EL TESTIMONIO DE RODOLFO FERNANDEZ BRUERA
Rodolfo eludió el secuestro aquella noche, porque su hermano se escapó por los techos de la casa de Laprida 1788 para advertirle del peligro. Pero el padre estuvo 40 días detenido en el Servicio de Informaciones. Falleció hace cinco años.
por Sonia Tessa.
La vida de Rodolfo Fernández Bruera pendió de un hilo en la noche del 1º de julio de 1977. Su padre, José Esteban Fernández, fue el rehén que la patota eligió como anzuelo para obligarlo a entregarse. Rodolfo es hermano de Gonzalo, uno de los testigos del lunes en la causa Díaz Bessone. Rodolfo eludió el secuestro aquella noche, porque su hermano se escapó por los techos para advertirle del peligro. Pero el padre estuvo 40 días detenido en el Servicio de Informaciones. La larga espera de justicia por los delitos de lesa humanidad impidió que José Esteban pudiera testimoniar en primera persona lo vivido en el centro clandestino de detención. Murió hace cinco años. Su hijo ofreció ayer un documento escrito a máquina por el hombre, que tenía 60 años cuando lo secuestraron. En ese manuscrito hizo una minuciosa descripción física del SI, relató las torturas y simulacros de fusilamiento de prisioneros que escuchó, así como la relación con los guardias. Ese escrito pertenece a un hombre azorado con las arbitrariedades cometidas por el estado. Un hombre que vivió 40 días con gran temor de escuchar la voz de su hijo entre los "detenidos" que llevaba la patota al SI. Rodolfo fue el único testigo de la audiencia, que se suspendió al mediodía porque el juez Jorge Venegas Echagüe, uno de los integrantes del tribunal, estaba descompuesto.
Esa noche del 1º de julio de 1977, la patota llegó primero a la casa de los Fernández Bruera, en Laprida 1788, y luego trasladaron a José Esteban a su taller gráfico de Presidente Roca y Catamarca. "Requisaron todo el taller y a partir de ese momento mi padre termina detenido- desaparecido, porque no estaba legalizado, y mi hermano menor queda a cuidado de mi hermana mayor", relató ayer el testigo, que no llegó a su casa esa noche. "Si hubiese llegado a mi casa no estaría hoy aquí. Me venían siguiendo hacía entre 10 y 15 días. Esa noche fue el último vínculo con mi familia", siguió entregando su memoria para que forme parte del proceso judicial.
Al día siguiente, Rodolfo sabía que su padre había sido detenido. La opción de hierro que enfrentaba era entregarse o huir. "La opción primera fue la que traté de manejar. Me contacté con un pariente mío que tenía buena relación con la dictadura del momento y estimaba a mis padres", contó sobre lo vivido en aquellos días de angustia. A las 8 de la mañana, fue a la casa de ese familiar y lo puso al tanto de lo ocurrido. Le dijo que sí, que era militante montonero, trabajaba en prensa y hacía volantes. "Es algo muy peligroso. Esas palabras me hacían cargo de todo, no tenía nada que ocultar, yo siempre fui colaborador porque me costaba mucho asumir la violencia política, eran tiempos violentos pero yo no lo asumía. Hacía volantes, matrices de películas, ayudaba con eso. A partir del 25 de marzo del 76 viene un compañero a hacer algo y digo que sí, ahora sí. Las cosas cambiaron y empiezo a militar", contó ayer sobre su decisión política tras el golpe de estado. "Ellos cambiaron las reglas del juego y yo asumí todas las responsabilidades, por eso dije que asumía todo, que mi padre no tenía nada que ver", dijo frente al Tribunal presidido esta semana por Beatriz Barabani de Caballero. Por lo demás, Rodolfo llevaba una vida a plena luz: "Trabajaba desde las 8 de la mañana hasta las 7 de la tarde y de ahí me iba a estudiar publicidad, también había estudiado ciencias económicas".
