El testimonio de Manuel Gonçalves Granada en el juicio por el crimen de San Nicolás
El único sobreviviente de la llamada Masacre de la calle Juan B. Justo, cuando fue asesinada su familia en 1976, contó cómo recuperó su identidad y destacó la importancia del juicio: “Sólo en días como hoy le encuentro sentido a haber sobrevivido”, dijo.
Por Sonia Tessa
Desde San Nicolás
Manuel Gonçalves Granada se pregunta todos los días por qué le tocó sobrevivir. Tenía cinco meses el 19 de noviembre de 1976, cuando las fuerzas conjuntas de la Policía Bonaerense, la Federal y el Ejército atacaron la casa de Juan B. Justo 676 en San Nicolás, acribillaron a su mamá, Ana María del Carmen Granada; al matrimonio de Omar Alfredo Amestoy y Ana María Fettolini, y asfixiaron con gases lacrimógenos a Fernando Amestoy, de tres años, y a María Eugenia, de cinco. Manuel fue protegido por su mamá con colchones, adentro de un placard, y por eso se salvó. El juez de menores de San Nicolás, Juan Carlos Marchetti, lo dio en adopción de manera irregular, sin buscar a su familia. “Ahí perdí mi identidad”, contó ayer. Durante 19 años fue Claudio Novoa, y en 1995 empezó a averiguar quién era. “Cuando me encontré con esta historia, supe que no sólo mis padres no me habían abandonado sino que mi mamá me había salvado la vida”, expresó frente al Tribunal Oral Federal Nº 2 de Rosario, que juzga a los militares Manuel Fernando Saint Amant y Antonio Bossie, así como al ex jefe de la Policía Federal Jorge Muñoz, por esa masacre. “Más allá de que la Justicia llega tarde y no repara todo, es necesaria”, dijo. “Para algunos de los que están acá, esto es un trabajo, a otros los incomoda estar acá. Lo cierto es que para mí es la historia de mi vida”, argumentó sobre el valor del juicio en marcha. “Sólo en días como hoy le encuentro sentido a haber sobrevivido”, se sinceró.
La audiencia se realizó en el Concejo Deliberante de San Nicolás, adonde se trasladó el Tribunal. Afuera estaba repleto de militantes de derechos humanos y nietos recuperados, que fueron a acompañar a uno de los suyos.
Manuel rescató que, pese a haber hecho “montones de cosas” para que estos procesos llegaran, nunca los tomó de “manera personal”. “Yo quiero que este país sea otro y no puedo tolerar que los tipos que vinieron a esa casa, la destruyeron y asesinaron a todos, estén libres”, dijo con la voz apretada por la emoción. “Todos los días”, contó, se pregunta por qué sobrevivió sólo él. “Siempre estoy en falta, y seguramente no estoy haciendo todo, pero hago lo que puedo. Al resto sólo le pido que haga lo que corresponde”, fue su frase final, con la voz quebrada. Todo el público lloraba y los aplausos fueron interminables. La presidenta del Tribunal, Beatriz Caballero de Baravani, le agradeció el testimonio.
El relato de Manuel comenzó desde el principio de su recobrada identidad. Su papá era Gastón Roberto José Gonçalves y su mamá, Ana María del Carmen Granada. Eran militantes en Escobar, perseguidos desde antes del último golpe militar. Gastón desapareció el mismo 24 de marzo de 1976. Cuando Manuel supo quiénes eran sus padres, en 1995, en la Argentina estaban vigentes las leyes de impunidad. “Difícilmente alguien se pueda poner en el lugar de una persona que perdió su identidad. A mí me cuesta hoy todavía”, explicó ayer. Apareció la necesidad de saber. “Nunca los iba a conocer, la construcción de quiénes fueron ellos la hice a través de terceros”, rememoró. El primer destino fue Escobar, donde militaban Gastón y Ana. “Eran alfabetizadores de adultos. A través del testimonio de mucha gente, fui conociéndolos. Gente que aprendió a escribir con mi papá y mi mamá, y me lo agradecía a mí porque a ellos no se lo podían decir.”
