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martes, 20 de octubre de 2009

La Casita del horror


Por Juan Carlos Tizziani

El traslado de diez ex militantes de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) desde un centro clandestino de la dictadura hasta la Guardia de Infantería Reforzada (GIR) a fines de marzo de 1977 se convirtió en un punto de controversia en el juicio a los represores santafesinos. El ex jefe de la Oficina de Coordinación del Area 212, Juan Calixto Perizzotti ya admitió que él participó en el traslado de las mujeres por orden del Ejército, pero dijo que no llegó hasta el chupadero: las recibió en las afueras de Santo Tomé, donde subieron a bordo de un camión del Servicio Penitenciario. Ayer, otra de las secuestradas que declaró ante el Tribunal Oral lo desmintió. "Perizzotti (y su ex secretaria) María Eva Aevi estuvieron en La Casita. Yo los escuché", dijo Ana María Cámara.

En la audiencia de ayer declararon Cámara y Patricia Traba. El lunes lo habían hecho Anatilde Bugna y Stella Vallejos. Y hoy lo harán Raquel Juárez, Hilda Benavídez y Teresita Miño. Las siete fueron víctimas del traslado.

Perizzotti dijo que trasladó las diez militantes de la JUP por orden firmada por el ex jefe del Area 212, Juan Orlando Rolón y que el jefe del operativo era el segundo del Destacamento de Inteligencia Militar, teniente coronel Jorge Roberto Diab. Ubicó el traspaso de las detenidas desde automóviles al camión del Servicio Penitenciario en Santo Tomé y aseguró que sólo estuvo acompañado por su chofer y un suboficial pero no por la ex carcelera María Eva Aebi, como aseguran las denunciantes.

Cámara ratificó la denuncia de Bugna. "Perizzotti y Aebi fueron a buscarnos. Ellos saben donde queda La Casita", dijo Ana María. Y cuando le preguntaron cómo los había reconocido, respondió: "Escuché la voz de ella cuando ingresan a La Casita. Y después, cuando nos suben a un camión celular, la que me tira del brazo y me dice: 'subí' era la misma mujer. María Eva sabe dónde queda La Casita".

Ayer, Cámara y Traba relataron su martirio en la casa de torturas. Las dos reconocieron el lugar por el croquis y la maqueta y coincidieron en un recuerdo: los mosaicos del piso color rojo punzó. La sala de torturas estaba en el garage. Ana María había sido encapuchada y atada a un eslástico metálico de las muñecas y los tobillos. "En un momento entran unas personas arrastrando un cuerpo y me lo tiran encima. 'Este se nos va', dice uno de ellos. Era un cuerpo muerto, como una bolsa de papas", recordó. Al día siguiente, en otra sesión de torturas, ve por debajo de la venda una mesa de madera y una máquina de escribir. Y alguien le dice: "'Salís caminando o con las patas para adelante. Y tu mamá te va a encontrar al costado de una ruta'. "Lo que era cierto, porque en esa época aparecían muchos cadáveres en los caminos", explicó Cámara.

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