"Durante todos estos años de impunidad, pasé muchas noches insomne"
"Una revive momentos de extremo dolor", dijo ayer la mujer que fue detenida el 15 de octubre de 1976 y traslada al Servicio de Informaciones de la policía -donde ya estaban sus padres y un hermano de 14 años- donde fue torturada.
Por Sonia Tessa
Ninguna de las personas que asistió a la audiencia de ayer de la causa Díaz Bessone pudo salir de la sala siendo la misma. En especial, después de escuchar a Ana Ferrari y Beatriz Beletti, dos testigos que hicieron un enorme esfuerzo para poner en palabras un horror que parece inenarrable. Declararon también Graciela y Raúl Villarreal, dos hermanos que fueron secuestrados en septiembre de 1976. Ana Ferrari brindó una contundente declaración sobre la persecución a su familia, que comenzó muy temprano, en 1969, con el asesinato de su hermano Gerardo, sacerdote tercermundista. En 1970, el propio Agustín Feced allanó su casa y le dio una trompada a ella, entonces una niña de 12 años. Ana mantuvo la opción por los pobres, y se mudó a una villa cuando era adolescente. Allí participó en tareas como la construcción de un dispensario, o los reclamos de cloacas. "Todas cosas que me enorgullecen", dijo ayer. En junio de 1976, sus padres y su hermano de 14 años fueron secuestrados, y estuvieron en el Servicio de Informaciones. A Ana y su compañero, Manolo Fernández, los llevaron el 15 de octubre de 1976, de la casa de una abuela. Ana tenía un bebe, había dejado de militar. Al ver su documento, Raúl Guzmán Alfaro le dijo: "Así que vos sos una Ferrari, a vos y a toda tu familia los vamos a hacer mierda". La separaron de su hijo, al que amamantaba. Cuando la torturaban, le salía leche de los pechos. En una de las sesiones de tortura participó el propio Feced. Estaba sentada en la escalera del centro clandestino de detención cuando se llevaron a las víctimas de la masacre de Los Surgentes, el 17 de octubre. Nunca olvidará la mano de José Antonio Oyarzabal, a quien le decían Ciruja, sobre la suya. "Hasta la victoria siempre", se dijeron. "Durante todos estos años de impunidad, he pasado muchas noches insomne", le dijo ayer al Tribunal Oral Federal número 2.
Apenas llegaron a la casa de su abuela, Ana supo que iba a pasarla muy mal. Levantó a su bebé del moisés, pero uno de los represores le tironeaba las piernitas. Cuando relató ese momento ûcomo cada vez que mencionó a su hijo la emoción le congeló la garganta. Aún así, siguió. Un policía vestido de marrón le prometió cuidar que a su bebé no le hicieran nada durante el allanamiento. Y cumplió. Guzmán Alfaro y otro integrante de la patota, apodado Kuriaki, la llevaron a una pieza, le metieron una pistola en la vagina y le dijeron que iba a morir de esa manera. Después, la vendaron con una sábana que ella misma había hecho para su bebe. Ana tenía 18 años "recién cumpliditos".
Tras el allanamiento, la trasladaron en auto al SI. "Lo único que pensaba era que tal vez a mi hijo no lo iba a ver nunca más", dijo. Cuando la bajaron en la Jefatura, supo de inmediato donde estaba, porque meses antes había ido a llevarles comida a sus padres al mismo lugar. "Me tiraron contra la escalera y me dijeron: estás en el infierno", rememoró ayer.
Estaba en el SI cuando Feced llegó a verla, y le pegó. Una trompada por su madre, otra por su hermano muerto, otra por su hermano Pepe. Ana es la número 11 de 12 hermanos. "Tengo una familia numerosa, así que ligué mucho", dijo ayer, con un sentido del humor admirable para la ocasión. Demoró dos semanas, hasta que la trasladaron al sótano, en saber que su bebé estaba bien. Recién entonces la dejaron verlo unos instantes.
