Marcha por Silvia Suppo ¡Esclarecimiento y Justicia!

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Los chicos y la dictadura


Una enfermera del hospital adonde Raquel Negro secuestrada en la Quinta de Funes- fue llevada a dar a luz a sus mellizos, declaró ayer en el juicio en Rosario.También lo hizo el hijo del edil Rivero, quien tenía 11 años cuando la patota llegó a su casa.

Por Sonia Tessa

Antonia Inocencia Deharbe recordó que una tarde la llamaron porque entraba un bebé a la terapia intensiva del hospital Militar de Paraná. Era la primera vez que llevaban un niño a una sala acondicionada para adultos. La enfermera del centro asistencial adonde Raquel Negro secuestrada en la Quinta de Funes que continúa desaparecida fue llevada a dar a luz a sus mellizos, declaró ayer en la vigésimo primera jornada del juicio oral y público por crímenes de lesa humanidad contra Oscar Pascual Guerrieri, Jorge Fariña, Juan Daniel Amelong, Walter Pagano y Eduardo Costanzo. La mujer relató que trabajaba en el área de terapia intensiva y un día -que no pudo precisar la llamaron porque había ingresado una beba recién nacida, del que se comentaba que tenía un mellizo. Pero ella sólo asistió a la niña, que estaba anotada en la planilla como NN. Aunque al principio la testigo incurrió en algunas contradicciones, luego fue afinando su memoria y contó que el mismo día que ella atendió a la beba, el médico cardiólogo Alfredo Verdú, que estaba de guardia, pedía una cama para el mellizo, que estaba en muy mal estado, en el hospital de Niños San Roque. Y que el niño fue trasladado a ese centro de salud. También recordó que durante esos días hubo un movimiento extraordinario de personal militar en el hospital, y especialmente en el pasillo del sector 1 en la zona de las habitaciones 5 y 6, adonde presume que estuvo internada la parturienta, que -recordó era una civil. El primer testigo de la mañana fue Ariel Rivero, hijo de Juan Antonio Rivero, uno de los militantes que estuvo secuestrado en el centro clandestino de detención Fábrica Militar de Armas.

La enfermera. Estaba nerviosa, y al principio con una actitud reticente, que luego fue aflojando. La mujer que el jefe de la terapia intensiva era el médico anestesista Juan Antonio Zacarías, y dijo que fue él quien inscribió a la niña como NN. Dio los nombres de otras enfermeras que atendían en esa área. Recordó que vio durante dos días a la niña. La tarde en que llegó a la terapia intensiva, la beba tenía secreciones, que ella debió aspirarle. Y también le suministró oxígeno. Luego la puso en una incubadora. Al día siguiente volvió a verla en terapia intensiva, pero al tercer día, cuando llegó, la beba ya no estaba. Hoy se sabe que aquella beba era Sabrina Gullino, hija de Raquel Negro y Tucho Valenzuela, que fue abandonada en el Hogar del Huérfano de Rosario. Según la declaración de Eduardo Costanzo, los encargados de ese traslado fueron Walter Pagano y Juan Daniel Amelong.

Cuando terminó la declaración de la testigo, la fiscal Mabel Colalongo solicitó que se cite a los doctores Zacarías y Verdú, así como a las enfermeras que estuvieron de guardia en terapia intensiva durante esos días, previa averiguación de su estado procesal. De hecho, Zacarías está procesado en la causa Trimarco, que se lleva adelante en Entre Ríos contra el ex jefe del II Cuerpo de Ejército.

Un niño. Ariel Rivero tenía once años el 12 de mayo de 1978, cuando la patota llegó a su casa de la zona sur, donde estaba con su madre Griselda, su hermana Viviana de 7 años y su primo Manuel, de apenas seis meses. Manuel era el hijo de Adriana Arce, que también fue privada ilegítimamente de la libertad y llevada a Fábrica Militar de Armas.

El relato de Ariel abundó en detalles sobre el día de la detención, y cómo la patota los tuvo cautivos en su propia casa durante muchas horas, primero esperando la llegada de su padre, que había ido a buscar el partido que le correspondía como árbitro de fútbol, un trabajo que combinaba con sus tareas de obrero metalúrgico. Después de haberse llevado a Juan, esperaron a alguien más, ya que permanecieron una semana o diez días ocupando el domicilio.

"Para un chico de apenas once años eran todas personas grandotas, había algunos vestidos con ropa azul y otro morocho tenía un pantalón verde", relató sus recuerdos. También contó que cuando estaban llevando a su padre, él atinó a seguirlo. Y uno de los integrantes de la patota quiso llevarlo también. Lo describió como morocho, morrudo, robusto, con pelo ondulado y corto. En cambio, otro de los represores se lo impidió. "Dejalo que es un pibe, es un pibe muy chiquito", le dijo. "Este otro señor, que no está acá en esta sala, dijo que había que llevarme porque teníamos la cabeza contaminada desde chiquitos", relató Ariel. Finalmente, el otro le dijo: "Te dije que lo dejes". Y Ariel se quedó con su madre, su hermana y su primo en su casa, adonde la patota estuvo algunos días más.

Al día siguiente, su madre los llevó a la casa del abuelo paterno, de donde volvieron cuando la patota se había ido. Encontraron los muebles destrozados, y les faltaban varios objetos. Griselda estaba embarazada, y al poco tiempo tuvo a Fernando. Como los represores le habían dicho que llevaban a su esposo a la Jefatura de Policía, comenzó por allí. Pero no encontró nada. Estuvo meses sin saber nada de su marido, hasta que fue llevado al Batallón 121. La mujer trabajó en la limpieza de casas para mantener a sus hijos durante los 5 años que Juan Rivero permaneció primero secuestrado y luego detenido en las cárceles de Coronda, Caseros y Rawson. El 24 de diciembre de 1982, Juan Rivero recuperó la libertad. "Ahí comenzamos con nuestras nuevas vidas", dijo aquel niño, hoy un adulto, maestro de escuela.

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