MIGUEL CABOS, EX PRESO POLITICO A LA INTEMPERIE
Estuvo cuatro años en Coronda y fue torturado en el SI.
Se fugó de un auto en marcha. Hace 15 años que vive en la plaza Montenegro. Reclaman pensión para ex detenidos.
Por José Maggi
La historia de Miguel Cabos es demasiado cruda y violenta, como para ser resumida en una entrevista: Miguel es un ex preso político que pasó cuatro años detenido en la cárcel de Coronda, luego de su cautiverio en el Servicio de Informaciones, y una fuga desesperada desde el baúl de un auto que circulaba a más de 100 kilómetros por hora. Ayudado por su compañero ocasional de encierro se tomó del paragolpes trasero y flameó. Pero esta no era un película de Hollywood, sino la áspera realidad: su cabeza golpeó contra el pavimento y aún hoy pueden verse las cicatrices del impacto. Su mirada está intacta, pero su memoria deambula por momentos por distintos lugares: es que aquella indemnización por su encierro se coló por sus bolsillos y por los de algunos familiares, y se quedó sin casa. Desde hace 15 años, Miguel, con su pasado a cuestas, y sus relatos del horror, duermen al cobijo del centro Cultural Bernardino Rivadavia, en la Plaza Montenegro, donde por las mañanas abre puertas de taxis. Esta es su historia, desconocida para la gran mayoría, y rescatada esta semana por un grupo de la Asamblea de Ex Presos Políticos, que piensan en Miguel y en todos aquellos compañeros que deambulan aun por ahí sin encontrar su esquina. Esa asamblea exige en su edición del domingo 9 de enero- la aprobación de una ley provincial que otorgue una pensión a las víctimas de la represión ilegal.
Miguel Cabos tenía veintitantos años cuando su historia personal se entrelazó con la de Ernesto de los Santos Ifrán, en octubre de 1976, en el baúl de un Ford Falcon que los trasladaba hacia la provincia de Córdoba. La convicción de ambos era que iban ser ejecutados. No se conocían y hasta hoy, Miguel no encuentra motivos certeros sobre su arresto, más allá de "algunos amigos del PRT que tenía".
Ifrán era militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y dirigente del Sindicato Smata. Lo habían secuestrado una semana antes de su casa donde además tenía su taller de autos, en Presidente Quintana y Santiago, en la zona sur de Rosario.
Cabos vivía en el barrio militar de Laprida al 4800 y supone que su cercanía con una niñera de un matrimonio del barrio pudo haberlo ligado al PRT. Es que la vivienda donde trabajaba la mujer había sido allanada y habían encontrado allí un arsenal.
Cabos era hijo de un trabajador del Swift, también dirigente, y no había terminado la secundaria. Agradece al gobierno peronista de entonces, (el de Isabel) por haberlo hecho ingresar al Banco Hipotecario, como cafetero.
Una noche fría de 1976, la casa de los Cabos fue tomada por asalto. Desde allí su relato salta al baúl del Ford Falcon negro, que a gran velocidad se dirige hacia la provincia de Córdoba.
Ya habíamos dicho que su compañero era Ifrán. "Había sido paracaidista y me enseñó como tirarme. Me dijo que me agarrara fuerte del paragolpes, que levantara bien para atrás la cabeza, y que cuando me largara pegara con los antebrazos, para tratar de salvar un poco el pecho. El se tiró bien, y solo se lastimó los brazos, pero yo pegué con todo en el pavimento a más de 100 kilómetros y me golpeé la cabeza muy fuerte. Tenía todo raspado, como quemado", recuerda Cabos, y se señala el arco superciliar izquierdo, que aún hoy tiene secuelas.
