Marcha por Silvia Suppo ¡Esclarecimiento y Justicia!

domingo, 14 de noviembre de 2010

Los Medina, una familia que sufrió la dictadura y exige justicia

CONTINUA PIDIENDO JUSTICIA EN LOS JUICIOS POR TERRORISMO DE ESTADO EN ROSARIO.
El cerco, la cárcel y la muerte

La historia de los hermanos Yoli, Oscar y El Chinche, no es diferente quizás a la de otras familias atravesadas por la tragedia que desató el Estado cuando decidió aplicar el terror contra sus propios ciudadanos. Pero sí representa para esta región el recuerdo de cómo en aquella época tanto la solidaridad y el afecto estaba al orden del día como el dolor y las traiciones. El cura Zitelli y Alberto Natale.
Por Sonia Tessa

El 20 de octubre de 1976, Yoli Medina le insistió a su hermano Oscar, al que siempre protegía porque era ocho años menor que ella, para que se fuera del barrio Talleres, una zona recién poblada de Villa Gobernador Gálvez donde las casas se esparcían en medio del descampado. El día anterior, Oscar había intentado anotar a su hijo en el Registro civil, pero el empleado no le permitió firmar el acta, quizás para protegerlo. Lo estaban buscando. La tragedia se sentía en el aire. "Andate, andate", le dijo la hermana, que jamás olvidó la primera detención de Oscar, en 1974. La situación política era peor, el golpe militar había barrido con cualquier límite para el terrorismo de estado. "Vos palpás cuando ya es mucho el cerrojo", rememora Yoli. Esa misma tarde, a Oscar lo secuestraron en su casa. Desesperada, Yoli le pidió a una amiga que la ayudara a recorrer la zona de quintas, porque poco tiempo antes había aparecido allí un cadáver acribillado. No lo encontró. También fue a la Jefatura de Policía de Rosario. Nada le dijeron. Otra vez, a transitar las calles de una ciudad que entonces le era tan ajena, para buscar a su admirado Oscar. Héctor, uno de los más chicos de los Medina, estaba preso desde febrero. Elisa, la madre, había ido a Córdoba, a la casa de Enelida, otra de sus hijos. El telegrama que despachó Yoli decía: "Vení urgente. Oscar grave". Era necesario cuidarse. La desaparición de Oscar Medina no está incluida en esta primera parte de la causa Feced que se tramita en el Tribunal Oral Federal número 2. Aún así, Yoli tiene la ilusión de escuchar a algún testigo que lo haya visto.

Los hermanos Medina eran nueve, aunque sus padres, Pedro y Elisa, tuvieron once hijos. Vivían en Santa Elena, el pueblo entrerriano que creció alrededor del frigorífico inglés Bovril, donde era común que algún hijo se muriera antes de cumplir el año. La mortalidad infantil no era una estadística, sino una realidad, como la pobreza. En 1962, cuando tenía 17 años, Yoli se animó a instalarse en Rosario, para trabajar. Fue empleada doméstica cama adentro hasta que pudo alquilar una casa con su hermano Alfredo, que la había seguido en la aventura. Vivían cerca de un bar en el barrio Saladillo, donde Alfredo era mozo. Un año después, lo trajeron a Oscar, que tenía sólo once años. Desde entonces, fue lavacopas en el bar, repartidor de leche, trabajó en la fábrica de bicicletas Graciela, donde fue delegado sindical por primera. De la camada de los más chicos, Héctor -Chinche emigró de Entre Ríos en 1969. Tenía 12 años. Elisa había llegado con otros hijos un año antes. Todos se radicaron en Villa Gobernador Gálvez.

