José Daniel Irigoyen -víctima del terrorismo de Estado- dijo que el imputado, el comisario Conde y el oficial Appiani fueron quienes lo golpearon y torturaron.
Por Luciana Actis
“A (Santiago) Kelly Del Moral lo conozco por el operativo de traslado de un penal a otro, del que él estaba a cargo (…) era un destrato. Nos pegaban, nos humillaban. Nos rompían nuestras ropas y con eso nos vendaban, para demostrar el poder que tenían”, declaró José Daniel Irigoyen, exdetenido político durante la última dictadura cívico militar, mencionando directamente a uno de los imputados.
Su testimonio tuvo lugar este jueves, en una nueva audiencia del tercer tramo de la megacausa Harguindeguy -denominado Área Gualeguaychú-, en el que se investigan delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura en esa ciudad.
En esta etapa, los imputados son el ministro del Interior del gobierno de Videla, Albano Harguindeguy; el entonces jefe del Regimiento de Gualeguaychú, Juan Miguel Valentino; los expolicías de la provincia, Juan Carlos Mondragón y Marcelo Pérez; y el exteniente coronel del Ejército, Santiago Kelly del Moral, quien no estuvo presente, por haber sufrido un accidente automovilístico el miércoles.
Al principio de su declaración, Irigoyen -oriundo de Gualeguaychú y actual coordinador de la Unidad Ejecutora de Planes Especiales del Ministerio de Desarrollo Social de la Provincia- precisó el derrotero que sufrió desde su detención, ocurrida en Paraná, el 28 de noviembre de 1974, hasta su liberación en diciembre de 1978, en Resistencia. “Estando preso en Paraná. Me dan la libertad el 11 de diciembre de 1974, mi padre me vino a buscar y le hicieron esperar. Vino la Policía y dijo que tenía que ir a firmar a la cárcel pero, en lugar de eso, me llevan a la sede de la Policía Federal y me dejaron allí. Mi padre habló con el juez Viero, que fue a exigir que me liberen, pero no le hicieron caso”, relató.
En Paraná estuvo preso hasta el 19 de marzo de 1975, cuando lo trasladaron al Penal de Gualeguaychú. En 1976 lo trasladaron a la cárcel de Coronda, y el 29 de diciembre de ese año lo volvieron a llevar a Paraná, donde permaneció hasta marzo de 1977 cuando, finalmente, lo derivaron a la cárcel de Resistencia.
Según su testimonio, las peores torturas las sufrió en la capital entrerriana, a manos del comisario de la PFA, Osvaldo Conde (fallecido), y señaló que en esas sesiones de tortura también estaba presente el teniente del Ejército Jorge Humberto Appiani; ambos sindicados como torturadores en la Causa Área Paraná. Además, dijo que José Anselmo Appelhans -director de la Cárcel de Paraná- estaba al tanto de su situación y quería obligarlo a firmar una declaración falsa.
Sobre los tormentos que padeció en Paraná -a comienzos de 1977- recordó que en ese tiempo, la Cruz Roja Internacional estaba recorriendo las cárceles del país, para supervisar el trato que se les propinaba a los presos políticos: “Había una exigencia de que no podía haber detenidos sin causa y sin un proceso. Por eso (los gobernantes de facto) querían hacer un Consejo de Guerra, para poder enjuiciarnos. Yo me enteré de eso a comienzos de enero, y el consejo iba a ser el 23. En esos días nos dieron una declaración para que firmemos, en la que decía que éramos del grupo Montoneros, que teníamos armas en mi domicilio y en Diamante, y también en la que acusaba a 5 o 6 personas. Como yo me negué a firmar, me llevaron encapuchado a la casa del director del penal, y me estaquearon a una cama de metal y me picanearon en las partes más sensibles del cuerpo. El que lo hacía era Conde, que ni siquiera se molestaba en taparse ni en disimular su voz, como lo hacían otros”.
Según Irigoyen, ante sus reiteradas negativas a firmar esa declaración, Appelhans lo sermoneó. Y lo torturaron en repetidas oportunidades y le hacían simulacros de fusilamiento. “Habían armado todo para que nos acusemos unos a otros y así poder armar el Consejo de Guerra. El 23, después de la tortura, me hicieron caminar enfrente de los demás presos, con signos de haber sido torturado y me llevaron al despacho de Appelhans, para que elija un abogado defensor -que eran todos militares- y para que firme la declaración”. Como Irigoyen se resistió, Conde lo sacó al patio, a los empujones, gritando: “Se te va a venir la pesada" y amenazándolo con volver a torturarlo.
