los encargados de buscar y regresar a los detenidos que iban a la sala de torturas. "Si participaba no lo sé, pero ahí todos participaban", dijo la mujer, que tomó más de un vaso de agua durante la declaración. "Dudé mucho si venir, pero sigo pensando que en la vida hay que hacer lo correcto. Acá estoy y esta es mi historia", expresó. Al salir, su cara trasuntaba dolor. Traspasó la puerta de la sala y no pudo contener más el llanto acumulado.

domingo, 20 de febrero de 2011

Un testimonio pendiente en la causa Díaz Bessone

Juicio a la patota. Nuevo testigo en la causa Díaz Bessone 

Luego de la declaración de Margarita Molina, y a partir de la indagación de las abogadas Durruty y Asinari, el fiscal Gonzalo Stara pidió que se citara a Miguel Angel Kruppa para que testifique por el secuestro y asesinato de su hermano.
Por Sonia Tessa

Carlos Kruppa tenía 22 años el 16 de julio de 1976, cuando un "grupo de tareas" cortó la luz de su barrio, en Fray Luis Beltrán, y entró a su casa. "Estábamos durmiendo, yo tenía 18 años. Escuchamos voces, como a las 2 y media de la mañana, y entraron con pasamontañas y fusiles, eso fue lo único que alcancé a ver", contó su hermano, Miguel Angel, la semana pasada, en la puerta de los Tribunales Federales de Rosario, donde se realiza el juicio oral de la causa Díaz Bessone. El joven fue secuestrado, y nunca más supieron de él. La familia recorrió todas las dependencias oficiales, incluso llegó a la cárcel de Coronda, pero no obtuvo una respuesta. Miguel Angel fue propuesto la semana pasada como testigo en la causa, en la que se investiga el homicidio de su hermano.

El martes pasado declaró una vecina de los Kruppa, Margarita Molina, quien contó que aquella noche de julio de 1976, se oyeron ruidos de autos en la calle General López al 200 de Fray Luis Beltrán. Aunque ella no salió de su casa, alcanzó a oír los gritos desgarradores de la madre de Kruppa, que clamaba para que le dejaran a su hijo. La declaración sirvió para que las abogadas de la querella que la habían ofrecido como testigo --Gabriela Durruty y Daniela Asinari-- indagaran si había algún sobreviviente de la familia. Al saber que el hermano de Kruppa continuaba viviendo en la misma casa de entonces, el fiscal Gonzalo Stara pidió que se lo citara a declarar como testigo de la desaparición de Carlos Kruppa.

Ese mismo día, el testigo Luis Lapisonde contó su secuestro, el 21 de julio de 1976, y que fue llevado al Batallón de Arsenales de Fray Luis Beltrán, donde lo torturaron reiteradamente. En una de esas sesiones lo pusieron en la misma habitación que Kruppa, a quien reconoció por la voz, porque eran vecinos. Nunca más volvió a oírlo. Lapisonde no tuvo dudas sobre el lugar de su cautiverio, ya que conocía perfectamente el Batallón, porque allí estudió y jugó al fútbol, además de reemplazar ocasionalmente a su hermano, que repartía leche.

Mientras tanto, el hermano de Carlos Kruppa esperaba en la vereda de los Tribunales Federales, donde afirmó que nunca había sido citado a declarar. "Esa noche robaron todo lo que tuvieron a mano. Buscaban un mimeógrafo y armas, pero sólo encontraron un rifle de aire comprimido y gomeras", dijo el futuro testigo de la causa Díaz Bessone. "Rompieron todo, se comieron todo lo que había en la heladera, casi me matan al perro, un fox terrier, que se llamaba Rabito y dormía con mi hermano. Cuando estos tipos se acercaron, el perro ladró, y le apuntaron", relató Miguel Angel.

De hecho, su propio secuestro fue una posibilidad cierta. "En un momento uno de los secuaces preguntó qué hacían, si me llevaban a mí también, pero el otro le contestó que yo era un pendejo", recordó frente a los Tribunales. Esa noche sacaron a su hermano en calzoncillos de la casa, pese al frío. El desató a su padre, al que habían amarrado con un cinto. Había también vecinos que gritaban por la ventana. El joven secuestrado tenía 22 años, trabajaba en la Municipalidad de San Lorenzo.

La búsqueda posterior fue infructuosa. "Hicimos lo que teníamos que hacer, recorrimos todo lo legal, fuimos por todos lados, hasta a la cárcel de Coronda, pero en todos lados nos decían que no estaba", rememoró Miguel Angel, que espera la oportunidad de declarar en el juicio oral en el que se investiga el homicidio, por el que está acusado el general Ramón Genaro Díaz Bessone, jefe del comando del Segundo Cuerpo de Ejército hasta el 12 de octubre de 1976.

martes, 15 de febrero de 2011

Testimonio de Josefina González, padeció el cautiverio siendo niña

Una sucesión de pérdidas y búsquedas

Entre tantas historias siniestras que día a día se ventilan en las audiencias de la causa Díaz Bessone, la de Josefina -madre asesinada, padre desaparecido- es todavía sorprendente

 Por Sonia Tessa.

El terrorismo de estado diezmó la familia y amputó una parte de la vida de Josefina "la Tana" González, aún antes de nacer. Su padre, Dardo José Tosetto, fue secuestrado el 9 de diciembre de 1975 y continúa desaparecido, frente al hospital Español. Entonces, su mamá Ruth González estaba embarazada y arriesgó la vida para avisarle a la familia de su compañero. En febrero de 1976 nació ella, a quien su mamá le dijo "La Tanita", durante los cinco meses que pudieron compartir. El 19 de julio de 1976, la patota secuestró a Ruth y sus dos hijas: Mariana, de tres años y ella, de cinco meses. En el mismo allanamiento cayó Pedro Paulón. Ruth, que era muy buscada, se escudó en una identidad falsa: Dolores Aguirre. Así pasó por el Servicio de Informaciones, donde también estuvieron secuestradas las dos niñas, que luego fueron apropiadas por guardiacárceles. Ruth todavía los represores no sabían de quién se trataba fue llevada a la Alcaidía, adonde la patota la buscaba periódicamente para interrogarla. Simulaba trastornos mentales, mientras sufría por el destino de sus hijas. Entre tantas historias siniestras que día a día se ventilan en las audiencias de la causa Díaz Bessone, la de Josefina es todavía sorprendente. Siendo una niña muy pequeña y ya recuperada por una tía abuela que se encargó de criarla , debieron extirparle el baso, producto de un golpe muy fuerte sufrido cuando tenía cinco meses.