En aquella entrevista, Rodolfo le pidió a su familiar que hiciera "todo lo posible por salvar" a su padre, y afirmó que se entregaría. Esa misma persona le confirmó que su padre era un rehén, que lo querían a él. Y Rodolfo le preguntó si garantizaban su vida. "No", fue la respuesta que recibió. Mientras tanto, ahora sí escondiéndose, Rodolfo mantenía comunicaciones telefónicas con su hermano mayor, que un día le dio una opinión gravitante. Le dijo que se presentara si quería, en Balcarce y Córdoba, en el Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, y le dio el nombre de un teniente coronel ante el que debía presentarse. "Eso te lo digo formalmente, pero como hermano te digo que tomes distancia porque te quieren muerto. De papi nos encargamos nosotros". Esas fueron las palabras de Diego, su hermano mayor. Tras la audiencia, Rodolfo habló con Rosario/12 sobre el eterno agradecimiento a su familia.
Otra de las pruebas que el testigo aportó a la causa fue una nota del diario La Capital, publicada el 8 de julio de 1977, en la que se hablaba de un taller con "material extremista". Después de su detención, al padre lo obligaron a firmar que había encontrado su comercio en perfectas condiciones, pero lo habían saqueado y jamás pudo reabrirlo. Aunque José Esteban intentó explicarles a los represores que no se trataba de una imprenta, no hubo forma de que lo entendieran.
"Lo bueno de este relato es que uno lo puede contar, muchos otros no pueden. De esta historia del 76 en adelante vamos a saber el 15 o el 20 por ciento de la verdad. El resto lo perdimos con los desaparecidos y el tiempo que nos llevó replanteando el tratamiento de esta verdad, aquí se consiguió y es un avance de la justicia y para nosotros es importante", dijo Rodolfo en la audiencia. Su testimonio terminó con un agradecimiento por "la oportunidad para relatar un pedazo de esta historia".
Más tarde, cuando se iba del Tribunal acompañado por su familia, su esposa, Gioconda, quiso decir lo suyo: "Después de 30 años, esto está a flor de piel. Uno siente que otra vez están poniendo la piel, el cuerpo. Los ves ahí a ellos, y nos podemos cruzar en cualquier momento en esta ciudad con los acusados".
Rodolfo eludió el secuestro aquella noche, porque su hermano se escapó por los techos de la casa de Laprida 1788 para advertirle del peligro. Pero el padre estuvo 40 días detenido en el Servicio de Informaciones. Falleció hace cinco años.
por Sonia Tessa.
La vida de Rodolfo Fernández Bruera pendió de un hilo en la noche del 1º de julio de 1977. Su padre, José Esteban Fernández, fue el rehén que la patota eligió como anzuelo para obligarlo a entregarse. Rodolfo es hermano de Gonzalo, uno de los testigos del lunes en la causa Díaz Bessone. Rodolfo eludió el secuestro aquella noche, porque su hermano se escapó por los techos para advertirle del peligro. Pero el padre estuvo 40 días detenido en el Servicio de Informaciones. La larga espera de justicia por los delitos de lesa humanidad impidió que José Esteban pudiera testimoniar en primera persona lo vivido en el centro clandestino de detención. Murió hace cinco años. Su hijo ofreció ayer un documento escrito a máquina por el hombre, que tenía 60 años cuando lo secuestraron. En ese manuscrito hizo una minuciosa descripción física del SI, relató las torturas y simulacros de fusilamiento de prisioneros que escuchó, así como la relación con los guardias. Ese escrito pertenece a un hombre azorado con las arbitrariedades cometidas por el estado. Un hombre que vivió 40 días con gran temor de escuchar la voz de su hijo entre los "detenidos" que llevaba la patota al SI. Rodolfo fue el único testigo de la audiencia, que se suspendió al mediodía porque el juez Jorge Venegas Echagüe, uno de los integrantes del tribunal, estaba descompuesto.