Poco tiempo después, en marzo, lo trasladaron en un avión Hércules -se presume que en la misma oportunidad en la que trasladaban a presos políticos de Gualeguaychú- y lo llevaron a Chaco. “Íbamos esposados al piso del avión. Nos pegaban y cuando llegamos a Chaco, nos llevaron a la Alcaidía. Allí nos preguntaban si queríamos al baño, al que decía que sí lo llevaban y le daban una paliza terrible. A mí me llevaron a la fuerza, y me pegaron con un palo grande. Uno de los policías me revoleó de los pies, y fui a parar con la cabeza contra el filo de un lavatorio, perdí mucha sangre. Me tuvieron que hacer puntos. Después nos dejaron ocultos en un subsuelo durante varios días, hasta que se nos fueron un poco las marcas”.
El testigo reafirmó así los relatos de los testigos Raúl Rodera, Jaime y Emilio Martínez Garbino, y Víctor y Raúl Ingold. Con todos ellos estuvo detenido y los mencionó.
En otra parte de su declaración, mencionó que recibió una visita de Monseñor Adolfo Tortolo, quien lo visitó en Paraná -ya que Irigoyen había sido seminarista-, oportunidad que el detenido aprovechó para contarle lo que sucedía y que había varios presos mal. “El dijo 'voy a entrar a ver', y fue hasta el pabellón. El guardia no lo quería dejar pasar. Él le preguntó que quién había dado esa órden, y el guardia le respondió que el general (Abel) Catuzzi. Así que Tortolo le dijo que le diga a Catuzzi que él iba a entrar igual. Pasó, y vió que varios presos tenían quemaduras de las torturas. Pero después no hizo nada. Era evidente que tenía mucho poder dentro del Ejército, porque no cualquiera pasaba por encima de un general”.
El testigo que conoció a Dezorzi
A diferencia de la mayoría de los testigos, que casi no conoció al desaparecido Oscar Dezorzi, Irigoyen señaló que lo conocía bien, del ambiente de la militancia.
“Yo empecé a militar en la Casa del Joven, en Gualeguaychú, que tenía una impronta cristiana. En 1970 entré al seminario y en el 71' nos mandaron a estudiar a Brasil. A fines de ese año, pedimos permiso para volver, porque si íbamos a ejercer en la Argentina, teníamos que estar con nuestra gente. Cuando volvimos, nos instalamos en el barrio San Agustín, de Paraná. Decidimos que ser cristiano era trabajar en la política, porque era la única forma de trasnformar la realidad, y nos acercamos a la Juventud Trabajadora Peronista. En el barrio nos seguíamos considerando seminaristas, y hacíamos militancia social, les enseñábamos a leer a la gente”.
Sobre Dezorzi, recordó que en 1972 comenzó a quedarse en su casa los fines de semana: “A él lo conocía de Gualeguaychú. En esa época estaba haciendo la conscripción en Paraná, y como no tenía dinero para volver los fines de semana a su casa, venía a quedarse con nosotros. Ahí él comenzó a sumarse a la militancia, tenía una gran vocación por enseñarle a leer a los chicos. Era una persona buena, desiteresada. Su mayor deseo era ayudar. En casa se despertó su inclinación política”.
Además comentó que Alicia Ballesteros, esposa de Luis Alberto D'Elía -exseminarista con el que Irigoyen compartía la casa- le dijo tiempo después que mientras estuvo detenida, vio a Dezorzi en el Batallón de Comunicaciones de Paraná.
Manto de sospechas sobre Mondragón
Previo a la declaración de Irigoyen, dio su testimonio Alfredo Ressel, quien en épocas de la dictadura y hasta 2002 se desempeñó como administrador del cementerio municipal de Gualeguaychú.
Recordó que en 1976, por orden del juez Juárez Ahumada, un patrullero de la Policía trajo una bolsa con los restos de un NN, que fue depositado en un nicho. El cadáver había sido encontrado en la zona de Ñandubaysal. “Eran restos viejos, ya no tenían carne ni nada”, declaró
Y añadió que en 2002, al NN “lo llevaron para hacerle estudios, pero yo ya estaba jubilado”, pero dijo que no supo cuáles fueron los resultados de la autopsia. Además, recordó que durante su intendencia, Emilio Martínez Garbino se comunicó personalmente con él, pidiéndole que no pase esos restos a fosa común.
Otro dato destacable, fue un episodio en el que mencionó al imputado Mondragón. Según el testigo, durante la ceremonia de inhumación de la militante de Montoneros, Patricia Guastavino, que fue asesinada el 22 de diciembre de 1976 en La Plata, Mondragón quiso tomar fotografías de la ceremonia desde arriba de los nichos, pero él no se lo permitió.
Aunque evitó decir los motivos por los que el expolicía quiso tomar imágenes, señaló que pudo haber sido “por la cantidad de gente que había”. Y señaló además que el cuerpo de la joven guleguaychuense fue traído desde Buenos Aires, aunque dijo desconocer en qué circunstancias murió.