Antes de ir al sótano, sentada en la escalera del SI, Ana compartió un tiempo con Ana Lía Murgiondo (o la Petisa Carmen, quien rogó a los compañeros presentes que cuidaran a su hija), María Cristina Marquez y Cristina Costanzo. Por allí bajaron a Eduardo Felipe Laus y Oyarzabal, y también escuchó que decían "traigan al turco" por Sergio Jalil. Esa misma noche los asesinaron en la localidad cordobesa. "Fue el último día de vida de esos compañeros, el último día que estuvieron vivos", dijo con la voz ahogada por el dolor.
En cambio, no le tembló la voz para nombrar a los represores. "Sé con certeza absoluta que (José El Ciego) Lofiego participó de mi tortura y controlaba mis latidos cardíacos", dijo, para repetir la convicción sobre Mario "el cura" Marcote. Mencionó a Carlos Gómez, al Sargento, a Telmo Ibarra, a Kuriaki, a la Pirincha, a Kunfito, a Darío, a Kung Fu y a Tu Sam, que era Carlos Brunato, alguien que se había hecho pasar por integrante de la UES.
También recordó a Caramelo, Carlos Ulpiano Altamirano y contó que la hija del represor fue novia de su propio hijo. "La acepté en mi casa porque ella no tenía ninguna responsabilidad en lo que había hecho su padre. A él lo identifico un día que trae a su hija a mi casa. Jamás acepté las invitaciones a almorzar indicó ayer la testigo . Quiero recalcarlo para que se vea que entre nosotros no hay espíritu de revancha, de venganza". Aunque ella no unió todos los apodos con nombres, Darío era Julio Héctor Fermoselle, Kung Fu era Carlos Martín Ramos, la Pirincha era César Peralta.
En las sesiones de tortura "se nombraban entre ellos, se reían, se burlaban, se divertían", dijo la testigo ante una pregunta de la defensa. Ana mencionó un intento de violación de los represores, que la habían dejado desnuda en la rotonda del SI, pero fueron interrumpidos por Feced al grito de "No, la Ferrari es mía". Ayer, la sobreviviente usó la ironía. "No me violaron. ¿Se lo agradezco?", dijo ante los jueces Jorge Venegas Echagüe, Beatriz Barabani de Cavallero y Otmar Paulucci.
Afirmó que durante estos años, la persiguieron los recuerdos. Que pasó muchas noches sin dormir, recordando las torturas, la picana, las quemaduras de cigarrillo. "Me ha costado muchas noches de insomnio donde uno revive muchos momentos de extremo dolor, no sólo físico, sino también de indignidad, de vejación", dijo ayer.
Después de un mes en el Servicio de Informaciones, a Ana la trasladaron a Devoto, el 15 de noviembre de 1976. "Sé que a la noche siguiente Feced vino a buscarme para matarme. No se sabe de dónde salió la orden de trasladarme a Devoto, pero Feced se puso muy furioso por mi ausencia", recordó ayer la testigo. En esa cárcel supo que le habían abierto una causa federal. La defensora oficial era Laura Cosidoy, quien desoyó sus denuncias por torturas. "Hubiera preferido no tener abogado. Le hago la denuncia de lo que habíamos pasado y por supuesto que se hizo la sorda, no tomó ninguna referencia", contó la sobreviviente. Después, volvieron a llevarla a Rosario, esta vez a la Alcaidía. El 24 de diciembre de 1978 recuperó la libertad, pero debía ir tres veces por semana al mismo lugar donde la habían torturado para "firmar una libretita". A la familia de su esposo la diezmaron, y al salir en libertad, la única forma de reconstruirse fue tomar distancia, vivir en Entre Ríos y luego en Buenos Aires.
El relato fue extenso, mencionó a muchos compañeros y compañeras de cautiverio. "Estoy acá porque creo profundamente que la justicia tiene que servir para que los jóvenes crean en un país distinto. No se puede juzgar a un ladrón. No hay manera de juzgar a nadie si estos crímenes quedan impunes", dijo la testigo, quien llevó puestos los zapatos de la abogada Delia Rodríguez Araya, quien fue fundamental en el impulso de la causa Feced, al comienzo de la democracia. "Le quiero rendir homenaje", dijo Ana. Cuando salió de la sala, demoró un rato largo en transitar el camino hasta calle Oroño. A cada instante, alguien la abrazaba, con emoción. Al terminar su testimonio y también cuando salió a la vereda, recibió una ovación.