Ese golpe, según consta en la elevación a juicio oral de la causa, se lo propinó el entonces interventor de la policía rosarina, Agustín Feced, para presionar a su madre, que aún así mantuvo silencio. El 23 de septiembre de 1976, Estrella González hermana de Ruth y su pareja, Héctor Vitantonio, también fueron secuestrados en su casa, donde estaban con su beba, Clarisa, de 10 días. La patota dejó a la niña al cuidado de unos vecinos.

Por esos días, a Ruth la sacaron de la Alcaidía en taxi, con dirección desconocida. Ya sabían quién era. Se presume que la tuvieron un tiempo en el centro clandestino de detención La Calamita. El 5 de octubre aparecieron los cadáveres de Ruth, Estrella y Héctor en la avenida de Circunvalación. Josefina pasó gran parte de sus 34 años intentando armar el rompecabezas familiar en el que faltan cinco piezas, ya que su abuela, Amorosa Brunet de Gonzalez, también está desaparecida. Y otra de las hermanas de su madre, María de las Mercedes, estuvo presa desde septiembre de 1975 hasta 1979. Todos eran del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).

El familiar que reconoció los cuerpos de su mamá y su tía le contó que Ruth estaba desnuda y Estrella con el camisón con el que fue secuestrada. El supuesto enfrentamiento fue publicado en los diarios, y entonces la hermana de su abuela Amorosa comenzó a moverse para recuperarla a ella y a su hermana. Mariana fue restituida un mes después. Con Josefina fue un poco más difícil, recién pudo recuperarla en mayo de 1977.

Ayer, Josefina se sentó frente al Tribunal Federal Oral número 2 y contó la sucesión de pérdidas y búsquedas que forman parte de su historia. Habló con un tono suave, pausada, sin ceder a la emoción. En un momento, contó que todos los años publica el recordatorio de su padre en Página/12, y gracias a eso algunos compañeros de facultad de Tosetto, que estudiaba Ciencias Económicas, le dieron algunos datos. "Tengo seis fotos de él", dijo sobre lo que constituye un tesoro. Les dijo a los jueces que está a la espera de su filiación paterna, para así llevar su nombre real. "No pudieron sacarme la sangre ni la historia", expresó.

Cuando tenía 7 años, Josefina empezó a tener pesadillas. Soñaba que la perseguían, sentía un brazo a la altura de la panza. Una psicóloga le aconsejó a su tía que le contara la verdad, porque hasta entonces creía que la familia había muerto en un accidente. Como la tía Judith no podía hablar de lo ocurrido, fue su hermana Mariana, apenas tres años mayor, la encargada de decirle que a sus padres los habían matado porque "pensaban distinto y lo habían dicho". El impacto subjetivo fue perdurable. "Hasta el día de hoy me cuesta hablar delante de gente que no conozco", les dijo ayer a los jueces.

La reconstrucción de su identidad tuvo un primer hito cuando tenía apenas diez años, al encontrar en la biblioteca familiar una partida de nacimiento, donde figuraba el nombre de su mamá, pero no así el del padre, que estaba tachado. Tres años después comenzó la investigación, a través de Lelia Ferrarese.

Del paso de Ruth por la Alcaidía hay numerosos testimonios, ya que compartió cautiverio con muchas testigos, entre ellas, con Lelia que también declaró ayer. A Lelia le regaló una miniatura tallada en hueso y le dijo: "Vos vas a salir de ésta, estoy segura. Por favor, no te olvides de mis nenas".

Uno de los pocos objetos que la Tana tenía de su mamá era una despedida, en forma de libro de cuentos, que les había hecho en la Alcaidía. El 30 de diciembre de 2009, la Tana sufrió un atentado en el domicilio, y sólo se llevaron los objetos que pertenecían a sus padres, de altísimo valor simbólico y afectivo para ella, pero ningún valor material. Entre ellos, aquel libro, que ella había tenido la precaución de escanear. Por ese atentado no hay ningún acusado o detenido.

Del padre fue más difícil encontrar datos. Estaba a punto de cumplir los 15 años cuando conoció a sus abuelos paternos, que eran de Brikman (provincia de Córdoba). Ellos le llevaron algunas fotos y supo que era muy parecida, bastante antes del análisis genético que dio 99,999 por ciento de compatibilidad. La primera imagen de su padre la había tenido poco antes, cuando vio una foto del carné de la biblioteca Argentina.

Tenía 20 años, en 1996, cuando pudo saber algo más sobre su madre. Formaba parte de la organización Hijos y buscó datos entre las compañeras de detención. Le costaba preguntar entre las pocas personas de su familia que continuaban vivas, porque era remover un dolor profundo. Su tía Judith, por ejemplo, no podía hablar de la masacre familiar sin llorar. "A mí me daba un poco de culpa preguntarles", dijo ayer frente a la demudada presidenta del Tribunal, Beatriz Baravani de Caballero.

Josefina pudo saber que su madre era "una persona muy fuerte, muy entera, que hizo todo lo posible para bancarse todo". Cuando terminó de contar su historia, dijo que sigue "creyendo en que la Justicia funcione, que esta es la manera de hacer un país más justo".

"Voy a hablar de los que no están", testimonio clave de Carlos Pérez Rizzo

Pérez Rizzo salvó su vida gracias a la gestión de su padre policía. Tenía 24 años cuando lo detuvieron. En el SI, dijo, había 16 personas que fueron asesinadas o continúan desaparecidas.
por Sonia Tessa

Carlos Pérez Rizzo se sentó frente al Tribunal Federal Oral número 2 y comenzó a contar su secuestro, el 14 de octubre de 1976, junto a una compañera, Cristina Costanzo. "Voy a hablar de aquellos que no están y no tienen más que a nosotros para que contemos la verdadera historia", dijo el testigo, a quienes su compañeros llaman "Cabezón". Afirmó que en el Servicio de Informaciones había 16 personas que estaban cautivas y luego fueron asesinadas en supuestos enfrentamientos, o continúan desaparecidas. Entre ellos, las siete víctimas de la masacre de Los Surgentes, así como Marisol Pérez y Daniel Gorosito. De 57 años, Pérez Rizzo salvó su vida gracias a la gestión de su padre, comisario principal y amigo del entonces interventor de la policía rosarina, Agustín Feced. Tenía 24 años cuando lo detuvieron. Después de unos meses en el SI, fue trasladado a Coronda, Rawson y Devoto. Recuperó su libertad el 17 de abril de 1984.

Mostró las cicatrices en el codo izquierdo de las heridas que sufrió en la tortura, se emocionó cuando contó que fue abuelo el lunes pasado. "Mis hijos dieron vida a una vida nueva, y yo vengo a dar testimonio por aquellos que pelearon por una vida nueva", dijo. Pero hubo un momento en el que las lágrimas no lo dejaron hablar. Cuando le preguntaron sobre la reunión que tuvo con Feced y su padre, al poco tiempo de secuestrado, estuvo largos minutos sin poder abrir la boca. Sólo atinó a recordar la "desesperación" de su papá. En la sala, el público lloró a moco tendido. Casi al final, dijo: "Soy montonero y no lo voy a negar ahora. Aparte, estamos en democracia".