Por entonces, el intendente de Escobar era el comisario Luis Patti, condenado a prisión perpetua el 14 de abril del año pasado por la desaparición del papá de Manuel, entre otros delitos de lesa humanidad. Ese padre le legó un hermano, Gastón, el bajista de los Pericos, que tras el testimonio de Manuel no paraba de secarse las lágrimas en la vereda del Concejo.
Cuando fue a San Nicolás, Manuel empezó por el cementerio, ya que el cuerpo de su madre estaba en el osario. Después visitó el lugar de la masacre. Sólo tenía un recorte de diario, con la foto de una ventana. Un día se animó a tocar el timbre en la casa lindera al 676. Lo atendió una señora “bastante mayor”, por la ventana, sin abrir la puerta. “Sí, es la casa que está acá a la izquierda. Cuando vos golpeaste la puerta, estaba hablando de eso, porque nosotros nunca nos olvidamos de lo que pasó acá. Hace 24 años de eso”, le dijo la mujer. No pensaba decirle quién era porque “no podía casi hablar”. La mujer le dijo: “Siempre lo recuerdo porque de acá sacaron a un bebé que estaba vivo y nunca supimos qué pasó con él”. Cuando Manuel le dijo que él era ese bebé, la vecina cerró la ventana. El pensó que era el momento de irse, pero la mujer abrió la puerta, lo abrazó y lo invitó a comer. En un rato, los vecinos de toda la cuadra estaban a su alrededor, contando lo que había ocurrido. “Me costó mucho procesar esa información, era lo que yo había vivido, pero con otros ojos. Después me di cuenta de que yo lo tenía registrado de alguna manera”, rememoró.
En sus constantes idas a San Nicolás, Manuel ingresó en la casa donde fue la masacre. “Los dueños me permitieron entrar. Para mí significaba mucho estar ahí porque en esa casa había estado con mi mamá.” Y siguió: “El dueño de casa me fue relatando que estaba todo roto, los muebles agujereados a balazos. Me contó que se habían llevado todo lo que había en la casa. Me dijo que habían encontrado la casa destruida, que tuvieron que hacerla de nuevo”.
El único sobreviviente de la llamada Masacre de la calle Juan B. Justo, cuando fue asesinada su familia en 1976, contó cómo recuperó su identidad y destacó la importancia del juicio: “Sólo en días como hoy le encuentro sentido a haber sobrevivido”, dijo.
Por Sonia Tessa
Desde San Nicolás
Manuel Gonçalves Granada se pregunta todos los días por qué le tocó sobrevivir. Tenía cinco meses el 19 de noviembre de 1976, cuando las fuerzas conjuntas de la Policía Bonaerense, la Federal y el Ejército atacaron la casa de Juan B. Justo 676 en San Nicolás, acribillaron a su mamá, Ana María del Carmen Granada; al matrimonio de Omar Alfredo Amestoy y Ana María Fettolini, y asfixiaron con gases lacrimógenos a Fernando Amestoy, de tres años, y a María Eugenia, de cinco. Manuel fue protegido por su mamá con colchones, adentro de un placard, y por eso se salvó. El juez de menores de San Nicolás, Juan Carlos Marchetti, lo dio en adopción de manera irregular, sin buscar a su familia. “Ahí perdí mi identidad”, contó ayer. Durante 19 años fue Claudio Novoa, y en 1995 empezó a averiguar quién era. “Cuando me encontré con esta historia, supe que no sólo mis padres no me habían abandonado sino que mi mamá me había salvado la vida”, expresó frente al Tribunal Oral Federal Nº 2 de Rosario, que juzga a los militares Manuel Fernando Saint Amant y Antonio Bossie, así como al ex jefe de la Policía Federal Jorge Muñoz, por esa masacre. “Más allá de que la Justicia llega tarde y no repara todo, es necesaria”, dijo. “Para algunos de los que están acá, esto es un trabajo, a otros los incomoda estar acá. Lo cierto es que para mí es la historia de mi vida”, argumentó sobre el valor del juicio en marcha. “Sólo en días como hoy le encuentro sentido a haber sobrevivido”, se sinceró.
