"Esto tiene que terminar de una vez"
La abogada Olga Cabrera Hansen contó ante al Tribunal Oral Federal lo que vivió a partir de su secuestro a fines de 1976. No fue una testigo más, sino alguien que encarna la historia misma de la causa que investiga el terrorismo de Estado en la región.
Por Sonia Tessa
No fue una testigo más, sino alguien que encarna la historia misma de la causa que investiga el terrorismo de Estado en la región. La abogada Olga Cabrera Hansen se sentó ayer frente al Tribunal Oral Federal para contar lo que vivió a partir de su secuestro, a fines de 1976. Cuando fue liberada, en 1978, no se quedó paralizada. Se acercó a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y comenzó a atar cabos, relacionar familiares de desaparecidos con ex detenidos, para reconstruir los derroteros en lo que ayer llamó "ese rompecabezas siniestro". Junto a su colega Delia Rodríguez Araya investigaron denuncias y dieron forma a la causa Feced, que se inició en enero de 1984 en los tribunales provinciales. Sobre Delia, ya fallecida, dijo que agradecía a la vida haberla conocido. La recordó valiente y decidida. Entre las dificultades de la investigación, mencionó el robo al juzgado del juez Martínez Fermoselle, en 1986, cuando sustrajeron elementos de prueba que ellas habían obtenido con mucho trabajo. Recordó que entonces, cada vez que proponían un allanamiento, la información se filtraba. Para evitarlo, Olga y Delia subían al auto con el juez, y recién en el camino le decían adónde iban. Cabrera Hansen integró la CONADEP y escribió el capítulo del Nunca Más dedicado a la provincia. Recordó con amargura el punto final, la obediencia debida y el indulto. "Ahora ha renacido la esperanza de que esto termine de una vez, porque yo llevo más de 30 años esperando que ustedes resuelvan", dijo la testigo. En ese único momento se emocionó. Casi al final, afirmó que el pormenorizado relato tenía un solo sentido: la condena en cárcel común a "los que quedan de los responsables" de la represión ilegal.
El testimonio de Olga Cabrera Hansen se retrotrajo antes de su secuestro. "Mis penurias comenzaron antes del 24 de marzo de 1976. Yo era abogada, y en septiembre de 1975 pusieron una bomba en mi estudio. Unos días antes del golpe, en febrero, volaron mi casa con otra bomba. A fines de 1976, el Ejército me detuvo. Era la mañana temprano, estaba en mi casa con mis tres hijos y había venido una persona, el ingeniero Eduardo Carafa, por un tema jurídico. Nos llevaron en carros de asalto. Quedaron mis tres hijos en el patio. El mayor tenía 10 años", comenzó su testimonio.
A la Jefatura de policía entraron por San Lorenzo, y el Fiat que la traía dobló a la izquierda, hasta llegar a la esquina de Dorrego. La vendaron, la llevaron a un lugar del Servicio de Informaciones donde escuchaba gritos "horribles" y golpes hacia Carafa. "Le estaban aplicando picana. Le preguntaban adonde estaba el que en aquel momento era mi marido. Pero él no sabía nada", rememoró Cabrera Hansen. Lo liberaron después de 20 días, con las costillas rotas y los ojos dañados por la picana eléctrica.
A Cabrera Hansen la interrogaron entre otros, el interventor de la policía rosarina Agustín Feced y el ciego, José Rubén Lofiego, que "era el que armaba la información". La pusieron en un pasillo. Estuvo varios días en ese lugar, donde escuchaba permanentemente cómo se torturaba. Algunos días después, y tras varios interrogatorios, la pasaron al sótano. En ese momento le liberaron la vista. "Me arden los ojos, porque las vendas las habían hecho con carteles que estaban pintados con cal. Era muy doloroso", revivió la testigo. La solidaridad entre pares estuvo presente en su relato. "Me reciben las mujeres, me ayudan, me limpian, me contienen", recordó antes de mencionar a las compañeras de detención en ese cuarto más pequeño del sótano. Detalló que a Ana Ferrari -testigo de la semana pasada la llevaban todas las noches, apenas oscurecía, a las sesiones de tortura. "No sé cómo podía soportar esa mujer tanto martirio", dijo. También recordó al "Cabezón" Pérez Rizzo y Eduardo Píccolo. "Eran objetos de torturas permanentes", señaló.