En un momento, Pérez Rizzo expresó: "Acá falta gente, porque la patota hacía tres turnos, en grupos que no pueden haber bajado de entre 12 y 16 personas. Eso significa 48 o más" integrantes de la patota. También calculó que cada guardia era de entre cuatro y seis, lo que suma otros 12 a 18 más. Recordó especialmente a Beto Gianola, que cada dos días bajaba al sótano para amenazarlo de muerte. "Cabezón, a vos yo te voy a matar", le decía. Fue testigo de una especie de asamblea que los miembros de la patota hicieron en una habitación contigua a su lugar de cautiverio para discutir la orden de Feced de preservarle la vida. Todos querían matarlo, pero una parte proponía, además, incumplir la orden del mandamás de la policía. Al salir, cada uno de los represores le pegó.

Pérez Rizzo también contó la "sorpresa" que le causó, en 1987, la ley de obediencia debida, "en virtud de lo vivido". "Se desesperaban por participar en secuestros y torturas. En el caso de los guardias, para ganar puntos y poder participar de los saqueos", rememoró.

La primera parte de la declaración estuvo centrada en el relato de las personas que vio en el SI y luego fueron desaparecidas. De Costanzo, secuestrada junto a él en Matienzo y Ocampo, recordó que aguantó para "cantar" la casa donde vivía hasta la hora estipulada por la organización. También contó que vio, en muy mal estado, a Daniel Oscar Barjacoba, que había sido secuestrado unos días antes. En esos días cayeron también Sergio Abdo Jalil, María Cristina Márquez y Analía María Murguiondo. En la misma pieza que él estaban José "el Ciruja" Oyarzábal -su "compañero y amigo" y Eduardo "el Laucha" Laus.

A los varones los habían puesto en la oficina de Feced y a las mujeres, en la sala de torturas. En la madrugada del 17 de octubre, los hicieron preparar, y los llevaron, a todos menos Pérez Rizzo. Como Jalil estaba en cueros y hacía frío, el Cabezón le regaló su campera beige. Cuando volvió la patota, escuchó decir: "Lo de Los Surgentes salió perfecto". Los diarios hablaron de muertes en el intento de copamiento a una comisaría. Pérez Rizzo y Gustavo Piccolo, compañero de cautiverio, hicieron un documento en la cárcel de Devoto en el que detallaban la vestimenta con que se llevaron a estos seis militantes con vida desde el centro clandestino de detención. Al salir de la audiencia, Pérez Rizzo se abrazó con el hermano de Oyarzábal y le dijo: "Lo trajimos de vuelta".

También habló de la llegada al SI del Negro Quique, desaparecido. "Lamentablemente no sé cómo se llama, puede ser Martínez", dijo. "Después de varios días de torturas, me llevan a la Favela para que fueran sanando las heridas. Ahí traen a un compañero del PRT ERP, Daniel Gorosito", contó. Seis días después, lo mataron.

Por la intervención de su padre, Pérez Rizzo es bajado al sótano. Allí pudo observar a otras personas que luego fueron desaparecidas, como Roberto, alias Tito o Chaqueño, de quien recordó que "estaba despedazado". Le habían quemado la base de los testículos con acetileno y le habían cortado el pecho con bisturíes. En noviembre vio a Marisol Pérez.

En enero lo llevaron a Coronda, pero un mes después lo trasladan de nuevo al SI para esperar su primer consejo de guerra. En ese momento estuvo en la Favela con dos militantes de la UES, Adrián Sánchez y el Toni, de quien no supo dar el nombre. Ellos no dieron datos en la tortura. Como la patota no tenía gente para secuestrar, un día llegó Ricardo Chomicky, el civil colaborador acusado en esta causa. "Lo ponen al lado del Toni. No recuerdo si yo ya sabía que Cadi ya estaba colaborando en demasía con el SI. Le empieza a sacar de mentira a verdad, como si fuera un compañero. El Toni menciona que gracias al Cabezón no había dicho nada. El está desaparecido, y yo me comí una gran paliza", relató Pérez Rizzo.

Otros tres desaparecidos que el testigo pudo ver en el SI fueron Susana Broca, Enzo Zunino y Eduardo Bracacchini. "Después de que se los llevaron, Darío escribió el parte policial por el cual los tres habían sido muertos en un intento de copamiento en la comisaría de Alvear. Y lo leyó en voz alta", relató ayer.

Pérez Rizzo contó cómo notaban que la patota se estaba preparando. Dijo que esos momentos eran un "pandemónium". Desde el sótano escuchaban las corridas, los gritos, el ruido de amartillar las armas. "Cuando se escuchaba eso era porque sacaban a alguien para matar o iban a buscar a alguien", contó.

Sobre los represores, recordó especialmente a Mario Alfredo Marcote, el cura, que acosó sexualmente a Teresa Soria de Sklate, con promesas de salvar la vida de su esposo. Tanto ella como él están desaparecidos. También contó que tuvo algunas entrevistas con José Rubén Lofiego, que participó de su secuestro. Mencionó a Managua (Ernesto Vallejos, no está en esta causa), que le dio una tremenda paliza usándolo de puchinball. En la segunda parte de su declaración, Pérez Rizzo leyó un documento que escribió en 1979, cuando estuvo detenido en la Alcaidía esperando un nuevo consejo de guerra. Ese escrito, que fue pasado a máquina por su padre, incluía la descripción de las sesiones de tortura que vivió.

Ayer volvió a leerel final: "Como dice Lito Nebbia, si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia. El que quiere oír, que oiga".

jueves, 10 de febrero de 2011

Ocho represores siguen en libertad.

Juez Bailaque
Lofiego (el Ciego)
ElJuez Bailaque no hizo lugar al pedido de detención de ocho represores.
Se mantienen las excarcelaciones

Los fiscales Stara y Gambacorta entendieron que Lofiego e Ibarra, entre otros, en caso de mantenerse la libertad, intentarían eludir la acción de la justicia.
Preocupación de organismos de derechos humanos de la ciudad y de sobrevivientes.

El juez federal Marcelo Bailaque resolvió no hacer lugar al pedido de detención de ocho represores interpuesto por los fiscales Gonzalo Stara y Mario Gambacorta. El magistrado sostuvo que debe esperarse lo que se resuelva en otras instancias donde se encuentran los incidentes excarcelatorios. Los fiscales a cargo de la Unidad de Asistencia para causas por violaciones a los Derechos Humanos, habían solicitado la inmediata detención de Ramón Telmo Alcides Ibarra (alias Rommel), Julio Héctor Fermoselle (Darío), Eduardo Dugour (Picha), Ernesto Vallejo (Managua), Ovidio Marcelo Olazagoitia (el Vasco), Diego Portillo (Diego), Pedro Travagliante (Rulo), así como de José Rubén Lofiego (el Ciego), en el caso de privación ilegal de la libertad cometida contra Graciela Borda Osella.

