TESTIMONIO CLAVE DE LA QUERELLANTE MARIA INES LUCHETTI DE BETTANIN
Secuestrada junto a gran parte de su familia, es una de las pocas sobrevivientes. Esta semana se presentó en Tribunales contra los responsables del centro clandestino de detención. Denunció desde 1984 que el cura Zitelli avaló las torturas.
Por José Maggi
María Inés Lucchetti de Bettanín, Nené, es una de las pocas sobrevivientes de su familia, que fue diezmada por la última dictadura. Esta semana se presentó como querellante en la justicia federal, y tal como lo viene haciendo desde 1984, repitió sus denuncias contra civiles, militares y eclesiásticos que participaron del aparato represivo en el Servicio de Informaciones. Su testimonio es pilar fundamental en la acusación contra el entonces capellán de la policía Eugenio Zitelli quien luego de saber que habían existido numerosas violaciones a mujeres le respondió: "Momentito, que apliquen la picana está bien porque estamos en guerra y es una forma de obtener información, pero las violaciones atañen a la moral y nos prometieron que no iban a pasar". Nené Bettanin también exige que los civiles que colaboraron, como Ricardo Chomicki sean juzgados por los delitos que cometieron contra sus ex compañeros.
"Mi historia comienza el 2 de enero de 1977 en un operativo que hacen en mi casa del barrio Gráfico de Rosario, en el que nos rodea un grupo de policías que matan a mi marido Leonardo Bettanín, secuestran a mi cuñado Jaime Colmenares, matan a Clotilde Tozzi y a Roque Maggio y nos llevan secuestradas a mí, a mi suegra y a las cuatro nenas que estaban en mi casa: dos de mis hijas, la hija de Maggio y la de Tozzi, y nos llevan al Servicio de Informaciones", comienza relatando a este cronista Nené, representada por las abogadas Isabel Fernández Acevedo y Gabriela Durruty.
¿Cuál es tu testimonio sobre ese centro de detención?
Lo que voy a testimoniar es largo, mi declaración y la de mi suegra las hicimos en el inicio de la Causa Feced en el año 83. Era paradigmático porque en ese edificio funcionaba la Jefatura de la policía, la alcaidía donde había presos legales, y distintas dependencias policiales donde la gente podía ir a hacer trámites normales mientras nosotros estábamos en un sótano esposados, amordazados y desaparecidos. Siempre me pareció muy enigmático ese edificio, enclavado en el centro de Rosario, muy simbólico de lo que fue la dictadura. El proceso como desaparecidos no fue ni mejor ni peor que el del resto: entramos en una dimensión diferente de todo, de tiempo, de espacio, de identidad, fuimos torturadas, mi suegra fue violada. Yo estaba a punto de parir, me llevaron a una camilla para torturarme hasta que dije que tenían contracciones, tras lo cual vino un médico y me revisa y les dice que tenía cuatro centímetros de dilatación y que me dejen. Y después eran horas en las que no sabías si avanzabas hacia la muerte o hacia la vida. Lo importante fue compartir con muchos compañeros en solidaridad el inmenso dolor que eso producía.
Los represores que están siendo juzgados en la Causa Díaz Bessone pasaron por el Servicio de Informaciones. ¿Recuerda puntualmente un episodio con alguno de ellos en particular?
Sí, recuerdo muchos: a mi suegra la viola Carlitos Gómez que está fallecido, y le controla la tortura el Ciego Lofiego, la revisa el médico Sylvestre Begnis para corroborar si podían seguir torturándola, a mí me hace tacto vaginal el doctor Gentile para saber si podía continuar en la tortura. Después, recuerdo las guardias sucesivas en las que estaban los de la Patota a los que incriminamos con nuestras denuncias con todos los nombres que recordaba en aquel momento, y que recuerdo hoy porque he hecho un ejercicio de memoria en estos cuarenta años para no olvidarme. Y después todo el personal civil y eclesiástico que también colaboró con ellos, formando parte del aparato represivo del Servicio de Informaciones, por elección.
Según su declaración anterior usted tuvo contacto con el capellán de la policía Eugenio Zitelli, sobre quien pesa un pedido del fiscal federal Gonzalo Stara para que sea citado a declarar. ¿Cómo conoció a Zitelli?