Por Luciana Actis
“A (Santiago) Kelly Del Moral lo conozco por el operativo de traslado de un penal a otro, del que él estaba a cargo (…) era un destrato. Nos pegaban, nos humillaban. Nos rompían nuestras ropas y con eso nos vendaban, para demostrar el poder que tenían”, declaró José Daniel Irigoyen, exdetenido político durante la última dictadura cívico militar, mencionando directamente a uno de los imputados.
Su testimonio tuvo lugar este jueves, en una nueva audiencia del tercer tramo de la megacausa Harguindeguy -denominado Área Gualeguaychú-, en el que se investigan delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura en esa ciudad.
En esta etapa, los imputados son el ministro del Interior del gobierno de Videla, Albano Harguindeguy; el entonces jefe del Regimiento de Gualeguaychú, Juan Miguel Valentino; los expolicías de la provincia, Juan Carlos Mondragón y Marcelo Pérez; y el exteniente coronel del Ejército, Santiago Kelly del Moral, quien no estuvo presente, por haber sufrido un accidente automovilístico el miércoles.
Al principio de su declaración, Irigoyen -oriundo de Gualeguaychú y actual coordinador de la Unidad Ejecutora de Planes Especiales del Ministerio de Desarrollo Social de la Provincia- precisó el derrotero que sufrió desde su detención, ocurrida en Paraná, el 28 de noviembre de 1974, hasta su liberación en diciembre de 1978, en Resistencia. “Estando preso en Paraná. Me dan la libertad el 11 de diciembre de 1974, mi padre me vino a buscar y le hicieron esperar. Vino la Policía y dijo que tenía que ir a firmar a la cárcel pero, en lugar de eso, me llevan a la sede de la Policía Federal y me dejaron allí. Mi padre habló con el juez Viero, que fue a exigir que me liberen, pero no le hicieron caso”, relató.
En Paraná estuvo preso hasta el 19 de marzo de 1975, cuando lo trasladaron al Penal de Gualeguaychú. En 1976 lo trasladaron a la cárcel de Coronda, y el 29 de diciembre de ese año lo volvieron a llevar a Paraná, donde permaneció hasta marzo de 1977 cuando, finalmente, lo derivaron a la cárcel de Resistencia.
Según su testimonio, las peores torturas las sufrió en la capital entrerriana, a manos del comisario de la PFA, Osvaldo Conde (fallecido), y señaló que en esas sesiones de tortura también estaba presente el teniente del Ejército Jorge Humberto Appiani; ambos sindicados como torturadores en la Causa Área Paraná. Además, dijo que José Anselmo Appelhans -director de la Cárcel de Paraná- estaba al tanto de su situación y quería obligarlo a firmar una declaración falsa.
Sobre los tormentos que padeció en Paraná -a comienzos de 1977- recordó que en ese tiempo, la Cruz Roja Internacional estaba recorriendo las cárceles del país, para supervisar el trato que se les propinaba a los presos políticos: “Había una exigencia de que no podía haber detenidos sin causa y sin un proceso. Por eso (los gobernantes de facto) querían hacer un Consejo de Guerra, para poder enjuiciarnos. Yo me enteré de eso a comienzos de enero, y el consejo iba a ser el 23. En esos días nos dieron una declaración para que firmemos, en la que decía que éramos del grupo Montoneros, que teníamos armas en mi domicilio y en Diamante, y también en la que acusaba a 5 o 6 personas. Como yo me negué a firmar, me llevaron encapuchado a la casa del director del penal, y me estaquearon a una cama de metal y me picanearon en las partes más sensibles del cuerpo. El que lo hacía era Conde, que ni siquiera se molestaba en taparse ni en disimular su voz, como lo hacían otros”.
Según Irigoyen, ante sus reiteradas negativas a firmar esa declaración, Appelhans lo sermoneó. Y lo torturaron en repetidas oportunidades y le hacían simulacros de fusilamiento. “Habían armado todo para que nos acusemos unos a otros y así poder armar el Consejo de Guerra. El 23, después de la tortura, me hicieron caminar enfrente de los demás presos, con signos de haber sido torturado y me llevaron al despacho de Appelhans, para que elija un abogado defensor -que eran todos militares- y para que firme la declaración”. Como Irigoyen se resistió, Conde lo sacó al patio, a los empujones, gritando: “Se te va a venir la pesada" y amenazándolo con volver a torturarlo.