El mismo pedido formularon los representantes del Ministerio Público ante el Tribunal Oral Federal número 2 respecto de los imputados Lofiego, Mario Alfredo Marcote, Carlos José Antonio Scortechini y Ramón Rito Vergara, cuyo juicio oral se está realizando, y transitan en libertad. Este segundo planteo aún no se resolvió.

Los fiscales entendieron que "la gravedad de los hechos imputados, la naturaleza de los delitos calificados como de Lesa Humanidad, la pena en expectativa, el especial deber del Estado argentino de neutralizar toda posibilidad de fuga o entorpecimiento de la investigación" resultan, entre otros, "parámetros válidos para afirmar que, en caso de mantenerse la libertad, los imputados intentarían eludir la acción de la justicia".

Afirmaron que tanto la Cámara Federal, el juzgado de Bailaque y la Cámara Nacional de Casación Penal según los casos al conceder las excarcelaciones incurrieron "no solo en un claro apartamiento del derecho, específicamente de las normas que restringen la excarcelación sino también, en una indebida omisión de valorar circunstancias fácticas del caso que permiten sostener la existencia de peligros procesales conforme el estándar establecido por la Corte Suprema de Justicia de la Nación al revocar la eximición de prisión de Domingo Morales, a fines de diciembre pasado, tal como lo había hecho en expedientes anteriores".

Desde Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones políticas, Elida Luna y Héctor Medina manifestaron: "Lamentablemente nos asistió razón cuando dijimos que luego de las intimidaciones sufridas por muchos de los testigos en Santa Fe, lo ocurrido con Julio López y Silvia Suppo quedaba demostrado el riesgo procesal de todos los imputados por delitos de lesa humanidad. Lo dijo nada menos que la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Es una obligación para los jueces inferiores respetar los fallos supremos, de lo contrario deberían indicar por qué se apartan de aquellos".

Por su parte, Marta Bertolino, sobreviviente, del Servicio de Informaciones y querellante en la causa Díaz Bessone consideró que "los delincuentes de lesa humanidad, deben esperar los procesos en cárceles comunes y cumplir allí mismo las penas. El Estado debe garantizar la realización de los juicios. Liberarlos no es de ninguna manera una señal de cumplimiento de este compromiso con la comunidad internacional. La negativa del juez Bailaque deberá ser revertida para acercarnos nuevamente al ideal jurídico de ciudad que cumple con sus compromisos con el mundo y con el futuro".

Desde el Equipo Jurídico de Familiares de Desaparecidos por Razones Políticas y la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, las profesionales Gabriela Durruty, Daniela Asinari y Jesica Pellegrini explicaron que "lo solicitado por el fiscal Stara es la única medida que garantiza el cumplimiento de los stándares fijados por la Corte en materia de delitos de lesa humanidad, así como la seguridad de los testigos y la realización del proceso". Para las abogadas, "la resolución del juez instructor no explica por qué se aparta de los lineamientos establecidos por el máximo Tribunal respecto a la restricción de la libertad durante el proceso de personas imputadas por crímenes de lesa humanidad, ocasionando -además un grave dispendio jurisdiccional ya que obliga a transitar todas las instancias judiciales conociendo de antemano el resultado que se obtendrá a raíz de lo que ya resolvió la Corte Suprema de la Nación".

El Alto Tribunal estableció como parámetros decisivos para denegar excarcelaciones la gravedad de los delitos investigados, la expectativa de pena de los mismos, la experiencia, los medios y las relaciones de las que podrían llegar a valerse los imputados recordando que se trata de delitos calificados como de lesa humanidad.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Un juez y un militar procesados por supresión de identidad

El ex juez de Menores de Santa Fe, Luis María Vera Candioti, y el teniente coronel Pavón fueron procesados por "supresión de identidad" de Carolina Guallane, cuyos padres fueron asesinados en Santa Fe. "La verdad sale a la luz con peso propio", dijo la muchacha.l     
      
 Por Juan Carlos Tizziani
Desde Santa Fe

Veinte años de búsqueda le llevó a María Carolina Guallane saber que su verdadero nombre era Paula Cortassa, que sobrevivió a la masacre de su familia biológica durante la dictadura, el 11 de febrero de 1977, que su padre Enrique Cortassa fue secuestrado y desaparecido y su madre, Blanca Zapata, embarazada a término, murió dos semanas después de agonizar con un balazo en la cabeza en un hospital Cullen, donde perdió a su segundo hijo. Y treinta cuatro años tuvo que esperar para que comience a hacerse justicia. El juez federal Reinaldo Rodríguez procesó al ex juez de Menores de Santa Fe, Luis María Vera Candioti, por la "supresión de identidad" de Paula y lo acusó de haber cortado sus raíces cuando apenas tenía dieciocho meses para "ocultar la detención" de su padre, evitar que sus abuelos puedan "reclaman la tenencia" de la pequeña o "encubrir" la responsabilidad del Ejército "en el cautiverio" y "la apropiación" de la niña. "La verdad sale a la luz con peso propio y la mentira cae como un efecto dominó", dijo ayer Paula -que como se sabe sigue usando el nombre de María Carolina- al enterarse del procesamiento de Vera Candioti y de otro militar imputado en el caso, el teniente coronel Carlos Enrique Pavón, quien puso la niña a disposición del juez de Menores con una nota falsa porque tiene fecha de 4 de febrero de 1977, siete días antes del secuestro de los Cortassa.

Vera Candioti es el primer juez del país procesado por la alteración del estado civil de la hija de desaparecidos. Ya en marzo del año pasado habían rechazado su pedido de prescripción de la causa. "La supresión de identidad de los hijos de aquellos asesinados o desaparecidos políticos durante la dictadura constituyó una práctica extendida en todo el país", formó parte de "un plan sistemático de la represión" y por lo tanto se trata de "delitos de lesa humanidad" e imprescriptibles, le contestó el juez Rodríguez. Y ahora, lo procesó por el caso, aunque le concedió la posibilidad de esperar el juicio oral en libertad por un delito que prevé penas de uno a cuatro años de prisión.