La persecución contra la familia Medina no empezó ni terminó el 20 de octubre de 1976. El 28 de julio de 1974, Oscar Medina fue detenido en su casa -todavía vivía con Yoli y pasó ocho meses en la Policía Federal de Rosario. Yoli se detiene en cada detalle de esa detención. Oscar militaba en el Partido Demócrata Progresista y trabajaba en talleres Filippini, adonde había ingresado porque el dueño -el señor Filippini pertenecía al mismo partido. La mayoría de los obreros tenían accidentes, se cortaban los dedos con el balancín, porque la empresa prefería mejorar la producción a despecho de las condiciones de trabajo. Oscar se cortó un dedo. Les pagaban con vales que sólo podían canjear en los supermercados del mismo Filippini. Oscar no se quedaba callado, era delegado gremial. Unos días antes de su reelección, le mandaron el telegrama de despido. Una asamblea en la fábrica pidió su reincorporación. Pocos días tardó Oscar en advertir que la Unión Obrera Metalúrgica no le defendería. Bastó con ir a solicitar protección y que lo atendieran con un revolver sobre la mesa. Sin embargo, jamás imaginó lo que llegaría después.

Filippini

El domingo 28 de julio de 1974, al mediodía, los Medina estaban comiendo. "Hacía calor en pleno invierno. Oscar se había escapado la noche anterior para ir al baile, y mi cuñada estaba re enojada. En un momento, miro la calle y veo una cantidad de policías. Me fui para adentro y le dije a mi hermano: 'si vos vieras la cantidad de policías que hay, vinieron con carros de asaltos'. Pensamos que buscaban a un vecino. Oscar preguntó: '¿se habrán mandado una macana muy grande estos?' Mirá la ingenuidad, él no pensó que lo fueran a mandar preso", rememora Yoli, como si no hubieran pasado 36 años. Oscar recién empezó a advertir lo que ocurría cuando se pararon dos autos en la puerta de su casa.

Ahí sí. "Me voy a la mierda", dijo Oscar. Elisa, la madre, no lo dejó. "Ay, la puta, Filippini me manda preso", dijo cuando atinó a salir corriendo, pero su mamá lo agarró del pullover. "Los tipos estaban de civil, diría Oscar, camuflados", recuerda Yoli con detalles. Oscar tenía 21 años. Uno de "los tipos" llevaba el carnet de la Unión Obrera Metalúrgica de Oscar. "Estás detenido, guerrillero mugriento, hace una semana que no dormimos buscándote", le dijeron a Oscar, y comenzaron a pegarle. Lo acusaban por altoparlantes de ser "un peligroso elemento subversivo" para que escuchara todo el barrio. Les plantaron material del Partido Revolucionario de los Trabajadores y algún arma. "Ustedes son unos pobres negros que quieren dar vuelta la historia", le dijeron los policías mientras lo llevaban. Oscar comenzó a cantar El Orejano: "Yo sé que en el pago me tienen idea, porque a los que mandan no les cabresteo". Nunca se quedaba callado.

Sentado en su escritorio de la secretaría gremial de Sitratel, Héctor -El Chinche recuerda a su hermano. "Era desafiante, altanero, el negro. Tenía una personalidad", dice El Chinche.

Ese domingo de 1974, Héctor no estaba. A Oscar le siguieron pegando mientras lo subían al auto y lo llevaron preso. Yoli caminó por todo Rosario, bucando un abogado, se plantó en la puerta de un estudio todo el domingo, pero el dinero que exigía ese profesional era imposible de afrontar por una familia de trabajadores. Finalmente, el lunes consiguieron una abogada en los Tribunales provinciales. Oscar estaba detenido en la policía Federal.

Allí, la familia Medina sufrió la primera desilusión con el que consideraban su sacerdote, monseñor Eugenio Zitelli. La mayoría de los hermanos -menos Héctor, que ya había comprendido las diferencias militaba en la Juventud de la Acción Católica. Confiaban en Zitelli. Pese a las fricciones, Héctor -Chinche le fue a pedir al cura por su hermano. Zitelli le respondió: "Tendrían que largarlo a él y meterte a vos". Supo que no los ayudaría.

La madre, Elisa Medina debió acostumbrarse a andar por Rosario. Casi toda su vida había transcurrido en Santa Elena, hasta fines de los 60, cuando llegó a Villa Gobernador Gálvez para reunirse con todos sus hijos. Sólo llegó a hacer el segundo grado. "La buscamos a mamá, pobre, ella no sabía andar en Rosario", recuerda Yoli. La vida de toda la familia empezaba a dar un vuelco definitivo.

