Una prueba judicial sobre el horror
Por el centro clandestino de detención pasaron cientos de detenidos durante la dictadura. Una de las imputadas, María Eva Aebi, entregaba a las presas para los interrogatorios.
Por Juan Carlos Tizziani
El Tribunal Oral que juzga a los represores santafesino inspeccionó ayer la Guardia de Infantería Reforzada (GIR), un centro clandestino de detención por donde pasaron cientos de víctimas de la dictadura. Diez querellantes y testigos pudieron reconocer 30 años después y frente a los jueces el lugar de su martirio: la Coordinación del Area 212 que dependía del comandante militar, coronel Juan Orlando Rolón, pero que estuvo a cargo de dos comisarios: Julio Alberto Villalba ya fallecido y desde mediados de 1977, Juan Calixto Perizzotti, imputado en el juicio junto a su ex secretaria María Eva Aebi. Perizzotti participó en el reconocimiento judicial con otro testigo que fue citado a declarar la semana pasada: un ex chofer del Area 212, Eduardo José Córdoba, que sirvió a las órdenes de Villalba y Perizzotti hasta 1979, pero que se atajó en su desmemoria. Una ex presa política recordó que diez mujeres convivieron catorce meses en una celda a la que llamaban "El colectivo" porque no era otra cosa que un pasillo sin baño y sin sol, así como los malos tratos, las torturas psíquicas y los interrogatorios nocturnos, cuando Aebi venía a buscarlas, las encapuchaba y las entregaba a los torturadores. "Lo más tenebroso era que el grupo de tareas operaba acá con total libertad", dijo Stella Vallejos.
La inspección se hizo por etapas. El primero fue el abogado Jorge Pedraza, detenido el 6 de noviembre de 1975, que ayer reconoció el lugar donde estuvo encapuchado y maniatado en un camastro de torturas. Fueron varias horas en las que pudo escuchar las comunicaciones del Comando Radioeléctrico que también operaba en la GIR. Ayer, logró identificar ese espacio y reconocerlo. Después, siguió Patricia Isasa, detenida dos veces en el Area 212: a mediados de 1976 cuando apenas tenía 16 años y tres años después, en julio de 1979, junto a otros militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (ver aparte). Isasa convivió con otras menores de edad, entre ellas María de los Milagros Almirón, que tenía 14 y cumplió sus quince en la GIR, el lugar al que también volvió ayer. Más tarde, siguieron tres sobrevivientes de "El colectivo": Anatilde Bugna, Stella Vallejos y Ana María Cámara, luego Susana Molinas y por último, Roberto Cepeda, Mariano Millán Medina, José Schullman.
"Las condiciones en las que estábamos eran terribles", recordó Vallejos. "Vivíamos en un pasillo ancho donde apenas entraban las cuchetas y en la punta había una mesa donde comíamos. No teníamos baño. Había un baño muy chiquito que compartíamos con presas políticas de otras piezas más grandes. Ayer, Stella y sus compañeras volvieron al "Colectivo" que ahora le pareció más estrecho y miserable. Ya no era la ironía para soportar el terror.
"Lo más tenebroso de este lugar era el grupo de tareas que ingresaba con total libertad", precisó Vallejos. "Sufríamos interrogatorios durante la noche, algunas íbamos encapuchadas y otras con los ojos vendados y casi siempre nos llevaba María Eva Aebi o el comisario Perizzotti. En algunos momentos, nos ponían música fuerte para hacer más tétrica la vivencia. Acá también tuvimos el interrogatorio con el doctor (Víctor) Brusa que nos maltrató".
Una de las que más sufrió los interrogatorios nocturnos fue Silvia Abdolatif, que no participó en la inspección, pero que en el juicio dijo que la sacaron por lo menos diez veces en un mes. Siempre la buscaba Aebi. La encapuchaba y la dejaba contra una pared, donde venían a buscarla dos represores que amenazaban con sacarla del Area 212 y ejecutarla. "Cuando sacaban a una de nosotras, se creaba un clima de terror, nadie dormía y ese temor se contagiaba", relató Stella Vallejos.
¿Quién las entregaba al grupo de tareas?
Casi siempre lo hacía María Eva Aebi. Era el nexo entre las detenidas políticas con la patota. En este lugar, la patota operaba con total libertad contestó Stella.
Anatilde Bugna dijo que los interrogatorios se sucedieron hasta el día que salió en libertad. El método del terror se repetía: la noche, la capucha o la venda en los ojos y las esposas. "Yo siempre estuve vendada y esposada. Cuando nos interrogó Brusa llegué esposada hasta la puerta", dijo.
En su declaración ante el Tribunal, Bugna dijo haber visto en distintos momentos, pero en el mismo lugar: la oficina de Perizzotti, a dos represores: el teniente coronel Manuel Morales, preso en la megacausa que investiga crímenes de lesa humanidad al que pudo reconocer por una foto que publicó Rosario/12 y el coronel Jorge Fariña, imputado en el juicio por la quinta de Funes. "Al capitán Morales lo identifiqué ahora por la foto del diario. La última vez que salí al patio, me llevaron hasta la oficina de Perizzotti, donde estaba María Eva Aebi y tres hombres más. Uno estaba sentado y estoy practicamente segura que era el capitán Morales. Lo que dije en el juicio, el grupo de tareas que me secuestra no es el mismo que más adelante me interroga en la GIR. De todas maneras, sabían el libreto porque el discurso era el mismo. Y al oficial Fariña estuvo trabajando en la oficina de Perizzotti, no todo el año de mi detención, pero sí un tiempo prolongado. Y le decían oficial Fariña", concluyó Bugna.
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