La masacre ocurrió el 11 de febrero de 1977, en la casa de calle Castelli 4531, donde vivían los esposos Cortassa con su hija Paula y otra militante política Cristina Ruiz de Ziccardi, con sus dos hijos de dos y cinco años. Los únicos sobrevivientes fueron los chicos, pero dos semanas después del operativo los hermanitos Ziccardi quedaron en manos de sus abuelos. Mientras que la niña padeció el desgarro de su familia biológica hasta que Vera Candioti la entregó en guarda al matrimonio Guallane, de Venado Tuerto que la adoptó de buena fe, en abril de 1977. El juez Rodríguez logró probar en la causa que "el Ejército conocía el origen" de la niña y que su permanencia "fuera de los lugares y las instituciones encargadas de su custodia, con un destino informal e incierto" (entre el 11 de febrero y el 13 de abril de 1977) tuvo por objeto ocultar su verdadera identidad. Una situación que se extendió hasta el año 1998", cuando Paula supo cuál era su verdadero nombre y comenzó a reconstruir su historia.

Vera Candioti dijo en la indagatoria que él recién "tuvo conocimiento de la situación de la menor cuando firma el primer decreto, el 6 de abril de 1977", es decir dos meses después del operativo militar. Pero el juez Rodríguez lo desmintió porque junto con Paula también estaban a disposición de Vera Candioti los hermanitos Ziccardi y éstos fueron restituidos a sus abuelos, el 24 de febrero de 1977. Y entre esa fecha y el 6 de abril, que es la que invoca Vera Candioti, no se adoptó ninguna medida para "el resguardo de Paula Cortassa o determinar la existencia de familiares". Y esta situación "hace evidente la intención de fraguar lo acontecido, lo que evitó que la menor sea reclamada legítimamente por su familia", dice el procesamiento.

El juez Rodríguez dijo en su resolución a la que tuvo acceso Rosario/ 12 que Vera Candioti ocultó "deliberadamente" que Paula Cortassa era sobreviviente del "procedimiento de calle Castelli". Y ensayó cuatro hipótesis para explicar por qué el ex juez de Menores hizo lo que hizo:

* a) "Para ocultar la detención de Enrique Cortasa.
* b) "Para vitar que sus familiares reclamen legítimamente la tenencia de la menor.
* c) "Para ocultar las responsabilidades del Juzgado en relación a la custodia y supervisión del estado sicofísico de la nena
* d) "O para encubrir el cautiverio de la niña en el Ejército".

Y abonó las últimas dos hipótesis (la actuación del Juzgado y el encubrimiento al Ejército) con más datos. "Es conocido que las actividades de los distintos organismos encargados de la custodia y los menores era documentada, ya sea por la Casa Cuna, por la Dirección de Minoridad y Familia del Ministerio de Salud o por los centros de asistencia sanitaria donde eran atendidos. Sin embargo, no se pudo constatar la existencia de estas actuaciones con relación a los menores involucrados" en la causa.

"Cualquiera fueran los motivos que impulsaron a Vera Candioti a actuar de la forma en que se le reprocha, éste conocía que se hallaba ante una situación totalmente irregular y era su obligación como funcionario subsanar las mismas, premisa que de la que se alejó a favor de sostener en el tiempo la ilegalidad del proceso de guarda sin levantar sospechas. Este conocimiento constituye el dolo específico requerido en la comisión de cualquiera de los ilícitos penados en el sistema penal argentino", agregó Rodríguez.

Por lo tanto, el juez Rodríguez consideró probado que el objetivo de la maniobra "era ocultar la verdadera identidad" de la nena. Y que Vera Candioti con "su accionar impidió a la Paula Cortassa conocer su verdadera identidad y a sus familiares el destino de ésta, durante casi 20 años, imposibilitándolos de velar por su persona, mantener y forjar los vínculos afectivos que los unía", concluyó.

martes, 8 de febrero de 2011

El padre, rehén de la patota

EL TESTIMONIO DE RODOLFO FERNANDEZ BRUERA

Rodolfo eludió el secuestro aquella noche, porque su hermano se escapó por los techos de la casa de Laprida 1788 para advertirle del peligro. Pero el padre estuvo 40 días detenido en el Servicio de Informaciones. Falleció hace cinco años.
por Sonia Tessa.

La vida de Rodolfo Fernández Bruera pendió de un hilo en la noche del 1º de julio de 1977. Su padre, José Esteban Fernández, fue el rehén que la patota eligió como anzuelo para obligarlo a entregarse. Rodolfo es hermano de Gonzalo, uno de los testigos del lunes en la causa Díaz Bessone. Rodolfo eludió el secuestro aquella noche, porque su hermano se escapó por los techos para advertirle del peligro. Pero el padre estuvo 40 días detenido en el Servicio de Informaciones. La larga espera de justicia por los delitos de lesa humanidad impidió que José Esteban pudiera testimoniar en primera persona lo vivido en el centro clandestino de detención. Murió hace cinco años. Su hijo ofreció ayer un documento escrito a máquina por el hombre, que tenía 60 años cuando lo secuestraron. En ese manuscrito hizo una minuciosa descripción física del SI, relató las torturas y simulacros de fusilamiento de prisioneros que escuchó, así como la relación con los guardias. Ese escrito pertenece a un hombre azorado con las arbitrariedades cometidas por el estado. Un hombre que vivió 40 días con gran temor de escuchar la voz de su hijo entre los "detenidos" que llevaba la patota al SI. Rodolfo fue el único testigo de la audiencia, que se suspendió al mediodía porque el juez Jorge Venegas Echagüe, uno de los integrantes del tribunal, estaba descompuesto.

Esa noche del 1º de julio de 1977, la patota llegó primero a la casa de los Fernández Bruera, en Laprida 1788, y luego trasladaron a José Esteban a su taller gráfico de Presidente Roca y Catamarca. "Requisaron todo el taller y a partir de ese momento mi padre termina detenido- desaparecido, porque no estaba legalizado, y mi hermano menor queda a cuidado de mi hermana mayor", relató ayer el testigo, que no llegó a su casa esa noche. "Si hubiese llegado a mi casa no estaría hoy aquí. Me venían siguiendo hacía entre 10 y 15 días. Esa noche fue el último vínculo con mi familia", siguió entregando su memoria para que forme parte del proceso judicial.

Al día siguiente, Rodolfo sabía que su padre había sido detenido. La opción de hierro que enfrentaba era entregarse o huir. "La opción primera fue la que traté de manejar. Me contacté con un pariente mío que tenía buena relación con la dictadura del momento y estimaba a mis padres", contó sobre lo vivido en aquellos días de angustia. A las 8 de la mañana, fue a la casa de ese familiar y lo puso al tanto de lo ocurrido. Le dijo que sí, que era militante montonero, trabajaba en prensa y hacía volantes. "Es algo muy peligroso. Esas palabras me hacían cargo de todo, no tenía nada que ocultar, yo siempre fui colaborador porque me costaba mucho asumir la violencia política, eran tiempos violentos pero yo no lo asumía. Hacía volantes, matrices de películas, ayudaba con eso. A partir del 25 de marzo del 76 viene un compañero a hacer algo y digo que sí, ahora sí. Las cosas cambiaron y empiezo a militar", contó ayer sobre su decisión política tras el golpe de estado. "Ellos cambiaron las reglas del juego y yo asumí todas las responsabilidades, por eso dije que asumía todo, que mi padre no tenía nada que ver", dijo frente al Tribunal presidido esta semana por Beatriz Barabani de Caballero. Por lo demás, Rodolfo llevaba una vida a plena luz: "Trabajaba desde las 8 de la mañana hasta las 7 de la tarde y de ahí me iba a estudiar publicidad, también había estudiado ciencias económicas".