Como Oscar era militante del PDP, contactaron a Alberto Natale, que los atendió con total desinterés. Mientras tanto, Yoli se plantaba en la puerta de la Policía Federal hasta que la dejaban ver a su hermano, una vez que le levantaron la incomunicación. La hermana mayor siguió llevándole la comida, pero un día no la atendieron. Era el 22 de agosto de 1974. Lo habían vuelto a incomunicar. Ella empezó a golpear la puerta. Temía que hubieran matado a Oscar. Pero la dejaron verlo a lo lejos. Cuando le dieron la ropa, llena de sangre, supo que lo habían torturado. Al día siguiente, pudo verlo. Cuando lo vio, tan flaco y desvalido, no pudo evitar las lágrimas. "Tenía todos los labios, la yema de lo dedos, la palma de la mano, todo lastimado. Parecía un palito al que le habían puesto un pullover", recuerda Yoli. Ella lo abrazó y empezó a llorar. Ahora, 36 años después, vuelve a llorar. "No llores, no llores, a ellos no les importa. Tenés que conseguir que venga la abogada, acá hay otros muchachos, que tienen un bebe, y a ellos también los torturaron", le dijo su hermano. La abogada, Mirta Mangione Muro, le preguntó a Yoli si se animaba a dar una conferencia de prensa para contar lo que pasaba. Así lo hicieron. A Oscar lo liberaron después de ocho meses. Cuando salió, comenzó a militar en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Se incorporó al Frente sindical, mientras trabajaba en el puerto y hacía changas.

La militancia de Héctor

Desde antes que su hermano cayera preso, Héctor había tomado algunas decisiones. Para empezar, se separó de la Juventud de la Acción Católica que conducía Zitelli y empezó a militar en la vecinal, donde mejoraban las condiciones urbanas de su barrio, donde faltaban cloacas, pavimento y otras cosas básicas. Al mismo tiempo, comenzó a acercarse al Frente Antiimperialista por el Socialismo. Para julio de 1974, ya formaba parte del PRT.

En octubre de 1975, Héctor cayó detenido en la policía de Menores, en un allanamiento en la casa de un compañero. Lo pusieron a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Yoli fue a buscarlo. Lo liberaron después de seis días. Ese mismo año allanaron varias casas, entre ellas las de otros hermanos Medina, Alfredo y Ricardo. Les pegaron muy duro. Buscaban al Chinche. Una vecina solidaria "guardó" a Héctor, pese al tremendo operativo policial en el barrio. "La gente me conocía porque yo había trabajado mucho en la vecinal. Nos querían", recuerda ahora Héctor. En febrero de 1976 volvió a caer, otra vez en Menores, y pasó buena parte de la dictadura preso en distintas cárceles. En septiembre de 1976 lo trasladaron a Coronda, donde compartió celda con Daniel Gorosito, el militante del Ejército Revolucionario del Pueblo que fue sacado en octubre de ese año de la cárcel para ser ejecutado.

El 20 de octubre de 1976 también se llevaron a Oscar. Elisa y Yoli estaban desesperadas, asustadas. "Lo que nos paralizó fue el secuestro de Oscar", dice Yoli, sentada frente a otro de sus hermanos, en el sindicato de telefónicos. Los recuerdos le duelen. Llora cuando recuerda esa tarde que no vio, porque vivía a una cuadra de la casa de su hermano, pero reconstruyó lo ocurrido. Lo fueron a buscar en cuatro autos. "Estábamos sin saber qué hacer, porque teníamos miedo. Pensábamos que podían secuestrar a otros hermanos también". El 2 de noviembre de 1976, en Córdoba, los grupos de tareas se llevaron a Enelida y al marido, que estuvieron un tiempo detenidos. El miedo era un monstruo que se metía en cada rincón de la vida.