Esa noche del 1º de julio de 1977, la patota llegó primero a la casa de los Fernández Bruera, en Laprida 1788, y luego trasladaron a José Esteban a su taller gráfico de Presidente Roca y Catamarca. "Requisaron todo el taller y a partir de ese momento mi padre termina detenido- desaparecido, porque no estaba legalizado, y mi hermano menor queda a cuidado de mi hermana mayor", relató ayer el testigo, que no llegó a su casa esa noche. "Si hubiese llegado a mi casa no estaría hoy aquí. Me venían siguiendo hacía entre 10 y 15 días. Esa noche fue el último vínculo con mi familia", siguió entregando su memoria para que forme parte del proceso judicial.
Al día siguiente, Rodolfo sabía que su padre había sido detenido. La opción de hierro que enfrentaba era entregarse o huir. "La opción primera fue la que traté de manejar. Me contacté con un pariente mío que tenía buena relación con la dictadura del momento y estimaba a mis padres", contó sobre lo vivido en aquellos días de angustia. A las 8 de la mañana, fue a la casa de ese familiar y lo puso al tanto de lo ocurrido. Le dijo que sí, que era militante montonero, trabajaba en prensa y hacía volantes. "Es algo muy peligroso. Esas palabras me hacían cargo de todo, no tenía nada que ocultar, yo siempre fui colaborador porque me costaba mucho asumir la violencia política, eran tiempos violentos pero yo no lo asumía. Hacía volantes, matrices de películas, ayudaba con eso. A partir del 25 de marzo del 76 viene un compañero a hacer algo y digo que sí, ahora sí. Las cosas cambiaron y empiezo a militar", contó ayer sobre su decisión política tras el golpe de estado. "Ellos cambiaron las reglas del juego y yo asumí todas las responsabilidades, por eso dije que asumía todo, que mi padre no tenía nada que ver", dijo frente al Tribunal presidido esta semana por Beatriz Barabani de Caballero. Por lo demás, Rodolfo llevaba una vida a plena luz: "Trabajaba desde las 8 de la mañana hasta las 7 de la tarde y de ahí me iba a estudiar publicidad, también había estudiado ciencias económicas".
En aquella entrevista, Rodolfo le pidió a su familiar que hiciera "todo lo posible por salvar" a su padre, y afirmó que se entregaría. Esa misma persona le confirmó que su padre era un rehén, que lo querían a él. Y Rodolfo le preguntó si garantizaban su vida. "No", fue la respuesta que recibió. Mientras tanto, ahora sí escondiéndose, Rodolfo mantenía comunicaciones telefónicas con su hermano mayor, que un día le dio una opinión gravitante. Le dijo que se presentara si quería, en Balcarce y Córdoba, en el Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, y le dio el nombre de un teniente coronel ante el que debía presentarse. "Eso te lo digo formalmente, pero como hermano te digo que tomes distancia porque te quieren muerto. De papi nos encargamos nosotros". Esas fueron las palabras de Diego, su hermano mayor. Tras la audiencia, Rodolfo habló con Rosario/12 sobre el eterno agradecimiento a su familia.
Otra de las pruebas que el testigo aportó a la causa fue una nota del diario La Capital, publicada el 8 de julio de 1977, en la que se hablaba de un taller con "material extremista". Después de su detención, al padre lo obligaron a firmar que había encontrado su comercio en perfectas condiciones, pero lo habían saqueado y jamás pudo reabrirlo. Aunque José Esteban intentó explicarles a los represores que no se trataba de una imprenta, no hubo forma de que lo entendieran.
"Lo bueno de este relato es que uno lo puede contar, muchos otros no pueden. De esta historia del 76 en adelante vamos a saber el 15 o el 20 por ciento de la verdad. El resto lo perdimos con los desaparecidos y el tiempo que nos llevó replanteando el tratamiento de esta verdad, aquí se consiguió y es un avance de la justicia y para nosotros es importante", dijo Rodolfo en la audiencia. Su testimonio terminó con un agradecimiento por "la oportunidad para relatar un pedazo de esta historia".
Más tarde, cuando se iba del Tribunal acompañado por su familia, su esposa, Gioconda, quiso decir lo suyo: "Después de 30 años, esto está a flor de piel. Uno siente que otra vez están poniendo la piel, el cuerpo. Los ves ahí a ellos, y nos podemos cruzar en cualquier momento en esta ciudad con los acusados".
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