Chispas de oro, toquecitos de luz temblorosa sobre las hojas recién regadas iluminaron al perro, no las patas, tampoco las orejas, cabeza y cola, sólo el hocico que consiguió meter entre las rejas, que se doró con la luz celeste del cielo ganado para el jardín. Ganado palmo a palmo al entorno cada vez más edificado, más abarrotado de edificios que buscan altura, defendido contra cielo y tierra ,el jardín pegado al de los Tribunales Federales perfuma descansado, con suavidad de terciopelo, y desparrama virtud: es un jardín que se aplica a su belleza. Iluminado por las flores de estación que decoran los bordes como un festón. El diseño de rectas en cruz para los canteros y el camino central, aviva un costado, los árboles ahí crecen libres, coposos, sombrean generosamente la puerta alta y doble de hermosa madera lustrada que aguarda para recibir al final de la escalera ,tan ancha como blanca; es el camino ,el acceso a la Misericordia, unos cuántos peldaños blancos y ya se puede golpear la puerta. La iglesia ( cubre con vitrales de colores sus rosetones para que la luz disminuya y envuelva al alma sin perturbarla) , más el colegio privado, se levantan a continuación, se desarrollan, hacen su vida, pero primero, para anunciarlos, está el jardín. El perro no podía apartar los ojos, ni sus sentidos, ¡un goce, que lo condenen si no!
Quebrando su silencio: las voces llegaban desde afuera, reventaban en el aire, el jardín perdió su paz, dejó oír el slamp de la puerta que se cerró, alguien cruzó en un suspiro, el perro no tuvo la oportunidad de merodear unos segundos. El jardín recuperó su estado, ni un alma, desierto, nadie entre sus macizos. El perro saltó, no perdió ni un pelo en el salto, perdió el perfume que lo había envuelto; absorbido por los cantos de Oroño, por la gente que en el bulevar seguía el juicio, se dejó arrastrar por la murga, formó parte de la ronda. ¡Fuera!, le gritaban los que pasaban a toda velocidad para alejarse de los tribunales federales lo más rápido posible, contradiciendo esa voluntad el perro se pegó más a la murga, ladraba las espaldas de los que volaban, volaban y desaparecían de Oroño en un batir de alas; el perro reventaba los tímpanos, ¡Eh, eh,! le gritaban los que corrían, gritaban esquivándolo, el perro les resultaba difícil de entender.
Por Gloria Lenardón
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