En aquella entrevista, Rodolfo le pidió a su familiar que hiciera "todo lo posible por salvar" a su padre, y afirmó que se entregaría. Esa misma persona le confirmó que su padre era un rehén, que lo querían a él. Y Rodolfo le preguntó si garantizaban su vida. "No", fue la respuesta que recibió. Mientras tanto, ahora sí escondiéndose, Rodolfo mantenía comunicaciones telefónicas con su hermano mayor, que un día le dio una opinión gravitante. Le dijo que se presentara si quería, en Balcarce y Córdoba, en el Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, y le dio el nombre de un teniente coronel ante el que debía presentarse. "Eso te lo digo formalmente, pero como hermano te digo que tomes distancia porque te quieren muerto. De papi nos encargamos nosotros". Esas fueron las palabras de Diego, su hermano mayor. Tras la audiencia, Rodolfo habló con Rosario/12 sobre el eterno agradecimiento a su familia.

Otra de las pruebas que el testigo aportó a la causa fue una nota del diario La Capital, publicada el 8 de julio de 1977, en la que se hablaba de un taller con "material extremista". Después de su detención, al padre lo obligaron a firmar que había encontrado su comercio en perfectas condiciones, pero lo habían saqueado y jamás pudo reabrirlo. Aunque José Esteban intentó explicarles a los represores que no se trataba de una imprenta, no hubo forma de que lo entendieran.

"Lo bueno de este relato es que uno lo puede contar, muchos otros no pueden. De esta historia del 76 en adelante vamos a saber el 15 o el 20 por ciento de la verdad. El resto lo perdimos con los desaparecidos y el tiempo que nos llevó replanteando el tratamiento de esta verdad, aquí se consiguió y es un avance de la justicia y para nosotros es importante", dijo Rodolfo en la audiencia. Su testimonio terminó con un agradecimiento por "la oportunidad para relatar un pedazo de esta historia".

Más tarde, cuando se iba del Tribunal acompañado por su familia, su esposa, Gioconda, quiso decir lo suyo: "Después de 30 años, esto está a flor de piel. Uno siente que otra vez están poniendo la piel, el cuerpo. Los ves ahí a ellos, y nos podemos cruzar en cualquier momento en esta ciudad con los acusados".

lunes, 7 de febrero de 2011

"Esperé 33 años y por fin es hoy".

Declaración de Graciela Borda Osella
Feced, su tío  

Graciela Borda Osella es infaltable en la puerta de los Tribunales Federales, cada uno de los días de audiencias por la causa Díaz Bessone. Con paciencia, documenta con fotos los "aguantes", el espacio de acompañamiento a los testigos que sostienen integrantes del Espacio Juicio y Castigo. Después las sube a la red social facebook. Ayer, muy temprano a la madrugada, escribió en su muro: "Esperé 33 años y por fin es hoy". Poco después de las 12, fue su turno para sentarse en el tribunal. Contó que era sobrina del entonces interventor de la policía rosarina, Agustín Feced, ya que el represor era primo hermano de su padre. Graciela estaba embarazada de dos meses cuando fue secuestrada junto a su esposo y Mercedes Sanfilippo, a la que recordó como "una hermana". Cuando fueron a buscarlos a su casa, ella dijo del parentesco con el mandamás del Servicio de Informaciones. Por eso, la llevaron con mejores modales. Una vez en el centro clandestino de información, dijo que estaba embarazada, y le dieron una silla. "La escuchaba a Mercedes que gritaba que nos dejaran tranquilos, que no teníamos nada que ver", relató ayer, para contar que luego la mantuvieron en la rotonda, donde estuvo con su amiga y Cristina Bernal, la otra testigo de ayer. A las pocas horas de estar en el lugar perdió el embarazo.

"A la noche me llevaron a ver a mi tío, que se cansó de hablar mal de mi padre, de decir todo lo que le iba a hacer. Me preguntó por Mercedes y me dijo que cómo me metía con esa gente. Yo le dije: 'Pero tío, cuando fue el golpe la tuviste 48 horas detenida y después la largaste, no me digás que es guerrillera'", relató ayer su surrealista relato con el represor, al que siempre llamó "mi tío".

Feced despotricó contra el padre de la testigo, le dijo que era comunista. "'Tío, si vos te afiliaste con él a la Juventud Comunista'", le dijo Borda Osella. "Yo haciéndome la que no entendía nada. Creo que me creyeron, no sé. Me pasaron a una habitación con mi marido", continuó su relato. Estuvieron detenidos 6 días. Antes de ser liberada, se le acercó un hombre que hablaba como cura, que le decía que su detención había sido un error y que no se lo contara a nadie para no tener más problemas. Casi una amenaza. Sin embargo, ella le dijo que era la primera persona que la trataba bien, y le pidió verle la cara. El hombre le bajó la venda. Según contó ayer la testigo, en 1984 vio una foto del sacerdote Eugenio Zitelli en el diario La Capital, y era "idéntico" a aquel que le habló en el SI.

Junto a su marido, Graciela fue liberada el 25 de agosto a la madrugada. "Teníamos un miedo tremendo, porque habíamos oído hablar de que mataban gente simulando la fuga", relató ayer. Durante mucho tiempo, un represor que había conocido en el SI -"el Picha" la "visitó" en distintos lugares para hablar. Según relató ella ayer, fue él quien le contó que "a (Jorge Luis) Francesio lo habían fusilado en enero en Santa Fe". Francesio está desaparecido desde septiembre de 1977. Aunque Borda Osella no mencionó ayer más que el nombre de pila del represor, se trata de Eduardo Dogour.

Cuando se iba, Graciela se paró frente a los represores que siguen el juicio en la sala -Vergara, Marcote y Ricardo Chomicky y les gritó: "Encantada de verlos acá".

"El sótano era un lugar siniestro"

Esther Bernal, torturada en el SIi, ofreció un testimonio contundente

Fue secuestrada por una patota de 15 represores. "Quiero que
tengas el valor de mirar a quien sobrevivió a tus torturas", le dijo a Marcote -uno de los acusados- y le arrojó un vaso de agua   

 Por Sonia Tessa.

