Marcha por Silvia Suppo ¡Esclarecimiento y Justicia!

miércoles, 30 de marzo de 2011

Para que se juzgue a los ideólogos

JUAN GIROLAMI Y JORGE RUEDA DECLARARON EN LA CAUSA DIAZ BESSONE

Los testigos fueron secuestrados junto a Marta Bertolino y Oscar Manzur, que permanece desaparecido. Girolami responsabilizó a Lofiego por la muerte de su compañero y pidió que se juzgue a los civiles que planearon la última dictadura.
Por Sonia Tessa

La desaparición de Oscar Manzur en la madrugada del 10 de agosto de 1976 fue un dato clave de las declaraciones de los dos testigos que declararon en la audiencia de ayer en la causa Díaz Bessone. Juan Girolami relató su secuestro en la casa de su familia, donde estaban alojados Manzur y su esposa Marta Bertolino, que declaró anteayer. "Los cazamos al Turco y la Pelusa", se vanagloriaron los integrantes del Ejército que realizaron el operativo. Llevaron al Servicio de Informaciones (SI) a todos los que encontraron en el departamento de España al 300, así como a Jorge Rueda, el novio de Marcela Girolami, quien había ido a tomar el colectivo y fue interceptado por los represores. "Quiero dejar expresa constancia de que vi entrar al compañero Oscar Manzur al SI en perfecto estado de salud, salvo por la renguera de un tobillo, y que al cabo de dos, tres o cuatro días en los que escuché sus quejidos en los interrogatorios, nunca más supe de él. Así que responsabilizo a José el Ciego Lofiego por la desaparición y el asesinato de Oscar", dijo Girolami.

En el final de su testimonio, Girolami rindió homenaje al ex presidente Néstor Kirchner y bregó para que la justicia avance sobre las responsabilidades civiles en la dictadura cívico-militar. "Les pido que algún día podamos sentar en el banquillo de los acusados a los verdaderos ideólogos de este genocidio", solicitó.

El primero que declaró fue Rueda, quien contó su secuestro, las torturas que sufrió junto a Girolami. "Nos torturaban un rato a cada uno", dijo el testigo. En la tortura, dio una cita falsa. Lo subieron a un auto Chevy para que fuera a buscar a sus compañeros, pero no había tal cita. El Ciego le aseguró que la iba a pasar peor por no haber colaborado, y unos días después, los tormentos se intensificaron. En el SI pasó por la Favela, el entrepiso al que llevaban a los más torturados, y también lo tuvieron entre 3 y 4 días en el sótano. "No tener agua era lo mínimo. El problema era no volver a ser torturados, era una situación enloquecida, estábamos en manos de psicópatas", relató ayer el testigo. El 21 de septiembre de 1976 lo trasladaron a la cárcel de Coronda, donde permaneció hasta abril de 1979. Después estuvo en Caseros.

Girolami contó del secuestro, agregó lo excitados que estaban los integrantes del grupo de tareas al saber que habían "cazado" a Manzur y Bertolino. "Encontramos unos montoneros", dijeron los represores. El testigo relató el traslado, en un Unimog, en el que además le robaron el dinero que tenía para comprar los medicamentos para la farmacia de su padre. Los llevaron en el marco de un gran operativo hacia el SI, donde pasó una buena parte de su cautiverio, los primeros días junto a su hermana Marcela y su madre Delfina. "Quiero dejar constancia de que mi grupo familiar y amigos en ningún momento fuimos detenidos, por más que nos haya venido a buscar el Ejército. Fuimos secuestrados", dijo el testigo. Atribuyó la delación a un vecino de su edificio, Carlos Sfulcini, integrante de la patota de Feced, a quien conocía personalmente.

Cuando estaba en el SI, a Girolami le mostraron cómo habían castigado a su madre. "Mirá cómo está sufriendo tu mamá", le dijeron sobre los moretones que tenía la mujer, productos de los golpes. A su hermana no se la mostraron pero le aseguraron que estaba en la misma situación. Girolami recordó además los quejidos de dolor de Marta y Oscar cuando eran torturados.

En medio de las torturas, Girolami pensó que una forma de pararlas era cortarse con el vidrio de la puerta del pasillo donde los alojaban entre una sesión de tormentos y otra. "Pensé en cortarme para obtener atención médica, o para que paren la tortura porque ya...", las palabras no salieron de su boca, pero no hizo falta. Con notable esfuerzo, el testigo relató que el corte en su mano no alcanzó para parar los castigos. Al contrario. "Me molieron a patadas, en esa paliza me fisuraron las tres últimas costillas del lado izquierdo. No había preguntas en la tortura, esta vez, sólo me decían: 'Así que te quisiste escapar'", rememoró ayer. Le aplicaron picana sobre la herida abierta. Y aunque reclamara atención médica, no se la ofrecieron. La herida se infectó. Un día, el Ciego le dijo que lo harían curar, y lo llevaron a la Asistencia Pública, en Moreno y Rioja. Allí pudo ver a su padre, por primera vez desde el secuestro.

Después de las curaciones en su mano, el 22 de agosto de 1976, lo llevaron al sótano. Y el 21 de septiembre lo trasladaron a Coronda. En julio de 1979 volvió al SI, y estuvo casi un mes en el sótano, nuevamente. En esa época, su madre murió. Vergara fue el encargado de llevarlo al velorio y también al entierro. El 18 de octubre de 1980, Girolami quedó en libertad.

Girolami era -como Manzur- militante de la Juventud Trabajadora Peronista, y empleado municipal. Ayer describió al "Ciego", a Mario "Cura" Marcote, a Ramón "Sargento" Vergara y a José "Archie" Scortecchini, a quien conoció en un traslado desde Coronda hasta el SI.

"Después de toda esta experiencia que viví, me llevó 35 años estar delante de este Tribunal. Sé que hubo impedimentos en los diferentes gobiernos, porque a mi modo de ver el golpe de 1976 fue cívico-militar y eclesiástico", dijo casi sobre el final a los integrantes del Tribunal. Girolami habló muy pausado. Al salir, lo esperaban compañeros y familiares, muchos con lágrimas en los ojos. Los abrazos aliviaron el esfuerzo de recordar.

Dos o tres días después del shock, a Laura le anunciaron que se iba a la ESMA para un consejo de guerra, pero estaba convencida de que iba a volver a estar con su familia. El 24 de agosto pidió permiso para despedirse de los compañeros cama por cama. “Cuando llegó a la mía me dijo: ‘Yo de vos quiero un recuerdo’”. Alcira le dio lo único que le había quedado: un corpiño negro de encaje que años más tarde sirvió para confirmar la identidad de su cadáver.

Cuando fue liberada Alcira viajó a Brasil. Denunció. No habló de Laura, convencida de que estaba con su familia. Se encontró más tarde con Estela. La presidenta del tribunal le preguntó sobre las inscripciones de los nacimientos. “¿A quién se lo iba a decir? –dijo –. No se inscribían ni a la embarazada ni el parto ni el bebé: eran totalmente clandestinos. Ella me dijo a mí ‘lo tuve cinco horas conmigo, lo disfruté cinco horas y le puse Guido por mi papá’, que se lo iban a dar a su madre y lo que sí me dijo es que al día siguiente ella volvió al campo.”

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