A Eugenio Zitelli lo vengo denunciando desde el año 1984. Cuando el entonces arzobispo de Rosario, Vicente Mirás lo nombra Monseñor Honorífico, en 1999, vine a Rosario y volví a declarar porque Mirás nos dijo que teníamos que ir a la justicia, tras lo cual le contesté que fuera a tribunales y mire el expediente porque Zitelli ya estaba denunciado desde hacía muchos años. A Zitelli lo conozco en la Alcaidía, porque teníamos pocas visitas, sin contacto con el exterior. Un día una celadora nos dice que las que éramos católicas si queríamos podíamos ir a confesarnos. Acordamos con las compañeras quiénes iríamos, no todas, a hablar con el cura. Las primeras veces confesión no había, pero había rezos y estampitas. Hasta que un día llegan compañeras muy jovencitas que habían sido violadas, y ahí hablo con él y le pido secreto de confesión por lo que le iba a decir. Entonces le digo: "Mire Padre acá además de gente torturada llega gente violada y no hay límite de edad. Mi suegra de 54 años fue violada y hay chicas de 16 años violadas". El cura se asombró y me contestó: "Momentito, que apliquen la picana está bien porque estamos en guerra y es una forma de obtener información, pero las violaciones atañen a la moral y nos prometieron que no iban a pasar". Me quedé helada, empecé a temblar, me aterré y el cura me preguntó: ¿Usted me autoriza a que le cuente esto al obispo?. Yo le respondí: "No le autorizo, le exijo que le diga al obispo, que es nuestro pastor, lo que está pasando, pero no se lo diga al Servicio de Informaciones porque mañana me encuentra muerta". Ahí terminó la charla, y por supuesto nunca más salí a hablar con Zitelli, a quien volví a ver el 11 de mayo de 1977, porque estando detenida pedí autorización para bautizar a mi hija. A esta ceremonia venía un sacerdote de Buenos Aires que era profesor mío en la escuela de la parroquia donde iba. Como no llegaba vino Zitelli al hall de la Alcaidía y me ofreció bautizar a mi nena sino llegaba. Mi mamá no lo conocía, y mis familiares tampoco. Yo me abrazo a mi cuñado y le digo: "De ninguna manera voy a permitir que bautice a mi hija quien bendijo la muerte de su padre". Por suerte, llegó el sacerdote que esperábamos y a Zitelli no lo vi nunca más. Lo de este hombre fue espantoso, porque como cristiana y católica era el único recurso espiritual al que podíamos recurrir y escuchar que dijera "nos prometieron que esto no iba a pasar" implicaba un acuerdo con los militares para aplicar la picana para obtener información. Con lo cual avalaba la tortura.
- ¿Contra quien va dirigida la querella que presentó esta semana?
Querello a todos los que participaron del Servicio de Informaciones, civiles y militares, y esto implica a Ricardo Chomicki, a (Virginia) Folch, a (José) Brunato (alias Tu Sam) y a Graciela Porta (la Corcho). El restante está muerto (Pollo Baravalle). Con el Caddy Chomicki y con la Victoria (Folch) tuve experiencias que voy a relatar en el juicio, pero lo que quiero decir es que el punto que a mí determina a seguir sosteniendo esta acusación que hice por primera vez en el año 84 es que no estoy dispuesta a que se tienda un manto de sospecha sobre todos los que salimos de los campos de detención. No todos colaboramos, de los dos mil detenidos que pasaron por el Servicio siempre se habla de los mismos cinco, y todos tuvimos el mismo nivel de no libertad. Una vez entrados allí, no era que uno tenía más libertad que otro, y en ese margen de no libertad unos eligieron una cosa y otros eligieron otra. Los que eligieron libremente pasar a ser parte del aparato represivo, torturar compañeros, delatar compañeros, y matar compañeros, tienen que ser juzgados y el Estado se tiene que hacer cargo de lo mismo por lo que están juzgando a los militares. Porque sino es tender sobre ellos el manto de obediencia debida que no quisimos tender sobre los militares. Había libertad para elegir, depende de donde uno se parara, era como terminaba su vida. Si ellos eligieron eso, que sean juzgados por eso. Yo exijo que sean juzgados porque nos deben vidas de compañeros.
