El perro cruzó el jardín desierto de los Tribunales Federales para ir en frente, directo al palco levantado sobre Oroño, la murga se desplegaba entre las palmeras, el perro había salido disparando del jardín que parecía un cementerio, buscó el césped húmedo del paseo y se limpió las patas. Olga Moyano venía con la pancarta de la murga: La Memoriosa, desde que la armó lleva la pancarta con el nombre bordado rodeado de símbolos inconfundibles, el pañuelo blanco es el primero que resalta, hace muchos años que habla con el mismo entusiasmo de su murga; los que están ahora, los murgueros de ahora, vienen del grupo de apoyo a las Madres de la Plaza 25 de Mayo, todos saltaban dentro de sus trajes luminosos. Primero el perro se echó junto al público, después se metió entre el público a merodear; después el perro negro de ojos avispados se subió al palco y se echó de nuevo, no para descansar, paraba las orejas, movía la cabeza más rápido que la cola para cazar al vuelo la voz del micrófono. La murga cantaba sus canciones, las letras pedían que la justicia no se durmiera, que se mantuviera despabilada, la murga cantaba y bailaba frente a los Tribunales Federales como jugando un partido largamente deseado, tratando de no tapar el cartel que la había convocado: 3 de Julio de 2012. Comienza el Primer Juicio Oral por Delito de Lesa Humanidad cometidos en San Nicolás / Soy la fotografía de un desaparecido, la sangre de tus venas/ Latinoamérica, Calle 13. El perro ya se había bajado del palco y seguía otra vez la murga, la siguió un trecho hasta que aprovechó una brecha en el tránsito de Oroño y cruzó, quería ver el jardín que brillaba a un paso, iba a atravesar el portón que se había abierto milagrosamente.
Chispas de oro, toquecitos de luz temblorosa sobre las hojas recién regadas iluminaron al perro, no las patas, tampoco las orejas, cabeza y cola, sólo el hocico que consiguió meter entre las rejas, que se doró con la luz celeste del cielo ganado para el jardín. Ganado palmo a palmo al entorno cada vez más edificado, más abarrotado de edificios que buscan altura, defendido contra cielo y tierra ,el jardín pegado al de los Tribunales Federales perfuma descansado, con suavidad de terciopelo, y desparrama virtud: es un jardín que se aplica a su belleza. Iluminado por las flores de estación que decoran los bordes como un festón. El diseño de rectas en cruz para los canteros y el camino central, aviva un costado, los árboles ahí crecen libres, coposos, sombrean generosamente la puerta alta y doble de hermosa madera lustrada que aguarda para recibir al final de la escalera ,tan ancha como blanca; es el camino ,el acceso a la Misericordia, unos cuántos peldaños blancos y ya se puede golpear la puerta. La iglesia ( cubre con vitrales de colores sus rosetones para que la luz disminuya y envuelva al alma sin perturbarla) , más el colegio privado, se levantan a continuación, se desarrollan, hacen su vida, pero primero, para anunciarlos, está el jardín. El perro no podía apartar los ojos, ni sus sentidos, ¡un goce, que lo condenen si no!
Quebrando su silencio: las voces llegaban desde afuera, reventaban en el aire, el jardín perdió su paz, dejó oír el slamp de la puerta que se cerró, alguien cruzó en un suspiro, el perro no tuvo la oportunidad de merodear unos segundos. El jardín recuperó su estado, ni un alma, desierto, nadie entre sus macizos. El perro saltó, no perdió ni un pelo en el salto, perdió el perfume que lo había envuelto; absorbido por los cantos de Oroño, por la gente que en el bulevar seguía el juicio, se dejó arrastrar por la murga, formó parte de la ronda. ¡Fuera!, le gritaban los que pasaban a toda velocidad para alejarse de los tribunales federales lo más rápido posible, contradiciendo esa voluntad el perro se pegó más a la murga, ladraba las espaldas de los que volaban, volaban y desaparecían de Oroño en un batir de alas; el perro reventaba los tímpanos, ¡Eh, eh,! le gritaban los que corrían, gritaban esquivándolo, el perro les resultaba difícil de entender.
Chispas de oro, toquecitos de luz temblorosa sobre las hojas recién regadas iluminaron al perro, no las patas, tampoco las orejas, cabeza y cola, sólo el hocico que consiguió meter entre las rejas, que se doró con la luz celeste del cielo ganado para el jardín. Ganado palmo a palmo al entorno cada vez más edificado, más abarrotado de edificios que buscan altura, defendido contra cielo y tierra ,el jardín pegado al de los Tribunales Federales perfuma descansado, con suavidad de terciopelo, y desparrama virtud: es un jardín que se aplica a su belleza. Iluminado por las flores de estación que decoran los bordes como un festón. El diseño de rectas en cruz para los canteros y el camino central, aviva un costado, los árboles ahí crecen libres, coposos, sombrean generosamente la puerta alta y doble de hermosa madera lustrada que aguarda para recibir al final de la escalera ,tan ancha como blanca; es el camino ,el acceso a la Misericordia, unos cuántos peldaños blancos y ya se puede golpear la puerta. La iglesia ( cubre con vitrales de colores sus rosetones para que la luz disminuya y envuelva al alma sin perturbarla) , más el colegio privado, se levantan a continuación, se desarrollan, hacen su vida, pero primero, para anunciarlos, está el jardín. El perro no podía apartar los ojos, ni sus sentidos, ¡un goce, que lo condenen si no!
Quebrando su silencio: las voces llegaban desde afuera, reventaban en el aire, el jardín perdió su paz, dejó oír el slamp de la puerta que se cerró, alguien cruzó en un suspiro, el perro no tuvo la oportunidad de merodear unos segundos. El jardín recuperó su estado, ni un alma, desierto, nadie entre sus macizos. El perro saltó, no perdió ni un pelo en el salto, perdió el perfume que lo había envuelto; absorbido por los cantos de Oroño, por la gente que en el bulevar seguía el juicio, se dejó arrastrar por la murga, formó parte de la ronda. ¡Fuera!, le gritaban los que pasaban a toda velocidad para alejarse de los tribunales federales lo más rápido posible, contradiciendo esa voluntad el perro se pegó más a la murga, ladraba las espaldas de los que volaban, volaban y desaparecían de Oroño en un batir de alas; el perro reventaba los tímpanos, ¡Eh, eh,! le gritaban los que corrían, gritaban esquivándolo, el perro les resultaba difícil de entender.
Por Gloria Lenardón
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