"Estaba en un estado lamentable"
Marta Ronga y Mary Daldosso contaron con lujo de detalles cómo fue la llegada de Bertolino a la Unidad 5, en los primeros días de septiembre de 1976. Estaba flaca y tenía a su beba, de pocos días. El lunes, la testigo acusó a Lofiego.
Por Sonia Tessa
Marta Ronga y Mary Daldosso eran presas políticas alojadas en la Unidad número 5, de calle Ingeniero Theddy, en septiembre de 1976, cuando llegó Marta Bertolino, de 23 años, flaca y demacrada, con su hija Alejandra, de poquitos días. Venían de la Maternidad Martin y llegaron al pabellón donde había cuatro madres con sus hijas. "Estábamos incomunicadas desde el golpe militar. Una noche, cuando estábamos cenando, se abrió la puerta y la autoridad trajo a una joven que resultó ser Marta, con un bebé en brazos. Estaba en estado lamentable, muy flaca, con una pierna enyesada. Como tenía alguna ropita de mi bebé vestí a la nena. Le preguntamos a Marta si quería cenar y comió desesperadamente. No hablaba, estaba muy callada", rememoró Daldosso. Marta demoró unos días en contar la terrible historia que traía encima. Mary recordó que durante el mes que pasó en la Unidad 5, Marta estaba aún más incomunicada que las otras presas. No podía salir al recreo de una hora, su hija no estaba anotada, le negaban la atención médica para su pierna enyesada, al punto que la propia Daldosso le sacó el yeso con un cuchillo de cocina.
Unos días después de haber llegado, Marta le pidió a Mary que se quedara en el recreo, para hablar con ella. "Se ve que le inspiré confianza", dijo ayer Daldosso, que era abogada de la UOM de Villa Constitución y estaba presa desde el 20 de marzo de 1975. "Me contó lo que había pasado, que habían sido detenidos ella y su esposo, Oscar Manzur, que la habían torturado", relató ayer Mary frente al Tribunal Federal Oral número 2. Marta le contó que tenía muchísimo miedo de que le sacaran a su hija y la llevaran para seguir torturándola, le pidió ayuda porque su esposo estaba muerto, contó cómo había escuchado que lo torturaban hasta que dijo que se moría, y luego no volvió a oírlo. El lunes pasado, Bertolino dio testimonio durante casi cinco horas, y acusó a José Lofiego de sus propias torturas, así como de la desaparición de su marido, Oscar Manzur.
"No podía creer ese relato, nosotras estábamos allí, en una especie de caja de cristal, donde no pasaba nada. Esta situación me desconcertó. Le dije que íbamos a contarles de a poquito a las otras presas, porque iba a ser doloroso para todos", relató Daldosso y en ese momento, la emoción le impidió hablar durante algunos instantes. Cuando se recompuso, refirió los apodos de los torturadores que le había mencionado Marta: el Ciego (Lofiego), el Cura (Marcote) y Tu Sam (Carlos Brunatto), además del Pollo Baravalle, un civil que fue secuestrado y colaboró con la patota.
Las dos testigos fueron ofrecidas por la querella de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, y por eso las preguntas estuvieron a cargo de la abogada Gabriela Durruty. Relataron -apenas con matices- una misma situación. "En la madrugada del 13 de septiembre de 1976, es decir, a los pocos días de la llegada de Marta Bertolino, nos despertaron los ruidos de botas en tropel sobre el techo, corridas y gritos. Eran amenazas de hombres que decían que nos iban a matar. Más no escuché porque a los insultos y amenazas los taparon los tiros, parecían de fusiles y ametralladoras. Parecía que el techo de la celda se nos venía encima de tanta corrida", contó ayer Ronga, con una capacidad narrativa admirable. "Nos quedamos abrazadas como pudimos, y bajo los dinteles, como si eso pudiera protegernos de algo. Hasta que se hizo silencio y creímos que se habían ido. Pero no, como una alucinación en la noche volvían, ahora por el pasillo los escuchamos abrir la primera reja, cruzar corriendo el patio, golpear con las armas la puerta y abrirla al grito de cuerpo a tierra, las manos en la cabeza. Entraron unos hombres con uniformes de combate, nos quedamos allí tendidas, esperando el tiro de gracia", continuó el relato de aquella noche infernal. Les rompieron sus pertenencias. La imagen se completó con los retazos de la segunda testigo de la mañana. Daldosso recordó el temor de ser el blanco de alguno de aquellos disparos. Las cuatro detenidas que estaban con sus bebés se refugiaron en la puerta del baño, el lugar más reparado, y protegieron con sus cuerpos a sus hijos. "Empecé a cantar para que los niños no se asustaran con los estruendos", recordó ayer. Tanto Ronga como Daldosso les preguntaron a las autoridades del penal por lo ocurrido. A Ronga le dijeron que ahora estaban bajo las órdenes del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército. La respuesta que recibió Daldosso fue mucho menos creíble. "A la nueva vino el marido a rescatarla", dijo la jefa de celadoras.