Secuestrada junto a gran parte de su familia, es una de las pocas sobrevivientes. Esta semana se presentó en Tribunales contra los responsables del centro clandestino de detención. Denunció desde 1984 que el cura Zitelli avaló las torturas.
Por José Maggi
María Inés Lucchetti de Bettanín, Nené, es una de las pocas sobrevivientes de su familia, que fue diezmada por la última dictadura. Esta semana se presentó como querellante en la justicia federal, y tal como lo viene haciendo desde 1984, repitió sus denuncias contra civiles, militares y eclesiásticos que participaron del aparato represivo en el Servicio de Informaciones. Su testimonio es pilar fundamental en la acusación contra el entonces capellán de la policía Eugenio Zitelli quien luego de saber que habían existido numerosas violaciones a mujeres le respondió: "Momentito, que apliquen la picana está bien porque estamos en guerra y es una forma de obtener información, pero las violaciones atañen a la moral y nos prometieron que no iban a pasar". Nené Bettanin también exige que los civiles que colaboraron, como Ricardo Chomicki sean juzgados por los delitos que cometieron contra sus ex compañeros.
"Mi historia comienza el 2 de enero de 1977 en un operativo que hacen en mi casa del barrio Gráfico de Rosario, en el que nos rodea un grupo de policías que matan a mi marido Leonardo Bettanín, secuestran a mi cuñado Jaime Colmenares, matan a Clotilde Tozzi y a Roque Maggio y nos llevan secuestradas a mí, a mi suegra y a las cuatro nenas que estaban en mi casa: dos de mis hijas, la hija de Maggio y la de Tozzi, y nos llevan al Servicio de Informaciones", comienza relatando a este cronista Nené, representada por las abogadas Isabel Fernández Acevedo y Gabriela Durruty.
¿Cuál es tu testimonio sobre ese centro de detención?
Lo que voy a testimoniar es largo, mi declaración y la de mi suegra las hicimos en el inicio de la Causa Feced en el año 83. Era paradigmático porque en ese edificio funcionaba la Jefatura de la policía, la alcaidía donde había presos legales, y distintas dependencias policiales donde la gente podía ir a hacer trámites normales mientras nosotros estábamos en un sótano esposados, amordazados y desaparecidos. Siempre me pareció muy enigmático ese edificio, enclavado en el centro de Rosario, muy simbólico de lo que fue la dictadura. El proceso como desaparecidos no fue ni mejor ni peor que el del resto: entramos en una dimensión diferente de todo, de tiempo, de espacio, de identidad, fuimos torturadas, mi suegra fue violada. Yo estaba a punto de parir, me llevaron a una camilla para torturarme hasta que dije que tenían contracciones, tras lo cual vino un médico y me revisa y les dice que tenía cuatro centímetros de dilatación y que me dejen. Y después eran horas en las que no sabías si avanzabas hacia la muerte o hacia la vida. Lo importante fue compartir con muchos compañeros en solidaridad el inmenso dolor que eso producía.
Los represores que están siendo juzgados en la Causa Díaz Bessone pasaron por el Servicio de Informaciones. ¿Recuerda puntualmente un episodio con alguno de ellos en particular?
Sí, recuerdo muchos: a mi suegra la viola Carlitos Gómez que está fallecido, y le controla la tortura el Ciego Lofiego, la revisa el médico Sylvestre Begnis para corroborar si podían seguir torturándola, a mí me hace tacto vaginal el doctor Gentile para saber si podía continuar en la tortura. Después, recuerdo las guardias sucesivas en las que estaban los de la Patota a los que incriminamos con nuestras denuncias con todos los nombres que recordaba en aquel momento, y que recuerdo hoy porque he hecho un ejercicio de memoria en estos cuarenta años para no olvidarme. Y después todo el personal civil y eclesiástico que también colaboró con ellos, formando parte del aparato represivo del Servicio de Informaciones, por elección.
Según su declaración anterior usted tuvo contacto con el capellán de la policía Eugenio Zitelli, sobre quien pesa un pedido del fiscal federal Gonzalo Stara para que sea citado a declarar. ¿Cómo conoció a Zitelli?