Esther Cristina Bernal viajó desde Misiones, donde vive, para contar de su secuestro y el de su hija de 3 años, el 17 de agosto de 1977. Detalló las torturas que sufrió desde el mismo momento en que le arrancaron a su hija de los brazos, imploró a los jueces que hagan justicia, manifestó su desazón porque los imputados están en libertad y reivindicó su identidad política peronista. Cuando terminó, se paró frente a uno de los imputados, Mario Alfredo Marcote, y lo increpó: "Quiero que me mires, que tengas el valor de mirar a quien sobrevivió a tus torturas". El torturador conocido como "El Cura" se mantuvo imperturbable, sin levantar la vista. Mientras los gendarmes se acercaban a la testigo para cumplir con la orden de desalojarla, Bernal atinó a vaciar el agua del vaso del abogado defensor sobre el cuerpo de Marcote. Más de uno de los presentes en la sala se levantaron a aplaudir la actitud. Por eso, al retomar la audiencia, cuatro personas del público no pudieron reingresar. El relato de Bernal, el primero del día de la reanudación de las audiencias por la causa Díaz Bessone en el Tribunal Federal Oral número 2 fue desgarrador. Tuvo unas palabras para la actual jueza federal Laura Inés Cosidoy, cuyo comportamiento calificó de "macabro" como "defensora oficial entre comillas", cuando ella estaba presa en la cárcel de Devoto.

A Bernal la secuestraron en su casa, junto a su hija. La llevaron al Servicio de Informaciones, y una vez en la sala de torturas, le arrancaron a la niña. "El momento más terrible es cuando tiran de mi hija, que se aferró a mí y yo a ella, hasta que decido soltarla porque la estaban lastimando", relató. También contó que recién hace dos días -cuando hablaron ante la inminente declaración judicial supo qué había vivido su hija durante las horas (entre 24 y 48) que estuvo retenida ilegalmente en el SI. En cambio, Bernal pasó cinco años y medio privada de su libertad.

A secuestrarla fue una patota de más de 15 personas, comandada por el Vasco, apodo de Ovidio Marcelo Olazagoitia. Entre sus torturadores, recordó a "Managua" (Ernesto Vallejo), "El Sargento" (Ramón Rito Vergara, uno de los imputados en la causa), "El Ciego" (José Rubén Lofiego, otro imputado), Marcote, otro que ella mencionó como "Carlitos Baravalle", y que podrían ser dos personas diferentes, así como "el Armero". El jefe de la patota, Feced, presenció la tortura con picana eléctrica y golpes. El objetivo de los tormentos era que firmara una declaración que ya estaba elaborada. Tras la picana, la llevaron a una habitación donde Feced, Lofiego y Marcote la interrogaron a cara descubierta. La alojaron en la rotonda, en el SI. Luego, la llevaron al sótano, al que recordó como "el lugar más siniestro que alguien pueda idear o imaginar". "Estaban los torturadores, bajaban, subían, había gente que estaba colaborando con ellos, como el Pollo (Héctor Baravalle) y la mujer (Graciela Porta). No se sabía quién era quién. Era algo totalmente macabro. De ahí se salía para la visita entre la gente que estaba tirada, escuchábamos cuando se torturaba y también cuando la patota festejaba porque había traído una persona", rememoró Bernal.

Lo que recordó como "el summun" fue el día que "Feced organizó un banquete". Era el 5 o 6 de septiembre, en vísperas del día del montonero. "Bajó al sótano, les pidió a todos los presos que le pidieran bebidas y comidas a los familiares. Iba a hacer una cena para celebrar el triunfo sobre la subversión, y nos obligó a los presos a estar presentes. Dijo que había vencedores y vencidos, que él era el vencedor y nosotros, los presos, los vencidos. Pero faltaba algo más, que iba a coronar su triunfo, y era el fusilamiento de siete compañeros", fue el impactante relato de Bernal. Más tarde, recordó por qué estaba segura de que había sido así: habían llevado a un hombre mayor, por error, que fue testigo de los fusilamientos. En tanto, contó: "Era una rutina tremenda que cada vez que pedían ropa era porque estaban por bañar a alguien porque lo iban a fusilar. Ese día nos pidieron ropa para siete. Nos pidieron que nos retiráramos para bañarlos, que era la rutina de todo fusilamiento. No aparecieron nunca más", siguió la testigo. Entre los desaparecidos de ese día estuvieron Finkelman y Esteban, con quienes Bernal había compartido cautiverio en la rotonda.

En la extensa declaración, la testigo hizo más de una apelación al estado de libertad de los imputados. Les preguntó a los jueces cuántas personas tenían que declarar para condenarlos. También describió la actuación de la actual jueza Cosidoy, al contar que presionaba a sus familiares para que la obligaran a ella -presa en la cárcel de Devoto a firmar un arrepentimiento. Les decía que era la forma de conseguir la libertad, o al menos mejores condiciones de detención. Porque Bernal se negaba a arrepentirse, estuvo "cinco años y medio" sin tocar a su pequeña hija. "Este plan sistemático ilegal tenía otras patas, como la justicia. Una pata muy fuerte era Cosidoy", dijo la testigo.

Cuando habló de los efectos de la represión ilegal sobre su hija, fue un momento especialmente conmovedor. "Me enteré hace dos días adónde estuvo mi hija, porque hace 34 años que mi hija no puede hablar de esto", dijo la testigo, que hizo un largo silencio porque lloraba. "¿Qué les puedo ofrecer para curar las heridas a mi hija y a todos los que sufrieron como ella? Yo creo que este daño tiene que ser evaluado por el Tribunal".

Antes de irse, se acercó a Marcote, le gritó que la mirara a los ojos, y le tiró agua. Norma Ríos, Inés Cozzi y Mónica Garbuglia, que estaban en el público, se pararon a aplaudir. Pablo Alvarez gritó "cagón".

Se reanuda el juicio contra los represores del Servicio de Informaciones

Este lunes 7 de febrero, en los tribunales federales de calle Oroño, se retomará el juicio contra una parte de la patota que operó en el ex Servicio de Informaciones (SI) de la policía de Rosario. El espacio Juicio y Castigo Rosario ‒que nuclea a organismos como Madres, APDH, HIJOS y diversas organizaciones sociales‒ convocó desde las 9 de la mañana a “acompañar a los testigos y sobrevivientes del mayor centro clandestino de detención que funcionó durante la dictadura en la provincia”.
 
Se reanuda el proceso oral y público contra los represores del SI, y Juicio y Castigo, ‒el espacio creado hace ya más de dos años por diversos organismos de derechos humanos y organizaciones sociales, gremiales y estudiantiles, para “organizar actividades de apoyo al juicio”‒, lanzó una nueva convocatoria para “hacer el aguante y acompañar a los testigos, querellantes y sobrevivientes, encargados de aportar las pruebas del horror de lo que fue el genocidio en Rosario”.
 