La amenaza para la vida de Marta Bertolino seguía vigente. "Con una paloma (pequeños papeles escritos, transportados por hilos que se usaban para comunicarse entre diferentes pisos del penal), los presos comunes que estaban alojados en la comisaría 8ª, debajo de la cárcel, nos avisaron que esa noche iban a trasladar a la nueva", relató ayer Daldosso. Esa noche, en la celda de las madres, nadie durmió. Pero no hubo traslado. Al día siguiente, les reprocharon a los comunes la falsa alarma. Ellos contestaron que no se habían equivocado, que hubo un móvil parado durante toda la noche en la puerta. Al día siguiente, llegó ropa para Alejandra, y todas respiraron: la familia de Marta había podido ubicarla.
Pocos días después, los presos comunes volvieron a ser solidarios, y les avisaron que iban a ser trasladadas. Daldosso supo que era verdad porque su hermana llegó un día de semana para retirar a su bebé, María Soledad, algo que sólo tenían permitido hacer los fines de semana. El 15 de octubre de 1976 las llevaron a la cárcel de Devoto. El minucioso relato del traslado que realizó ayer Ronga fue escalofriante. Contó cómo les pegaban y que una presa pedía las muletas, porque no podía ponerse en pie, pero le seguían pegando. Fueron en un avión sin asientos, esposadas, tiradas contra el piso. Relató que en un momento pudo ver a Alejandra, por debajo de la venda. Más tarde, ya en Devoto, divisó una prenda de su propio hijo, y sintió alegría al saber que la beba había permanecido con su madre en la cárcel bonaerense. A Marta la había conocido en los recreos, cuando empezaron a dejarla salir.
También Daldosso recordó el traslado, en especial por la separación de su hija, que quedó en Rosario al cuidado de su familia. "Fue uno de los momentos muy dolorosos. En la vida de una mujer, hay momentos muy doloroso. Un embarazo estando detenida, un parto y la separación de tu hijo. Por eso me acuerdo muchísimo de la situación de Marta", dijo ayer Daldosso. Cuando salió de la sala de audiencias, fue a su encuentro la abogada de Hijos, Nadia Schujman, siempre cálida. Mary la abrazó con fuerza y lloró. "Fue duro recordar todo eso. No sabía que declarar significaba revolver tanto adentro", expresó la abogada laboralista.
Marta Ronga y Mary Daldosso contaron con lujo de detalles cómo fue la llegada de Bertolino a la Unidad 5, en los primeros días de septiembre de 1976. Estaba flaca y tenía a su beba, de pocos días. El lunes, la testigo acusó a Lofiego.
Por Sonia Tessa
Marta Ronga y Mary Daldosso eran presas políticas alojadas en la Unidad número 5, de calle Ingeniero Theddy, en septiembre de 1976, cuando llegó Marta Bertolino, de 23 años, flaca y demacrada, con su hija Alejandra, de poquitos días. Venían de la Maternidad Martin y llegaron al pabellón donde había cuatro madres con sus hijas. "Estábamos incomunicadas desde el golpe militar. Una noche, cuando estábamos cenando, se abrió la puerta y la autoridad trajo a una joven que resultó ser Marta, con un bebé en brazos. Estaba en estado lamentable, muy flaca, con una pierna enyesada. Como tenía alguna ropita de mi bebé vestí a la nena. Le preguntamos a Marta si quería cenar y comió desesperadamente. No hablaba, estaba muy callada", rememoró Daldosso. Marta demoró unos días en contar la terrible historia que traía encima. Mary recordó que durante el mes que pasó en la Unidad 5, Marta estaba aún más incomunicada que las otras presas. No podía salir al recreo de una hora, su hija no estaba anotada, le negaban la atención médica para su pierna enyesada, al punto que la propia Daldosso le sacó el yeso con un cuchillo de cocina.
Unos días después de haber llegado, Marta le pidió a Mary que se quedara en el recreo, para hablar con ella. "Se ve que le inspiré confianza", dijo ayer Daldosso, que era abogada de la UOM de Villa Constitución y estaba presa desde el 20 de marzo de 1975. "Me contó lo que había pasado, que habían sido detenidos ella y su esposo, Oscar Manzur, que la habían torturado", relató ayer Mary frente al Tribunal Federal Oral número 2. Marta le contó que tenía muchísimo miedo de que le sacaran a su hija y la llevaran para seguir torturándola, le pidió ayuda porque su esposo estaba muerto, contó cómo había escuchado que lo torturaban hasta que dijo que se moría, y luego no volvió a oírlo. El lunes pasado, Bertolino dio testimonio durante casi cinco horas, y acusó a José Lofiego de sus propias torturas, así como de la desaparición de su marido, Oscar Manzur.