"Una revive momentos de extremo dolor", dijo ayer la mujer que fue detenida el 15 de octubre de 1976 y traslada al Servicio de Informaciones de la policía -donde ya estaban sus padres y un hermano de 14 años- donde fue torturada.
Por Sonia Tessa
Ninguna de las personas que asistió a la audiencia de ayer de la causa Díaz Bessone pudo salir de la sala siendo la misma. En especial, después de escuchar a Ana Ferrari y Beatriz Beletti, dos testigos que hicieron un enorme esfuerzo para poner en palabras un horror que parece inenarrable. Declararon también Graciela y Raúl Villarreal, dos hermanos que fueron secuestrados en septiembre de 1976. Ana Ferrari brindó una contundente declaración sobre la persecución a su familia, que comenzó muy temprano, en 1969, con el asesinato de su hermano Gerardo, sacerdote tercermundista. En 1970, el propio Agustín Feced allanó su casa y le dio una trompada a ella, entonces una niña de 12 años. Ana mantuvo la opción por los pobres, y se mudó a una villa cuando era adolescente. Allí participó en tareas como la construcción de un dispensario, o los reclamos de cloacas. "Todas cosas que me enorgullecen", dijo ayer. En junio de 1976, sus padres y su hermano de 14 años fueron secuestrados, y estuvieron en el Servicio de Informaciones. A Ana y su compañero, Manolo Fernández, los llevaron el 15 de octubre de 1976, de la casa de una abuela. Ana tenía un bebe, había dejado de militar. Al ver su documento, Raúl Guzmán Alfaro le dijo: "Así que vos sos una Ferrari, a vos y a toda tu familia los vamos a hacer mierda". La separaron de su hijo, al que amamantaba. Cuando la torturaban, le salía leche de los pechos. En una de las sesiones de tortura participó el propio Feced. Estaba sentada en la escalera del centro clandestino de detención cuando se llevaron a las víctimas de la masacre de Los Surgentes, el 17 de octubre. Nunca olvidará la mano de José Antonio Oyarzabal, a quien le decían Ciruja, sobre la suya. "Hasta la victoria siempre", se dijeron. "Durante todos estos años de impunidad, he pasado muchas noches insomne", le dijo ayer al Tribunal Oral Federal número 2.
Apenas llegaron a la casa de su abuela, Ana supo que iba a pasarla muy mal. Levantó a su bebé del moisés, pero uno de los represores le tironeaba las piernitas. Cuando relató ese momento ûcomo cada vez que mencionó a su hijo la emoción le congeló la garganta. Aún así, siguió. Un policía vestido de marrón le prometió cuidar que a su bebé no le hicieran nada durante el allanamiento. Y cumplió. Guzmán Alfaro y otro integrante de la patota, apodado Kuriaki, la llevaron a una pieza, le metieron una pistola en la vagina y le dijeron que iba a morir de esa manera. Después, la vendaron con una sábana que ella misma había hecho para su bebe. Ana tenía 18 años "recién cumpliditos".
Tras el allanamiento, la trasladaron en auto al SI. "Lo único que pensaba era que tal vez a mi hijo no lo iba a ver nunca más", dijo. Cuando la bajaron en la Jefatura, supo de inmediato donde estaba, porque meses antes había ido a llevarles comida a sus padres al mismo lugar. "Me tiraron contra la escalera y me dijeron: estás en el infierno", rememoró ayer.
Estaba en el SI cuando Feced llegó a verla, y le pegó. Una trompada por su madre, otra por su hermano muerto, otra por su hermano Pepe. Ana es la número 11 de 12 hermanos. "Tengo una familia numerosa, así que ligué mucho", dijo ayer, con un sentido del humor admirable para la ocasión. Demoró dos semanas, hasta que la trasladaron al sótano, en saber que su bebé estaba bien. Recién entonces la dejaron verlo unos instantes.