Con distintos lugares de caídas, los dos caminaron durante la noche por campos sembrados hasta llegar a un lugar, donde les dieron asilo. "Los curaron y atendieron. Pero el hijo del matrimonio que los auxilió era policía y los denunciaron, así que la noche siguiente llegó una comisión policial a buscarlos. Estaban en Cañada de Gómez". Este relato pertenece a Daniel Ifrán, hijo de Ernesto, y hoy uno de los responsables de la Biblioteca Gastón Gori. "Iban seguramente por la vieja ruta 9 hacia Córdoba, y mi padre me contó que luego de un rato para desarmar la cerradura del baúl, pudieron fugarse. Mi viejo -que falleció hace 8 años había hecho paracaidismo. Sabía como tirarse a pesar de sus 60 años", rememora.
Sin embargo la detención en una ciudad pequeña los blanqueó, y les salvó la vida: luego fueron llevados al Servicio de Informaciones. "Mi viejo me contó que luego que lo detienen en mi casa, lo tuvieron una semana entera en el Batallón 121, golpeándolo. Después su relato se sitúa en el baúl del Falcon. Pensaban que eran boleta ni bien llegaran así que decidieron jugarse y escaparse", expresa Daniel.
Cabos fue torturado en el Servicio de Informaciones y su vida cambió irremediablemente por ese encierro y esa fuga: asegura que una inyección que le aplicaron allí le afectó la memoria, al igual que los años de encierro en Coronda, donde sus compañeros los recuerdan por las graves heridas que tenía.
Miguel asegura haber cobrado algo de dinero por el tiempo de detención, pero igual debió vender la casa paterna. El dinero le duró un tiempo, poco, según recuerda, ayudado por algún familiar infiel que se aprovechó de él.
La calle fue entonces su lugar, y desde 1994 duerme en la Plaza Montenegro, y abre puertas de taxis por las mañanas. Algún galpón a las orillas del río le da cobijo alternativo, y "si pinta alguna changuita" se da el lujo de dormir en una pensión por algunas noches. Pero cuando la noche se "pone muy espesa", prefiere parar en una estación de servicios de Zeballos y Mitre, "donde me invitan con algún café y me dejan ver televisión".
Estuvo cuatro años en Coronda y fue torturado en el SI.
Se fugó de un auto en marcha. Hace 15 años que vive en la plaza Montenegro. Reclaman pensión para ex detenidos.
Por José Maggi
La historia de Miguel Cabos es demasiado cruda y violenta, como para ser resumida en una entrevista: Miguel es un ex preso político que pasó cuatro años detenido en la cárcel de Coronda, luego de su cautiverio en el Servicio de Informaciones, y una fuga desesperada desde el baúl de un auto que circulaba a más de 100 kilómetros por hora. Ayudado por su compañero ocasional de encierro se tomó del paragolpes trasero y flameó. Pero esta no era un película de Hollywood, sino la áspera realidad: su cabeza golpeó contra el pavimento y aún hoy pueden verse las cicatrices del impacto. Su mirada está intacta, pero su memoria deambula por momentos por distintos lugares: es que aquella indemnización por su encierro se coló por sus bolsillos y por los de algunos familiares, y se quedó sin casa. Desde hace 15 años, Miguel, con su pasado a cuestas, y sus relatos del horror, duermen al cobijo del centro Cultural Bernardino Rivadavia, en la Plaza Montenegro, donde por las mañanas abre puertas de taxis. Esta es su historia, desconocida para la gran mayoría, y rescatada esta semana por un grupo de la Asamblea de Ex Presos Políticos, que piensan en Miguel y en todos aquellos compañeros que deambulan aun por ahí sin encontrar su esquina. Esa asamblea exige en su edición del domingo 9 de enero- la aprobación de una ley provincial que otorgue una pensión a las víctimas de la represión ilegal.
Miguel Cabos tenía veintitantos años cuando su historia personal se entrelazó con la de Ernesto de los Santos Ifrán, en octubre de 1976, en el baúl de un Ford Falcon que los trasladaba hacia la provincia de Córdoba. La convicción de ambos era que iban ser ejecutados. No se conocían y hasta hoy, Miguel no encuentra motivos certeros sobre su arresto, más allá de "algunos amigos del PRT que tenía".