Después de un traslado masivo de detenidas mujeres a Devoto y de hombres a Coronda, quedaron pocas en el sótano de la Jefatura. Las llevaron a la Alcaidía. "Ahí estoy hasta septiembre de 1977, sin ver la luz ni salir nunca. Al principio mi familia no sabía nada", recordó. En enero de 1977, se abrió la puerta y llegó María Inés Luchetti de Bettanin, que declara hoy, con una beba recién nacida, para la que ni siquiera tenía ropa. Entre las detenidas le hicieron un improvisado ajuar con retazos de sus propias prendas. También recordó a las obreras del Swift, entre las que había tres embarazadas. De Luisa Marciani, dijo que tenía 40 años, estaba a término y se sentía muy mal. Pese a la presión de las detenidas, demoraron su atención. Allí también estaba detenida Gladis, la hija de Luisa, de 18 años, a quien habían torturado mucho, al punto de destrozarle los talones. "Vienen las celadoras, la llaman a la hija y le dicen: 'tu mamá murió y el bebé también está muerto. Ni se te ocurra llorar`. Esa fue la muerte de Tita", dijo ayer la testigo.
Un momento importante fue la visita de la Cruz Roja Internacional, en febrero de 1977. Cuando la delegación empezó a preguntar, Cabrera Hansen no pudo contenerse. "Todos guardaban silencio pero yo no pude y dije todo. Ningún juez sabe que estoy acá, y esto está a dos cuadras del juzgado. No vemos el sol, no tenemos visitas, acá nomás, al lado se tortura y mata gente. Yo escuchaba que decían 'qué hija de puta, mirá lo que está diciendo'. Después, me dijeron que hubiera podido salir, pero por todo eso iba a quedarme dos años más. Y así fue", relató.
Con espanto, recordó que el entonces capellán de la policía, Eugenio Zitelli, defendió la tortura frente a detenidas que habían pedido su asistencia espiritual. "Había justificado la tortura como forma de obtener información. En general, todas habían sido violadas. Y él dijo que eso sí era una inmoralidad", apuntó Cabrera Hansen.
Además de apuntar a Feced y Lofiego, Cabrera Hansen recordó la presencia de Ramón Rito Vergara, alias el Sargento, en el sótano del SI. En tren de develar la red de complicidades, mencionó las estrechas relaciones entre su defensora oficial, Laura Cosidoy y el mayor Fernando Soria, encargado de los simulacros de consejos de guerra en el Comando del Segundo Cuerpo de Ejército.
Uno de los momentos más impactantes fue cuando contó de una detenida, María de la Encarnación García del Villar de Tapia, que había sido terriblemente torturada. Ella misma le refirió un diálogo entre Lofiego y Feced cuando la tiraron al costado, después de los tormentos. "Vio comandante, cómo las mujeres tienen un grado más de tolerancia", le dijo El Ciego a su superior.
En otro pasaje elocuente de su declaración, Cabrera Hansen describió cómo operaba la represión sobre los obreros. "Se traía toda una parte de trabajadores de Fader, les propinaban terribles palizas. Unos se iban a Coronda y a otros los largaban, pero escarmentados", dijo ayer, en una clase magistral de la relación entre el terrorismo de Estado y el poder económico. "Había acciones combinadas con los empresarios de Somisa. Fuimos y reconocimos lugares donde, en la misma Acindar, había un lugar donde se detenía y torturaba", relató la abogada, que también recordó cómo las empresas cambiaban las credenciales de sus trabajadores, actualizaban las fotos, y eran esas mismas credenciales las que llevaban los grupos de tareas para secuestrarlos.
Hasta 1979, cuando ella comenzó a trabajar en APDH, los organismos se limitaban a recibir los pedidos de familiares y tramitar hábeas corpus que siempre tenían resultado negativo. Un día, estaba la testigo con Delia, y llegaron tres mujeres jóvenes que preguntaban por su hermana, María Sol Pérez Losada. "¿Sufría de los riñones?", les preguntó Olga. Era así, entonces, les indicó que fueran a Buenos Aires a hablar con dos detenidas que habían estado con ella. "Con ese hecho anecdótico empezó toda la cadena de denuncias", recordó ayer la abogada.
Antes del final, la abogada Gabriela Durruty, del equipo jurídico de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas le agradeció a Cabrera Hansen por su trabajo, y prometió continuar con su tarea. Los aplausos fueron fuertes y se repitieron a la salida, al grito de "Olga, Olga".