Al tiempo, empezaron a ir al local de calle Ricardone, donde Familiares de detenidos y desaparecidos se reunían. "Empezamos a encontrarnos con compañeros que tenían el mismo problema. Ahí también se nos alivió la situación porque se hacía un pozo común para pagar los pasajes de quienes más los necesitaban", se entusiasma Yoli. El dinero para ir a visitar a Héctor a la cárcel era una enormidad para esa familia diezmada por la dictadura. A Familiares iban con su madre, Elisa. "Cuando estábamos ahí, parecía que íbamos a tener solución para todo, que los presos iban a aparecer, nos sentíamos de grandes", dice Yoli. El miedo les calaba los huesos apenas llegaban a la plaza Sarmiento, y veían a los policías y militares. "Cuando pasábamos el puente Molino Blanco, para llegar a Villa Gobernador Gálvez, no te quiero decir la soledad absoluta que sentíamos. Esa noche teníamos miedo", apunta Yoli. Sus hijos quedaban diseminados en casas de amigos, por las dudas. Elisa se convirtió en un emblema de la lucha por los derechos humanos, en una Madre de la Plaza de Mayo.

La libertad

El 26 de julio de 1980, El Chinche salió en libertad. No fue sencillo. Eran 158 los presos políticos que iban a ser liberados. Al Chinche le dieron los documentos pero no lo dejaron irse. Le pidió a un compañero que avisara que le habían hecho una cama, que había firmado su libertad y volvían a detenerlo. Ahora lo acusaban de desertor. La única razón por la que no hizo el servicio militar fue que estaba preso.

Yoli recuerda "la angustia cuando no lo pusieron en libertad en Buenos Aires". La historia se repetía. "Nos enloquecíamos, no sabíamos qué pensar. Lo asociábamos con Oscar", expresa.

El 25 de julio, Familiares hizo una concentración para pedir por su libertad. Al día siguiente, un sábado, lo liberaron en Buenos Aires. En el ómnibus que lo trajo hacia Rosario, hubo un operativo del Ejército. Volvió a temer por su vida, pero finalmente, a las 18, estuvo en El Reloj de Villa Gobernador Gálvez. Fue conmovedor volver a su barrio y encontrarse con el afecto de los vecinos. Comenzó a militar en Familiares, también. Chinche puso su propia impronta, se metió en una disputa por las reivindicaciones que levantaban. Hicieron marchas en 1982, y fueron con una bandera a Buenos Aires, para la visita del papa Juan Pablo II por la guerra de Malvinas. La policía no les dejó desplegar la bandera, se la rompió a pedacitos.

Con la democracia, se reactivó la ilusión. Los Medina venían de una familia radical. "Hasta la asunción de (Raúl) Alfonsín, teníamos esperanza de encontrar con vida a Oscar", confiesa Yoli. Nunca ocurrió. El juicio a las juntas, el punto final y la obediencia debida, el indulto, horadaron la confianza en la justicia. Pero Elisa -que siguió militando siempre en Familiares nunca bajó los brazos. Tampoco se metía en las disputas que el propio Héctor motorizaba. Ella decía que todos se habían unido contra "las botas" y así debía ser. En marzo de 2008, el llamado conflicto del campo angustió a Elisa, que agradecía al gobierno de Néstor Kirchner el impulso a los juicios por delitos de lesa humanidad. Elisa era presidenta honoraria de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas. El 1º de mayo de 2009, Elisa Medina murió. No llegó a ver ni siquiera el comienzo de la causa Guerrieri, donde se juzgó por primera vez a represores de la zona. El 22 de octubre del año pasado, le hicieron un homenaje póstumo en el Concejo Municipal.

1 comentario:

  1. Sólo una pregunta: ¿los acompañan los organismos de DDHH en la querella o los dejan solos como a las hermanas Arancibia de Tucumán, las dejan solas TODOS, cuando sus dos hermanos Isauro, fundador de CTERA y Arturo fueron las dos víctimas inaugurales del genocidio? ¿O en Bussilandia impera para los DDHH, el mismo "federalismo" que desampara los glaciares en San Juan? Delia Hermosí

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