"No podía creer ese relato, nosotras estábamos allí, en una especie de caja de cristal, donde no pasaba nada. Esta situación me desconcertó. Le dije que íbamos a contarles de a poquito a las otras presas, porque iba a ser doloroso para todos", relató Daldosso y en ese momento, la emoción le impidió hablar durante algunos instantes. Cuando se recompuso, refirió los apodos de los torturadores que le había mencionado Marta: el Ciego (Lofiego), el Cura (Marcote) y Tu Sam (Carlos Brunatto), además del Pollo Baravalle, un civil que fue secuestrado y colaboró con la patota.
Las dos testigos fueron ofrecidas por la querella de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, y por eso las preguntas estuvieron a cargo de la abogada Gabriela Durruty. Relataron -apenas con matices- una misma situación. "En la madrugada del 13 de septiembre de 1976, es decir, a los pocos días de la llegada de Marta Bertolino, nos despertaron los ruidos de botas en tropel sobre el techo, corridas y gritos. Eran amenazas de hombres que decían que nos iban a matar. Más no escuché porque a los insultos y amenazas los taparon los tiros, parecían de fusiles y ametralladoras. Parecía que el techo de la celda se nos venía encima de tanta corrida", contó ayer Ronga, con una capacidad narrativa admirable. "Nos quedamos abrazadas como pudimos, y bajo los dinteles, como si eso pudiera protegernos de algo. Hasta que se hizo silencio y creímos que se habían ido. Pero no, como una alucinación en la noche volvían, ahora por el pasillo los escuchamos abrir la primera reja, cruzar corriendo el patio, golpear con las armas la puerta y abrirla al grito de cuerpo a tierra, las manos en la cabeza. Entraron unos hombres con uniformes de combate, nos quedamos allí tendidas, esperando el tiro de gracia", continuó el relato de aquella noche infernal. Les rompieron sus pertenencias. La imagen se completó con los retazos de la segunda testigo de la mañana. Daldosso recordó el temor de ser el blanco de alguno de aquellos disparos. Las cuatro detenidas que estaban con sus bebés se refugiaron en la puerta del baño, el lugar más reparado, y protegieron con sus cuerpos a sus hijos. "Empecé a cantar para que los niños no se asustaran con los estruendos", recordó ayer. Tanto Ronga como Daldosso les preguntaron a las autoridades del penal por lo ocurrido. A Ronga le dijeron que ahora estaban bajo las órdenes del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército. La respuesta que recibió Daldosso fue mucho menos creíble. "A la nueva vino el marido a rescatarla", dijo la jefa de celadoras.
La amenaza para la vida de Marta Bertolino seguía vigente. "Con una paloma (pequeños papeles escritos, transportados por hilos que se usaban para comunicarse entre diferentes pisos del penal), los presos comunes que estaban alojados en la comisaría 8ª, debajo de la cárcel, nos avisaron que esa noche iban a trasladar a la nueva", relató ayer Daldosso. Esa noche, en la celda de las madres, nadie durmió. Pero no hubo traslado. Al día siguiente, les reprocharon a los comunes la falsa alarma. Ellos contestaron que no se habían equivocado, que hubo un móvil parado durante toda la noche en la puerta. Al día siguiente, llegó ropa para Alejandra, y todas respiraron: la familia de Marta había podido ubicarla.
Pocos días después, los presos comunes volvieron a ser solidarios, y les avisaron que iban a ser trasladadas. Daldosso supo que era verdad porque su hermana llegó un día de semana para retirar a su bebé, María Soledad, algo que sólo tenían permitido hacer los fines de semana. El 15 de octubre de 1976 las llevaron a la cárcel de Devoto. El minucioso relato del traslado que realizó ayer Ronga fue escalofriante. Contó cómo les pegaban y que una presa pedía las muletas, porque no podía ponerse en pie, pero le seguían pegando. Fueron en un avión sin asientos, esposadas, tiradas contra el piso. Relató que en un momento pudo ver a Alejandra, por debajo de la venda. Más tarde, ya en Devoto, divisó una prenda de su propio hijo, y sintió alegría al saber que la beba había permanecido con su madre en la cárcel bonaerense. A Marta la había conocido en los recreos, cuando empezaron a dejarla salir.
También Daldosso recordó el traslado, en especial por la separación de su hija, que quedó en Rosario al cuidado de su familia. "Fue uno de los momentos muy dolorosos. En la vida de una mujer, hay momentos muy doloroso. Un embarazo estando detenida, un parto y la separación de tu hijo. Por eso me acuerdo muchísimo de la situación de Marta", dijo ayer Daldosso. Cuando salió de la sala de audiencias, fue a su encuentro la abogada de Hijos, Nadia Schujman, siempre cálida. Mary la abrazó con fuerza y lloró. "Fue duro recordar todo eso. No sabía que declarar significaba revolver tanto adentro", expresó la abogada laboralista.
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