A Eugenio Zitelli lo vengo denunciando desde el año 1984. Cuando el entonces arzobispo de Rosario, Vicente Mirás lo nombra Monseñor Honorífico, en 1999, vine a Rosario y volví a declarar porque Mirás nos dijo que teníamos que ir a la justicia, tras lo cual le contesté que fuera a tribunales y mire el expediente porque Zitelli ya estaba denunciado desde hacía muchos años. A Zitelli lo conozco en la Alcaidía, porque teníamos pocas visitas, sin contacto con el exterior. Un día una celadora nos dice que las que éramos católicas si queríamos podíamos ir a confesarnos. Acordamos con las compañeras quiénes iríamos, no todas, a hablar con el cura. Las primeras veces confesión no había, pero había rezos y estampitas. Hasta que un día llegan compañeras muy jovencitas que habían sido violadas, y ahí hablo con él y le pido secreto de confesión por lo que le iba a decir. Entonces le digo: "Mire Padre acá además de gente torturada llega gente violada y no hay límite de edad. Mi suegra de 54 años fue violada y hay chicas de 16 años violadas". El cura se asombró y me contestó: "Momentito, que apliquen la picana está bien porque estamos en guerra y es una forma de obtener información, pero las violaciones atañen a la moral y nos prometieron que no iban a pasar". Me quedé helada, empecé a temblar, me aterré y el cura me preguntó: ¿Usted me autoriza a que le cuente esto al obispo?. Yo le respondí: "No le autorizo, le exijo que le diga al obispo, que es nuestro pastor, lo que está pasando, pero no se lo diga al Servicio de Informaciones porque mañana me encuentra muerta". Ahí terminó la charla, y por supuesto nunca más salí a hablar con Zitelli, a quien volví a ver el 11 de mayo de 1977, porque estando detenida pedí autorización para bautizar a mi hija. A esta ceremonia venía un sacerdote de Buenos Aires que era profesor mío en la escuela de la parroquia donde iba. Como no llegaba vino Zitelli al hall de la Alcaidía y me ofreció bautizar a mi nena sino llegaba. Mi mamá no lo conocía, y mis familiares tampoco. Yo me abrazo a mi cuñado y le digo: "De ninguna manera voy a permitir que bautice a mi hija quien bendijo la muerte de su padre". Por suerte, llegó el sacerdote que esperábamos y a Zitelli no lo vi nunca más. Lo de este hombre fue espantoso, porque como cristiana y católica era el único recurso espiritual al que podíamos recurrir y escuchar que dijera "nos prometieron que esto no iba a pasar" implicaba un acuerdo con los militares para aplicar la picana para obtener información. Con lo cual avalaba la tortura.
- ¿Contra quien va dirigida la querella que presentó esta semana?
Querello a todos los que participaron del Servicio de Informaciones, civiles y militares, y esto implica a Ricardo Chomicki, a (Virginia) Folch, a (José) Brunato (alias Tu Sam) y a Graciela Porta (la Corcho). El restante está muerto (Pollo Baravalle). Con el Caddy Chomicki y con la Victoria (Folch) tuve experiencias que voy a relatar en el juicio, pero lo que quiero decir es que el punto que a mí determina a seguir sosteniendo esta acusación que hice por primera vez en el año 84 es que no estoy dispuesta a que se tienda un manto de sospecha sobre todos los que salimos de los campos de detención. No todos colaboramos, de los dos mil detenidos que pasaron por el Servicio siempre se habla de los mismos cinco, y todos tuvimos el mismo nivel de no libertad. Una vez entrados allí, no era que uno tenía más libertad que otro, y en ese margen de no libertad unos eligieron una cosa y otros eligieron otra. Los que eligieron libremente pasar a ser parte del aparato represivo, torturar compañeros, delatar compañeros, y matar compañeros, tienen que ser juzgados y el Estado se tiene que hacer cargo de lo mismo por lo que están juzgando a los militares. Porque sino es tender sobre ellos el manto de obediencia debida que no quisimos tender sobre los militares. Había libertad para elegir, depende de donde uno se parara, era como terminaba su vida. Si ellos eligieron eso, que sean juzgados por eso. Yo exijo que sean juzgados porque nos deben vidas de compañeros.
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