La abogada Olga Cabrera Hansen contó ante al Tribunal Oral Federal lo que vivió a partir de su secuestro a fines de 1976. No fue una testigo más, sino alguien que encarna la historia misma de la causa que investiga el terrorismo de Estado en la región.
Por Sonia Tessa
No fue una testigo más, sino alguien que encarna la historia misma de la causa que investiga el terrorismo de Estado en la región. La abogada Olga Cabrera Hansen se sentó ayer frente al Tribunal Oral Federal para contar lo que vivió a partir de su secuestro, a fines de 1976. Cuando fue liberada, en 1978, no se quedó paralizada. Se acercó a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y comenzó a atar cabos, relacionar familiares de desaparecidos con ex detenidos, para reconstruir los derroteros en lo que ayer llamó "ese rompecabezas siniestro". Junto a su colega Delia Rodríguez Araya investigaron denuncias y dieron forma a la causa Feced, que se inició en enero de 1984 en los tribunales provinciales. Sobre Delia, ya fallecida, dijo que agradecía a la vida haberla conocido. La recordó valiente y decidida. Entre las dificultades de la investigación, mencionó el robo al juzgado del juez Martínez Fermoselle, en 1986, cuando sustrajeron elementos de prueba que ellas habían obtenido con mucho trabajo. Recordó que entonces, cada vez que proponían un allanamiento, la información se filtraba. Para evitarlo, Olga y Delia subían al auto con el juez, y recién en el camino le decían adónde iban. Cabrera Hansen integró la CONADEP y escribió el capítulo del Nunca Más dedicado a la provincia. Recordó con amargura el punto final, la obediencia debida y el indulto. "Ahora ha renacido la esperanza de que esto termine de una vez, porque yo llevo más de 30 años esperando que ustedes resuelvan", dijo la testigo. En ese único momento se emocionó. Casi al final, afirmó que el pormenorizado relato tenía un solo sentido: la condena en cárcel común a "los que quedan de los responsables" de la represión ilegal.
El testimonio de Olga Cabrera Hansen se retrotrajo antes de su secuestro. "Mis penurias comenzaron antes del 24 de marzo de 1976. Yo era abogada, y en septiembre de 1975 pusieron una bomba en mi estudio. Unos días antes del golpe, en febrero, volaron mi casa con otra bomba. A fines de 1976, el Ejército me detuvo. Era la mañana temprano, estaba en mi casa con mis tres hijos y había venido una persona, el ingeniero Eduardo Carafa, por un tema jurídico. Nos llevaron en carros de asalto. Quedaron mis tres hijos en el patio. El mayor tenía 10 años", comenzó su testimonio.
A la Jefatura de policía entraron por San Lorenzo, y el Fiat que la traía dobló a la izquierda, hasta llegar a la esquina de Dorrego. La vendaron, la llevaron a un lugar del Servicio de Informaciones donde escuchaba gritos "horribles" y golpes hacia Carafa. "Le estaban aplicando picana. Le preguntaban adonde estaba el que en aquel momento era mi marido. Pero él no sabía nada", rememoró Cabrera Hansen. Lo liberaron después de 20 días, con las costillas rotas y los ojos dañados por la picana eléctrica.
A Cabrera Hansen la interrogaron entre otros, el interventor de la policía rosarina Agustín Feced y el ciego, José Rubén Lofiego, que "era el que armaba la información". La pusieron en un pasillo. Estuvo varios días en ese lugar, donde escuchaba permanentemente cómo se torturaba. Algunos días después, y tras varios interrogatorios, la pasaron al sótano. En ese momento le liberaron la vista. "Me arden los ojos, porque las vendas las habían hecho con carteles que estaban pintados con cal. Era muy doloroso", revivió la testigo. La solidaridad entre pares estuvo presente en su relato. "Me reciben las mujeres, me ayudan, me limpian, me contienen", recordó antes de mencionar a las compañeras de detención en ese cuarto más pequeño del sótano. Detalló que a Ana Ferrari -testigo de la semana pasada la llevaban todas las noches, apenas oscurecía, a las sesiones de tortura. "No sé cómo podía soportar esa mujer tanto martirio", dijo. También recordó al "Cabezón" Pérez Rizzo y Eduardo Píccolo. "Eran objetos de torturas permanentes", señaló.