Desde las 9 de la mañana, el Tribunal Oral federal N°2, integrado por los jueces Jorge Venegas, Beatriz Baravani y Otmar Paulucci, dará inicio a una nueva ronda de testigos, en lo que se estima que será el proceso oral más largo de la historio rosarina.
 
Desde Juicio y Castigo Rosario, anunciaron que al cierre de la audiencia, cerca de las 18, la murga la Memoriosa ‒formada a instancias del espacio e integrada por sobrevivientes, familiares y amigos‒ realizará una breve actuación sobre la peatonal del bulevard.
 
 
La causa
La causa lleva el nombre de “Díaz Bessone”, apellido del imputado de mayor rango entre los seis acusados. Con anterioridad se conocía como “Feced”. Los acusados son Ramón Genaro Díaz Bessone (Oficial superior (R) - ex Comandante del II Cuerpo de Ejército); José Rubén Lofiego(Oficial Principal de la Policía de Santa Fe); Marcote, Mario Alfredo (Oficial de la Policía de Santa Fe); Ramón Rito Vergara (Suboficial de la Policía de Santa Fe), José Carlos Antonio Scortechini (Comisario principal de la Policía de Santa Fe), Ricardo Miguel Chimcky (Civil).
 
Se juzgan los delitos de lesa humanidad cometidos en el mayor Centro Clandestino de detención de la dictadura en Santa Fe: el Servicio de Informaciones (SI) de la ex Jefatura de Policía de Rosario (ubicado en San Lorenzo y Dorrego), que dirigió el Comandante de Gendarmería Agustín Feced.
 
En este primer juicio contra responsables de los delitos cometidos en el SI, se juzgan crímenes de lesa humanidad cometidos contra 94 personas que sufrieron secuestro, privación ilegítima de la libertad y torturas, de las cuales 17 de ellas fueron desaparecidas y asesinadas.
 
Al cierre del juicio alrededor de 160 testigos habrán desfilado por el TOF2. La amplia mayoría de ellos son ex detenidos políticos sobrevivientes del Servicio de Informaciones. En este juicio se ventilará sólo una pequeña porción del total de los crímenes perpetrados en el SI: el 5%.
 
El juicio comenzó el miércoles 21 de julio de 2010. La audiencias se realizan todos los lunes y martes (y miércoles semana por medio) desde las 9.30 en los Tribunales Federales ubicados en Oroño 940.
 
De los seis imputados en la causa, sólo Díaz Bessone está detenido, con prisión domiciliaria. Los cinco restantes, permanecen en libertad por fallos de la Cámara de Casación Penal.
 
Se estima que todavía restan declarar unos setenta testigos, por lo que los organismos de derechos humanos calculan que el proceso se prolongaría hasta mayo, o aún más.

viernes, 4 de febrero de 2011

Identificaron otro cuerpo en fosa clandestina

Estaba en el campo de San Pedro, del ejército argentino 

Identificaron al tercero de los ocho cuerpos descubiertos en una fosa clandestina en el campo San Pedro. Es María Isabel Salinas, una militante de Santa Fe que fue secuestrada en Rosario junto con su esposo, en setiembre de 1977.
Por Juan Carlos Tizziani

Desde Santa Fe

El Equipo Argentino de Antropología Forense logró identificar al tercero de los ocho cuerpos descubiertos el 9 de junio del año pasado en una fosa común en el campo San Pedro, de propiedad del Ejército, cerca de Laguna Paiva. Se trata de María Isabel Salinas, oriunda de la ciudad de Santa Fe, pero que militaba en Rosario junto a su esposo, Carlos Alberto Bosso, hasta que ambos fueron secuestrados y desaparecidos, el 17 de setiembre de 1977. En la tumba clandestina, la investigación forense halló los restos de ocho personas cinco hombres y tres mujeres , seis de ellas con disparos en la cabeza. Y hasta ahora, identificó a tres: María Esther Ravelo, Gustavo Adolfo Pon y María Isabel Salinas, por lo que resta devolverle el nombre a cinco más: cuatro hombres y una mujer. Ravelo había sido secuestrada, junto a su marido, Emilio Etelvino Vega, el mismo día que los Bosso: el 17 de setiembre de 1977, en su casa de Santiago 2815, conocida como la Casita de los Ciegos, mientras que Pon cayó en agosto de 1977, también en Rosario.

La investigación de la fosa clandestina del campo San Pedro está a cargo del juez federal Francisco Miño. El informe del EEAF con la identificación de Salinas llegó al tribunal el último día del año pasado, pero el juez recién se anotició el martes último, en el primer día hábil después de la feria judicial, informó el diario electrónico Notife.

Según la denuncia de la Conadep, la fecha de la desaparición de los esposos Salinas y Bosso, es el 17 de setiembre de 1977 (el mismo día que Ravelo y Vega), pero probablemente cayeron algunas semanas antes, porque la pequeña hija del matrimonio, Mariana Bosso, de un año de edad, fue entregada en la ciudad de Santa Fe en agosto de 1977, junto con algunas ropitas y una carta de sus padres.

La niña fue entregada en la casa de un hermano de Bosso, en Santa Fe, por dos hombres de unos 35 años, según denunció Liliana Salinas ante la Conadep, en 1984. "En agosto de 1977 recordó , unos familiares suyos fueron visitados por dos hombres que le hicieron entrega de la pequeña Mariana Bosso, de un año de edad y de una carta firmada por su hermana María Isabel Salinas, donde le manifestaba que 'cuidaran a la nena, que ellos estaban bien y que pronto iban a tener noticias", relató Liliana. "Posteriormente, por la misma fecha, una persona mayor de 50 años, canoso, entregó una (segunda) carta de similares características de la anterior. Y desde entonces, no volvimos a tener noticias de María Isabel Salinas y de Carlos Bosso", agregó.

Una de las cartas se conserva en el legajo de la Conadep, en realidad, está escrita por los dos esposos Salinas y Bosso, como si estuvieran juntos, en el mismo lugar. Y es el último testimonio de ambos. Bosso comienza el relato, dirigido a sus "queridos padres": "Como ustedes saben les dice , a Mariana la queremos mucho, pero creemos que por un tiempo es mejor para ella que esté con ustedes. Luego nos volveremos a encontrar y todo será distinto que hasta ahora y le explicaremos bien todo", escribió Carlos.

La línea de investigación la aportó el ex agente de inteligencia del Ejército, Eduardo Constanzo, quien informó a la justicia y al periodista José Maggi de Rosario/12 sobre el traslado de 27 prisioneros en el centro clandestino La Calamita que fueron asesinados en un campo de Monje y luego sepultados en fosas clandestinas en un campo cercano a Laguna Paiva. Una de las víctimas era "la cieguita", como Constanzo llamó a María Esther Ravelo, la primera identificada en San Pedro.