Poco tiempo después, en marzo, lo trasladaron en un avión Hércules -se presume que en la misma oportunidad en la que trasladaban a presos políticos de Gualeguaychú- y lo llevaron a Chaco. “Íbamos esposados al piso del avión. Nos pegaban y cuando llegamos a Chaco, nos llevaron a la Alcaidía. Allí nos preguntaban si queríamos al baño, al que decía que sí lo llevaban y le daban una paliza terrible. A mí me llevaron a la fuerza, y me pegaron con un palo grande. Uno de los policías me revoleó de los pies, y fui a parar con la cabeza contra el filo de un lavatorio, perdí mucha sangre. Me tuvieron que hacer puntos. Después nos dejaron ocultos en un subsuelo durante varios días, hasta que se nos fueron un poco las marcas”.
El testigo reafirmó así los relatos de los testigos Raúl Rodera, Jaime y Emilio Martínez Garbino, y Víctor y Raúl Ingold. Con todos ellos estuvo detenido y los mencionó.
En otra parte de su declaración, mencionó que recibió una visita de Monseñor Adolfo Tortolo, quien lo visitó en Paraná -ya que Irigoyen había sido seminarista-, oportunidad que el detenido aprovechó para contarle lo que sucedía y que había varios presos mal. “El dijo 'voy a entrar a ver', y fue hasta el pabellón. El guardia no lo quería dejar pasar. Él le preguntó que quién había dado esa órden, y el guardia le respondió que el general (Abel) Catuzzi. Así que Tortolo le dijo que le diga a Catuzzi que él iba a entrar igual. Pasó, y vió que varios presos tenían quemaduras de las torturas. Pero después no hizo nada. Era evidente que tenía mucho poder dentro del Ejército, porque no cualquiera pasaba por encima de un general”.
El testigo que conoció a Dezorzi
A diferencia de la mayoría de los testigos, que casi no conoció al desaparecido Oscar Dezorzi, Irigoyen señaló que lo conocía bien, del ambiente de la militancia.
“Yo empecé a militar en la Casa del Joven, en Gualeguaychú, que tenía una impronta cristiana. En 1970 entré al seminario y en el 71' nos mandaron a estudiar a Brasil. A fines de ese año, pedimos permiso para volver, porque si íbamos a ejercer en la Argentina, teníamos que estar con nuestra gente. Cuando volvimos, nos instalamos en el barrio San Agustín, de Paraná. Decidimos que ser cristiano era trabajar en la política, porque era la única forma de trasnformar la realidad, y nos acercamos a la Juventud Trabajadora Peronista. En el barrio nos seguíamos considerando seminaristas, y hacíamos militancia social, les enseñábamos a leer a la gente”.
Sobre Dezorzi, recordó que en 1972 comenzó a quedarse en su casa los fines de semana: “A él lo conocía de Gualeguaychú. En esa época estaba haciendo la conscripción en Paraná, y como no tenía dinero para volver los fines de semana a su casa, venía a quedarse con nosotros. Ahí él comenzó a sumarse a la militancia, tenía una gran vocación por enseñarle a leer a los chicos. Era una persona buena, desiteresada. Su mayor deseo era ayudar. En casa se despertó su inclinación política”.
Además comentó que Alicia Ballesteros, esposa de Luis Alberto D'Elía -exseminarista con el que Irigoyen compartía la casa- le dijo tiempo después que mientras estuvo detenida, vio a Dezorzi en el Batallón de Comunicaciones de Paraná.
Manto de sospechas sobre Mondragón
Previo a la declaración de Irigoyen, dio su testimonio Alfredo Ressel, quien en épocas de la dictadura y hasta 2002 se desempeñó como administrador del cementerio municipal de Gualeguaychú.
Recordó que en 1976, por orden del juez Juárez Ahumada, un patrullero de la Policía trajo una bolsa con los restos de un NN, que fue depositado en un nicho. El cadáver había sido encontrado en la zona de Ñandubaysal. “Eran restos viejos, ya no tenían carne ni nada”, declaró
Y añadió que en 2002, al NN “lo llevaron para hacerle estudios, pero yo ya estaba jubilado”, pero dijo que no supo cuáles fueron los resultados de la autopsia. Además, recordó que durante su intendencia, Emilio Martínez Garbino se comunicó personalmente con él, pidiéndole que no pase esos restos a fosa común.
Otro dato destacable, fue un episodio en el que mencionó al imputado Mondragón. Según el testigo, durante la ceremonia de inhumación de la militante de Montoneros, Patricia Guastavino, que fue asesinada el 22 de diciembre de 1976 en La Plata, Mondragón quiso tomar fotografías de la ceremonia desde arriba de los nichos, pero él no se lo permitió.
Aunque evitó decir los motivos por los que el expolicía quiso tomar imágenes, señaló que pudo haber sido “por la cantidad de gente que había”. Y señaló además que el cuerpo de la joven guleguaychuense fue traído desde Buenos Aires, aunque dijo desconocer en qué circunstancias murió.
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