La audiencia se realizó en el Concejo Deliberante de San Nicolás, adonde se trasladó el Tribunal. Afuera estaba repleto de militantes de derechos humanos y nietos recuperados, que fueron a acompañar a uno de los suyos.
Manuel rescató que, pese a haber hecho “montones de cosas” para que estos procesos llegaran, nunca los tomó de “manera personal”. “Yo quiero que este país sea otro y no puedo tolerar que los tipos que vinieron a esa casa, la destruyeron y asesinaron a todos, estén libres”, dijo con la voz apretada por la emoción. “Todos los días”, contó, se pregunta por qué sobrevivió sólo él. “Siempre estoy en falta, y seguramente no estoy haciendo todo, pero hago lo que puedo. Al resto sólo le pido que haga lo que corresponde”, fue su frase final, con la voz quebrada. Todo el público lloraba y los aplausos fueron interminables. La presidenta del Tribunal, Beatriz Caballero de Baravani, le agradeció el testimonio.
El relato de Manuel comenzó desde el principio de su recobrada identidad. Su papá era Gastón Roberto José Gonçalves y su mamá, Ana María del Carmen Granada. Eran militantes en Escobar, perseguidos desde antes del último golpe militar. Gastón desapareció el mismo 24 de marzo de 1976. Cuando Manuel supo quiénes eran sus padres, en 1995, en la Argentina estaban vigentes las leyes de impunidad. “Difícilmente alguien se pueda poner en el lugar de una persona que perdió su identidad. A mí me cuesta hoy todavía”, explicó ayer. Apareció la necesidad de saber. “Nunca los iba a conocer, la construcción de quiénes fueron ellos la hice a través de terceros”, rememoró. El primer destino fue Escobar, donde militaban Gastón y Ana. “Eran alfabetizadores de adultos. A través del testimonio de mucha gente, fui conociéndolos. Gente que aprendió a escribir con mi papá y mi mamá, y me lo agradecía a mí porque a ellos no se lo podían decir.”
Por entonces, el intendente de Escobar era el comisario Luis Patti, condenado a prisión perpetua el 14 de abril del año pasado por la desaparición del papá de Manuel, entre otros delitos de lesa humanidad. Ese padre le legó un hermano, Gastón, el bajista de los Pericos, que tras el testimonio de Manuel no paraba de secarse las lágrimas en la vereda del Concejo.
Cuando fue a San Nicolás, Manuel empezó por el cementerio, ya que el cuerpo de su madre estaba en el osario. Después visitó el lugar de la masacre. Sólo tenía un recorte de diario, con la foto de una ventana. Un día se animó a tocar el timbre en la casa lindera al 676. Lo atendió una señora “bastante mayor”, por la ventana, sin abrir la puerta. “Sí, es la casa que está acá a la izquierda. Cuando vos golpeaste la puerta, estaba hablando de eso, porque nosotros nunca nos olvidamos de lo que pasó acá. Hace 24 años de eso”, le dijo la mujer. No pensaba decirle quién era porque “no podía casi hablar”. La mujer le dijo: “Siempre lo recuerdo porque de acá sacaron a un bebé que estaba vivo y nunca supimos qué pasó con él”. Cuando Manuel le dijo que él era ese bebé, la vecina cerró la ventana. El pensó que era el momento de irse, pero la mujer abrió la puerta, lo abrazó y lo invitó a comer. En un rato, los vecinos de toda la cuadra estaban a su alrededor, contando lo que había ocurrido. “Me costó mucho procesar esa información, era lo que yo había vivido, pero con otros ojos. Después me di cuenta de que yo lo tenía registrado de alguna manera”, rememoró.
En sus constantes idas a San Nicolás, Manuel ingresó en la casa donde fue la masacre. “Los dueños me permitieron entrar. Para mí significaba mucho estar ahí porque en esa casa había estado con mi mamá.” Y siguió: “El dueño de casa me fue relatando que estaba todo roto, los muebles agujereados a balazos. Me contó que se habían llevado todo lo que había en la casa. Me dijo que habían encontrado la casa destruida, que tuvieron que hacerla de nuevo”.
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