Después de un traslado masivo de detenidas mujeres a Devoto y de hombres a Coronda, quedaron pocas en el sótano de la Jefatura. Las llevaron a la Alcaidía. "Ahí estoy hasta septiembre de 1977, sin ver la luz ni salir nunca. Al principio mi familia no sabía nada", recordó. En enero de 1977, se abrió la puerta y llegó María Inés Luchetti de Bettanin, que declara hoy, con una beba recién nacida, para la que ni siquiera tenía ropa. Entre las detenidas le hicieron un improvisado ajuar con retazos de sus propias prendas. También recordó a las obreras del Swift, entre las que había tres embarazadas. De Luisa Marciani, dijo que tenía 40 años, estaba a término y se sentía muy mal. Pese a la presión de las detenidas, demoraron su atención. Allí también estaba detenida Gladis, la hija de Luisa, de 18 años, a quien habían torturado mucho, al punto de destrozarle los talones. "Vienen las celadoras, la llaman a la hija y le dicen: 'tu mamá murió y el bebé también está muerto. Ni se te ocurra llorar`. Esa fue la muerte de Tita", dijo ayer la testigo.
Un momento importante fue la visita de la Cruz Roja Internacional, en febrero de 1977. Cuando la delegación empezó a preguntar, Cabrera Hansen no pudo contenerse. "Todos guardaban silencio pero yo no pude y dije todo. Ningún juez sabe que estoy acá, y esto está a dos cuadras del juzgado. No vemos el sol, no tenemos visitas, acá nomás, al lado se tortura y mata gente. Yo escuchaba que decían 'qué hija de puta, mirá lo que está diciendo'. Después, me dijeron que hubiera podido salir, pero por todo eso iba a quedarme dos años más. Y así fue", relató.
Con espanto, recordó que el entonces capellán de la policía, Eugenio Zitelli, defendió la tortura frente a detenidas que habían pedido su asistencia espiritual. "Había justificado la tortura como forma de obtener información. En general, todas habían sido violadas. Y él dijo que eso sí era una inmoralidad", apuntó Cabrera Hansen.
Además de apuntar a Feced y Lofiego, Cabrera Hansen recordó la presencia de Ramón Rito Vergara, alias el Sargento, en el sótano del SI. En tren de develar la red de complicidades, mencionó las estrechas relaciones entre su defensora oficial, Laura Cosidoy y el mayor Fernando Soria, encargado de los simulacros de consejos de guerra en el Comando del Segundo Cuerpo de Ejército.
Uno de los momentos más impactantes fue cuando contó de una detenida, María de la Encarnación García del Villar de Tapia, que había sido terriblemente torturada. Ella misma le refirió un diálogo entre Lofiego y Feced cuando la tiraron al costado, después de los tormentos. "Vio comandante, cómo las mujeres tienen un grado más de tolerancia", le dijo El Ciego a su superior.
En otro pasaje elocuente de su declaración, Cabrera Hansen describió cómo operaba la represión sobre los obreros. "Se traía toda una parte de trabajadores de Fader, les propinaban terribles palizas. Unos se iban a Coronda y a otros los largaban, pero escarmentados", dijo ayer, en una clase magistral de la relación entre el terrorismo de Estado y el poder económico. "Había acciones combinadas con los empresarios de Somisa. Fuimos y reconocimos lugares donde, en la misma Acindar, había un lugar donde se detenía y torturaba", relató la abogada, que también recordó cómo las empresas cambiaban las credenciales de sus trabajadores, actualizaban las fotos, y eran esas mismas credenciales las que llevaban los grupos de tareas para secuestrarlos.
Hasta 1979, cuando ella comenzó a trabajar en APDH, los organismos se limitaban a recibir los pedidos de familiares y tramitar hábeas corpus que siempre tenían resultado negativo. Un día, estaba la testigo con Delia, y llegaron tres mujeres jóvenes que preguntaban por su hermana, María Sol Pérez Losada. "¿Sufría de los riñones?", les preguntó Olga. Era así, entonces, les indicó que fueran a Buenos Aires a hablar con dos detenidas que habían estado con ella. "Con ese hecho anecdótico empezó toda la cadena de denuncias", recordó ayer la abogada.
Antes del final, la abogada Gabriela Durruty, del equipo jurídico de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas le agradeció a Cabrera Hansen por su trabajo, y prometió continuar con su tarea. Los aplausos fueron fuertes y se repitieron a la salida, al grito de "Olga, Olga".
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