Ifrán era militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y dirigente del Sindicato Smata. Lo habían secuestrado una semana antes de su casa donde además tenía su taller de autos, en Presidente Quintana y Santiago, en la zona sur de Rosario.
Cabos vivía en el barrio militar de Laprida al 4800 y supone que su cercanía con una niñera de un matrimonio del barrio pudo haberlo ligado al PRT. Es que la vivienda donde trabajaba la mujer había sido allanada y habían encontrado allí un arsenal.
Cabos era hijo de un trabajador del Swift, también dirigente, y no había terminado la secundaria. Agradece al gobierno peronista de entonces, (el de Isabel) por haberlo hecho ingresar al Banco Hipotecario, como cafetero.
Una noche fría de 1976, la casa de los Cabos fue tomada por asalto. Desde allí su relato salta al baúl del Ford Falcon negro, que a gran velocidad se dirige hacia la provincia de Córdoba.
Ya habíamos dicho que su compañero era Ifrán. "Había sido paracaidista y me enseñó como tirarme. Me dijo que me agarrara fuerte del paragolpes, que levantara bien para atrás la cabeza, y que cuando me largara pegara con los antebrazos, para tratar de salvar un poco el pecho. El se tiró bien, y solo se lastimó los brazos, pero yo pegué con todo en el pavimento a más de 100 kilómetros y me golpeé la cabeza muy fuerte. Tenía todo raspado, como quemado", recuerda Cabos, y se señala el arco superciliar izquierdo, que aún hoy tiene secuelas.
Con distintos lugares de caídas, los dos caminaron durante la noche por campos sembrados hasta llegar a un lugar, donde les dieron asilo. "Los curaron y atendieron. Pero el hijo del matrimonio que los auxilió era policía y los denunciaron, así que la noche siguiente llegó una comisión policial a buscarlos. Estaban en Cañada de Gómez". Este relato pertenece a Daniel Ifrán, hijo de Ernesto, y hoy uno de los responsables de la Biblioteca Gastón Gori. "Iban seguramente por la vieja ruta 9 hacia Córdoba, y mi padre me contó que luego de un rato para desarmar la cerradura del baúl, pudieron fugarse. Mi viejo -que falleció hace 8 años había hecho paracaidismo. Sabía como tirarse a pesar de sus 60 años", rememora.
Sin embargo la detención en una ciudad pequeña los blanqueó, y les salvó la vida: luego fueron llevados al Servicio de Informaciones. "Mi viejo me contó que luego que lo detienen en mi casa, lo tuvieron una semana entera en el Batallón 121, golpeándolo. Después su relato se sitúa en el baúl del Falcon. Pensaban que eran boleta ni bien llegaran así que decidieron jugarse y escaparse", expresa Daniel.
Cabos fue torturado en el Servicio de Informaciones y su vida cambió irremediablemente por ese encierro y esa fuga: asegura que una inyección que le aplicaron allí le afectó la memoria, al igual que los años de encierro en Coronda, donde sus compañeros los recuerdan por las graves heridas que tenía.
Miguel asegura haber cobrado algo de dinero por el tiempo de detención, pero igual debió vender la casa paterna. El dinero le duró un tiempo, poco, según recuerda, ayudado por algún familiar infiel que se aprovechó de él.
La calle fue entonces su lugar, y desde 1994 duerme en la Plaza Montenegro, y abre puertas de taxis por las mañanas. Algún galpón a las orillas del río le da cobijo alternativo, y "si pinta alguna changuita" se da el lujo de dormir en una pensión por algunas noches. Pero cuando la noche se "pone muy espesa", prefiere parar en una estación de servicios de Zeballos y Mitre, "donde me invitan con algún café y me dejan ver televisión".
No hay comentarios:
Publicar un comentario