Antes de ir al sótano, sentada en la escalera del SI, Ana compartió un tiempo con Ana Lía Murgiondo (o la Petisa Carmen, quien rogó a los compañeros presentes que cuidaran a su hija), María Cristina Marquez y Cristina Costanzo. Por allí bajaron a Eduardo Felipe Laus y Oyarzabal, y también escuchó que decían "traigan al turco" por Sergio Jalil. Esa misma noche los asesinaron en la localidad cordobesa. "Fue el último día de vida de esos compañeros, el último día que estuvieron vivos", dijo con la voz ahogada por el dolor.
En cambio, no le tembló la voz para nombrar a los represores. "Sé con certeza absoluta que (José El Ciego) Lofiego participó de mi tortura y controlaba mis latidos cardíacos", dijo, para repetir la convicción sobre Mario "el cura" Marcote. Mencionó a Carlos Gómez, al Sargento, a Telmo Ibarra, a Kuriaki, a la Pirincha, a Kunfito, a Darío, a Kung Fu y a Tu Sam, que era Carlos Brunato, alguien que se había hecho pasar por integrante de la UES.
También recordó a Caramelo, Carlos Ulpiano Altamirano y contó que la hija del represor fue novia de su propio hijo. "La acepté en mi casa porque ella no tenía ninguna responsabilidad en lo que había hecho su padre. A él lo identifico un día que trae a su hija a mi casa. Jamás acepté las invitaciones a almorzar indicó ayer la testigo . Quiero recalcarlo para que se vea que entre nosotros no hay espíritu de revancha, de venganza". Aunque ella no unió todos los apodos con nombres, Darío era Julio Héctor Fermoselle, Kung Fu era Carlos Martín Ramos, la Pirincha era César Peralta.
En las sesiones de tortura "se nombraban entre ellos, se reían, se burlaban, se divertían", dijo la testigo ante una pregunta de la defensa. Ana mencionó un intento de violación de los represores, que la habían dejado desnuda en la rotonda del SI, pero fueron interrumpidos por Feced al grito de "No, la Ferrari es mía". Ayer, la sobreviviente usó la ironía. "No me violaron. ¿Se lo agradezco?", dijo ante los jueces Jorge Venegas Echagüe, Beatriz Barabani de Cavallero y Otmar Paulucci.
Afirmó que durante estos años, la persiguieron los recuerdos. Que pasó muchas noches sin dormir, recordando las torturas, la picana, las quemaduras de cigarrillo. "Me ha costado muchas noches de insomnio donde uno revive muchos momentos de extremo dolor, no sólo físico, sino también de indignidad, de vejación", dijo ayer.
Después de un mes en el Servicio de Informaciones, a Ana la trasladaron a Devoto, el 15 de noviembre de 1976. "Sé que a la noche siguiente Feced vino a buscarme para matarme. No se sabe de dónde salió la orden de trasladarme a Devoto, pero Feced se puso muy furioso por mi ausencia", recordó ayer la testigo. En esa cárcel supo que le habían abierto una causa federal. La defensora oficial era Laura Cosidoy, quien desoyó sus denuncias por torturas. "Hubiera preferido no tener abogado. Le hago la denuncia de lo que habíamos pasado y por supuesto que se hizo la sorda, no tomó ninguna referencia", contó la sobreviviente. Después, volvieron a llevarla a Rosario, esta vez a la Alcaidía. El 24 de diciembre de 1978 recuperó la libertad, pero debía ir tres veces por semana al mismo lugar donde la habían torturado para "firmar una libretita". A la familia de su esposo la diezmaron, y al salir en libertad, la única forma de reconstruirse fue tomar distancia, vivir en Entre Ríos y luego en Buenos Aires.
El relato fue extenso, mencionó a muchos compañeros y compañeras de cautiverio. "Estoy acá porque creo profundamente que la justicia tiene que servir para que los jóvenes crean en un país distinto. No se puede juzgar a un ladrón. No hay manera de juzgar a nadie si estos crímenes quedan impunes", dijo la testigo, quien llevó puestos los zapatos de la abogada Delia Rodríguez Araya, quien fue fundamental en el impulso de la causa Feced, al comienzo de la democracia. "Le quiero rendir homenaje", dijo Ana. Cuando salió de la sala, demoró un rato largo en transitar el camino hasta calle Oroño. A cada instante, alguien la abrazaba, con emoción. Al terminar su testimonio y también cuando salió a la vereda, recibió una ovación.
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